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Datos principales
Desarrollo
De cómo el maese de campo vino a la nao: lo que pasó con el adelantado, y a él con los soldados en la tierra a donde el piloto mayor habló al maese de campo Este era el estado de las cosas cuando el maese de campo fue a la nao a hablar al adelantado, que pues le tenía solo, le hiciese dar garrote y le colgase de una entena; también le daba prisa doña Isabel su mujer (según ella contó), que decía a su marido: --Señor, matadlo, o hacedlo matar: ¿qué más queréis, pues os ha venido a las manos?, y si no, yo le mataré con este machete. Era el adelantado prudente, y no lo hizo. Entendió que te pareció que su deseo del maese de campo no llegaría a tantas ofensas suyas cuantas le decían trataba. Llegó a tierra el maese de campo, y dijo a los soldados: --Señores, yo vengo de hablar al general sobre cosas suyas y de esta población, y me dijo que sabía que todos andaban afligidos y alborotados, diciendo no ser buena esta tierra; que los sacasen de ella: y dice que pidan por papel que él responderá, y es razón; pues es nuestro general. Y luego dijo: --Motín no lo es, sino cuando sin decir nada a sus cabezas vienen de rondón los soldados, matando y diciendo: "afuera bellacos". Vuesas mercedes pueden pedir; y entre tanto se irá a buscar la almiranta; que son hermanos nuestros, y no es justo se quede sin que se busque. Pero si yo fuera que el maese de campo, dijera e hiciera porque no se entendiese que en lo que se pretendía prestaba consentimiento, y más habiéndole dicho el adelantado que sus amigos eran en todo lo más declarados; razón con que se daba a entender que también gustaba de ello.
Ningún soldado, de cualquier condición que sea, de hoy más hable palabra que mal suene al oído de mi general; porque le tengo de colgar, aunque sea el más amigo. Mi general tiene fiado de mí su honra y el servicio del Rey, en cuyo lugar está: yo le tengo de servir: cada uno se aperciba a otro tanto: a mí me tiene porque favorezco vuestro partido; no tengo de perder mi honra, ni se ha de entender jamás que a una persona de mis obligaciones, cargo y prática le pasan por el pensamiento cosas tan feas e injustas. Tampoco es razón se entienda que tan honrados soldados, como son los de este campo, querrán por fuerza lo que suena. Cada uno acuda a lo que se le ordenare; porque aquí venimos sólo a obedecer y servir al Rey, y a quien mal le sirviere, castigarlo. Los soldados comenzaron a decir cosas de voz común; que como no los amedrentaron no se acordaron de ello, y dijo uno, tratándose de buscar el almiranta, que él se ofrecía a ir en nombre de todos a buscarla: que como él fuese, estaba seguro el negocio, como si fuera de más confianza que los otros, o como si no ignorara del todo el arte de navegar. Dijo otro: --Vaya el adelantado, que es experto, y no le pueden engañar; y otros decían que fuese el maese de campo: y a esto, un soldado: que el maese de campo no era marinero; y él, riéndose, dijo: --Señores, yo no entiendo estas cosas, y bien me pueden vender en ellas; y dijo más: alguno ha de ir y de alguno se ha de fiar esta ida; y así se quedó lo que toca a público.
Lo secreto juró un testigo que estando el piloto mayor hablando, dijo un soldado a otro: --¿Qué escuchamos a este traidor?, matémosle. El piloto mayor apartó al maese de campo, diciendo le oyese un poco. Con cuidado le miró las manos, y en breve espacio trataron muchas cosas sobre las otras que están dichas; y acerca de la navegación le dijo el piloto mayor, que cuando se ofreciese, los llevaría bien a todos a donde lo mandase el general; y el maese de campo le dijo que ya no hacía cuenta de su vida, y que no dijese nada si no es cuando se le preguntase. Despedido el piloto mayor, se fue a la nao a dar cuenta al general de lo que había pasado, diciéndole que era su parecer que fuese a tierra y hablase con su gente, que la tenía por fácil de atraer y reducir, con su presencia, a su voluntad, representándoles las causas justas que había. El siguiente día fue el general a tierra; en donde saltando, dijo un criado suyo, arremangando los brazos: --Morcillas ha de haber. Viendo ciertos soldados al adelantado, dijo uno a otro: --Fulano, con la martingala sale nuestro general; también viene armado: ¿qué os parece de aquello que su criado dice? El adelantado dejó concertado aquel día con don Lorenzo y otros tres soldados de quien se fió la muerte del maese de campo, que fue bien diferente de lo que yo entendí salió a hacer; pero tantas cosas debieron de decirle que a mi parecer le mudaron del suyo. Cierta persona me dijo había dicho un mal tercero al adelantado, que si diesen de puñaladas al maese de campo (que él no decía que lo matasen), pero que si le matasen, etc. juzgue el de mejor entendimiento, el más experimentado y celoso; porque yo no me tengo por bueno, para juez de vivos y muertos.
Ningún soldado, de cualquier condición que sea, de hoy más hable palabra que mal suene al oído de mi general; porque le tengo de colgar, aunque sea el más amigo. Mi general tiene fiado de mí su honra y el servicio del Rey, en cuyo lugar está: yo le tengo de servir: cada uno se aperciba a otro tanto: a mí me tiene porque favorezco vuestro partido; no tengo de perder mi honra, ni se ha de entender jamás que a una persona de mis obligaciones, cargo y prática le pasan por el pensamiento cosas tan feas e injustas. Tampoco es razón se entienda que tan honrados soldados, como son los de este campo, querrán por fuerza lo que suena. Cada uno acuda a lo que se le ordenare; porque aquí venimos sólo a obedecer y servir al Rey, y a quien mal le sirviere, castigarlo. Los soldados comenzaron a decir cosas de voz común; que como no los amedrentaron no se acordaron de ello, y dijo uno, tratándose de buscar el almiranta, que él se ofrecía a ir en nombre de todos a buscarla: que como él fuese, estaba seguro el negocio, como si fuera de más confianza que los otros, o como si no ignorara del todo el arte de navegar. Dijo otro: --Vaya el adelantado, que es experto, y no le pueden engañar; y otros decían que fuese el maese de campo: y a esto, un soldado: que el maese de campo no era marinero; y él, riéndose, dijo: --Señores, yo no entiendo estas cosas, y bien me pueden vender en ellas; y dijo más: alguno ha de ir y de alguno se ha de fiar esta ida; y así se quedó lo que toca a público.
Lo secreto juró un testigo que estando el piloto mayor hablando, dijo un soldado a otro: --¿Qué escuchamos a este traidor?, matémosle. El piloto mayor apartó al maese de campo, diciendo le oyese un poco. Con cuidado le miró las manos, y en breve espacio trataron muchas cosas sobre las otras que están dichas; y acerca de la navegación le dijo el piloto mayor, que cuando se ofreciese, los llevaría bien a todos a donde lo mandase el general; y el maese de campo le dijo que ya no hacía cuenta de su vida, y que no dijese nada si no es cuando se le preguntase. Despedido el piloto mayor, se fue a la nao a dar cuenta al general de lo que había pasado, diciéndole que era su parecer que fuese a tierra y hablase con su gente, que la tenía por fácil de atraer y reducir, con su presencia, a su voluntad, representándoles las causas justas que había. El siguiente día fue el general a tierra; en donde saltando, dijo un criado suyo, arremangando los brazos: --Morcillas ha de haber. Viendo ciertos soldados al adelantado, dijo uno a otro: --Fulano, con la martingala sale nuestro general; también viene armado: ¿qué os parece de aquello que su criado dice? El adelantado dejó concertado aquel día con don Lorenzo y otros tres soldados de quien se fió la muerte del maese de campo, que fue bien diferente de lo que yo entendí salió a hacer; pero tantas cosas debieron de decirle que a mi parecer le mudaron del suyo. Cierta persona me dijo había dicho un mal tercero al adelantado, que si diesen de puñaladas al maese de campo (que él no decía que lo matasen), pero que si le matasen, etc. juzgue el de mejor entendimiento, el más experimentado y celoso; porque yo no me tengo por bueno, para juez de vivos y muertos.