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Datos principales
Desarrollo
Cómo después que volvimos con Cortés de Zumpancingo, hallamos en nuestro real ciertas pláticas, y lo que Cortés respondió a ellas Vueltos de Zumpancingo, que así se dice, con bastimentos y muy contentos en dejarlos de paz, hallamos en el real corrillos y pláticas sobre los grandísimos peligros en que cada día estábamos en aquella guerra, y cuando llegamos avivaron más las pláticas; y los que más en ello hablaban e insistían, eran los que en la isla de Cuba dejaban sus casas y repartimientos de indios; y juntáronse hasta siete dellos, que aquí no quiero nombrar por su honor, y fueron al rancho y aposento de Cortés, y uno dellos, que habló por todos, que tenía buena expresiva, y aun tenía bien en la memoria lo que había de proponer, dijo como a manera de aconsejarle a Cortés , que mirase cuál andábamos malamente heridos y flacos y corridos, y los grandes trabajos que teníamos, así de noche con velas y con espías, y rondas y corredores del campo, como de día e de noche peleando; y que por la cuenta que han echado, que desde que salimos de Cuba que faltaban ya sobre cincuenta y cinco compañeros, y que no sabemos de los de la Villa-Rica que dejamos poblados; e que pues Dios nos había dado victoria en las batallas y rencuentros que desde que venimos en aquella provincia habíamos habido, y con su gran misericordia nos sostenía, que no le debíamos tentar tantas veces; e que no quiera ser peor que Pedro Carbonero, que nos había metido en parte que no se esperaba, sino, que un día u otro habíamos de ser sacrificados a los ídolos: lo cual plega Dios tal no permita; e que sería bueno volver a nuestra villa, y que en la fortaleza que hicimos, y entre los pueblos de los totonaques, nuestros amigos, nos estaríamos hasta que hiciésemos un navío que fuese a dar mandado a Diego Velázquez y a otras partes e islas para que nos enviasen socorro e ayudas; e que ahora fueran buenos los navíos que dimos con todos al través, o que se quedaran siquiera dos dellos para la necesidad si ocurriese, y que sin dalles parte dello ni de cosa ninguna, por consejo de quien no sabe considerar las cosas de fortuna, mandó dar con todos al través; y que plegue a Dios que él y los que tal consejo le dieron no se arrepientan dello.
Y que ya no podíamos sufrir la carga, cuanto más muchas sobrecargas, y que andábamos peores que bestias: porque a las bestias que han hecho sus jornadas les quitan las albardas y les dan de comer y reposan, y que nosotros de día y de noche siempre andamos cargados de armas y calzados. Y más le dijeron, que mirase en todas las historias, así de romanos como las de Alejandro ni de otros capitanes de los muy nombrados que en el mundo ha habido, no se atrevieron a dar con los navíos al través, y con tan poca gente meterse en tan grandes poblaciones y de muchos guerreros, como él ha hecho. Y que parece que es autor de su muerte y de la de todos nosotros, e que quiera conservar su vida y las nuestras, y que luego nos volviésemos a la Villa-Rica, pues estaba de paz la tierra. Y que no se lo habían dicho hasta entonces porque no han visto tiempo para ello, por los muchos guerreros que teníamos cada día por delante y en los lados; y pues ya no tornaban de nuevo, los cuales creían que volverían, y pues Xicotenga con su gran poder no nos ha venido a buscar aquellos tres días pasados, que debe estar allegando gente, y que no debíamos aguardar otra como las pasadas; le dijeron otras cosas sobre el caso. E viendo Cortés que se lo decían algo como soberbios, puesto que iba a manera de consejo, les respondió muy mansamente, y dijo que bien conocido tenía muchas cosas de las que habían dicho, e que a lo que ha visto y tiene creído, que en el universo no hubiese otros españoles más fuertes ni que con tanto ánimo hayan peleado ni pasado tan excesivos trabajos como nosotros; e que andar con las armas a cuestas a la continua, y velas, rondas y fríos, que si así no lo hubiéramos hecho ya fuéramos perdidos, y que por salvar nuestras vidas, que aquellos trabajos y otros mayores habíamos de tomar.
E dijo: "¿para qué es, señores, contar en esto cosas de valentías, que verdaderamente nuestro señor es servido ayudarnos?; e que cuando se me acuerda vernos cercados de tantas capitanías de contrarios, y verles esgrimir sus montantes y andar tan junto sobre de nosotros, ahora me pone grima, especial cuando nos mataron la yegua de una cuchillada, cuán perdidos y desbaratados estábamos; y entonces conocí vuestro muy grandísimo ánimo más que nunca. Y pues Dios nos libró de tan gran peligro, que esperanza tenía en él que así había de ser de allí adelante, pues en todos estos peligros no me conoceríais tener pereza, que en ellos me hallaba con vuestras mercedes." Y tuvo razón de lo decir, porque ciertamente en todas las batallas se hallaba de los primeros. "He querido, señores, traeros esto a la memoria, que pues nuestro señor fue servido guardarnos, tengamos esperanza que así será de aquí adelante, pues desque entramos en la tierra, en todos los pueblos les predicamos la santa doctrina lo mejor que podemos, y les procuramos deshacer sus ídolos. Y pues que ya veíamos que el capitán Xicotenga ni sus capitanías no parecían, y que de miedo no debían de osar volver, porque les debiéramos de hacer mala obra en las batallas pasadas, y que no podría juntar sus gentes, habiendo sido ya desbaratado tres veces, y que por esta causa tenía confianza en Dios y en su abogado señor san Pedro, que era fenecida la guerra de aquella provincia; y ahora, como habéis visto, traen de comer los de Cimpancingo y quedan de paz, y estos nuestros vecinos que están por aquí poblados en sus casas; y que en cuanto dar con los navíos al través, fue muy bien aconsejado, y que si no llamó a alguno dellos al consejo, como a otros caballeros, fue por lo que sintió en el arenal, que no lo quisiera ahora traer a la memoria; y que el acuerdo y consejo que ahora le dan y el que entonces le dieron es todo de una manera y todo uno, y que miren que hay otros muchos caballeros en el real que serán muy contrarios de lo que ahora piden y aconsejan: que encaminemos siempre todas las cosas a Dios, y seguirlas en su santo servicio será mejor.
Y a lo que, señores, decís, que jamás capitanes romanos de los muy nombrados han acometido tan grandes hechos como nosotros, vuestras mercedes dicen verdad. E ahora en adelante, mediante Dios, dirán en las historias, que desto harán memoria, mucho más que de los antepasados; pues, como he dicho, todas nuestras cosas en servicio de Dios y de nuestro gran emperador don Carlos , y aun debajo de su recta justicia y cristiandad, serán ayudadas de la misericordia de nuestro señor, y nos sostendrá que vamos de bien en mejor. Así que, señores, no es cosa bien acertada volver un paso atrás; que si nos viesen volver estas gentes y los que dejamos atrás de paz, las piedras se levantarían contra nosotros; y como ahora nos tienen por dioses y ídolos, que así nos llaman, nos juzgarían por muy cobardes y de pocas fuerzas. Y a lo que decís de estar entre los amigos totonaques, nuestros aliados, si nos viesen que damos vuelta sin ir a México se levantarían contra nosotros, y la causa dello sería que, como les quitamos que no diesen tributo a Montezuma , enviaría sus poderes mexicanos contra ellos para que los tornasen a tributar y sobre ello darles guerra, y aun les mandaría que nos den a nosotros; y ello, por no ser destruidos, porque les temen en gran manera, lo pondrían por obra; así que, donde pensábamos tener amigos, serían enemigos; pues desque lo supiese el gran Montezuma que nos habíamos vuelto, ¿qué diría? ¿en qué tendría nuestras palabras ni lo que le enviamos a decir? que todo era cosa de burla o juego de niños.
Así que, señores, mal allá y peor acullá, más vale que estemos aquí donde estamos, que es bien llano y todo bien poblado, y este nuestro real bien abastecido: unas veces gallinas, otras perros, gracias a Dios no falta de comer, si tuviésemos sal, que es la mayor falta que al presente tenemos, y ropa para guarecernos del frío. Y a lo que decís, señores, que se han muerto desde que salimos de la isla de Cuba cincuenta y cinco soldados de heridas, hambres, fríos, dolencias y trabajos, e que somos pocos, e todos heridos y dolientes; Dios nos da esfuerzo por muchos; porque vista cosa es que las guerras gastan hombres y caballos, y que unas veces comemos bien; y no venimos al presente para descansar, sino para pelear cuando se ofreciere; por tanto os pido, señores, por merced, que pues sois caballeros y personas que antes habíais de esforzar a quien viésedes mostrar flaqueza: que de aquí adelante se os quite del pensamiento la isla de Cuba y lo que allá dejáis, y procuremos de hacer lo que siempre habéis hecho como buenos soldados; que después de Dios, que es nuestro socorro e ayuda, han de ser nuestros valerosos brazos." Y como Cortés hubo dado esta respuesta, volvieron aquellos soldados a repetir en la plática, y dijeron que todo lo que decía estaba bien dicho; mas que cuando salimos de la villa que dejábamos poblada, nuestro intento era, y ahora lo es, de ir a México, pues hay tan gran fama de tan fuerte ciudad y tanta multitud de guerreros, y que aquellos tlascaltecas decían los de Cempoal que eran pacíficos, y no había fama dellos, como de los de México; y habemos estado tan a riesgo nuestras vidas, que si otro día nos dieran otra batalla como alguna de las pasadas, ya no nos podíamos tener de cansados, ya que no nos diesen más guerras; que la ida de México les parecía muy terrible cosa, y que mirase lo que decía y ordenaba.
Y Cortés respondió, medio enojado, que valía más morir por buenos, como dicen los cantares, que vivir deshonrados; y demás desto que Cortés les dijo, todos los más soldados que le fuimos en alzar capitán y dimos consejo sobre dar al través con los navíos, dijimos en alta voz que no curase de corrillos ni de oír semejantes pláticas, sino que con el ayuda de Dios con buen concierto estemos apercibidos para hacer lo que convenga, y así cesaron todas las pláticas; verdad es que murmuraban de Cortés e le maldecían, y aun de, nosotros, que le aconsejábamos, y de los de Cempoal, que por tal camino nos trajeron, y decían otras cosas no bien dichas; mas en tales tiempos se disimulaban. En fin, todos obedecieron muy bien. Y dejaré de hablar en esto, y diré cómo los caciques viejos de la cabecera de Tlascala enviaron otra vez mensajeros de nuevo a su capitán general Xicotenga, que en todo caso no nos de guerra, y que vaya de paz luego a nos ver y llevar de comer porque así está ordenado por todos los caciques y principales de aquella tierra y de Guaxocingo; y también enviaron a mandar a los capitanes que tenía en su compañía que si no fuese para tratar paces, que en cosa ninguna le obedeciesen; y esto le tornaron a enviar a decir tres veces, porque sabían cierto que no les quería obedecer, y tenía determinado el Xicotenga que una noche había de dar otra vez en nuestro real, porque para ello tenía juntos veinte mil hombres; y como era soberbio y muy porfiado, así ahora como las otras veces no quiso obedecer. Y lo que sobre ello hizo diré adelante.
Y que ya no podíamos sufrir la carga, cuanto más muchas sobrecargas, y que andábamos peores que bestias: porque a las bestias que han hecho sus jornadas les quitan las albardas y les dan de comer y reposan, y que nosotros de día y de noche siempre andamos cargados de armas y calzados. Y más le dijeron, que mirase en todas las historias, así de romanos como las de Alejandro ni de otros capitanes de los muy nombrados que en el mundo ha habido, no se atrevieron a dar con los navíos al través, y con tan poca gente meterse en tan grandes poblaciones y de muchos guerreros, como él ha hecho. Y que parece que es autor de su muerte y de la de todos nosotros, e que quiera conservar su vida y las nuestras, y que luego nos volviésemos a la Villa-Rica, pues estaba de paz la tierra. Y que no se lo habían dicho hasta entonces porque no han visto tiempo para ello, por los muchos guerreros que teníamos cada día por delante y en los lados; y pues ya no tornaban de nuevo, los cuales creían que volverían, y pues Xicotenga con su gran poder no nos ha venido a buscar aquellos tres días pasados, que debe estar allegando gente, y que no debíamos aguardar otra como las pasadas; le dijeron otras cosas sobre el caso. E viendo Cortés que se lo decían algo como soberbios, puesto que iba a manera de consejo, les respondió muy mansamente, y dijo que bien conocido tenía muchas cosas de las que habían dicho, e que a lo que ha visto y tiene creído, que en el universo no hubiese otros españoles más fuertes ni que con tanto ánimo hayan peleado ni pasado tan excesivos trabajos como nosotros; e que andar con las armas a cuestas a la continua, y velas, rondas y fríos, que si así no lo hubiéramos hecho ya fuéramos perdidos, y que por salvar nuestras vidas, que aquellos trabajos y otros mayores habíamos de tomar.
E dijo: "¿para qué es, señores, contar en esto cosas de valentías, que verdaderamente nuestro señor es servido ayudarnos?; e que cuando se me acuerda vernos cercados de tantas capitanías de contrarios, y verles esgrimir sus montantes y andar tan junto sobre de nosotros, ahora me pone grima, especial cuando nos mataron la yegua de una cuchillada, cuán perdidos y desbaratados estábamos; y entonces conocí vuestro muy grandísimo ánimo más que nunca. Y pues Dios nos libró de tan gran peligro, que esperanza tenía en él que así había de ser de allí adelante, pues en todos estos peligros no me conoceríais tener pereza, que en ellos me hallaba con vuestras mercedes." Y tuvo razón de lo decir, porque ciertamente en todas las batallas se hallaba de los primeros. "He querido, señores, traeros esto a la memoria, que pues nuestro señor fue servido guardarnos, tengamos esperanza que así será de aquí adelante, pues desque entramos en la tierra, en todos los pueblos les predicamos la santa doctrina lo mejor que podemos, y les procuramos deshacer sus ídolos. Y pues que ya veíamos que el capitán Xicotenga ni sus capitanías no parecían, y que de miedo no debían de osar volver, porque les debiéramos de hacer mala obra en las batallas pasadas, y que no podría juntar sus gentes, habiendo sido ya desbaratado tres veces, y que por esta causa tenía confianza en Dios y en su abogado señor san Pedro, que era fenecida la guerra de aquella provincia; y ahora, como habéis visto, traen de comer los de Cimpancingo y quedan de paz, y estos nuestros vecinos que están por aquí poblados en sus casas; y que en cuanto dar con los navíos al través, fue muy bien aconsejado, y que si no llamó a alguno dellos al consejo, como a otros caballeros, fue por lo que sintió en el arenal, que no lo quisiera ahora traer a la memoria; y que el acuerdo y consejo que ahora le dan y el que entonces le dieron es todo de una manera y todo uno, y que miren que hay otros muchos caballeros en el real que serán muy contrarios de lo que ahora piden y aconsejan: que encaminemos siempre todas las cosas a Dios, y seguirlas en su santo servicio será mejor.
Y a lo que, señores, decís, que jamás capitanes romanos de los muy nombrados han acometido tan grandes hechos como nosotros, vuestras mercedes dicen verdad. E ahora en adelante, mediante Dios, dirán en las historias, que desto harán memoria, mucho más que de los antepasados; pues, como he dicho, todas nuestras cosas en servicio de Dios y de nuestro gran emperador don Carlos , y aun debajo de su recta justicia y cristiandad, serán ayudadas de la misericordia de nuestro señor, y nos sostendrá que vamos de bien en mejor. Así que, señores, no es cosa bien acertada volver un paso atrás; que si nos viesen volver estas gentes y los que dejamos atrás de paz, las piedras se levantarían contra nosotros; y como ahora nos tienen por dioses y ídolos, que así nos llaman, nos juzgarían por muy cobardes y de pocas fuerzas. Y a lo que decís de estar entre los amigos totonaques, nuestros aliados, si nos viesen que damos vuelta sin ir a México se levantarían contra nosotros, y la causa dello sería que, como les quitamos que no diesen tributo a Montezuma , enviaría sus poderes mexicanos contra ellos para que los tornasen a tributar y sobre ello darles guerra, y aun les mandaría que nos den a nosotros; y ello, por no ser destruidos, porque les temen en gran manera, lo pondrían por obra; así que, donde pensábamos tener amigos, serían enemigos; pues desque lo supiese el gran Montezuma que nos habíamos vuelto, ¿qué diría? ¿en qué tendría nuestras palabras ni lo que le enviamos a decir? que todo era cosa de burla o juego de niños.
Así que, señores, mal allá y peor acullá, más vale que estemos aquí donde estamos, que es bien llano y todo bien poblado, y este nuestro real bien abastecido: unas veces gallinas, otras perros, gracias a Dios no falta de comer, si tuviésemos sal, que es la mayor falta que al presente tenemos, y ropa para guarecernos del frío. Y a lo que decís, señores, que se han muerto desde que salimos de la isla de Cuba cincuenta y cinco soldados de heridas, hambres, fríos, dolencias y trabajos, e que somos pocos, e todos heridos y dolientes; Dios nos da esfuerzo por muchos; porque vista cosa es que las guerras gastan hombres y caballos, y que unas veces comemos bien; y no venimos al presente para descansar, sino para pelear cuando se ofreciere; por tanto os pido, señores, por merced, que pues sois caballeros y personas que antes habíais de esforzar a quien viésedes mostrar flaqueza: que de aquí adelante se os quite del pensamiento la isla de Cuba y lo que allá dejáis, y procuremos de hacer lo que siempre habéis hecho como buenos soldados; que después de Dios, que es nuestro socorro e ayuda, han de ser nuestros valerosos brazos." Y como Cortés hubo dado esta respuesta, volvieron aquellos soldados a repetir en la plática, y dijeron que todo lo que decía estaba bien dicho; mas que cuando salimos de la villa que dejábamos poblada, nuestro intento era, y ahora lo es, de ir a México, pues hay tan gran fama de tan fuerte ciudad y tanta multitud de guerreros, y que aquellos tlascaltecas decían los de Cempoal que eran pacíficos, y no había fama dellos, como de los de México; y habemos estado tan a riesgo nuestras vidas, que si otro día nos dieran otra batalla como alguna de las pasadas, ya no nos podíamos tener de cansados, ya que no nos diesen más guerras; que la ida de México les parecía muy terrible cosa, y que mirase lo que decía y ordenaba.
Y Cortés respondió, medio enojado, que valía más morir por buenos, como dicen los cantares, que vivir deshonrados; y demás desto que Cortés les dijo, todos los más soldados que le fuimos en alzar capitán y dimos consejo sobre dar al través con los navíos, dijimos en alta voz que no curase de corrillos ni de oír semejantes pláticas, sino que con el ayuda de Dios con buen concierto estemos apercibidos para hacer lo que convenga, y así cesaron todas las pláticas; verdad es que murmuraban de Cortés e le maldecían, y aun de, nosotros, que le aconsejábamos, y de los de Cempoal, que por tal camino nos trajeron, y decían otras cosas no bien dichas; mas en tales tiempos se disimulaban. En fin, todos obedecieron muy bien. Y dejaré de hablar en esto, y diré cómo los caciques viejos de la cabecera de Tlascala enviaron otra vez mensajeros de nuevo a su capitán general Xicotenga, que en todo caso no nos de guerra, y que vaya de paz luego a nos ver y llevar de comer porque así está ordenado por todos los caciques y principales de aquella tierra y de Guaxocingo; y también enviaron a mandar a los capitanes que tenía en su compañía que si no fuese para tratar paces, que en cosa ninguna le obedeciesen; y esto le tornaron a enviar a decir tres veces, porque sabían cierto que no les quería obedecer, y tenía determinado el Xicotenga que una noche había de dar otra vez en nuestro real, porque para ello tenía juntos veinte mil hombres; y como era soberbio y muy porfiado, así ahora como las otras veces no quiso obedecer. Y lo que sobre ello hizo diré adelante.