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Datos principales
Desarrollo
De las cosas que sucedieron en esta provincia después de la partida de don Pedro de Mendoza Habiendo llegado el capitán Salazar al puerto de Buenos Aires, y dado razón de las cosas del río arriba, se determinó que Francisco Ruiz con la mayor gente que pudiese, se fuera a donde estaba Gonzalo de Mendoza, que era el puerto de nuestra Señora de la Asunción, a rehacerse de víveres por haber informado Salazar que había en gran cantidad, y que los indios de aquella tierra estaban de paz y amistad con los españoles, para lo cual se embarcaron en sus navíos toda la gente que cupo, y caminaron el río arriba, y llegados a Corpus Christi se sacó la mitad de la gente que allí había y prosiguieron unos y otros su viaje, llevando en su compañía al contador Felipe de Cáceres que quedó con el oficio de su hermano, al tesorero García Venegas, y a otros caballeros y capitanes, dejando en su lugar en Buenos Aires al capitán Juan de Ortega, siguiendo su derrota con grandes trabajos y necesidades al fin llegaron a la casa fuerte, donde hallaron al capitán Gonzalo de Mendoza en gran amistad con los indios Guaraníes de aquella comarca, que a la sazón sI hallaba escasa de bastimento por causa de una plaga general de langostas que había talado todas las chacras, con cuyo accidente Francisco Ruiz y los de su compañía quedaron muy tristes; y en esta coyuntura llegó de arriba Domingo Martínez de Irala con sus navíos; porque habiendo aguardado al General Juan de Ayolas más de ocho meses, la necesidad de alimentos le constriño bajar a rehacerse de lo necesario, y a dar carena a sus navíos, que estaban muy mal parados; y así le fue forzoso llegar a este puerto, donde Francisco Ruiz y él tuvieron algunas competencias, de que resultó el prender a Domingo Martínez de Irala; pero interviniendo algunos caballeros por él, fue luego suelto de esta prisión.
Domingo de Irala con toda priesa volvió río arriba, por ver si había alguna nueva del general Juan de Ayolas, a quien dejaremos por ahora, y pasemos al capitán Francisco Ruiz, quien habiéndose rehecho de algunos víveres, regresó para Buenos Aires; y llegando a la fortaleza de Corpus Christi, que estaba al comando del capitán Alvarado, propuso determinadamente dar sobre los indios Caracaraes, sin otra más razón que decir favorecían a unos indios rebelados contra los españoles; y sin acuerdo, ni parecer de los capitanes, habiéndolos asegurado con buenas palabras, dio en ellos una madrugada, y quemándoles sus ranchos, mató gran cantidad, y prendiendo muchas mujeres y niños, los repartió entre los soldados, y hecho esto se fue con su gente a Buenos Aires, llevando al capitán Alvarado, y sustituyendo en su lugar a Antonio de Mendoza con 100 soldados. En Buenos Aires halló que había llegado de Castilla a aquel puerto por orden de S.M. el Veedor Alonso Cabrera en una nao llamada la Marañona, con muchas armas y municiones, ropa y mercaderías, que habían despachado ciertos mercaderes de Sevilla, que se habían obligado a hacer este proveimiento al gobernador don Pedro Mendoza , y así mismo vinieron algunos caballeros y soldados entre ellos especialmente el más conocido, Antonio López de Aguillar de Peraza, y Antonio Cabrera, sobrino del Veedor; y luego que desembarcaron, se determinó volver a despachar la misma nao, por dar aviso a S.
M. del estado de la tierra, y para el efecto se embarcaron Felipe de Cáceres y Francisco de Alvarado, y siguieron su destino. Así que éstos hubieron partido, se tuvo nueva que el capitán Antonio de Mendoza estaba en muy notable aprieto en su casa fuerte del Corpus Christi, porque los indios comarcanos, lastimados de lo que con los Caracaraes había usado Francisco Ruiz, procuraron vengarse en forma, y así habían ya muerto cuatro soldados y no contentos con esto, y para hacerlo más cautelosamente, enviaron ciertos caciques al capitán disculpándose de lo sucedido, y echando la culpa a unos indios, con quienes decían estaban encontrados por razón de ser amigos de los españoles, y pues que lo eran, y aquellos sus enemigos, tenían obligación de favorecerlos en aquel conflicto, porque de otra suerte, no Pudiendo resistir a la fuerza de los contrarios, les sería forzoso hacerse del mismo bando contra los españoles, sin que por ello se les pudiese atribuir culpa. De tal manera supieron hacer su negocio, y con tanto disimulo, que el capitán se vio forzado a darles 50 soldados, que fuesen con ellos a cargo de su alférez Alonso Suárez de Figueroa, el cual habiendo salido, fue caminando con buen orden hasta ponerse a vista del pueblo de los indios, que distaba poco más de dos leguas del Fuerte, y entrando por un bosque adentro que antes del pueblo estaba, sintiendo ruido, y era la gente emboscada que los estaba aguardando, y acometiéndolos por las espaldas, les atacaron tan furiosamente, que sacándolos a lo raso, les dieron tan gran rociada de flechería, que quedaron muchos heridos; pero revolviéndose los nuestros sobre los indios con grande esfuerzo, mataron muchos de ellos; a este tiempo llegaron de refresco otros escuadrones de la parte del pueblo, y tomaron en medio a los nuestros, quienes, viéndose tan apretados, y algunos muertos, los demás aunque heridos, se fueron retirando desordenadamente; y así tuvieron los indios mejor ocasión de acabarlos con notable crueldad.
Alcanzada esta victoria, la procuraron llevar adelante, para lo cual cercaron el Fuerte con más de 2.000 indios, perseverando en él, hasta que viendo buena ocasión, le asaltaron, y de primera instancia fue herido el capitán Mendoza con una pica que le atravesó una ingle, y los apretaron tan reciamente que a no remediarlo Dios sin ninguna duda ganaran aquel día el Fuerte, pereciendo todos en él; y fue el auxilio de esta manera: que estando en su mayor fuerza el asalto, llegaron dos bergantines en que venían el capitán Simón Jacques y Diego de Abreu, quienes oyendo la gritería y bocina de los indios, reconocieron lo que podía ser, y desde afuera empezaron a disparar las culebrinas y demás artillería que traían en los bergantines, asestando a los escuadrones de los indios, con que hicieron gran riza, y saltando en tierra con demasiada determinación, tomando los capitanes la vanguardia, y peleando cara a cara con el enemigo a espada y rodela, le rompieron, de manera que les fue forzoso desamparar el puesto, y visto por los del Fuerte, tuvieron lugar a salir a pelear, e hicieron con tan gran valor, que fueron hiriendo y matando a cuantos encontraban, de manera que los pusieron en desordenada huida, mostrando en esta ocasión los soldados el valor de sus personas, en especial Juan de Paredes extremeño, Adamae de Olabarriaga vizcaíno, un tal Campuzano, y otros que no cuento: quedaron muertos en el campo mas de 400 indios, y a no hallarse nuestros españoles tan cansados, sin duda ninguna siguen al alcance, y no dejan uno con vida, según estaban de desordenados, rendidos y atónitos de una visión que dicen vieron sobre un torreón de la fortaleza en lo más fuerte del combate: era un hombre vestido de blanco, con una espada desnuda en la mano con tanto resplandor, que al verte caían como ciegos y atónitos en el suelo.
Esto sucedió el día 3 de febrero, que es el de la fiesta del Bienaventurado San Blas, de quien siempre se entendió haber dado este socorro a los nuestros, como otras muchas veces lo ha hecho en aquella tierra, en que se tiene con él tan gran devoción, que le han recibido y jurado por principal Patrón y Abogado. Concluido el suceso, se recogieron los españoles y unos a otros se daban mil parabienes; recibiéndose con lágrimas de amor y consuelo, y entrados en el Fuerte hallaron a Antonio de Mendoza que estaba agonizando de su herida; a quien Dios Nuestro Señor fue servido dar tiempo para poder confesarse con un sacerdote que venia en uno de los bergantines, y luego que recibió la absolución, pasó de esta vida a la eterna. Y la orden que traían de Francisco Ruiz los capitanes de los bergantines, era que en caso que conviniese, llevasen en ellos la jente que allí había por haberse sospechado algún mal suceso de ciertos indios, que prendieron en el río Luján, en cuyo poder hallaron una vela de navío, armas y vestidos ensangrentados, que habían sido de los que iban y venían de Buenos Aires en un bergantín a Corpus Christi, que una noche habían tomado los indios, y mataron toda le gente, que en él iba, por cuyo motivo fueron despachados estos dos bergantines con sesenta soldados y capitanes referidos, que llegaron a tan buen tiempo, e hicieron tan importante socorro.
Domingo de Irala con toda priesa volvió río arriba, por ver si había alguna nueva del general Juan de Ayolas, a quien dejaremos por ahora, y pasemos al capitán Francisco Ruiz, quien habiéndose rehecho de algunos víveres, regresó para Buenos Aires; y llegando a la fortaleza de Corpus Christi, que estaba al comando del capitán Alvarado, propuso determinadamente dar sobre los indios Caracaraes, sin otra más razón que decir favorecían a unos indios rebelados contra los españoles; y sin acuerdo, ni parecer de los capitanes, habiéndolos asegurado con buenas palabras, dio en ellos una madrugada, y quemándoles sus ranchos, mató gran cantidad, y prendiendo muchas mujeres y niños, los repartió entre los soldados, y hecho esto se fue con su gente a Buenos Aires, llevando al capitán Alvarado, y sustituyendo en su lugar a Antonio de Mendoza con 100 soldados. En Buenos Aires halló que había llegado de Castilla a aquel puerto por orden de S.M. el Veedor Alonso Cabrera en una nao llamada la Marañona, con muchas armas y municiones, ropa y mercaderías, que habían despachado ciertos mercaderes de Sevilla, que se habían obligado a hacer este proveimiento al gobernador don Pedro Mendoza , y así mismo vinieron algunos caballeros y soldados entre ellos especialmente el más conocido, Antonio López de Aguillar de Peraza, y Antonio Cabrera, sobrino del Veedor; y luego que desembarcaron, se determinó volver a despachar la misma nao, por dar aviso a S.
M. del estado de la tierra, y para el efecto se embarcaron Felipe de Cáceres y Francisco de Alvarado, y siguieron su destino. Así que éstos hubieron partido, se tuvo nueva que el capitán Antonio de Mendoza estaba en muy notable aprieto en su casa fuerte del Corpus Christi, porque los indios comarcanos, lastimados de lo que con los Caracaraes había usado Francisco Ruiz, procuraron vengarse en forma, y así habían ya muerto cuatro soldados y no contentos con esto, y para hacerlo más cautelosamente, enviaron ciertos caciques al capitán disculpándose de lo sucedido, y echando la culpa a unos indios, con quienes decían estaban encontrados por razón de ser amigos de los españoles, y pues que lo eran, y aquellos sus enemigos, tenían obligación de favorecerlos en aquel conflicto, porque de otra suerte, no Pudiendo resistir a la fuerza de los contrarios, les sería forzoso hacerse del mismo bando contra los españoles, sin que por ello se les pudiese atribuir culpa. De tal manera supieron hacer su negocio, y con tanto disimulo, que el capitán se vio forzado a darles 50 soldados, que fuesen con ellos a cargo de su alférez Alonso Suárez de Figueroa, el cual habiendo salido, fue caminando con buen orden hasta ponerse a vista del pueblo de los indios, que distaba poco más de dos leguas del Fuerte, y entrando por un bosque adentro que antes del pueblo estaba, sintiendo ruido, y era la gente emboscada que los estaba aguardando, y acometiéndolos por las espaldas, les atacaron tan furiosamente, que sacándolos a lo raso, les dieron tan gran rociada de flechería, que quedaron muchos heridos; pero revolviéndose los nuestros sobre los indios con grande esfuerzo, mataron muchos de ellos; a este tiempo llegaron de refresco otros escuadrones de la parte del pueblo, y tomaron en medio a los nuestros, quienes, viéndose tan apretados, y algunos muertos, los demás aunque heridos, se fueron retirando desordenadamente; y así tuvieron los indios mejor ocasión de acabarlos con notable crueldad.
Alcanzada esta victoria, la procuraron llevar adelante, para lo cual cercaron el Fuerte con más de 2.000 indios, perseverando en él, hasta que viendo buena ocasión, le asaltaron, y de primera instancia fue herido el capitán Mendoza con una pica que le atravesó una ingle, y los apretaron tan reciamente que a no remediarlo Dios sin ninguna duda ganaran aquel día el Fuerte, pereciendo todos en él; y fue el auxilio de esta manera: que estando en su mayor fuerza el asalto, llegaron dos bergantines en que venían el capitán Simón Jacques y Diego de Abreu, quienes oyendo la gritería y bocina de los indios, reconocieron lo que podía ser, y desde afuera empezaron a disparar las culebrinas y demás artillería que traían en los bergantines, asestando a los escuadrones de los indios, con que hicieron gran riza, y saltando en tierra con demasiada determinación, tomando los capitanes la vanguardia, y peleando cara a cara con el enemigo a espada y rodela, le rompieron, de manera que les fue forzoso desamparar el puesto, y visto por los del Fuerte, tuvieron lugar a salir a pelear, e hicieron con tan gran valor, que fueron hiriendo y matando a cuantos encontraban, de manera que los pusieron en desordenada huida, mostrando en esta ocasión los soldados el valor de sus personas, en especial Juan de Paredes extremeño, Adamae de Olabarriaga vizcaíno, un tal Campuzano, y otros que no cuento: quedaron muertos en el campo mas de 400 indios, y a no hallarse nuestros españoles tan cansados, sin duda ninguna siguen al alcance, y no dejan uno con vida, según estaban de desordenados, rendidos y atónitos de una visión que dicen vieron sobre un torreón de la fortaleza en lo más fuerte del combate: era un hombre vestido de blanco, con una espada desnuda en la mano con tanto resplandor, que al verte caían como ciegos y atónitos en el suelo.
Esto sucedió el día 3 de febrero, que es el de la fiesta del Bienaventurado San Blas, de quien siempre se entendió haber dado este socorro a los nuestros, como otras muchas veces lo ha hecho en aquella tierra, en que se tiene con él tan gran devoción, que le han recibido y jurado por principal Patrón y Abogado. Concluido el suceso, se recogieron los españoles y unos a otros se daban mil parabienes; recibiéndose con lágrimas de amor y consuelo, y entrados en el Fuerte hallaron a Antonio de Mendoza que estaba agonizando de su herida; a quien Dios Nuestro Señor fue servido dar tiempo para poder confesarse con un sacerdote que venia en uno de los bergantines, y luego que recibió la absolución, pasó de esta vida a la eterna. Y la orden que traían de Francisco Ruiz los capitanes de los bergantines, era que en caso que conviniese, llevasen en ellos la jente que allí había por haberse sospechado algún mal suceso de ciertos indios, que prendieron en el río Luján, en cuyo poder hallaron una vela de navío, armas y vestidos ensangrentados, que habían sido de los que iban y venían de Buenos Aires en un bergantín a Corpus Christi, que una noche habían tomado los indios, y mataron toda le gente, que en él iba, por cuyo motivo fueron despachados estos dos bergantines con sesenta soldados y capitanes referidos, que llegaron a tan buen tiempo, e hicieron tan importante socorro.