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Datos principales


Desarrollo


De la rebelión y alborotos que el Almirante halló en la Española promovidos por la maldad de Roldán, a quien había dejado por alcalde mayor Entrado el Almirante en la ciudad de Santo Domingo con la vista casi perdida por el continuo velar que había tenido, esperaba que reposaría de los trabajos sufridos en aquel viaje, y hallaría mucha paz entre su gente; pero vio muy lo contrario, porque todos los vecinos de la isla estaban con gran tumulto y sedición; buena parte de la gente que dejó había muerto; de los restantes había más de ciento sesenta enfermos del mal francés; muchos otros se habían sublevado con Roldán, y no encontró los navíos que dijimos haber enviado desde las islas Canarias con socorro. Por lo cual es necesario que escribamos con orden para seguir y cumplir la relación de esta historia, comenzando desde el día que el Almirante salió para Castilla, cuya partida como dijimos, fue en el mes de Marzo del año 1496, habiendo pasado treinta meses hasta el día de su regreso. Al principio de este tiempo, con la esperanza de su presta vuelta y de tener en breve socorros, la gente estuvo tranquila. Pero pasado el primer año, faltándoles las cosas de Castilla y creciendo las enfermedades y los trabajos, se disgustaron de las cosas presentes, sin esperanza de mejora en el porvenir, pero sin que se oyesen las quejas de muchos que estaban descontentos, entre los cuales nunca falta quien incite y pretenda hacerse caudillo de una parte; lo que entonces tocó en suerte a Francisco Roldán, natural de la Torre de Donjimeno, a quien el Almirante había dado mucha reputación y autoridad entre indios y cristianos con dejarlo por alcalde mayor, de modo que era tan obedecido como aquél.

De lo que se pudo presumir que entre éste y el Adelantado, que había quedado por Gobernador, no hubiese la buena concordia que el bien público requería, como el tiempo y la experiencia dieron a conocer; pues como tardase el Almirante en volver y no mandara socorro alguno, Roldán enderezó su pensamiento a ser dueño de la isla, con propósito de matar a los hermanos del Almirante, porque en éstos hallaría la mayor resistencia. Sucedió que el Adelantado, uno de los hermanos del Almirante, fue a una provincia occidental llamada Xaraguá, ochenta leguas más allá de la Isabela, donde Roldán quedó en lugar de aquél, aunque bajo el gobierno de don Diego, el segundo hermano del Almirante, por lo cual Roldán se indignó de tal manera que mientras el Adelantado daba órdenes para que el rey de aquella provincia pagase el tributo que a todos los indios de la isla había impuesto el Almirante, Roldán comenzó, secretamente, en la isla, a llevar algunos a su devoción. Pero como ningún, mal se atreve a levantar cabeza de súbito, o sin alguna fingida ocasión, la que Roldán tomó por fundamento y puerta de su designio fue que en la villa de la Isabela estaba en tierra una carabela que el Adelantado había mandado hacer para mandarla a Castilla, si la necesidad lo exigía; y como por falta de jarcias y de otros aparejos no podía ser echada al agua, Roldán inventó y publicó ser otro el motivo, y que al bien de todos convenía que aquella carabela fuese puesta a punto para que en ésta pudiese alguno de ellos ir a Castilla y dar nuevas de sus trabajos.

Por tanto, so color del bien común, hacía grandes instancias para que la carabela fuese echada al agua, y como don Diego Colón, por falta de jarcias, no lo consentía, resultó que Roldán, con más aliento y desvergüenza, empezó a tratar secretamente con algunos que dicha carabela se botase al agua, a despecho de D. Diego, diciendo a los que presumía estar conformes con él, que si el Adelantado y D. Diego se oponían, era porque deseaban retener el dominio del país, y a ellos continuamente sometidos, sin que allí hubiese algún navío con el que pudiesen hacer saber a los Reyes Católicos tal rebelión y tiranía, pues ya sabían con certeza lo muy cruel y terrible que era el Adelantado, la trabajosa y mala vida que les daba en labrar tierras y fortalezas; y pues estaban sin alguna esperanza de la vuelta del Almirante con socorros, era bien que tomasen aquella carabela, buscaran su libertad; y no permitiesen que con pretexto de un sueldo que nunca les era pagado, estuviesen sujetos a un extranjero, pudiendo gozar de una vida buena y reposada, y de grandísimo provecho; pues todo cuanto en la isla se hallase y rescatara, se repartirla con igualdad, y serían a su gusto servidos de los indios, sin que nadie les pusiera cortapisa, como entonces, que no les era permitido tomar por mujer una india que les agradase; antes bien, el Adelantado les hacía guardar los tres votos de religión, y no faltaban ayunos y disciplinas, con prisiones y castigos, los que imponía por la más leve culpa.

Por lo cual, pues él tenía la vara y la autoridad del rey, y esto le aseguraba de que no les vendría daño alguno por cuanto pudiera suceder, les exhortaba a cumplir lo que aconsejaba, pues no podían errar. Con estas y otras palabras semejantes, que manaban del odio que tenía al Adelantado, y con la esperanza de provechos, llevó tantos a su partido que un día habiendo regresado el Adelantado de Xaraguá a la Isabela, algunos de aquellos acordaron darle de puñaladas, teniéndolo por tan fácil negocio que habían preparado una cuerda, para colgarlo después de muerto. El motivo por el que entonces se habían incitado más a ello fue la prisión de Barahona, amigo de los conjurados, y si Dios no inspirase la voluntad del Adelantado para que no procediese al cumplimiento de la justicia, sin duda alguna le habrían dado muerte.

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