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Datos principales
Desarrollo
Cómo fuimos a Iztapalapa con Cortés, y llevó en su compañía a Cristóbal de Olí y a Pedro de Alvarado, y quedó Gonzalo de Sandoval por guarda de Tezcuco, y lo que nos acaeció en la toma de aquel pueblo Pues como había doce días que estábamos en Tezcuco, y teníamos los tlascaltecas, por mí ya otra vez nombrados, que estaban con nosotros, y porque tuviesen qué comer, porque para tantos como eran no se lo podían dar abastadamente los de Tezcuco, y porque no recibiesen pesadumbre dello; y también porque estaban deseosos de guerrear con mexicanos, y se vengar por los muchos tlascaltecas que en las derrotas pasadas les habían muerto y sacrificado, acordó Cortés que él por capitán general, y con Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olí , y con trece de a caballo y veinte ballesteros y seis escopeteros y doscientos y veinte soldados, y con nuestros amigos de Tlascala y con otros veinte principales de Tezcuco que nos dio don Hernando, cacique mayor de Tezcuco, y estos sabíamos que eran sus primos y parientes del mismo cacique y enemigos de Guatemuz, que ya le habían alzado por rey en México; fuésemos camino de Iztapalapa, que estará de Tezcuco obra de cuatro leguas (ya he dicho otra vez, en el capítulo que dello trata, que estaban más de la mitad de las casas edificadas en el agua y la mitad en tierra firme); e yendo nuestro camino con mucho concierto, como lo teníamos de costumbre, como los mexicanos siempre tenían velas y guarniciones y guerreros contra nosotros, que sabían que íbamos a dar guerra a algunos de sus pueblos para luego les socorrer, así lo hicieron saber a los de Iztapalapa para que se apercibiesen, y les enviaron sobre ocho mil mexicanos de socorro.
Por manera que en tierra firme aguardaron como buenos guerreros, así los mexicanos que fueron en su ayuda como los pueblos de Iztapalapa, y pelearon un buen rato muy valerosamente con nosotros; mas los de a caballo rompieron por ellos, y con las ballestas y escopetas y todos nuestros amigos los tlascaltecas, que se metían en ellos como perros rabiosos, de presto dejaron el campo y se metieron en su Pueblo; y esto fue sobre cosa pensada y con un ardid que entre ellos tenían acordado, que fuera harto dañoso para nosotros si de presto no saliéramos de aquel pueblo; y fue desta manera, que hicieron que huyeron, y se metieron en canoas en el agua y en las casas que estaban en el agua, y dellos en unos carrizales; y como ya era noche oscura, nos dejan aposentar en tierra firme sin hacer ruido ni muestra de guerra; y con el despojo que habíamos habido e la victoria estábamos contentos; y estando de aquella manera, puesto que teníamos velas, espías y rondas, y aun corredores del campo en tierra firme; cuando no nos catamos vino tanta agua por todo el pueblo, que si los principales que llevábamos de Tezcuco no dieran voces, y nos avisaran que saliésemos presto de las casas, todos quedáramos ahogados; porque soltaron dos acequias de agua y abrieron una calzada, con que de presto se hinchó todo de agua. Y los tlascaltecas nuestros amigos, como no son acostumbrados a ríos caudalosos ni sabían nadar, quedaron muertos dos dellos; y nosotros, con gran riesgo de nuestras personas, todos bien mojados, y la pólvora perdida, salimos sin hato; y como estábamos de aquella manera y con mucho frío, y sin cenar, pasamos mala noche; y lo peor de todo era la burla y grita que nos daban los de Iztapalapa y los mexicanos desde sus casas y canoas.
Pues otra cosa peor nos avino, que como en México sabían el concierto que tenían hecho de nos anegar con haber rompido la calzada y acequias, estaban esperando en tierra y en la laguna muchos batallones de guerreros, y cuando amaneció nos dan tanta guerra, que harto teníamos que nos sustentar contra ellos, no nos desbaratasen; e mataron dos soldados y un caballo, e hirieron otros muchos, así de nuestros soldados como tlascaltecas, y poco a poco aflojaron en la guerra, y nos volvimos a Tezcuco medio afrentados de la burla y ardid de echarnos el agua; y también como no ganamos mucha reputación en la batalla postrera que nos dieron, porque no había pólvora; mas todavía quedaron temerosos, y tuvimos bien en qué entender en enterrar e quemar muertos y curar heridos y en reparar sus casas. Donde lo dejaré, y diré cómo vinieron de paz a Tezcuco otros pueblos, y lo que más se hizo.
Por manera que en tierra firme aguardaron como buenos guerreros, así los mexicanos que fueron en su ayuda como los pueblos de Iztapalapa, y pelearon un buen rato muy valerosamente con nosotros; mas los de a caballo rompieron por ellos, y con las ballestas y escopetas y todos nuestros amigos los tlascaltecas, que se metían en ellos como perros rabiosos, de presto dejaron el campo y se metieron en su Pueblo; y esto fue sobre cosa pensada y con un ardid que entre ellos tenían acordado, que fuera harto dañoso para nosotros si de presto no saliéramos de aquel pueblo; y fue desta manera, que hicieron que huyeron, y se metieron en canoas en el agua y en las casas que estaban en el agua, y dellos en unos carrizales; y como ya era noche oscura, nos dejan aposentar en tierra firme sin hacer ruido ni muestra de guerra; y con el despojo que habíamos habido e la victoria estábamos contentos; y estando de aquella manera, puesto que teníamos velas, espías y rondas, y aun corredores del campo en tierra firme; cuando no nos catamos vino tanta agua por todo el pueblo, que si los principales que llevábamos de Tezcuco no dieran voces, y nos avisaran que saliésemos presto de las casas, todos quedáramos ahogados; porque soltaron dos acequias de agua y abrieron una calzada, con que de presto se hinchó todo de agua. Y los tlascaltecas nuestros amigos, como no son acostumbrados a ríos caudalosos ni sabían nadar, quedaron muertos dos dellos; y nosotros, con gran riesgo de nuestras personas, todos bien mojados, y la pólvora perdida, salimos sin hato; y como estábamos de aquella manera y con mucho frío, y sin cenar, pasamos mala noche; y lo peor de todo era la burla y grita que nos daban los de Iztapalapa y los mexicanos desde sus casas y canoas.
Pues otra cosa peor nos avino, que como en México sabían el concierto que tenían hecho de nos anegar con haber rompido la calzada y acequias, estaban esperando en tierra y en la laguna muchos batallones de guerreros, y cuando amaneció nos dan tanta guerra, que harto teníamos que nos sustentar contra ellos, no nos desbaratasen; e mataron dos soldados y un caballo, e hirieron otros muchos, así de nuestros soldados como tlascaltecas, y poco a poco aflojaron en la guerra, y nos volvimos a Tezcuco medio afrentados de la burla y ardid de echarnos el agua; y también como no ganamos mucha reputación en la batalla postrera que nos dieron, porque no había pólvora; mas todavía quedaron temerosos, y tuvimos bien en qué entender en enterrar e quemar muertos y curar heridos y en reparar sus casas. Donde lo dejaré, y diré cómo vinieron de paz a Tezcuco otros pueblos, y lo que más se hizo.