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América

Desarrollo


La magnífica red viaria que ponía en comunicación los más distantes puntos del Imperio inca fue, aparte de las grandes obras de ingeniería, la otra gran realización que en el orden material llevaron a cabo los incas. Junto con el establecimiento de una lengua oficial, el quechua, y de una religión común para todos sus súbditos, constituyó un poderoso medio para conseguir la unificación política y el instrumento indispensable para sostener la maquinaria administrativa y la movilización de hombres y productos, necesaria para mantener la seguridad y el abastecimiento de todos los rincones del Tahuantinsuyu. Al desconocer, o no aprovechar, el transporte y las comunicaciones por vía marítima, se dio especial importancia a las de tierra, a través de caminos y puentes, cuya importancia, según la admirativa apreciación de los conquistadores españoles, primeros cronistas del Perú, era sólo comparable a la de las calzadas romanas. El cuidado de los caminos era responsabilidad de los ayllus asentados en los lugares por donde pasaban, y sus curacas eran los encargados de vigilar su buen estado. El trazado y la construcción de puentes que dieran continuidad a los caminos fue objeto, igualmente, de una especial atención por parte de los ingenieros incas, que supieron adaptar su técnica a las diferentes condiciones topográficas del territorio sobre el que trabajaban. El verdadero alarde de la técnica incaica fue la construcción de los majestuosos puentes colgantes, que volaban literalmente sobre los cañones profundos y anchos de los grandes ríos.

Aunque con materiales diferentes (gruesos cables de acero), el mismo principio de construcción sigue siendo utilizado en la sierra peruana para unir las riberas de los ríos Vilcanota, Urubamba o Apurímac, como complemento de veredas que no prestan servicio al tráfico rodado, sino simplemente al de peatones. El caminante actual puede sentir en ellos la misma sensación de balanceo que sobrecogía a los jinetes españoles del siglo XVI cuando se veían obligados a utilizar esos otros más ligeros y menos sólidos que desafiaban al viento y el espacio en trazados más audaces por su longitud y la altura a que se elevaban sobre los cauces de los ríos. Su seguridad requería la presencia constante de un vigilante que, además de supervisar su buen estado, controlaba el paso de viajeros, a los que exigía un pontazgo o pago de peaje, según observaron los conquistadores españoles, que debía ser hecho efectivo con parte de la carga que transportaran. Posiblemente se tratara de un simple modo de controlar las movilizaciones de una población sujeta a normas estrictas en cuanto a su falta de libertad para trasladarse de un lugar a otro.

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