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Datos principales


Rango

Cd8-3

Desarrollo


Durante el reinado de Enrique VIII, la fiesta cortesana muestra una acusada orientación tradicional y medievalizante. Los festejos de más auge en esta corte fueron los torneos, cuyos caracteres y significación habían quedado definidos desde mediados del siglo XV en la corte de Borgoña; es éste un tema que, al contrario que el de la entrada triunfal, no evolucionó hacia las coordenadas humanístico-renacentistas. Razones de índole política subyacían en este reverdecer del culto a la caballería, ya que suponía un modo de atraer a una poderosa aristocracia al servicio de la corona; a ello, lógicamente, se unían motivaciones sociales y de prestigio. Una imagen como la del torneo de 1511, donde Enrique VIII asistido por cuatro caballeros era el protagonista de la justa que presenciaban la reina Catalina y sus damas, es elocuente al respecto, e incluso, a decir de Strong, con un carácter un tanto provinciano. El torneo propiamente dicho se completaba con una serie de festejos, con baile, música, lectura de poemas, etc., todo con referencias a las virtudes de damas y caballeros y alusiones constantes a la mítica Camelot del rey Arturo. Los temas imperiales derivados de Carlos V y sus círculos humanísticos tuvieron una enorme repercusión en el pensamiento isabelino y su concepto de la monarquía, ahora también cabeza de la Iglesia anglicana. Se argumentaba que, habiendo reducido el Papa a la nada el poder imperial, concernía a los reinos recuperarlo e instaurarlo.

El culto a Isabel I proviene de este papel de la virgen justa (recuérdese su figuración como Astraea) que toma una postura activa en esta peculiar reforma imperial. Uno de los eventos más significativos en esta línea exaltatoria fue el entretenimiento dado por Lord Hertford como homenaje a Isabel I, concebida como la bella Cinthia, Emperatriz del ancho Océano. Tuvo lugar en 1591 en Elvetham (Hampshire), disponiéndose un gran lago en forma de media luna (Cintia es la diosa de la Luna) que simbolizaba la luna imperial, lema que había sido adoptado por Enrique II de Francia y que ahora asume el imperio Tudor en expansión; expansión pirático-marítima, sobre todo, que, en estos momentos y tras el desastre de la Invencible de Felipe II en 1588, se presenta más factible que nunca. En concreto, la colonización de Norteamérica no se hará esperar, partiendo de Virginia, fundación inglesa ya existente y cuyo nombre deriva precisamente de Isabel I, reina-virgen.

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