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Desarrollo


Desque fue muerto el gran Montezuma, acordó Cortés de hacerlo saber a sus capitanes y principales que nos daban guerra, y lo que más sobre ello pasó Pues como vimos a Montezuma que se había muerto, ya he dicho la tristeza que todos nosotros hubimos por ello, y aun al fraile de la Merced, que siempre estaba con él, se lo tuvimos a mal no le atraer a que se volviese cristiano; y él dio por descargo que no creyó que de aquellas heridas muriese, salvo que él debía de mandar que le pusiesen alguna cosa con que se pasmó. En fin de más razones, mandó Cortés a un papa e a un principal de los que estaban presos, que soltamos para que fuesen a decir al cacique que alzaron por señor, que se decía Coadlabaca, y a sus capitanes, cómo el gran Montezuma era muerto, y que ellos lo vieron morir, y de la manera que murió, y heridas que le dieron los suyos, y dijesen cómo a todos nos pesaba dello, y que lo enterrasen como gran rey que era, y que alzasen a su primo del Montezuma que con nosotros estaba, por rey, pues le pertenecía heredar, o a otros sus hijos; e que al que habían alzado por señor que no le venía de derecho, e que tratasen paces para salirnos de México: que si no lo hacían ahora que era muerto Montezuma, a quien teníamos respeto, y que por su causa no les destruíamos su ciudad, que saldríamos a darles guerra y quemarles todas las casas, y les haríamos mucho mal; y porque lo viesen cómo era muerto el Montezuma, mandó a seis mexicanos muy principales y los más papas que teníamos presos que lo sacasen a cuestas y lo entregasen a los capitanes mexicanos, y les dijesen lo que Montezuma mandó al tiempo que se quería morir, que aquellos que llevaron a cuestas se hallaron presentes a su muerte; y dijeron al Coadlabaca toda la verdad, cómo ellos propios le mataron de tres pedradas y un flechazo; y cuando así le vieron muerto, vimos que hicieron muy gran llanto, que bien oímos las gritas y aullidos que por él daban; y aun con todo esto no cesó la gran batería, que siempre nos daban, que era sobre nosotros, de vara y piedra y flecha, y luego la comenzaron muy mayor, y con gran braveza nos decían: "Ahora pagaréis muy de verdad la muerte de nuestro rey y el deshonor de nuestros ídolos; y las paces que nos enviáis a pedir, salid acá, y concertaremos cómo y de qué manera han de ser"; y decían tantas palabras sobre ello, y de otras cosas que ya no se me acuerda, y las dejaré aquí de decir y que ya tenían elegido buen rey, y que no era de corazón tan flaco, que le podáis engañar con palabras falsas, como fue al buen Montezuma; y del enterramiento, que no tuviesen cuidado, sino de nuestras vidas, que en dos días no quedarían ningunos de nosotros, para que tales cosas enviemos a decir; y con estas pláticas, muy grandes gritas y silbos, y rociadas de piedra, vara y flecha, y otros muchos escuadrones todavía procurando de poner fuego a muchas partes de nuestros aposentos; y como aquello vio Cortés y todos nosotros, acordamos que para otro día saliésemos del real, y diésemos guerra por otra parte, adonde había muchas cosas en tierra firme, y que hiciésemos todo el mal que pudiésemos, y fuésemos hacia la calzada, y que todos los de a caballo rompiesen con los escuadrones y los alanceasen o echasen en la laguna, y aunque les matasen los caballos; y esto se ordenó para ver si por ventura con el daño y muerte que les hiciésemos cesaría la guerra y se trataría alguna manera de paz para salir libres sin más muertes y daños.

Y puesto que otro día lo hicimos todos muy varonilmente, y matamos muchos contrarios y se quemaron obra de veinte casas, y fuimos hasta cerca de tierra firme, todo fue nonada para el gran daño y muertes de más de veinte soldados, y heridas que nos hicieron; y no pudimos ganarles ninguna puente, porque todas estaban medio quebradas, y cargaron muchos mexicanos sobre nosotros, y tenían puestas albarradas y mamparos en parte adonde conocían que podían alcanzar los caballos. Por manera que, si muchos trabajos teníamos hasta allí, muchos mayores tuvimos adelante. Y dejarlo he aquí, y volvamos a decir cómo acordamos de salir de México. En esta entrada y salida que hicimos con los de a caballo, que era un jueves, acuérdome que iba allí Sandoval y Lares el buen jinete, y Gonzalo Domínguez, Juan Velázquez de León y Francisco de Morla, y otros buenos hombres de a caballo de los nuestros; y de los de Narváez, asimismo iban otros buenos jinetes; mas estaban espantados y temerosos los de Narváez, como no se habían hallado en guerras de indios, como nosotros los de Cortés.

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