Urbanismo y arquitectura

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Colonizaciones orientales

Desarrollo


La primera aportación elemental que hizo la civilización fenicia a Occidente fue la de su modelo urbano. El relato de la fundación de Cádiz, al igual que el de Cartago, muestra como propósito básico de la expedición el establecimiento de una ciudad que sirva como residencia a los colonos y para lugar de intercambio comercial; ello supone la fundación de un enclave litoral, con buenas posibilidades portuarias, en el que se instalen las viviendas de los comerciantes, los edificios de administración y almacenaje, y los talleres de transformación artesanal de determinadas materias primas; además, en un lugar elevado y preferente deben estar los templos de las divinidades tutelares de la nueva población, que son también un elemento esencial de valor simbólico y administrativo. Estas ciudades fenicias se componen de un ámbito cerrado, contenido por murallas (Gadir significa ciudad cercada) y de instalaciones externas, especialmente industriales, así como de zonas específicas para enterramientos, verdaderas ciudades de los muertos, que deben influir en el abandono definitivo por las comunidades indígenas de la costumbre de conservar los cadáveres bajo el suelo de las propias viviendas. Los fenicios transformaron así un litoral, hasta entonces casi deshabitado, en un reguero de poblados, necrópolis y santuarios, que ocupaban los cabos, islas y desembocaduras de ríos. La organización interior de las poblaciones es poco conocida, pero podemos suponerle un estilo bien definido, ya que Estrabón, pocos años antes del inicio de la Era cristiana, decía que era fácil diferenciar el aspecto fenicio de Malaca (Málaga), de la traza griega que aún manifestaban las ruinas cercanas de Mainake.

Las poblaciones fenicias de la costa española, de las que conocemos algún rasgo de evolución urbanística, muestran una notable actividad de renovaciones. En Toscanos, el emporio fenicio de la desembocadura del río Vélez, al este de Málaga, se observan cinco transformaciones en siglo y medio, es decir, una por generación, a veces con cambios radicales del trazado de calles; las viviendas son rectangulares con habitaciones pequeñas, pero hay también un almacén de tres naves largas y un foso defensivo, que llegó después a transformarse en muralla de sillares. Las pocas casas fenicias excavadas muestran un apiñamiento de habitaciones, sin patios ni calles amplias, de lo que resultaría una fisonomía parecida a la de muchos pueblos costeros andaluces o ibicencos; se distinguirían como una agrupación escalonada de volúmenes cúbicos, con terrazas superpuestas en las que habría macetones de plantas y con muros habitualmente encalados; destacando aquí o allá, como se representa en los relieves asirios, habría pequeñas torrecillas y miradores, desde los que se podría divisar la llegada de las embarcaciones, por el estilo de los que volvieron a renacer en Cádiz en la Edad Moderna. La construcción fenicia tenía bien desarrolladas las técnicas para hacer puertos, diques y murallas. Se trataba de unos conocimientos imprescindibles en la actividad de comercio marítimo, que debían transmitir los propios navegantes y que se basaban en el empleo de instrumentos de medición, en el uso de una geometría elemental y en la construcción a base de sillería ortogonal.

La aparición de estos progresos es un buen indicio de la presencia fenicia o de su influencia sobre poblaciones locales; los más viejos edificios españoles de piedra escuadrada están precisamente en el litoral colonizado por los fenicios, de modo que ellos deben ser considerados los introductores de la arquitectura regular. Toscanos y el resto de los enclaves de la costa de Málaga ofrecen algunos edificios con alternancia de sillares y mampostería, pero los más antiguos conocidos están en Huelva y Niebla. El edificio de Huelva, que se considera parte de la muralla del Cabezo de San Pedro, ofrece dos lienzos de mampostería de lajas de pizarra separados por un machón de sillería caliza con cinco hiladas alternadas a soga y tizón; parece que este muro es del siglo IX a. C., y en esa fecha no hay nada en la cultura indígena que pueda comparársela, pero sí se dan muros semejantes en Megiddo y en Tiro, de donde tuvo que venir el experto en cantería que inspiró esta obra. El uso combinado de sillares y piedras menudas sin escuadrar se conoce también en Niebla en forma de muros entrecruzados con esquinas o machones intermedios de sillares y la mampostería dispuesta por hiladas de la misma altura de los sillares, que a veces se traban con éstos; son obras de ejecución muy cuidadosa en las que ya se observan sillares con las aristas bien alisadas para permitir su alineación recta y las caras labradas de forma irregular, como luego es bien frecuente en la arquitectura romana.

Si Huelva es el gran puerto de la desembocadura del Odiel, Niebla cumple un papel similar en el Tinto, lo que explica que ambas poblaciones conserven viejos testimonios de la influencia fenicia, sin que pueda decirse con certeza de que se trate sólo de poblados tartésicos o de verdaderas colonias fenicias. En el Mediterráneo central, tanto en Cartago como en Sicilia, las construcciones de este tipo se consideran como estrictamente fenicias, y su técnica se denomina opera a telaio (obra de telar), por la semejanza con las estructuras de los telares de madera, aunque nosotros podríamos llamarlas muros entramados, como los de madera y tapial que alternan sus materiales de la misma forma en la arquitectura tradicional de buena parte de la Meseta española.

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