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Datos principales
Rango
Barbarroja
Desarrollo
La lucha siguió en noviembre, aunque la intensidad disminuía. Ambos bandos comenzaban a dar muestras de agotamiento. El IV Ejército blindado alemán fue retirado a Kotelnikovo para su reorganización. Von Paulus , sin embargo, aún no había desistido. El 11 de noviembre aún pudo lanzar cinco divisiones sobre un frente de seis kilómetros para alcanzar el río en toda esa extensión. Los alemanes consiguieron pulverizar la resistencia soviética en un frente de 500 metros y todos quedaron tan agotados que Chuikov reconoce que el ataque al caer el día de un solo batallón alemán más les hubiera lanzado al Volga, Pero, como ocurrió en tantos otros acontecimientos bélicos, en esta ocasión Von Paulus careció de ese último batallón. En adelante, pintarían bastos para los alemanes. En esos momentos, las alas del VI Ejército estaban cubiertas por los ejércitos III y IV rumanos, II húngaro y VIII italiano. Unos 700.000 hombres que debían cubrir con pocos tanques, anticuados anticarros y escasa artillería de campaña 800 kilómetros de frente. Poco más que un cordón aduanero. El invierno se había adelantado y las primeras nieves cubrían ya los paisajes del bajo Don y del Volga. Las tropas del Eje aún no habían recibido sus equipos de invierno y parte de ellas estaban esperando el relevo tras un año largo de guerra. Para entonces, el Estado mayor soviético disponía de medios para iniciar el contraataque. Desde Voronetz hasta Elitsa se habían organizado a fondo tres grupos de ejércitos: ejército del sudeste (Vatutin ), ejército del Don (Rokossovski ) y ejército de Stalingrado (Leremenko) (7), que reunían un total de 1.
050.000 hombres, 1.200 tanques, 13.000 cañones y 1.200 aviones. Enfrente, los alemanes disponían de un número similar de hombres, 700 tanques, 10.000 cañones y un millar de aviones de combate. Fuerzas teóricamente similares, pero los soviéticos gozarían ahora de una neta ventaja; factor sorpresa, elección del lugar de ataque, tropas de refresco bien equipadas para el invierno y llenas de moral y ganas de revancha, abundancia de material bélico y combustible al lado del frente... Con el ancho Don guardando sus líneas, los mariscales Zhukov y Vasilievsky (planificadores de la ofensiva soviética) pudieron concentrar tropas en los puntos elegidos para el ataque, de modo que en el combate contaron siempre con efectivos de tres a cinco veces más poderosos que sus enemigos. Una de las ventajas que se les dispensaba por añadidura era la abundancia de tropas alemanas en las ruinas de Stalingrado : allí se encontraban más del 20 por 100 de las tropas, más del 20 por 100 de los carros de combate, más del 50 por 100 de la artillería y el grueso de la aviación (8). La bien concebida defensa soviética se inició en la madrugada del 19 de noviembre. Los ejércitos de Vatutin y Rokossovski , tras una feroz preparación artillera, cayeron sobre el III Ejército rumano. El día 20, el ejército de Leremenko atacó, 100 kilómetros al sur de Stalingrado, al IV Ejército rumano.
Aquellos días, de abundantes neblinas y nevadas, impidieron una adecuada observación aérea y el mando alemán tardó treinta y seis horas en comprender las dimensiones del desastre que se le venía encima. Ambos ejércitos rumanos fueron machacados, desbordados o puestos en fuga, y sólo algunas divisiones mantuvieron la lucha hasta agotar las municiones después de quedar cercadas. El 23 de noviembre los ejércitos soviéticos de Leremenko y Rokossovski enlazaban en Kalach, al borde del Don. Von Paulus quedaba cercado en una bolsa de unos 10.000 kilómetros cuadrados con 18 divisiones alemanas, dos rumanas, la legión croata y una enorme confusión de planas mayores, oficinas administrativas y personal de tierra de la Luftwaffe, en total unos 300.000 hombres (9), de los que más de 40.000 no eran combatientes. El Estado Mayor alemán reaccionó al fin con eficacia y entregó a su mejor general de la zona, Manstein , los restos del naufragio de los ejércitos "B"; ordenó a Kleist retirarse del Cáucaso y a Von Paulus que dispusiera sus fuerzas para romper el cerco sin dejar de presionar sobre las cabezas de puente soviéticas en las ruinas de Stalingrado. El mazazo soviético había postrado a Hitler , pero Zeitzler , sucesor de Halder al frente del Estado Mayor, logró persuadirle de que el desastre no era trágico. La reunión de todos los ejércitos alemanes podría, aún, afrontar la ofensiva soviética.
Para ello había que ordenar a Paulus abandonar Stalingrado, pues precisaba de un suministro diario de 800 toneladas y los responsables de la Lutwaffe no se comprometían a transportar ni la mitad. Hitler reaccionó bien, aunque apesadumbrado porque en su retirada el VI Ejército debería abandonar todo su material bélico pesado. En estas discusiones, buscando la mejor línea de actuación, estaba el cuartel general de Hitler cuando se presento el mariscal Göring . "Estaba moreno, optimista, vestido como un general de opereta", según relata en sus memorias Speer (ministro alemán de armamentos). Tras observar las caras preocupadas, el mariscal del Reich exclamó: "¡Mi Führer, conquistaremos Stalingrado, la Luftwafe garantiza el suministro diario de 500 toneladas al VI Ejército!" A partir de ese momento, Hitler no querrá ya saber nada de salir de la bolsa: "¡Haremos de Stalingrado otro Alcázar de Toledo!" (Göring diría más tarde a Richtofen : "El Führer estaba optimista, ¿qué derecho tenía yo a estar pesimista") El VI Ejército terminaría de conquistar Stalingrado y renunciaría a la ruptura de la bolsa. Manstein debería romper el cerco desde fuera y se encargaría de suministrarle adecuadamente. El VI Ejército estaba condenado a muerte. En los setenta y cuatro días que duró el cerco no recibió ni 12.000 toneladas de suministros (10). La lucha fue languideciendo entre los escombros y decayendo la moral de los cercados que maldecían su inactividad, su falta de ropas de invierno, el duro racionamiento alimenticio. Muchos jefes comenzaron a pensar que aquello era el fin.
050.000 hombres, 1.200 tanques, 13.000 cañones y 1.200 aviones. Enfrente, los alemanes disponían de un número similar de hombres, 700 tanques, 10.000 cañones y un millar de aviones de combate. Fuerzas teóricamente similares, pero los soviéticos gozarían ahora de una neta ventaja; factor sorpresa, elección del lugar de ataque, tropas de refresco bien equipadas para el invierno y llenas de moral y ganas de revancha, abundancia de material bélico y combustible al lado del frente... Con el ancho Don guardando sus líneas, los mariscales Zhukov y Vasilievsky (planificadores de la ofensiva soviética) pudieron concentrar tropas en los puntos elegidos para el ataque, de modo que en el combate contaron siempre con efectivos de tres a cinco veces más poderosos que sus enemigos. Una de las ventajas que se les dispensaba por añadidura era la abundancia de tropas alemanas en las ruinas de Stalingrado : allí se encontraban más del 20 por 100 de las tropas, más del 20 por 100 de los carros de combate, más del 50 por 100 de la artillería y el grueso de la aviación (8). La bien concebida defensa soviética se inició en la madrugada del 19 de noviembre. Los ejércitos de Vatutin y Rokossovski , tras una feroz preparación artillera, cayeron sobre el III Ejército rumano. El día 20, el ejército de Leremenko atacó, 100 kilómetros al sur de Stalingrado, al IV Ejército rumano.
Aquellos días, de abundantes neblinas y nevadas, impidieron una adecuada observación aérea y el mando alemán tardó treinta y seis horas en comprender las dimensiones del desastre que se le venía encima. Ambos ejércitos rumanos fueron machacados, desbordados o puestos en fuga, y sólo algunas divisiones mantuvieron la lucha hasta agotar las municiones después de quedar cercadas. El 23 de noviembre los ejércitos soviéticos de Leremenko y Rokossovski enlazaban en Kalach, al borde del Don. Von Paulus quedaba cercado en una bolsa de unos 10.000 kilómetros cuadrados con 18 divisiones alemanas, dos rumanas, la legión croata y una enorme confusión de planas mayores, oficinas administrativas y personal de tierra de la Luftwaffe, en total unos 300.000 hombres (9), de los que más de 40.000 no eran combatientes. El Estado Mayor alemán reaccionó al fin con eficacia y entregó a su mejor general de la zona, Manstein , los restos del naufragio de los ejércitos "B"; ordenó a Kleist retirarse del Cáucaso y a Von Paulus que dispusiera sus fuerzas para romper el cerco sin dejar de presionar sobre las cabezas de puente soviéticas en las ruinas de Stalingrado. El mazazo soviético había postrado a Hitler , pero Zeitzler , sucesor de Halder al frente del Estado Mayor, logró persuadirle de que el desastre no era trágico. La reunión de todos los ejércitos alemanes podría, aún, afrontar la ofensiva soviética.
Para ello había que ordenar a Paulus abandonar Stalingrado, pues precisaba de un suministro diario de 800 toneladas y los responsables de la Lutwaffe no se comprometían a transportar ni la mitad. Hitler reaccionó bien, aunque apesadumbrado porque en su retirada el VI Ejército debería abandonar todo su material bélico pesado. En estas discusiones, buscando la mejor línea de actuación, estaba el cuartel general de Hitler cuando se presento el mariscal Göring . "Estaba moreno, optimista, vestido como un general de opereta", según relata en sus memorias Speer (ministro alemán de armamentos). Tras observar las caras preocupadas, el mariscal del Reich exclamó: "¡Mi Führer, conquistaremos Stalingrado, la Luftwafe garantiza el suministro diario de 500 toneladas al VI Ejército!" A partir de ese momento, Hitler no querrá ya saber nada de salir de la bolsa: "¡Haremos de Stalingrado otro Alcázar de Toledo!" (Göring diría más tarde a Richtofen : "El Führer estaba optimista, ¿qué derecho tenía yo a estar pesimista") El VI Ejército terminaría de conquistar Stalingrado y renunciaría a la ruptura de la bolsa. Manstein debería romper el cerco desde fuera y se encargaría de suministrarle adecuadamente. El VI Ejército estaba condenado a muerte. En los setenta y cuatro días que duró el cerco no recibió ni 12.000 toneladas de suministros (10). La lucha fue languideciendo entre los escombros y decayendo la moral de los cercados que maldecían su inactividad, su falta de ropas de invierno, el duro racionamiento alimenticio. Muchos jefes comenzaron a pensar que aquello era el fin.