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Conflictos del Golfo

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Pero, ¿quién era ese personaje terrible que irrumpía en el poder como una furia y que, 24 años después, superando derrotas y sanciones, conspiraciones y presiones, es representado como el mayor peligro mundial? Se trataba de un luchador, forjado en la calle, que se había abierto paso hacia el poder a tiros. Había nacido el 28 de abril de 1937 en Tikrit -una villa que presume de haber sido la patria chica de Saladino- en el seno de una familia pobre y, para mayor infortunio, se quedó huérfano de niño. Creció abrumado por el trabajo, hasta que vislumbró una salida de la miseria a través de la revolución socialista y pan-árabe, que predicaba El Baas. Como no era un ideólogo, sino un duro hombre de acción, se convirtió en uno de los pistoleros a sueldo del partido. Durante la dictadura de Kassem, Sadam Hussein, con poco más de veinte años, se convirtió en un matón cualificado, tanto que se le encomendó, en octubre de 1959, el asesinato del dictador; durante la refriega con los guardaespaldas de Kassem, Saddam fue herido en una pierna y tuvo que huir. En su exilio sirio, se relacionó con el fundador del Baas, Michel Aflak, pero no se quedó allí mucho tiempo. A final de año se hallaba en la Universidad de El Cairo, matriculado en Derecho. Pero Saddam debió estudiar más bien poco: conspiraba desde Siria y animaba la lucha revolucionaria contra la dictadura. Finalmente, en 1968, a la sombra de Al-Bakr, alcanzó la presidencia.

Ya en ella se fue adueñando de los resortes del partido, de la imagen exterior del país y de su destino. En junio de 1975, reunía en Bagdad a los embajadores iraquíes en Europa y esbozaba ante ellos su ambicioso proyecto baasista: "No debemos considerar el país en el que nos hallamos, Irak, como el objetivo final de nuestra lucha. No representa sino una parte de un territorio mucho más amplio, nuestra patria árabe en su totalidad". Ya en la presidencia, Saddam Hussein puso en marcha aquel acariciado proyecto: el liderazgo del mundo árabe, para lo cual Irak debía ensanchar sus horizontes y destacar por su poder militar y riqueza: "Irak es demasiado pequeño para los iraquíes. Tenemos necesidad de salir de las actuales fronteras". Así, el 22 de septiembre de 1980, lanzó su ejército contra Irán. Para declarar la guerra pretextó "el odio racial y étnico, el activismo chií en Irak y las reivindicaciones territoriales", según analiza Samir al-Kalil. Pero este autor expone, también, los verdaderos motivos: "el régimen chorreaba de autosatisfacción y se regodeaba en sus éxitos (...) estaba armado hasta los dientes y se creía capaz de alcanzar fácilmente todos los objetivos pan-árabes soñados por El Baas. Había llegado el momento de conseguir en el exterior lo alcanzado en el interior..." Por lo que concierne a Saddam Hussein, en 1980 estaba borracho de poder y gloria, se creía una institución inatacable e infalible y deseaba manifestarse al exterior.

Por eso, según el mismo autor, la razón de esta guerra "se reduce a comprender lo que ocurría en el espíritu de Saddam Hussein (...) Pero "el origen de esa decisión histórica es imputable a la evolución general del baasismo..." Las esperanzas del líder iraquí quedaron burladas. No sólo no obtuvo la fácil victoria que calculaba, sino que hubo muchos momentos en que estuvo a punto de perder la guerra por culpa de sus errores en la conducción general de las hostilidades. Al final, con una superioridad aplastante de medios proporcionados por los petrodólares árabes y por los arsenales capitalistas y comunistas y con todos haciendo la vista gorda ante el empleo de armas químicas, logró una posición de tablas en 1989, cuando tenía en su poder un pequeño fragmento territorial de su vecino. Una miseria muy bien vendida por su propaganda, al punto de justificar un millón de bajas y un gasto armamentístico inmenso. Pero lo peor para Saddam era su atroz deuda exterior: 110.000 millones de dólares. Y Saddam comenzó a idear una huida hacia adelante. "El país que ejerza una mayor influencia en la región, sobre el Golfo y sobre el petróleo, consolidará su superioridad como superpotencia sin que nadie pueda rivalizar con él. Por esto, si la población del Golfo, y la de todo el mundo árabe, no está atenta y vigilante, esta zona estará gobernada según las directrices de Estados Unidos. Los precios del petróleo, por ejemplo, se fijarán de modo que beneficien los intereses americanos, ignorando los intereses de los demás", declaraba a la televisión jordana el 23 de febrero de 1990. La conclusión era obvia: para evitar tal peligro, un país árabe debería responsabilizarse de aquella tarea histórica: Irak. Los telespectadores entendieron que Saddam justificaba su guerra con Irán y pedía la condonación de sus deudas a los países petrolíferos árabes, que se habían beneficiado de la guerra, aumentando sus exportaciones.

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