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Datos principales
Desarrollo
De lo que pasó en el tiempo que la nao estuvo en la bahía Fueron los indios a su pueblo, de donde vinieron otros, y uno con vara alta de justicia, que por verla, y una cruz en tierra, se creyó ser gente de paz y cristiana. Trajeron gallinas y puercos, que por dos y tres reales daban uno, y juntamente vino de palmas, con que algunos hablaron varias lenguas: muchos cocos, plátanos, cañas dulces, papayas, raíces, agua en cañutos, leña en tercios; al fin, socorro tal cual lo había menester gente tan necesitada. De todo se rescató por reales, cuchillos, cuentas de vidrio, que estiman más que la plata; y con esto, en tres días con sus noches, no se apagaron los fogones, ni dejaron de amasar y cocinar, comiendo, cuando la olla del uno y el asado del otro; de suerte, que sólo se trataba de comer de día y de noche. Con las bocas dulces y los estómagos satisfechos, quedaron todos tan contentos, cuanto se puede entender. Mas el piloto mayor dijo que estaba la obra presente, y ellos por llegar donde tanto deseaban. Unos le querían abrazar, otros le decían haber hecho feliz, y él a todos, que diesen las gracias a Dios; y dijo a los dos marineros que no te quisieron oír: --¿Paréceos que si hubiese seguido vuestro parecer que hubiera dado buena cuenta? Decid si estáis mejor aquí que donde me importunabais que fuese. Los indios son de color parda, no muy altos, y todos los cuerpos labrados. No tienen barba ni señal de ella: los cabellos negros y largos. Traían cubiertas partes con unos medriñaques, y de lo mismo en los pueblos traen una túnica sin cuello que llega a la pantorrilla.
En las orejas unos grandes zarcillos de oro, en los brazos unas manillas de marfil, y en las piernas de latón dorado, con que engañaron algunos nuestros. Es gente tan interesada que sin plata, o cosas que ellos apetecen, no dan nada. Los enfermos, como venían tan poco usados a comer y comían sin tasa, les hizo notable daño, de que murieron tres o cuatro. Los indios venían mañana y tarde, trayendo y llevando su rescate, con que en catorce días se reformaron y sacaron comida que duró hasta donde se veía. La entrada de la bahía está abierta al Noroeste, que por soplar reciamente era de ver la nao combatida de tantas olas y gruesas y tanto viento, amarrada con un cablecito que parecía un hilo, en que se conocía ser nueva merced que Dios hacía, en darle fuerzas para que tuviese la nao, dos días y una noche que allí estuvo proejando sobre su delgada amarra, con bajos a sotavento, mezcla de mangles, la tierra anegadiza y despedazada. El piloto mayor, como vio el peligro de la nao, dijo a la gobernadora que convenía echar fuera la artillería del Rey y municiones, y ponerla en uno de aquellos pueblos que cerca estaban y juntamente su hacienda, la de los soldados, mujeres y niños, o a lo menos las cosas de más valor; y que lo tocante a la nao él, con la gente de mar, estaría siempre en ella presto para lo que sucediese. Respondióle que para ocho días que había de estar allí, ¿qué peligros podía haber? Díjole ser tan puntuales que no asiguraba la nao sola una hora, y por ver el descuido con que la gobernadora estaba se lo volvió a decir; y como no quiso, le dijo haría un protesto para su descargo, pues ella tenía cierta su disculpa con su cuidado dél.
Por esto hizo una breve protestación, diciendo en ella lo que le pareció debía y convenía; y como fue leída, juntóse el consejo y salió proveído un auto, que le mandaba se hiciese luego a la vela, y siguiese el camino de Manila , a donde se le mandó que fuese, y no que entrase en aquel puerto. El piloto mayor dijo que daba lo pasado por respuesta, y que la nao no estaba de presente para navegar sin que primero se aderezase y avituallase de todo lo necesario, y que el viento entraba por la boca de la bahía, por donde había de salir; y que de nuevo la volvía a protestar mandase hacer lo pedido, porque un momento no estaba sigura la nao. Proveyó segundo auto, y mandó que dentro de una hora saliese con la nao e hiciese el viaje a Manila, y que lo que hacía era desacato o motín. Todas estas y otras cosas tales pasaron allí, a que el piloto mayor decía a los soldados: --¿No ven que concertadas respuestas son éstas para sus necesidades? No sé qué orden me tenga para que esta señora se aficione a la razón. Debe de entender que yo nací con obligación de servirla y de sufrirla. ¿No ven esta nao cuál está sustentada de esta amarra que con dos dedos se abarca? ¿No ven que aunque ve su daño al ojo usa de su condición? Los marineros firmaron con esta ocasión un papel y lo dieron al piloto mayor, pidiendo en él que pues era su mandador, les diese de comer, o dinero a cuenta de su salario, o los despidiese luego porque lo fuesen a buscar, porque allí ya habían vendido lo que tenían, y si trataban de ración, o de prestado, o de paga, para todo había excusas y malas respuestas.
Mostró el piloto mayor el papel a la gobernadora; y díjole ser traza suya que todos se le querían ir, o alzarse con la nao. Los marineros decían que era tiranía: que el Rey, con lo ser de todos, pagaba, daba de comer, y libertad. La gobernadora a esto decía al sargento mayor: --No quiero decir que hice en esta jornada otra cosa buena más de solo sufrir una gobernadora mujer y a sus dos hermanos, y todo esto y más puede el deseo de no ofender el nombre del servicio del Rey: que de presente estaba en manos de doña Isabel Barreto. El piloto mayor, no se descuidando de lo que le tocaba, hizo sondar cierto puerto que parecía estaba allí al abrigo de una punta a donde luego fue a surgir la nao; y se podrá con razón decir que fue a excusar un peligro para acometer otro más cierto y el uno tan a la ventura como el otro; pues los dos ramales de la escota del trinquete de sotavento, fuera de la escotera, estaban rotos: tieso el viento, los escollos cerca; pero en semejantes dudas suele salvar la temeridad, como lo fue ésta. Y dado un pruis en tierra, quedaron en puerto muerto, y allí se mandó hacer a los indios de un pueblo que cerca estaban un grueso cable de bejucos y otros delgados, con que se enjarceó el trinquete, y se amarró la nao, que se aprestó del todo. Por respeto de los marineros había la gobernadora mandado echar un bando, que so pena la vida nadie saliese a tierra sin su licencia. Sucedió que un soldado casado, que fue a un pueblo a buscar de comer sin licencia, o con ella que él bien decía que la había pedido, y por esta razón lo mandó prender.
Juntóse el consejo y luego salió resuelto que fuese el preso estropeado. El sargento mayor, a quien la ejecución tocaba, muy solícito pegaba en uno y otro cabo, y como no los conocía ni se daba maña, dijo al contramaestre hiciese guarnir un motón y subir la verga arriba. En este paso estaba la comedia, cuando iban saliendo por la escotilla un alférez con unos alabarderos tan largos y flacos como él lo era, que venían por autoridad desta justicia, y el atambor que cerca de difunto estaba en rostro y fuerzas, y en vestido y caja extragadísimo, porque no hay obra sin entremés. Era el contramaestre un Marcos Marín, de nación arragocés, hombre de gran cuerpo, ya viejo y muy de bien, y como sabía mejor conocer cosas y quejarse de ellas, que no pronunciar la lengua castellan, era donosa cosa oír sus libertades honradas y bien fundadas quejas, de que usó hasta con el mismo adelantado; pero era muy cuidadoso y grandemente entendido en su oficio. Como el sargento mayor le daba tanta priesa, y él tenía tan poca gana, le dijo: --Reportaos, señor sargento mayor, que harto estropeados estamos con tantas hambres, enfermedades y muertes que por la mar se han pasado y pasan: mejor será que se vea esto que no se estropee el otro. El sargento mayor le replicó, que diese orden se aprestase, que la gobernadora lo mandaba. Respondió el contramaestre: --Igual hiciera la señora en darnos de comer de lo que tiene guardado, y las botijas de vino y aceite que aquí vende un secreto mercader, gastarlas con quien tiene necesidad, que no esas estropeaduras.
Mandador tengo que me mandará lo que convenga. El sargento mayor se enojó, y él, sin ninguna pena, dijo: --Buen recaudo tenemos: estropea acá, ahorca acullá, mucha orden y morir de hambre. Estando en esto sonaron quejas y llantos, que su mujer del preso hacía pidiendo justicia a Dios, del agravio que a su marido querían hacer. El piloto mayor fue a hablar a la gobernadora y representarle, que parecía cosa injusta, en pago de tantas calamidades como aquel hombre había pasado, muertos cuatro hijos, gastada su hacienda, en remate, por causa poca y mal averiguada, quedar sin todo y morir sin honra. Respondió la gobernadora, que había quebrantado su mandamiento y era razón lo pagase. Y el piloto mayor replicó diciendo: que también se quebrantaban los de Dios con pena de la vida eterna, y los de la Santa Madre Iglesia con pena de excomunión, y los del Rey con pena de traidor, pérdida de la vida, honra y hacienda, y que no se ensangrentaba luego la espada. Dijo la gobernadora que había mandado hacer aquello para poner miedo a los marineros. Pidióla el piloto mayor que no fuese a tanta costa ajena, y que él los asiguraba y se hacía cargo de ellos. Con esto fue libre el preso y paró la solicitud del sargento mayor.
En las orejas unos grandes zarcillos de oro, en los brazos unas manillas de marfil, y en las piernas de latón dorado, con que engañaron algunos nuestros. Es gente tan interesada que sin plata, o cosas que ellos apetecen, no dan nada. Los enfermos, como venían tan poco usados a comer y comían sin tasa, les hizo notable daño, de que murieron tres o cuatro. Los indios venían mañana y tarde, trayendo y llevando su rescate, con que en catorce días se reformaron y sacaron comida que duró hasta donde se veía. La entrada de la bahía está abierta al Noroeste, que por soplar reciamente era de ver la nao combatida de tantas olas y gruesas y tanto viento, amarrada con un cablecito que parecía un hilo, en que se conocía ser nueva merced que Dios hacía, en darle fuerzas para que tuviese la nao, dos días y una noche que allí estuvo proejando sobre su delgada amarra, con bajos a sotavento, mezcla de mangles, la tierra anegadiza y despedazada. El piloto mayor, como vio el peligro de la nao, dijo a la gobernadora que convenía echar fuera la artillería del Rey y municiones, y ponerla en uno de aquellos pueblos que cerca estaban y juntamente su hacienda, la de los soldados, mujeres y niños, o a lo menos las cosas de más valor; y que lo tocante a la nao él, con la gente de mar, estaría siempre en ella presto para lo que sucediese. Respondióle que para ocho días que había de estar allí, ¿qué peligros podía haber? Díjole ser tan puntuales que no asiguraba la nao sola una hora, y por ver el descuido con que la gobernadora estaba se lo volvió a decir; y como no quiso, le dijo haría un protesto para su descargo, pues ella tenía cierta su disculpa con su cuidado dél.
Por esto hizo una breve protestación, diciendo en ella lo que le pareció debía y convenía; y como fue leída, juntóse el consejo y salió proveído un auto, que le mandaba se hiciese luego a la vela, y siguiese el camino de Manila , a donde se le mandó que fuese, y no que entrase en aquel puerto. El piloto mayor dijo que daba lo pasado por respuesta, y que la nao no estaba de presente para navegar sin que primero se aderezase y avituallase de todo lo necesario, y que el viento entraba por la boca de la bahía, por donde había de salir; y que de nuevo la volvía a protestar mandase hacer lo pedido, porque un momento no estaba sigura la nao. Proveyó segundo auto, y mandó que dentro de una hora saliese con la nao e hiciese el viaje a Manila, y que lo que hacía era desacato o motín. Todas estas y otras cosas tales pasaron allí, a que el piloto mayor decía a los soldados: --¿No ven que concertadas respuestas son éstas para sus necesidades? No sé qué orden me tenga para que esta señora se aficione a la razón. Debe de entender que yo nací con obligación de servirla y de sufrirla. ¿No ven esta nao cuál está sustentada de esta amarra que con dos dedos se abarca? ¿No ven que aunque ve su daño al ojo usa de su condición? Los marineros firmaron con esta ocasión un papel y lo dieron al piloto mayor, pidiendo en él que pues era su mandador, les diese de comer, o dinero a cuenta de su salario, o los despidiese luego porque lo fuesen a buscar, porque allí ya habían vendido lo que tenían, y si trataban de ración, o de prestado, o de paga, para todo había excusas y malas respuestas.
Mostró el piloto mayor el papel a la gobernadora; y díjole ser traza suya que todos se le querían ir, o alzarse con la nao. Los marineros decían que era tiranía: que el Rey, con lo ser de todos, pagaba, daba de comer, y libertad. La gobernadora a esto decía al sargento mayor: --No quiero decir que hice en esta jornada otra cosa buena más de solo sufrir una gobernadora mujer y a sus dos hermanos, y todo esto y más puede el deseo de no ofender el nombre del servicio del Rey: que de presente estaba en manos de doña Isabel Barreto. El piloto mayor, no se descuidando de lo que le tocaba, hizo sondar cierto puerto que parecía estaba allí al abrigo de una punta a donde luego fue a surgir la nao; y se podrá con razón decir que fue a excusar un peligro para acometer otro más cierto y el uno tan a la ventura como el otro; pues los dos ramales de la escota del trinquete de sotavento, fuera de la escotera, estaban rotos: tieso el viento, los escollos cerca; pero en semejantes dudas suele salvar la temeridad, como lo fue ésta. Y dado un pruis en tierra, quedaron en puerto muerto, y allí se mandó hacer a los indios de un pueblo que cerca estaban un grueso cable de bejucos y otros delgados, con que se enjarceó el trinquete, y se amarró la nao, que se aprestó del todo. Por respeto de los marineros había la gobernadora mandado echar un bando, que so pena la vida nadie saliese a tierra sin su licencia. Sucedió que un soldado casado, que fue a un pueblo a buscar de comer sin licencia, o con ella que él bien decía que la había pedido, y por esta razón lo mandó prender.
Juntóse el consejo y luego salió resuelto que fuese el preso estropeado. El sargento mayor, a quien la ejecución tocaba, muy solícito pegaba en uno y otro cabo, y como no los conocía ni se daba maña, dijo al contramaestre hiciese guarnir un motón y subir la verga arriba. En este paso estaba la comedia, cuando iban saliendo por la escotilla un alférez con unos alabarderos tan largos y flacos como él lo era, que venían por autoridad desta justicia, y el atambor que cerca de difunto estaba en rostro y fuerzas, y en vestido y caja extragadísimo, porque no hay obra sin entremés. Era el contramaestre un Marcos Marín, de nación arragocés, hombre de gran cuerpo, ya viejo y muy de bien, y como sabía mejor conocer cosas y quejarse de ellas, que no pronunciar la lengua castellan, era donosa cosa oír sus libertades honradas y bien fundadas quejas, de que usó hasta con el mismo adelantado; pero era muy cuidadoso y grandemente entendido en su oficio. Como el sargento mayor le daba tanta priesa, y él tenía tan poca gana, le dijo: --Reportaos, señor sargento mayor, que harto estropeados estamos con tantas hambres, enfermedades y muertes que por la mar se han pasado y pasan: mejor será que se vea esto que no se estropee el otro. El sargento mayor le replicó, que diese orden se aprestase, que la gobernadora lo mandaba. Respondió el contramaestre: --Igual hiciera la señora en darnos de comer de lo que tiene guardado, y las botijas de vino y aceite que aquí vende un secreto mercader, gastarlas con quien tiene necesidad, que no esas estropeaduras.
Mandador tengo que me mandará lo que convenga. El sargento mayor se enojó, y él, sin ninguna pena, dijo: --Buen recaudo tenemos: estropea acá, ahorca acullá, mucha orden y morir de hambre. Estando en esto sonaron quejas y llantos, que su mujer del preso hacía pidiendo justicia a Dios, del agravio que a su marido querían hacer. El piloto mayor fue a hablar a la gobernadora y representarle, que parecía cosa injusta, en pago de tantas calamidades como aquel hombre había pasado, muertos cuatro hijos, gastada su hacienda, en remate, por causa poca y mal averiguada, quedar sin todo y morir sin honra. Respondió la gobernadora, que había quebrantado su mandamiento y era razón lo pagase. Y el piloto mayor replicó diciendo: que también se quebrantaban los de Dios con pena de la vida eterna, y los de la Santa Madre Iglesia con pena de excomunión, y los del Rey con pena de traidor, pérdida de la vida, honra y hacienda, y que no se ensangrentaba luego la espada. Dijo la gobernadora que había mandado hacer aquello para poner miedo a los marineros. Pidióla el piloto mayor que no fuese a tanta costa ajena, y que él los asiguraba y se hacía cargo de ellos. Con esto fue libre el preso y paró la solicitud del sargento mayor.