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Datos principales


Desarrollo


De las costumbres destos indios y de las armas que usan y de las ceremonias que tienen, y quién fue el fundador de la ciudad de Antiocha La gente destos valles es valiente para entre ellos, y así, cuentan que eran muy temidos de los comarcanos. Los hombres andan desnudos y descalzos y no traen sino unos maures angostos, con que se cubren las partes vergonzosas, asidos con un cordel, que traen atado por la cintura. Précianse de tener los cabellos muy largos; las armas con que pelean son dardos y lanzas largas, de la palma negra que arriba dije; tiraderas, hondas y unos bastones largos, como espadas de a dos manos, a quien llaman macanas. Las mujeres andan vestidas de la cintura abajo con mantas de algodón muy pintadas y galanas. Los señores, cuando se casan, hacen una manera de sacrificio a su dios, y juntándose en una casa grande, donde ya están las mujeres más hermosas, toman por mujer la que quieren, y el hijo désta es el heredero, y si no lo tiene el señor hijo hereda el hijo de su hermana. Confinan estas gentes con una provincia que está junto a ella, que se llama Tatabe, de muy gran población de indios muy ricos y guerreros. Sus costumbres conforman con estos sus comarcanos. Tienen armadas sus casas sobre árboles muy crescidos, hechas de muchos horcones altos y muy gruesos, y tiene cada una más de doscientos dellos; la varazón es de no menos grandeza; la cobija que tienen estas tan grandes casas es hojas de palma. En cada una dellas viven muchos moradores con sus mujeres y hijos.

Extiéndense estas naciones hasta la mar del Sur, la vía del poniente. Por el oriente confinan con el gran río del Darién. Todas estas comarcas son montañas muy bravas y muy temerosas. Cerca de aquí dicen que está aquella grandeza y riqueza del Dabaybe, tan mentada en la Tierra Firme. Por otra parte deste valle, donde es señor Nutibara, tiene por vecinos otros indios, que están poblados en unos valles que se llaman de Nore, muy fértiles y abundantes. En uno dellos está agora asentada la ciudad de Antiocha. Antiguamente había gran poblado en estos valles, según nos lo dan a entender sus edificios y sepulturas, que tiene muchas y muy de ver, por ser tan grandes que parescen pequeños cerros. Estos, aunque son de la misma lengua y traje de los de Guaca, siempre tuvieron grandes pendencias y guerras; en tanta manera, que unos y otros vinieron en gran diminución, porque todos los que se tomaban en la guerra los comían y ponían las cabezas a las puertas de sus casas. Andan desnudos éstos como los demás; los señores y principales algunas veces se cubren con una gran manta pintada, de algodón. Las mujeres andan cubiertas con otras pequeñas mantas de lo mismo. Quiero, antes que pase adelante, decir aquí una cosa bien extraña y de grande admiración. La segunda vez que volvimos por aquellos valles, cuando la ciudad de Antiocha fue poblada en las sierras que están por encima dellos, oí decir que los señores o caciques destos valles de Nore buscaban de las tierras de sus enemigos todas las mujeres que podían, las cuales traídas a sus casas, usaban con ellas como con las suyas propias; y si se empreñaban dellos, los hijos que nacían los criaban con mucho regalo hasta que habían doce o treces años, y desta edad, estando bien gordos, los comían con gran sabor, sin mirar que era su sustancia y carne propria; y desta manera tenían mujeres para solamente engendrar hijos en ellas para después comer; pecado mayor que todos los que ellos hacen.

Y háceme tener por cierto lo que digo ver lo que pasó a uno destos principales con el licenciado Juan de Vadillo, que en este año está en España, y si le preguntan lo que yo escribo, dirá ser verdad, y es que la primera vez que entraron cristianos españoles en estos valles, que fuimos yo y mis compañeros, vino de paz un señorete que había por nombre Nabonuco, y traía consigo tres mujeres; y viniendo la noche, las dos dellas se echaron a la larga encima de un tapete o estera y la otra atravesada, para servir de almohada; y el indio se echó encima de los cuerpos dellas muy tendido, y tomó de la mano otra mujer hermosa que quedaba atrás con otra gente suya que luego vino. Y como el licenciado Juan de Vadillo le viese de aquella suerte, preguntóle que para qué había traído aquella mujer que tenía de la mano; y mirándolo al rostro el indio, respondió mansamente que para comerla, y que si él no hubiera venido lo hubiera ya hecho. Vadillo, oído esto, mostrando espantarse, le dijo: "Pues ¿cómo, siendo tu mujer, la has de comer?" El cacique, alzando la voz, tornó a responder, diciendo: "Mira, mira, y aun al, hijo que pariere tengo también de comer." Esto que he dicho pasó en el valle de Nore y en el de Guaca, que es el que dije quedar atrás. Oí decir a este licenciado Vadillo algunas veces cómo supo por dicho de algunos indios viejos, por las lenguas que traíamos, que cuando los naturales dél iban a la guerra, a los indios que prendían en ella hacían sus esclavos, a los cuales casaban con sus parientas vecinas, y los hijos que habían en ellas aquellos esclavos los comían, y que después que los mismos esclavos eran muy viejos y sin potencia para engendrar, los comían también a ellos.

Y a la verdad, como estos indios no tenían fe, ni conoscían al demonio, que tales pecados les hacía hacer, cuán malo y perverso era, no me espanto dello, porque hacer esto más lo tenían ellos por valentía que por pecado. Con estas muertes de tanta gente hallábamos nosotros, cuando descubrimos aquellas regiones, tanta cantidad de cabezas de indios a las puertas de las casas de los principales que parecía que en cada una dellas había habido carnecería de hombres. Cuando se mueren los principales señores destos valles llóranlos muchos días arreo, y tresquílanse sus mujeres, y mátanse las más queridas, y hacen una sepultura tan grande como un pequeño cerro, la puerta della hacia el nascimiento del sol. Dentro de aquella tan gran sepultura hacen una bóveda mayor de lo que era menester, muy enlosada, y allí meten al difunto lleno de mantas y con el oro y armas que tenía; sin lo cual, después que con su vino, hecho de maíz o de otras raíces, han embeodado a las más hermosas de sus mujeres y algunos muchachos sirvientes, los metían vivos en aquella bóveda, y allí los dejaban para que el señor abajase más acompañado a los infiernos. Esta ciudad de Antiocha está fundada y asentada en un valle destos que digo, el cual está entre los famosos y nombrados y muy riquísimos ríos del Darién y de Santa Marta, porque estos valles están en medio de ambas cordilleras. El asiento de la ciudad es muy bueno y de grandes llanos, junto a un pequeño río. Está la ciudad más allegada al norte que ninguna de las del reino del Perú.

Corren junto a ella otros ríos, muchos y muy buenos, que nascen de las cordilleras que están a los lados, y muchas fuentes manantiales de muy clara y sabrosa agua; los ríos, todos los más llevan oro en gran cantidad y muy fino, y están pobladas sus riberas de muchas arboledas de frutas de muchas maneras; a toda parte cercana de grandes provincias de indios muy ricos de oro, porque todos los cogen en sus propios pueblos. La contratación que tienen es mucha. Usan de romanas pequeñas y de pesos para pesar el oro. Son todos grandes carniceros de comer carne humana. En tomándose unos a otros no se perdonan. Un día vi yo en Antiocha, cuando le poblamos, en unas sierras donde el capitán Jorge Robledo la fundó (que después, por mandado del capitán Juan Cabrera, se pasó donde agora está), que estando en un maizal vi junto mí cuatro indios, y arremetieron a un indio que entonces llegó allí, y con las macanas le mataron; y a las voces que yo di lo dejaron, llevándole las piernas; sin lo cual, estando aún el pobre indio vivo, le bebían la sangre y le comían a bocados sus entrañas. No tienen flechas ni usan más armas de las que he dicho arriba. Casa de adoración o templo no se les ha visto más de aquella que en la Guaca quemaron. Hablan todos en general con el demonio, y en cada pueblo hay dos o tres indios antiguos y diestros en maldades que hablan con él; y éstos dan las respuestas y denuncian lo que el demonio les dice que ha de ser. La inmortalidad del ánima no la alcanzan enteramente. El agua y todo lo que la tierra produce lo echan a naturaleza, aunque bien alcanzan que hay Hacedor; mas su creencia es falsa, como diré adelante. Esta ciudad de Antiocha pobló y fundó el capitán Jorge Robledo en nombre de su majestad el emperador don Carlos, rey de España y de estas Indias nuestro señor, y con poder del adelantado don Sebastián de Belalcácar, su gobernador y capitán general de la provincia de Popayán, año del nascimiento de nuestro Señor de 1541 años. Esta ciudad está en siete grados de la equinocial, a la parte del norte.

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