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Datos principales
Desarrollo
Del estado en que iba la nao prosiguiendo su viaje, y la muerte del ermitaño Hízose lista de los demás enfermos, y a cada uno se daba cada mañana, de más de su ración, un plato de gachas ayudadas con manteca y miel, y a la tarde un jarro de agua con un poco de azúcar para ayudarlos a sustentar; y a las personas que estaban con alguna salud más; ración doblada para poder suplir la bomba cuatro veces cada día, con que se padeció grandemente, porque unos se escondían, otros se sentaban, otros se tendían diciendo no podían trabajar. Noche se pasó toda sin poderlos obligar con el daño que tan cerca estaba, cuyos clamores y necesidades forzosas son dos cosas que no se pueden bien soldar. La nao por tener la jarcia y velas podridas por momentos había que remendar, y que hacer costuras a cabos: era el mal, que no había con qué suplir. iba el árbol mayor rendido por la carlinga: el dragante por no ser amordazado, pendió a una banda y llevó consigo el bauprés, que nos daba mucho cuidado. La cebadera con todos sus aparejos se fueron a la mar, sin cogerse cosa de ella. El estay mayor se rompió segunda vez: fue necesario del calabrote cortar parte y hacer otro estay, que se puso ayudado con los brandales del árbol mayor que se quitaron. No hubo verga que no viniese abajo, rompidas trizas, ostagas, y tal vez estuvo tres días la vela tendida en el combes, por no haber quien la quisiese, ni pudiese izar, y triza de treinta y tres costuras. Los masteleros y velas de gavia, verga de mesana, las quitamos todos para aparejar y ayudar las dos velas maestras, con que sólo se navegaba.
Del casco del navío se puede decir, con verdad, que sólo la ligazón sustentó la gente, por ser de aquella buena madera de Guayaquil, que se dice Guatchapelí, que parece jamás se envejece. Por las obras muertas estaba tan abierto el navío, que a pipas entraba y salía el agua, cuando iba a la bolina. Los marineros, por lo mucho que tenían a que acudir, y por sus enfermedades, y por ver la nao tan falta de los remedios, iban ya tan aborridos, que no estimaban la vida en nada; y uno hubo que dijo al piloto mayor, que para qué se cansaba y los cansaba: que más valía morir una que muchas veces; que cerrasen todos los ojos, y dejasen ir la nao a fondo. No querían algunas veces laborar, diciendo que Dios ni el Rey obligaban a lo imposible; que ellos estaban sin fuerzas, y si se colgaban de los brazos, no se podían sustentar sin venir abajo; y si muriesen, ¿quién los había de resucitar? Y al piloto mayor le dijo uno, que se echaría a la mar, aunque le llevase el diablo cuerpo y alma; y otros muchos le decían, que pues los sabía mandar, que les diese de comer, y juntamente de las botijas de vino y aceite y vinagre que tenía la gobernadora, o que se las vendiese a trueque de su trabajo, o que ellos le darían prendas, o pagarían en Manila , o la darían otro tanto de lo mismo, pues era para cobrar fuerzas para llevar su nao y a ella, o si no que muriesen todos a trueque de que ella muriese; y cuando había las mayores necesidades de sus personas, entonces mostraban las suyas y recordaban lo pasado.
El piloto mayor trató por veces a la gobernadora de este pleito, que duró todo el viaje, y le dijo que mucho peor era morir que no gastar. Díjole que más obligaciones tenía a ella que no a los marineros que hablaban con su favor del, y que si ahorcase a dos, los demás callarían. Respondióla el piloto mayor, que no trataba sino de remediar necesidades, y que los marineros eran buenos; que si abogaba, no era por afición ni obligación que les tuviese, sino para que llevasen su nao donde ella misma quería; y que la obligación del darla gusto, no le quitaba la que tenía a su oficio; que bien parecía la paga junto a la deuda. Al fin dio dos botijas de aceite; mas como eran muchos gastóse presto; y por esto se renovaron quejas, que duraron todo el viaje. Los soldados, viendo tan largos tiempos (porque ninguno es corto a quien padece), también decían su poco y mucho; y tal dijo, que trocaría la vida por una sentencia de muerte en una cárcel, o por un lugar de un banco en una galera de turcos, a donde moriría confesado, o viviría esperando una victoria, o rescate. --Esperanza en Dios, cuyo poder es mayor que todas nuestras necesidades, dijo uno, y que aquél era viaje armado y sobre pobreza. Esta muerte que tengo por venturosa venida al remate de tan buenas obras, recibida con mansedumbre, ¿qué se puede entender sino que pues el Señor fue servido de llamar en tan buena ocasión a nuestro buen Juan Leal, que fue para premiarle en el cielo lo merecido en el suelo? Murió tan solo y desamparado como los otros. Era en vida y costumbres ejemplar; estimaba el mundo y sus cosas, en lo que merece ser estimado; andaba vestido de sayal pegado a las carnes, hábito a media pierna y descalzo, barba y cabello largo; y en esta estrecha vida, y en servir hospitales, había muchos años que vivía, después de otros muchos que había sido soldado en Chile. Esta misma noche se fue a la mar un enfermo, no se supo cómo, y dando voces, que pedía socorro y las metía en el alma, se quedó sin ser más visto.
Del casco del navío se puede decir, con verdad, que sólo la ligazón sustentó la gente, por ser de aquella buena madera de Guayaquil, que se dice Guatchapelí, que parece jamás se envejece. Por las obras muertas estaba tan abierto el navío, que a pipas entraba y salía el agua, cuando iba a la bolina. Los marineros, por lo mucho que tenían a que acudir, y por sus enfermedades, y por ver la nao tan falta de los remedios, iban ya tan aborridos, que no estimaban la vida en nada; y uno hubo que dijo al piloto mayor, que para qué se cansaba y los cansaba: que más valía morir una que muchas veces; que cerrasen todos los ojos, y dejasen ir la nao a fondo. No querían algunas veces laborar, diciendo que Dios ni el Rey obligaban a lo imposible; que ellos estaban sin fuerzas, y si se colgaban de los brazos, no se podían sustentar sin venir abajo; y si muriesen, ¿quién los había de resucitar? Y al piloto mayor le dijo uno, que se echaría a la mar, aunque le llevase el diablo cuerpo y alma; y otros muchos le decían, que pues los sabía mandar, que les diese de comer, y juntamente de las botijas de vino y aceite y vinagre que tenía la gobernadora, o que se las vendiese a trueque de su trabajo, o que ellos le darían prendas, o pagarían en Manila , o la darían otro tanto de lo mismo, pues era para cobrar fuerzas para llevar su nao y a ella, o si no que muriesen todos a trueque de que ella muriese; y cuando había las mayores necesidades de sus personas, entonces mostraban las suyas y recordaban lo pasado.
El piloto mayor trató por veces a la gobernadora de este pleito, que duró todo el viaje, y le dijo que mucho peor era morir que no gastar. Díjole que más obligaciones tenía a ella que no a los marineros que hablaban con su favor del, y que si ahorcase a dos, los demás callarían. Respondióla el piloto mayor, que no trataba sino de remediar necesidades, y que los marineros eran buenos; que si abogaba, no era por afición ni obligación que les tuviese, sino para que llevasen su nao donde ella misma quería; y que la obligación del darla gusto, no le quitaba la que tenía a su oficio; que bien parecía la paga junto a la deuda. Al fin dio dos botijas de aceite; mas como eran muchos gastóse presto; y por esto se renovaron quejas, que duraron todo el viaje. Los soldados, viendo tan largos tiempos (porque ninguno es corto a quien padece), también decían su poco y mucho; y tal dijo, que trocaría la vida por una sentencia de muerte en una cárcel, o por un lugar de un banco en una galera de turcos, a donde moriría confesado, o viviría esperando una victoria, o rescate. --Esperanza en Dios, cuyo poder es mayor que todas nuestras necesidades, dijo uno, y que aquél era viaje armado y sobre pobreza. Esta muerte que tengo por venturosa venida al remate de tan buenas obras, recibida con mansedumbre, ¿qué se puede entender sino que pues el Señor fue servido de llamar en tan buena ocasión a nuestro buen Juan Leal, que fue para premiarle en el cielo lo merecido en el suelo? Murió tan solo y desamparado como los otros. Era en vida y costumbres ejemplar; estimaba el mundo y sus cosas, en lo que merece ser estimado; andaba vestido de sayal pegado a las carnes, hábito a media pierna y descalzo, barba y cabello largo; y en esta estrecha vida, y en servir hospitales, había muchos años que vivía, después de otros muchos que había sido soldado en Chile. Esta misma noche se fue a la mar un enfermo, no se supo cómo, y dando voces, que pedía socorro y las metía en el alma, se quedó sin ser más visto.