Un final grandioso
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Datos principales
Rango
Barroco14
Desarrollo
Como dice Jonathan Brown, la pintura madrileña del XVII tuvo un final grandioso, tanto por la cantidad como por la calidad de las obras que por entonces se realizaron, pero sobre todo por la alta categoría artística de los pintores activos en la capital en las últimas décadas del siglo.El interés que mostró Carlos II por la pintura a lo largo de su vida y los numerosos encargos eclesiásticos favorecieron este extraordinario florecimiento, en el que primó el aspecto triunfal de las decoraciones y la alegría de color en los cuadros de altar, quizás para así ocultar los problemas de una dinastía en proceso de extinción y de una España en declive, en la que sólo mantenía intacto su prestigio la Iglesia, sostenida por la fe de un pueblo.Todos los artistas que trabajaron en este período se formaron ya dentro de las cualidades del pleno barroco, a diferencia de los introductores del estilo, aunque, por designios del destino, algunos fallecieron antes que sus maestros.Ese es el caso de Juan Antonio Escalante (1633-1669), discípulo de Francisco Rizi , sin duda el más refinado colorista de la escuela madrileña (Santa Catalina, 1660, Madrid, iglesia de las Maravillas; Elías y el ángel, h. 1667-1668, Madrid, Museo del Prado).Lo mismo sucede con José Antolínez (1635-1675), autor de cuadros de devoción y algunas escenas de género (El vendedor de cuadros, h. 1670, Munich, Alte Pinakothek), quien estudió también con Rizi, aunque configuró su estilo definitivo en las enseñanzas de los ejemplos venecianos y flamencos de la colección real y en las de los maestros del centro del siglo.
Derivan de Velázquez los tonos plateados de su paleta, en la que predominan los colores intensos, exquisitamente matizados. Las Inmaculadas son sus obras más características en las que muestra un lenguaje teatral y dinámico (Museos del Prado, de Barcelona, Bowes de Barnard Castle).Mateo Cerezo (1637-1666) también forma parte del grupo de pintores desaparecidos prematuramente. Formado con Carreño , posee un estilo de gran brillantez cromática y centelleantes efectos lumínicos, y una elegante concepción formal dependiente del influjo de Van Dyck (Desposorios místicos de Santa Catalina, 1660, Madrid, Museo del Prado).Pero sin duda el más importante pintor de esta etapa y uno de los mejores de la centuria es Claudio Coello (1642-1693). Educado con Rizi, realizó una extensa obra, integrada fundamentalmente por frescos, lienzos para retablos y cuadros de altar, aunque por desgracia de su actividad como fresquista apenas quedan restos debido a la destrucción de los edificios religiosos madrileños en los que figuraban sus decoraciones. El único ejemplo relevante conservado, aunque muy restaurado, es la ornamentación de la iglesia del Colegio Agustino de Santo Tomás de Villanueva (1683-1684, Zaragoza, actual iglesia de San Roque, conocida como la Mantería), en la que se aprecian sus dotes para la composición escenográfica y su dominio de esta técnica.En sus lienzos, de magnífica y cuidada ejecución, se muestra como la mayoría de los pintores de su generación especialmente interesado por la riqueza cromática, el dinamismo y la teatralidad, utilizando con maestría los recursos efectistas del pleno barroco (Triunfo de San Agustín , 1664, Madrid, Museo del Prado; Anunciación, 1668, Madrid, Convento de San Plácido).
Su trabajo más sobresaliente es la Sagrada Forma de la sacristía del monasterio de El Escorial (1685-1690). Auténtica obra maestra de la pintura española, Coello recuerda en ella a Velázquez tanto en su preocupación por captar la atmósfera ambiental como en la perfecta definición ilusionística del espacio, en el que dispone una asombrosa galería de retratos. El significado de esta obra es complejo, pero en ella predomina sobre todo una idea: destacar el protagonismo de la dinastía de los Austrias como defensora terrenal de la fe.Prueba del interés que Carlos II sintió por la pintura, además del gran número de artistas que tuvo a su servicio, es el nombramiento como pintor de cámara del napolitano Lucas Jordán (1634-1705), que permaneció en España desde 1692 hasta 1702. Figura indiscutible del barroco decorativo italiano, cuando llegó a Madrid el nuevo estilo estaba ya consolidado, pero enriqueció la escuela española con la espectacularidad y la grandilocuencia de su imaginativo arte (frescos del monasterio de El Escorial,, 1692-1694; decoración de la iglesia de San Antonio de los Alemanes y del techo del Casón del Buen Retiro, Madrid; sacristía de la catedral de Toledo).La huella de su influencia aparece en el lenguaje de Antonio Palomino (1655-1726), hábil fresquista que prolongó su actividad dentro del siglo XVIII (iglesia de los Santos Juanes de Valencia, 1699; cartuja de Granada, 1711-1712; catedral de Córdoba, 1712-1713). A él se debe el más importante tratado español de pintura de la Edad Moderna, "Museo pictórico y escala óptica" (1715-1724), en el que además de dos partes dedicadas a la teoría y a la técnica pictóricas, incluye una tercera integrada por numerosas biografías de artistas, que aún constituye una valiosa fuente de información sobre los pintores del Siglo de Oro español.
Derivan de Velázquez los tonos plateados de su paleta, en la que predominan los colores intensos, exquisitamente matizados. Las Inmaculadas son sus obras más características en las que muestra un lenguaje teatral y dinámico (Museos del Prado, de Barcelona, Bowes de Barnard Castle).Mateo Cerezo (1637-1666) también forma parte del grupo de pintores desaparecidos prematuramente. Formado con Carreño , posee un estilo de gran brillantez cromática y centelleantes efectos lumínicos, y una elegante concepción formal dependiente del influjo de Van Dyck (Desposorios místicos de Santa Catalina, 1660, Madrid, Museo del Prado).Pero sin duda el más importante pintor de esta etapa y uno de los mejores de la centuria es Claudio Coello (1642-1693). Educado con Rizi, realizó una extensa obra, integrada fundamentalmente por frescos, lienzos para retablos y cuadros de altar, aunque por desgracia de su actividad como fresquista apenas quedan restos debido a la destrucción de los edificios religiosos madrileños en los que figuraban sus decoraciones. El único ejemplo relevante conservado, aunque muy restaurado, es la ornamentación de la iglesia del Colegio Agustino de Santo Tomás de Villanueva (1683-1684, Zaragoza, actual iglesia de San Roque, conocida como la Mantería), en la que se aprecian sus dotes para la composición escenográfica y su dominio de esta técnica.En sus lienzos, de magnífica y cuidada ejecución, se muestra como la mayoría de los pintores de su generación especialmente interesado por la riqueza cromática, el dinamismo y la teatralidad, utilizando con maestría los recursos efectistas del pleno barroco (Triunfo de San Agustín , 1664, Madrid, Museo del Prado; Anunciación, 1668, Madrid, Convento de San Plácido).
Su trabajo más sobresaliente es la Sagrada Forma de la sacristía del monasterio de El Escorial (1685-1690). Auténtica obra maestra de la pintura española, Coello recuerda en ella a Velázquez tanto en su preocupación por captar la atmósfera ambiental como en la perfecta definición ilusionística del espacio, en el que dispone una asombrosa galería de retratos. El significado de esta obra es complejo, pero en ella predomina sobre todo una idea: destacar el protagonismo de la dinastía de los Austrias como defensora terrenal de la fe.Prueba del interés que Carlos II sintió por la pintura, además del gran número de artistas que tuvo a su servicio, es el nombramiento como pintor de cámara del napolitano Lucas Jordán (1634-1705), que permaneció en España desde 1692 hasta 1702. Figura indiscutible del barroco decorativo italiano, cuando llegó a Madrid el nuevo estilo estaba ya consolidado, pero enriqueció la escuela española con la espectacularidad y la grandilocuencia de su imaginativo arte (frescos del monasterio de El Escorial,, 1692-1694; decoración de la iglesia de San Antonio de los Alemanes y del techo del Casón del Buen Retiro, Madrid; sacristía de la catedral de Toledo).La huella de su influencia aparece en el lenguaje de Antonio Palomino (1655-1726), hábil fresquista que prolongó su actividad dentro del siglo XVIII (iglesia de los Santos Juanes de Valencia, 1699; cartuja de Granada, 1711-1712; catedral de Córdoba, 1712-1713). A él se debe el más importante tratado español de pintura de la Edad Moderna, "Museo pictórico y escala óptica" (1715-1724), en el que además de dos partes dedicadas a la teoría y a la técnica pictóricas, incluye una tercera integrada por numerosas biografías de artistas, que aún constituye una valiosa fuente de información sobre los pintores del Siglo de Oro español.