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Datos principales


Desarrollo


De lo que pasó hasta que la gente se fue a Manila Pasó este alegre día y vino la noche, en la cual no faltaron algunos nuevos, pero usados disgustos, con el alcalde de la costa, porque doña Isabel le informó a sus solas, y él se mostró juez que partía con la primera sin oír las partes; que si las oyera, supiera cuánto aquella señora debía a quien la trajo a donde estaba, y cuán poco por ninguna vía se le debía a ella: pero es ya muy usado en pobres trabajar sin paga y sin gracias, y debiéndoles bienes, darles males. Prendió a un marinero, y a otro trató con palabras bien ásperas, y a otros amenazó, diciendo ser costumbre antigua de la gente del Perú ser briosos, y que si venían alzados no pensasen que estaban allá en su isla, a donde se alargaron cuanto quisieron, y que lo que allá dejaron de pagar a falta de haber castigo, que acá lo pagarían doblado, o con las vidas; y otras razones a que se le respondió, que todos cuantos venían allí habían sido y eran de su Rey buenos vasallos, y en lo demás tanto como otros. Estas y otras cosas al fin pasaron, y así se pasó esta deseada noche con menos contento que se entendió; pero los contentamientos de esta vida llegan tarde, y duran poco más de un soplo. La siguiente mañana vino a la nao el maese de campo por orden del gobernador, y un regidor por orden del Cabildo popular, y un clérigo por el Cabildo de la Iglesia, todos a recibir a la gobernadora y dar orden como fuesen los enfermos a Manila.

A la gobernadora la sacaron luego a las casas reales del puerto, y de nuevo se le hizo salva al desembarcar; y en habiendo comido, la embarcaron y llevaron a la ciudad. Entró de noche y fue recibida con aparato de hachas y bien hospedada. A los enfermos sacaron de la nao en brazos y fueron llevados al hospital. Las viudas a casas de hombres principales, y después se casaron todas a su gusto. Los convalecientes y demás soldados fueron alojados de vecinos ricos. Los casados pusieron casas, donde los unos y los otros fueron delos honrados ciudadanos de Manila recibidos, hospedados y curados con mucho amor y gusto. A pocos días murieron diez, y cuatro se entraron religiosos. La fragata nunca más pareció. Nuevas hubo que la habían hallado con todas sus velas arriba, y la gente muerta y podrida, dada a la costa en cierta parte. La galeota fue a aportar a una isla que se dice Mindanao, en tierra de diez grados, andando perdida por entre todas aquellas islas. Llegaron a estar tan necesitados, que saltaron en una pequeña que se dice Camaniguin, y mataron y comieron un perro que en ella vieron; y unos indios que acaso encontraron, los encaminaron a un puerto, a donde había unos padres de la Compañía de Jesús, y los padres a un corregidor de aquel partido el cual envió cinco presos a Manila, porque su capitán se querelló de ellos diciendo que se le quisieron alzar, con carta para el doctor Antonio de Morga, teniente general de aquel gobierno, que se la mostró al piloto mayor. Decía ansí: "Aquí vino a aportar una galeota que traía su capitán tan impertinente como las cosas que decía. Preguntéle de dónde venía, y dijo que de la jornada del adelantado Álvaro de Mendaña, que salió a hacer desde el Perú a las Islas de Salomón, y que habían salido cuatro navíos. Este aportó aquí, y por traer una bandera del Rey le recibí como es debido. Si los otros fueron allá, se sabrá esto mejor. Contra los soldados no se procedió. Dijeron, como porque quiso el capitán se apartó de la nao con su galeota."

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