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Datos principales
Desarrollo
Cómo los indios destos valles y otros destos reinos creían que las ánimas salían de los cuerpos y no morían, y por qué mandaban echar sus mujeres en las sepulturas Muchas veces he tratado en esta historia que en la mayor parte deste reino del Perú es costumbre muy usada y guardada por todos los indios de enterrar con los cuerpos de los difuntos todas las cosas preciadas que ellos tenían, y algunas de sus mujeres las más hermosas y queridas dellos. Y parece que esto se usaba en la mayor parte destas Indias, por donde se colige que con la manera que el demonio engaña a los unos procura engañar a los otros. En el Cenu, que cae en la provincia de Cartagena, me hallé yo el año de 1535, donde se sacó en un campo raso, junto a un templo que allí estaba hecho a honra deste maldito demonio, tan gran cantidad de sepulturas, que fue cosa admirable, y algunas tan antiguas que había en ella árboles nacidos gruesos y grandes, y sacaron más de un millón destas sepulturas, sin lo que los indios sacaron dellas y sin lo que se queda perdido en la misma tierra. En estas otras partes también se han hallado grandes tesoros en sepulturas, y se hallarán cada día. Y no ha muchos años que Juan de la Torre, capitán que fue de Gonzalo Pizarro , en el valle de Ica, que es en estos valles de los llanos, halló una destas sepulturas, que afirman valió lo que dentro della sacó más de cincuenta mil pesos. De manera que en mandar hacer las sepulturas magníficas y altas, y adornallas con sus losas y bóvedas, y meter con el difunto todo su haber y mujeres y servicio, y mucha cantidad de comida, y no pocos cántaros de chicha o vino de lo que ellos usan, y sus armas y ornamentos, da a entender que ellos tenían conocimiento de la inmortalidad del ánima y que en el hombre había más que cuerpo mortal, y engañados por el demonio cumplían su mandamiento, porque él les hacía entender (según ellos dicen) que después de muertos habían de resucitar en otra parte que les tenía aparejada, adonde habían de comer y beber a voluntad, como lo hacían antes que muriesen; y para que creyesen que sería lo que él les decía cierto, y no falso y engañoso, a tiempos, y cuando la voluntad de Dios era servida de darle poder y permitirlo, tomaba la figura de alguno de los principales que ya era muerto, y mostrándose con su propia figura y talle tal cual él tuvo en el mundo, con apariencia del servicio y ornamento, hacía entenderles que estaba en otro reino alegre y apacible, de la manera que allí lo vían.
Por los cuales dichos y ilusiones del demonio, ciegos estos indios, teniendo por ciertas aquellas falsas apariencias, tienen más cuidado en aderezar sus sepulcros o sepulturas que ninguna otra cosa. Y muerto el señor, le echan su tesoro, y mujeres vivas y muchachos, y otras personas con quien él tuvo, siendo vivo, mucha amistad. Y así, por lo que tengo dicho, era opinión general en todos estos indios yungas, y aun en los serranos deste reino del Perú, que las ánimas de los difuntos no morían, sino que para siempre vivían, y se juntaban allá en el otro mundo unos con otros, adonde, como arriba dije, creían que se holgaban y comían y bebían, que es su principal gloria. Y teniendo esto por cierto, enterraban con los difuntos las más queridas mujeres dellos, y los servidores y criados más privados, y finalmente todas sus cosas preciadas y armas y plumajes, y otros ornamentos de sus personas; y muchos de sus familiares, por no caber en su sepultura, hacían hoyos en las heredades y campos del señor ya muerto, o en las partes donde él solía más holgarse y festejarse, y allí se metían, creyendo que su ánima pasaría por aquellos lugares y los llevaría en su compañía para su servicio; y aun algunas mujeres, por le echar más carga y que tuviese en más el servicio, pareciéndoles que las sepulturas aun no estaban hechas, se colgaban de sus mismos cabellos, y así se mataban. Creemos ser todas estas cosas verdad porque las sepulturas de los muertos lo dan a entender y porque en muchas partes creen y guardan esta tan maldita costumbre; y aun yo me acuerdo, estando a la gobernación de Cartagena, habrá más de doce o trece años, siendo en ella gobernador y juez de residencia el licenciado Juan de Vadillo , de un pueblo llamado Pirina salió un muchacho, y venía huyendo adonde estaba Vadillo, porque le querían enterrar vivo con el señor de aquel pueblo, que había muerto en aquel tiempo.
Y Alaya, señor de la mayor parte del valle de Jauja, murió ha casi dos años y cuentan los indios que echaron con él gran número de mujeres y sirvientes vivos; y aun, si yo no me engaño, se lo dijeron al presidente Gasca, y aunque no poco se lo retrajo a los demás señores, haciéndoles entender que era gran pecado el que cometían, y desvarío sin fruto. Ver al demonio transfigurado en las formas que digo, no hay duda sino que lo ven; llámanle en todo el Perú Sopay. Yo he oído que lo han visto desta suerte muchas veces, y aun también me afirmaron que en el valle de Lile, en los hombres de ceniza que allí estaban, entraba y hablaba con los vivos, diciéndoles estas cosas que voy escribiendo. A fray Domingo, que es (como tengo dicho) gran investigador destos secretos, le oí que dijo una cierta persona que lo había enviado a llamar don Paulo, hijo de Guaynacapa, a quien los indios del Cuzco recibieron por inga, y contóle cómo un criado suyo decía que junto a la fortaleza del Cuzco oía grandes voces, las cuales decían con gran ruido: "¿Por qué no guardas, Inga, lo que eres obligado a guardar? Come y bebe y huélgate, que presto dejarás de comer y beber y holgarte." Y estas voces oyó el que lo dijo a don Paulo cinco o seis noches. Y sin se pasar muchos días, murió el don Paulo, y el que oyó las voces también. Estas son mañas del demonio y lazos que él arma para prender las ánimas destos, que tanto se precian agoreros. Todos los señores destos llanos y sus indios traen sus señales en las cabezas, por donde son conocidos los unos y los otros.
En la Puna y en lo más de la comarca de Puerto Viejo, ya escribí cómo usaban el pecado nefando; en estos valles ni en los demás de la serranía no cuentan que cometían este pecado. Bien creo yo que sería entre ellos lo que es en todo el mundo, que habría algún malo; mas si se conocía, hacíanle grande afrenta, llamándole mujer, diciéndole que dejase el hábito de hombre que tenía. Y agora en nuestro tiempo, como ya vayan dejando los más de sus ritos, y el demonio no tenga fuerza ni poder, ni hay templo ni oráculo público, van entendiendo sus engaños y procuran de no ser tan malos como lo fue, ron antes que oyese la palabra del sacro Evangelio. En sus comidas y bebidas y lujurias con sus mujeres, yo creo, si la gracia de Dios no abaja en ellos, aprovecha poco amonestaciones para que dejen estos vicios, en los cuales entienden las noches y los días sin cansar.
Por los cuales dichos y ilusiones del demonio, ciegos estos indios, teniendo por ciertas aquellas falsas apariencias, tienen más cuidado en aderezar sus sepulcros o sepulturas que ninguna otra cosa. Y muerto el señor, le echan su tesoro, y mujeres vivas y muchachos, y otras personas con quien él tuvo, siendo vivo, mucha amistad. Y así, por lo que tengo dicho, era opinión general en todos estos indios yungas, y aun en los serranos deste reino del Perú, que las ánimas de los difuntos no morían, sino que para siempre vivían, y se juntaban allá en el otro mundo unos con otros, adonde, como arriba dije, creían que se holgaban y comían y bebían, que es su principal gloria. Y teniendo esto por cierto, enterraban con los difuntos las más queridas mujeres dellos, y los servidores y criados más privados, y finalmente todas sus cosas preciadas y armas y plumajes, y otros ornamentos de sus personas; y muchos de sus familiares, por no caber en su sepultura, hacían hoyos en las heredades y campos del señor ya muerto, o en las partes donde él solía más holgarse y festejarse, y allí se metían, creyendo que su ánima pasaría por aquellos lugares y los llevaría en su compañía para su servicio; y aun algunas mujeres, por le echar más carga y que tuviese en más el servicio, pareciéndoles que las sepulturas aun no estaban hechas, se colgaban de sus mismos cabellos, y así se mataban. Creemos ser todas estas cosas verdad porque las sepulturas de los muertos lo dan a entender y porque en muchas partes creen y guardan esta tan maldita costumbre; y aun yo me acuerdo, estando a la gobernación de Cartagena, habrá más de doce o trece años, siendo en ella gobernador y juez de residencia el licenciado Juan de Vadillo , de un pueblo llamado Pirina salió un muchacho, y venía huyendo adonde estaba Vadillo, porque le querían enterrar vivo con el señor de aquel pueblo, que había muerto en aquel tiempo.
Y Alaya, señor de la mayor parte del valle de Jauja, murió ha casi dos años y cuentan los indios que echaron con él gran número de mujeres y sirvientes vivos; y aun, si yo no me engaño, se lo dijeron al presidente Gasca, y aunque no poco se lo retrajo a los demás señores, haciéndoles entender que era gran pecado el que cometían, y desvarío sin fruto. Ver al demonio transfigurado en las formas que digo, no hay duda sino que lo ven; llámanle en todo el Perú Sopay. Yo he oído que lo han visto desta suerte muchas veces, y aun también me afirmaron que en el valle de Lile, en los hombres de ceniza que allí estaban, entraba y hablaba con los vivos, diciéndoles estas cosas que voy escribiendo. A fray Domingo, que es (como tengo dicho) gran investigador destos secretos, le oí que dijo una cierta persona que lo había enviado a llamar don Paulo, hijo de Guaynacapa, a quien los indios del Cuzco recibieron por inga, y contóle cómo un criado suyo decía que junto a la fortaleza del Cuzco oía grandes voces, las cuales decían con gran ruido: "¿Por qué no guardas, Inga, lo que eres obligado a guardar? Come y bebe y huélgate, que presto dejarás de comer y beber y holgarte." Y estas voces oyó el que lo dijo a don Paulo cinco o seis noches. Y sin se pasar muchos días, murió el don Paulo, y el que oyó las voces también. Estas son mañas del demonio y lazos que él arma para prender las ánimas destos, que tanto se precian agoreros. Todos los señores destos llanos y sus indios traen sus señales en las cabezas, por donde son conocidos los unos y los otros.
En la Puna y en lo más de la comarca de Puerto Viejo, ya escribí cómo usaban el pecado nefando; en estos valles ni en los demás de la serranía no cuentan que cometían este pecado. Bien creo yo que sería entre ellos lo que es en todo el mundo, que habría algún malo; mas si se conocía, hacíanle grande afrenta, llamándole mujer, diciéndole que dejase el hábito de hombre que tenía. Y agora en nuestro tiempo, como ya vayan dejando los más de sus ritos, y el demonio no tenga fuerza ni poder, ni hay templo ni oráculo público, van entendiendo sus engaños y procuran de no ser tan malos como lo fue, ron antes que oyese la palabra del sacro Evangelio. En sus comidas y bebidas y lujurias con sus mujeres, yo creo, si la gracia de Dios no abaja en ellos, aprovecha poco amonestaciones para que dejen estos vicios, en los cuales entienden las noches y los días sin cansar.