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Al-Andalus omeya

Desarrollo


Durante la primera parte del reinado de Abd al-Rahman III asistimos a la sumisión metódica de Andalucía. Podemos considerar que ésta llegó a su término con la caída de Bobastro, tras la cual, como se había hecho en todas las regiones sometidas progresivamente, se destruyeron los castillos y se obligó a la población a bajar a los valles: "Luego envió a los caides con diversos contingentes a todas las fortalezas (husun) de la cora de Rayyo, con orden de destruirlas todas, derribar sus muros y derruir sus alcazabas, quitándoles los cimientos y dispersando sus piedras, y obligando a sus moradores a bajar al llano y habitar en él en alquerías, como lo habían hecho cuando pertenecían a la comunidad (Muqtabis)". En la Marca Inferior, los dos núcleos urbanos más importantes reconocieron rápidamente la autoridad del nuevo califa. Mérida, gobernada por Masud b. Tayit, un beréber, de hecho ya se había sometido en el momento de la proclamación del califato. A lo largo de los años 316/928, un ejército dirigido por el general -también beréber- Ahmad b. Muhammad b. Ilyas se apoderó de la fortificación de Mojáfar, centro de poder de los beréberes Nafza, cuyo jefe era un miembro del clan de los Banu Warayul (Bani Urriaghel). Luego Ibn Ilyas se lanzó a apoderarse del hisn de Alanje tras haber derrotado a la caballería de los rebeldes. Las gentes de Mérida enviaron entonces como embajador a Córdoba a un faqih beréber influyente, Ibn Mundhir, de quien sabemos que mantenía buenas relaciones con el hayib Musa b.

Muhammad b. Hudayr. Se aceptó la rendición honorable de la ciudad, se eximió a los habitantes (designados como qawm, es decir, los miembros del clan de Ibn Mundhir) de ciertos impuestos (probablemente los impuestos ilegales), se inscribió a los fursan (caballeros, probablemente, los guerreros beréberes que formaban la aristocracia tribal), en el diwan (registro militar), y se nombró a Ibn Mundhir, que recibió muchas muestras de honores, cadí mientras que Masud b. Tayit con sus primos (banu amm) y los suyos (ahlihi) había ido a residir en Córdoba donde él y el jefe nafza de Mojáfar, que había llegado a la capital poco antes, ocuparon puestos en la administración y recibieron pensiones. Una fuerte guarnición se estableció en la qasaba de Mérida, y los distritos tribales beréberes, Nafza, Miknasa, Hawwara y Laqant, fueron puestos bajo la administración del nuevo gobernador. Los muladíes de Badajoz y su emir Abd al-Rahman b. Marwan, tataranieto de Abd al-Rahman al-Yilliqi, el fundador de la ciudad, resistieron un poco más de tiempo. A principios del año 317/929, Abd al-Rahman III inició el asedio, luego confiado a sus generales y que duró varios meses antes de que desembocara en la rendición de la ciudad, cuyo emir fue entonces invitado a residir en Córdoba como lo había hecho el jefe beréber de Mérida. Toledo se sometió dos años más tarde, en el 932. El Muqtabís de Ibn Hayyan contiene testimonios muy precisos e interesantes, de primera mano según parece, sobre la rendición de la ciudad.

Al-Razi, en el que se apoya, había recogido el testimonio de un toledano de avanzada edad sobre el "aman" que el soberano había concedido a los toledanos: "a pesar de nuestra forzada situación, en los términos que quisimos, con la condición de ser libres de tributos, colectas y de las desagradables alcabalas e impuestos de alojamiento, pues no se nos cobraría sino el azaque impuesto por la tradición conocida, ni se destituiría a nuestro encargado de las plegarias, ni se nombraría sino a los mejores de los nuestros por acuerdo de nuestra comunidad". Obviamente, era una comunidad musulmana la que reconocía la autoridad del poder central y lograba que se observaran las normas coránicas en materia de impuestos y se respetara cierta autonomía de la comunidad en materia religiosa. No se trata en absoluto de mozárabes, cuya existencia no se puede poner en duda, por supuesto, pero que no aparecen en ningún momento en los acontecimientos toledanos después de mediados del siglo IX, cuando los cristianos de Toledo quisieron llevar a San Eulogio al episcopado de su ciudad. La región que siguió preocupando al poder omeya en los años siguientes era la Marca Superior, donde la familia árabe de los Banu Tuyib conservaba su independencia después de la extinción o la sumisión de los últimos jefes muladíes Banu Qasi y de la mayoría de los Banu Amrus en los primeros decenios del X (en el año 936 encontramos a gobernadores nombrados directamente por Córdoba en Bobastro y Tudela, así como en Huesca donde, sin embargo, los Banu Shabrit reaparecerían más tarde).

El tuyibí Muhammad b. Hashim, que en la primera época tras su acceso al gobierno de Zaragoza en el 930 había reconocido la soberanía de Córdoba como lo habían hecho su padre y su abuelo antes que él, se había aliado con el rey de León y había dejado de pagar tributos. Asediado por vez primera en el 935, se vio obligado a someterse. En el 936, los habitantes de Huesca expulsaron de su ciudad al gobernador omeya y Muhammad b. Hashim les envió a su hermano Hudhayl para ocupar el puesto. En la misma época, otras familias poderosas de la región nororiental, en principio sometidas pero conservando su posición de hecho, como los Banu Dhu I-Nun de Santaver (en la lista de gobernadores del año 324/936 al-Fath b. Dhi I-Nun fue sustituido por un tal Salama b. Ahmad, en el puesto de gobernador) dieron señal de agitación. Tal vez, como afirma Eduardo Manzano, estos movimientos coincidieran con la ambición de llegar al califato que tenía Ahmad b. Ishaq al-Qurashi, un general omeya de la dinastía, que estaba destinado en la Marca y que terminaría encarcelado y ejecutado. A pesar de que los gobernadores leales -dos miembros de la familia beréber andalusí de los Banu Ilyas- se esforzaban en luchar contra la revuelta tuyibí, el califa llegó a la región con un importante ejército para atacar primero Calatayud, gobernada como muchas otras ciudades de la zona por un tuyibí, Sulayman b. Mundhir, primo del gobernador de Zaragoza. La ciudad se rindió y se asesinó al gobernador, que fue sustituido por su hermano, al-Hakam, nombrado por el califa.

Después de lograr la rendición de la capital de la Marca (noviembre de 937), éste firmó con Muhammad b. Hashim un largo tratado que le garantizaba fidelidad y prometía al tuyibí que le devolvería el gobierno de la ciudad, cosa que cumplió al año siguiente. Concedía, por otro lado, a su hermano Yahya el gobierno de Lérida. Parece, a juzgar por las fuentes, que los tuyibíes representaban una potencia mucho más grande que los señores muladíes que habían sido descartados, sin demasiado esfuerzo, de sus gobiernos locales o se les había parado los pies durante los años precedentes. Desafortunadamente, es muy difícil saber cuál era la base de esta fuerte implantación local, la riqueza en tierras o los lazos clánicos o tribales. Apoyarían esta hipótesis los nombres de quienes firmaron el tratado del 937 por parte tuyibí y, también, por parte omeya.

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