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Desarrollo


En torno a 1630, el ejército de la Monarquía hispánica excedía, probablemente, los 170.000 soldados, disminuyendo desde entonces sus efectivos a causa, sin duda, del descenso de la población y de la escasez de dinero. En 1640 el ejército de Flandes contaba con 90.000 hombres repartidos en unidades de combate, guarniciones y presidios. Las levas forzosas, con el apoyo de las autoridades municipales, de reclutadores particulares y en ocasiones de la nobleza, sustituyeron el reclutamiento voluntario en Castilla y Aragón, pero aun así tropezaron con serios obstáculos en la década de 1640, agravándose el problema en adelante, quizás como consecuencia de un aumento de los salarios agrícolas e industriales, dada la mayor demanda de mano de obra, cuando no por la falta de otro tipo de estímulos, tales que la adquisición de honores y privilegios. En el deterioro militar hay que contabilizar también la deserción de la nobleza, según se denuncia en un escrito anónimo de 1694: "si la asistencia de los señores y caballeros falta, ni los exercitos se hacen respetados ni las ocasiones se logran". Lo que acontece en la Península ibérica, salvo tal vez en Galicia, gracias al crecimiento demográfico que experimenta, se reproduce en Nápoles, de donde procedía el grueso de los soldados de los tercios de Flandes, ya que aquí la epidemia de peste de 1656 resultó especialmente dramática. Con la Paz de los Pirineos y el fin de las hostilidades con Francia -no así con Portugal, que se recrudecieron desde entonces- los efectivos militares, al menos en el ejército de Flandes, se recortaron de forma drástica, manteniéndose en el reinado de Carlos II muy por debajo de las necesidades defensivas, como así se comprobó en las ocasiones en que Luis XIV invadió los Países Bajos.

Y lo mismo sucedió con el ejército de Milán, ya que si en 1630 estaba formado por 40.000 hombres, en 1660 no sumaba más de 10.000 soldados, quedando reducido en 1690 a un pequeño contingente. El ejército que operaba en el frente catalán durante la guerra hispano-francesa de 1635-1652 estaba integrado por 20.000 soldados hacia 1640, pero la epidemia de 1647-1652 repercutió negativamente en la recluta al afectar a Valencia y Andalucía, zonas que proporcionaban el grueso de las tropas. Con todo, durante las guerras de 1672-1678, 1683-1684 y 1688-1697 contra Francia el ejército de Cataluña alcanzó en ocasiones los 26.000 hombres, aunque normalmente esta cifra fue inferior. Igual fenómeno puede observarse en la marina. Hacia 1638 Felipe IV informaba al Consejo de Castilla que el poder naval de la Monarquía nunca había sido mayor, pero un año después se había derrumbado, ya que la Armada no pudo reponerse del desastre de las Dunas, lo cual, además, tuvo enormes consecuencias, así en los asuntos de los Países Bajos y en la recuperación de Portugal -fue imposible coordinar una ofensiva por mar y tierra como en tiempos de Felipe II-, como en la defensa de la Flota y los Galeones procedentes de América. En este sentido resulta harto elocuente -y paradójico, sin duda- el hecho de que a partir de 1648 la marina holandesa tuviese que proteger la ruta transoceánica del comercio hispano e incluso la navegación en el Mediterráneo occidental, donde las galeras de España, antes numerosas y temidas, habían quedado reducidas a un pequeño puñado de naves a raíz del enfrentamiento con la armada francesa en 1643 ante el puerto de Cartagena.

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