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Datos principales
Desarrollo
De cómo se tuvo vista de otras tres islas, sus nombres, y cómo se tomó puerto en la de Santa Cristina Isla de San Pedro.--A poca distancia de esta isla se tuvo la vista de otras tres islas, en cuya demanda se fue: la primera, a quien el adelantado puso nombre San Pedro, estará de la Magdalena diez leguas al Norte cuarta del Noroeste. No se supo si está poblada, porque no llegaron a ella: es isla de cuatro leguas de boj, de mucha arboleda pareja no muy alta; tiene a la parte del Leste un farellón poco apartado de la tierra. Isla Dominica.--Hay otra isla, que tendrá de boj quince leguas, su nombre es la Dominica; está al Noroeste de la de San Pedro, distancia cinco leguas: es isla de buena vista, córrese de Nordeste Sudoeste, tiene muy buenas llanadas y aun los altos lo parecían; es muy poblada y con manchas de mucha arboleda. Isla Santa Cristina, Las Marquesas de Mendoza.--Al Sur de la Dominica está la otra isla a quien se dio por nombre Santa Cristina: pareció tener nueve leguas de boj, dista de la Dominica poco más de una legua, con canal limpia, hondable. Púsolas, todas cuatro juntas, el adelantado por nombre Las Marquesas de Mendoza, en memoria del marqués de Cañete, porque en esto, y en hacerse en viernes a la vela con sus navíos de algún puerto, quería mostrar cuán agradecido estaba al despacho que le dio. De una en otra vuelta, buscando puerto en la isla Dominica, salieron de ella muchas canoas de indios, pareciendo algunos de color más morenos, y dando sus voces mostraban la misma voluntad que los pasados.
Venía en una canoa un viejo bien ajestado, que en la una mano traía un ramo verde y otra cosa blanca: llamaba éste en ocasión que viraban de otra vuelta, y así creyendo que las naos se iban, comenzó a dar de nuevo muchas voces, hacía unas señas con sus mismos cabellos, y con ellos y con el dedo apuntaba a su tierra. Mostró el adelantado deseo de ir, mas no se pudo efectuar por ser la parte del Leste y ventar recio este viento y no se ver puerto abrigado a donde surgir, aunque la fragata, que lo andaba buscando bien cerca de tierra, dijo haber mucha más gente que la de la nao se vio, y que había entrado en ella un indio que con gran facilidad había alzado una ternera de una oreja. El siguiente día envió el general al maese de campo, con veinte soldados en la barca, a buscar puerto o agua en esta isla de Santa Cristina. Salieron muchos indios en muchas canoas y acercándose le cercaron: queriendo los nuestros asegurarse, mataron algunos, y uno por salvarse se echó a nado llevando un hijo en los brazos, y aferrados los dos fueron a fondo de un arcabuzazo que disparó uno, que decía después con gran dolor que el diablo había de llevar a quien se lo había mandado. Diciéndole a esto el piloto mayor que si tanto lo había de sentir que disparara por alto, dijo que por no perder la opinión de buen arcabucero; y el piloto mayor, que ¿de qué le había de servir entrar en el infierno con fama de buen puntero? Recogióse el maese de campo sin hallar puerto ni agua.
En este mismo tiempo habían entrado en la nao capitana cuatro muy gallardos indios, y como al descuido cogió el uno una perrica, que era el regalo del maese de campo, y dando una voz todos se echaron al agua con un brío muy de ver, y nadando la llevaron a sus canoas. El día siguiente, que lo fue de Santiago , volvió el general a enviar al maese de campo con los veinte soldados a la isla de Santa Cristina, a buscar agua o puerto. Fue y surto en uno saltó en tierra; con la gente en orden, tocando caja, rodeó un pueblo, y los indios de él se estuvieron quedos mirándolos. Hizo el maese de campo alto, llamólos y vinieron como trescientos: los nuestros hicieron una raya, con señas de que no pasasen de ella, y pidiéndoles agua la trajeron en cocos; con otras frutas salieron las indias. Afirman los soldados ser muchas de ellas muy hermosas, y que fueron fáciles de sentarse junto a ellos en buena conversación, y regalarse todos de manos. Envió a los indios el maese de campo con botijas a buscar agua, pero ellos hacían señas que las cargasen los nuestros, huyendo con cuatro de ellas; a cuya razón los acañonearon. Avisado el general del puerto en que estaba el maese de campo, mandó guiar la nao para surgir en él, y estando cerca, con el abrigo de la tierra faltó el viento y de la mar vino un embate que tuvo la nao, el largo de una lanza, de una roca tajada que tenía a pique cincuenta brazas: hubo gran bullicio por el conocido peligro, y así se alargó velacho con que fue Dios servido cogiese viento y con él salió.
Vino luego segundo aviso de ser el puerto ruin, fondo de ratones, e imposibilitados de salir una vez entrados. Estaba muy enfadado el adelantado de oír las quejas que había, causadas por el trabajo, de que movido quiso seguir su camino diciendo que bastaba el agua que había en las naos para llegar a sus Islas. Recordóle el piloto mayor la incertidumbre de la mar, a que respondió: --Y si no se halla puerto, ¿qué tengo que hacer? Dijo el piloto, que volver al de la Magdalena, que ya estaba visto y fondado por la fragata, y que por poco más era bueno asegurarlo más. Andaba en este tiempo el maese de campo costeando la isla, y bien cerca del Puerto en que había surgido halló otro en donde, avisados de él, se surgió.
Venía en una canoa un viejo bien ajestado, que en la una mano traía un ramo verde y otra cosa blanca: llamaba éste en ocasión que viraban de otra vuelta, y así creyendo que las naos se iban, comenzó a dar de nuevo muchas voces, hacía unas señas con sus mismos cabellos, y con ellos y con el dedo apuntaba a su tierra. Mostró el adelantado deseo de ir, mas no se pudo efectuar por ser la parte del Leste y ventar recio este viento y no se ver puerto abrigado a donde surgir, aunque la fragata, que lo andaba buscando bien cerca de tierra, dijo haber mucha más gente que la de la nao se vio, y que había entrado en ella un indio que con gran facilidad había alzado una ternera de una oreja. El siguiente día envió el general al maese de campo, con veinte soldados en la barca, a buscar puerto o agua en esta isla de Santa Cristina. Salieron muchos indios en muchas canoas y acercándose le cercaron: queriendo los nuestros asegurarse, mataron algunos, y uno por salvarse se echó a nado llevando un hijo en los brazos, y aferrados los dos fueron a fondo de un arcabuzazo que disparó uno, que decía después con gran dolor que el diablo había de llevar a quien se lo había mandado. Diciéndole a esto el piloto mayor que si tanto lo había de sentir que disparara por alto, dijo que por no perder la opinión de buen arcabucero; y el piloto mayor, que ¿de qué le había de servir entrar en el infierno con fama de buen puntero? Recogióse el maese de campo sin hallar puerto ni agua.
En este mismo tiempo habían entrado en la nao capitana cuatro muy gallardos indios, y como al descuido cogió el uno una perrica, que era el regalo del maese de campo, y dando una voz todos se echaron al agua con un brío muy de ver, y nadando la llevaron a sus canoas. El día siguiente, que lo fue de Santiago , volvió el general a enviar al maese de campo con los veinte soldados a la isla de Santa Cristina, a buscar agua o puerto. Fue y surto en uno saltó en tierra; con la gente en orden, tocando caja, rodeó un pueblo, y los indios de él se estuvieron quedos mirándolos. Hizo el maese de campo alto, llamólos y vinieron como trescientos: los nuestros hicieron una raya, con señas de que no pasasen de ella, y pidiéndoles agua la trajeron en cocos; con otras frutas salieron las indias. Afirman los soldados ser muchas de ellas muy hermosas, y que fueron fáciles de sentarse junto a ellos en buena conversación, y regalarse todos de manos. Envió a los indios el maese de campo con botijas a buscar agua, pero ellos hacían señas que las cargasen los nuestros, huyendo con cuatro de ellas; a cuya razón los acañonearon. Avisado el general del puerto en que estaba el maese de campo, mandó guiar la nao para surgir en él, y estando cerca, con el abrigo de la tierra faltó el viento y de la mar vino un embate que tuvo la nao, el largo de una lanza, de una roca tajada que tenía a pique cincuenta brazas: hubo gran bullicio por el conocido peligro, y así se alargó velacho con que fue Dios servido cogiese viento y con él salió.
Vino luego segundo aviso de ser el puerto ruin, fondo de ratones, e imposibilitados de salir una vez entrados. Estaba muy enfadado el adelantado de oír las quejas que había, causadas por el trabajo, de que movido quiso seguir su camino diciendo que bastaba el agua que había en las naos para llegar a sus Islas. Recordóle el piloto mayor la incertidumbre de la mar, a que respondió: --Y si no se halla puerto, ¿qué tengo que hacer? Dijo el piloto, que volver al de la Magdalena, que ya estaba visto y fondado por la fragata, y que por poco más era bueno asegurarlo más. Andaba en este tiempo el maese de campo costeando la isla, y bien cerca del Puerto en que había surgido halló otro en donde, avisados de él, se surgió.