Toreutas y orfebres
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Datos principales
Rango
Hispania visigoda
Desarrollo
Una de las actividades más desarrolladas a lo largo del siglo VI fue la toréutica. La orfebrería tuvo una mayor relevancia durante el siglo VII y la conocemos básicamente por la fuerza que tuvieron los talleres áulicos instalados en la corte de Toledo . Antes de pasar a su estudio, creemos deber hacer una serie de consideraciones historiográficas que han marcado la investigación de los pequeños objetos de adorno personal hallados en su mayoría en las sepulturas de las necrópolis y, en consecuencia, de las características principales de los visigodos y su modo de asentamiento. Los estudiosos alemanes de principios del presente siglo marcaron profundamente las líneas maestras de la investigación , intentando definir, a partir de estos objetos, al pueblo visigodo como una etnia o raza germánica completamente diferente al resto de la población de la Península Ibérica. No fue hasta los años cincuenta en que nuevas generaciones de arqueólogos mostraron la continuidad del mundo romano dentro del horizonte visigodo. Se pudo valorar el justo peso del germanismo -sólo presente en algunas sepulturas de los cementerios de la Meseta- frente al fuerte romanismo que se detecta en todos los sustratos hispánicos, además de las diferentes influencias que pudieron afectar a la población hispánica, no sólo la romana y la visigoda, sino también a todos aquellos grupos sociales de origen oriental situados a todo lo largo de la costa mediterránea y atlántica.
Actualmente, creemos que se debe valorar también el bizantinismo, habitual en todas las regiones de la cuenca mediterránea, pues éste marca claramente las manifestaciones culturales y artísticas de finales del siglo VI y de todo el siglo VII. A partir del momento en que los objetos personales dejan de ser tomados como tales objetos, se empieza a conocer con mejor precisión a los individuos que componen la sociedad de los siglos VI y VII, y cómo se desarrolla la implantación del pueblo visigodo dentro del territorio peninsular. Las producciones de toreutas y orfebres responden a los gustos y modas del momento, pudiéndose siempre detectar las diversas influencias venidas esencialmente de productos no peninsulares que fueron imitados y fabricados en los talleres artesanos de tipo local. La demanda, dado el gran número de hallazgos arqueológicos, debió ser bastante elevada y su producción debió centrarse en puntos urbanos importantes, tras lo cual se procedía a su comercialización y venta. La mayoría de los objetos que nos han llegado son fíbulas que servían para sujetar el manto a la altura de los hombros o en el pecho, además de broches de cinturón de diversos tipos. Dentro de los clásicos adornos personales de tipo visigodo, fechables a finales del siglo V y primera mitad del siglo VI, cabe señalar la variedad de tipos tanto de fíbulas como de broches de cinturón marcados siempre por la policromía, puesto que en su mayoría presentan incrustaciones de piedras duras o granates, o bien superficies cubiertas por mosaicos de celdillas con deposición de cristales coloreados.
Destacan entre todas estas producciones, las denominadas fíbulas aquiliformes, que aunque no pueden ser definidas como propiamente hispánicas, puesto que aparecen en otros lugares como por ejemplo en Domagnano (Italia), sí que están marcadas por una personalidad propia de los toreutas y orfebres de la Península. Con el paso del tiempo y teniendo en cuenta lo avanzado del proceso de aculturación, la moda visigoda irá dejando paso a una más latino-mediterránea, que no se centrará ya en la Meseta castellana sino que abrirá su demanda a toda la geografía peninsular. La intrusión de esta nueva moda indica un descenso en la producción por parte de los talleres visigodos y un mayor desarrollo de otros centros productores hispánicos con unas connotaciones locales indiscutibles. Los adornos personales de finales del siglo VI y de todo el siglo VII estarán marcados por las influencias mediterráneas, pero también y más concretamente por los productos bizantinos, de una gran calidad en su fabricación y que están circulando y llegando a todos los puertos del Mediterráneo. Además de los adornos personales, en estos talleres artesanos fueron probablemente fabricados diferentes objetos destinados, por lo que sabemos actualmente, al uso litúrgico, como son los jarros y las patenas eucarísticas. En cuanto a los incensarios, por el momento nos son conocidos ejemplares llegados de la cuenca mediterránea, pero cuya fabricación en talleres hispánicos no se ha detectado.
Anteriormente nos hemos referido a la existencia de unos talleres áulicos establecidos directamente en la corte y controlados por un orfebre palatino denominado praepositus argentariorum. Es muy posible que a partir del establecimiento de la corte en Toledo , la actividad de los talleres áulicos fuese en aumento, puesto que también se multiplicaron los regalos reales por motivos de agradecimiento, conmemoración o alianzas matrimoniales. Se ha señalado siempre la importancia que tuvo en estos talleres la adopción por parte de Leovigildo de todo el boato cortesano bizantino. La alta calidad de sus producciones ha quedado reflejada en los textos, sobre todo islámicos, y nos es conocida gracias a diversos tesoros fechados principalmente a mediados del siglo VII, como los de Guarrazar y Torredonjimeno. Estos están compuestos de coronas votivas y cruces procesionales, que no pueden ser consideradas como insignias reales. En el caso de la corona que fue regalada por Recaredo al mártir Félix de Gerona, es bien sabido que el usurpador Paulo osó ponérsela sobre la cabeza, pero no por ello podemos deducir que se tratara de una corona, como tal, sino que era un ornamento de tipo litúrgico. De este modo también nos lo han transmitido las ilustraciones de los manuscritos. En estos productos se conjugan influencias bizantinas y de tradición romana, puesto que muestran una cierta continuidad y una personalidad propia en las técnicas y en los motivos ornamentales y decorativos, aunque forman parte de las producciones homogéneas de la cuenca mediterránea.
Actualmente, creemos que se debe valorar también el bizantinismo, habitual en todas las regiones de la cuenca mediterránea, pues éste marca claramente las manifestaciones culturales y artísticas de finales del siglo VI y de todo el siglo VII. A partir del momento en que los objetos personales dejan de ser tomados como tales objetos, se empieza a conocer con mejor precisión a los individuos que componen la sociedad de los siglos VI y VII, y cómo se desarrolla la implantación del pueblo visigodo dentro del territorio peninsular. Las producciones de toreutas y orfebres responden a los gustos y modas del momento, pudiéndose siempre detectar las diversas influencias venidas esencialmente de productos no peninsulares que fueron imitados y fabricados en los talleres artesanos de tipo local. La demanda, dado el gran número de hallazgos arqueológicos, debió ser bastante elevada y su producción debió centrarse en puntos urbanos importantes, tras lo cual se procedía a su comercialización y venta. La mayoría de los objetos que nos han llegado son fíbulas que servían para sujetar el manto a la altura de los hombros o en el pecho, además de broches de cinturón de diversos tipos. Dentro de los clásicos adornos personales de tipo visigodo, fechables a finales del siglo V y primera mitad del siglo VI, cabe señalar la variedad de tipos tanto de fíbulas como de broches de cinturón marcados siempre por la policromía, puesto que en su mayoría presentan incrustaciones de piedras duras o granates, o bien superficies cubiertas por mosaicos de celdillas con deposición de cristales coloreados.
Destacan entre todas estas producciones, las denominadas fíbulas aquiliformes, que aunque no pueden ser definidas como propiamente hispánicas, puesto que aparecen en otros lugares como por ejemplo en Domagnano (Italia), sí que están marcadas por una personalidad propia de los toreutas y orfebres de la Península. Con el paso del tiempo y teniendo en cuenta lo avanzado del proceso de aculturación, la moda visigoda irá dejando paso a una más latino-mediterránea, que no se centrará ya en la Meseta castellana sino que abrirá su demanda a toda la geografía peninsular. La intrusión de esta nueva moda indica un descenso en la producción por parte de los talleres visigodos y un mayor desarrollo de otros centros productores hispánicos con unas connotaciones locales indiscutibles. Los adornos personales de finales del siglo VI y de todo el siglo VII estarán marcados por las influencias mediterráneas, pero también y más concretamente por los productos bizantinos, de una gran calidad en su fabricación y que están circulando y llegando a todos los puertos del Mediterráneo. Además de los adornos personales, en estos talleres artesanos fueron probablemente fabricados diferentes objetos destinados, por lo que sabemos actualmente, al uso litúrgico, como son los jarros y las patenas eucarísticas. En cuanto a los incensarios, por el momento nos son conocidos ejemplares llegados de la cuenca mediterránea, pero cuya fabricación en talleres hispánicos no se ha detectado.
Anteriormente nos hemos referido a la existencia de unos talleres áulicos establecidos directamente en la corte y controlados por un orfebre palatino denominado praepositus argentariorum. Es muy posible que a partir del establecimiento de la corte en Toledo , la actividad de los talleres áulicos fuese en aumento, puesto que también se multiplicaron los regalos reales por motivos de agradecimiento, conmemoración o alianzas matrimoniales. Se ha señalado siempre la importancia que tuvo en estos talleres la adopción por parte de Leovigildo de todo el boato cortesano bizantino. La alta calidad de sus producciones ha quedado reflejada en los textos, sobre todo islámicos, y nos es conocida gracias a diversos tesoros fechados principalmente a mediados del siglo VII, como los de Guarrazar y Torredonjimeno. Estos están compuestos de coronas votivas y cruces procesionales, que no pueden ser consideradas como insignias reales. En el caso de la corona que fue regalada por Recaredo al mártir Félix de Gerona, es bien sabido que el usurpador Paulo osó ponérsela sobre la cabeza, pero no por ello podemos deducir que se tratara de una corona, como tal, sino que era un ornamento de tipo litúrgico. De este modo también nos lo han transmitido las ilustraciones de los manuscritos. En estos productos se conjugan influencias bizantinas y de tradición romana, puesto que muestran una cierta continuidad y una personalidad propia en las técnicas y en los motivos ornamentales y decorativos, aunque forman parte de las producciones homogéneas de la cuenca mediterránea.