El artista y la sociedad
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Datos principales
Rango
Barroco1
Desarrollo
Junto al patrocinio artístico oficial de la Iglesia , el Papado al frente, el de las órdenes religiosas y el de la aristocracia romana, se desarrolló una amplia comitencia culta, animada principalmente por hombres de cultura (médicos, abogados, literatos), expertos en arte y coleccionistas, a los que se unen algunos viajeros extranjeros. Entre esos grandes comitentes romanos figuraron el cardenal Del Monte, admirador y protector incondicional de Caravaggio ; el marqués Vincenzo Giustiniani, rico banquero genovés, propietario de una riquísima galería de pintura y arte antiguo; el estudioso y experto en arte Cassiano Del Pozzo, amigo de Galileo , admirador de la obra de Poussin , al que protegió, de Lorrain y de Velázquez , de los que poseía cuadros, uno de los animadores de la vida cultural de Roma desde su cargo de maestro de cámara papal. Ya fuera por herencia o por compra-venta, en el siglo XVII se formaron en Roma grandes galerías privadas, creadas al socaire del contexto apuntado, que reflejaban en su conformación tanto el gusto de la época como la sensibilidad de sus dueños (Doria, Spada). La galería Giustiniani, por ejemplo, se formó a partir de un núcleo de obras de Tiziano , Veronese y Tintoretto , más alguna del genovés Cambiaso , para pronto decantarse por la pintura de los primeros barrocos, en sus dos filones más representativos, con los Carracci y Caravaggio a la cabeza, para terminar volcándose por el clasicismo de Poussin y Lorrain.
Iluminador de la valoración que merecía la pintura, cercana al de bien de consumo generador de intereses económicos (inversión y renta), es el testimonio del marqués Giustiniani: "no sólo en Roma, en Venecia y en otras partes de Italia, sino también en Flandes y en Francia, modernamente se ha puesto de moda decorar los palacios completamente con cuadros, para andar variando el uso de los paramentos suntuosos usados en el pasado, máxime en España... y esta nueva costumbre ofrece, además, gran favor a la venta de las obras de los pintores, a los cuales deberá resultar al día de mayor utilidad para el futuro" (Lettera al signor Teodoro Amideni, ant. 1620). Ese nuevo valor dado al cuadro varió en parte el ejercicio de la protección artística, lo que unido al rápido cambiar de las fortunas económicas, alentó la antigua relación de servitú particolare, en la que el artista era acogido y mantenido con regularidad en el palacio del protector, para el que el artista trabajaba cobrando por las obras ejecutadas un pago aparte. Al margen de los cambios de fortuna del mecenas, no todos eran tan liberales como un Del Monte o un Del Pozzo, planteando serias limitaciones a la iniciativa de los artistas.Es así que, con el paso de los años, la figura del intermediario o marchante de arte de profesión adquiere una mayor importancia. Con libertad por ambas partes, el marchante contrataba la obra al artista y la proponía a los coleccionistas. Con todo, dada la no existencia de normas sobre los precios, estimación y pagos al artista, éste solía salir perdiendo, lo que se agravaba si el marchante había colocado en el mercado obras falsas, copias o imitaciones.
En 1633, la Academia romana de San Lucas intentó el control y la limitación del mercado por medio de unas tasas. Pero, la respuesta a la figura del intermediario, sin escrúpulos, en este variopinto mundillo del arte apareció en otra de más alto nivel profesional, la del experto conocedor. A esta categoría pertenecieron altos funcionarios como monseñor G. B. Agucchi, médicos como G. Mancini, poetas de fama como G. B. Marino o, incluso, pintores como el caballero D'Arpino . Coleccionistas también, por la mediación prestada solían cobrar dones, favores o cargos por parte del cliente u obras por parte del artista. La aportación más fundamental de estos profesionales fue, sin duda, la de potenciar las preferencias barrocas entre los coleccionistas. De su capital aportación habla a las claras el que Mancini, erudito y teórico del concepto del ideal en el arte, escribiera un breve tratadito, especie de guía práctica dedicada a los coleccionistas: "Considerazioni appartenertti alla pittura come diletto di gentiluomo nobile" (c. 1617-21), con la que intentó dar un criterio con el que el hombre de gusto pudiera estimar con corrección las obras de arte, distinguir las copias de los originales, elegir una ubicación digna del cuadro, etcétera.Hechos como éste otorgaron a la pintura, en especial, el carácter de fenómeno cultural público. Gradualmente se fue ampliando el interés ciudadano por la creación artística, difundiéndose las novedades a través de exposiciones organizadas con ocasión de alguna ceremonia o fiesta, como la del Corpus. El público podía recorrer los lugares de exposición (que no de venta) en el Panteón o en iglesias como San Salvatore in Lauro o San Giovanni Decollato, convirtiéndose así, a más de en un espectáculo festivo, en una oportunidad singular para los artistas que se daban a conocer ante el gran público y llamaban la atención de los expertos y coleccionistas. De su importancia, sólo un ejemplo. Velázquez , para confrontar su valía y afirmarse ante los críticos y artistas romanos, pero también ante el pueblo, expuso en el Panteón (1650) su extraordinario retrato de Inocencio X .
Iluminador de la valoración que merecía la pintura, cercana al de bien de consumo generador de intereses económicos (inversión y renta), es el testimonio del marqués Giustiniani: "no sólo en Roma, en Venecia y en otras partes de Italia, sino también en Flandes y en Francia, modernamente se ha puesto de moda decorar los palacios completamente con cuadros, para andar variando el uso de los paramentos suntuosos usados en el pasado, máxime en España... y esta nueva costumbre ofrece, además, gran favor a la venta de las obras de los pintores, a los cuales deberá resultar al día de mayor utilidad para el futuro" (Lettera al signor Teodoro Amideni, ant. 1620). Ese nuevo valor dado al cuadro varió en parte el ejercicio de la protección artística, lo que unido al rápido cambiar de las fortunas económicas, alentó la antigua relación de servitú particolare, en la que el artista era acogido y mantenido con regularidad en el palacio del protector, para el que el artista trabajaba cobrando por las obras ejecutadas un pago aparte. Al margen de los cambios de fortuna del mecenas, no todos eran tan liberales como un Del Monte o un Del Pozzo, planteando serias limitaciones a la iniciativa de los artistas.Es así que, con el paso de los años, la figura del intermediario o marchante de arte de profesión adquiere una mayor importancia. Con libertad por ambas partes, el marchante contrataba la obra al artista y la proponía a los coleccionistas. Con todo, dada la no existencia de normas sobre los precios, estimación y pagos al artista, éste solía salir perdiendo, lo que se agravaba si el marchante había colocado en el mercado obras falsas, copias o imitaciones.
En 1633, la Academia romana de San Lucas intentó el control y la limitación del mercado por medio de unas tasas. Pero, la respuesta a la figura del intermediario, sin escrúpulos, en este variopinto mundillo del arte apareció en otra de más alto nivel profesional, la del experto conocedor. A esta categoría pertenecieron altos funcionarios como monseñor G. B. Agucchi, médicos como G. Mancini, poetas de fama como G. B. Marino o, incluso, pintores como el caballero D'Arpino . Coleccionistas también, por la mediación prestada solían cobrar dones, favores o cargos por parte del cliente u obras por parte del artista. La aportación más fundamental de estos profesionales fue, sin duda, la de potenciar las preferencias barrocas entre los coleccionistas. De su capital aportación habla a las claras el que Mancini, erudito y teórico del concepto del ideal en el arte, escribiera un breve tratadito, especie de guía práctica dedicada a los coleccionistas: "Considerazioni appartenertti alla pittura come diletto di gentiluomo nobile" (c. 1617-21), con la que intentó dar un criterio con el que el hombre de gusto pudiera estimar con corrección las obras de arte, distinguir las copias de los originales, elegir una ubicación digna del cuadro, etcétera.Hechos como éste otorgaron a la pintura, en especial, el carácter de fenómeno cultural público. Gradualmente se fue ampliando el interés ciudadano por la creación artística, difundiéndose las novedades a través de exposiciones organizadas con ocasión de alguna ceremonia o fiesta, como la del Corpus. El público podía recorrer los lugares de exposición (que no de venta) en el Panteón o en iglesias como San Salvatore in Lauro o San Giovanni Decollato, convirtiéndose así, a más de en un espectáculo festivo, en una oportunidad singular para los artistas que se daban a conocer ante el gran público y llamaban la atención de los expertos y coleccionistas. De su importancia, sólo un ejemplo. Velázquez , para confrontar su valía y afirmarse ante los críticos y artistas romanos, pero también ante el pueblo, expuso en el Panteón (1650) su extraordinario retrato de Inocencio X .