Ara de Domicio Ahenobardo
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Datos principales
Rango
Roma y Pompeya
Desarrollo
En la Roma de 1683 se tenía ya conocimiento de los relieves de un friso que se encuentra hoy repartido entre el Museo del Louvre y la Gliptoteca de Munich. En su origen debieron decorar una ara, una basa o una tribuna, tal vez en relación con un templo de Neptuno construido por los Domicios junto al Circo Flaminio. Un miembro de esta familia, que dio a la República distinguidos almirantes, fue censor en el año 115 y realizó el censo (lustrum) al que se refiere la parte histórica del friso. Esta (una placa de mármol pentélico de 5,66 metros de largo por 0,85 de alto) es la conservada en el Louvre. Entre las dos pilastras situadas a sus extremos se desarrollan dos escenas relacionadas con el censo de ciudadanos sujetos al servicio militar y a los deberes electorales y tributarios de la sociedad civil. El primero por la izquierda es un funcionario (apparitor) que anota en una de las tabulae census los datos que le proporciona el declarante, también sentado y acompañado de dos testigos. Uno de éstos se dirige al funcionario, el otro es requerido por el declarante a prestar juramento. Dos soldados provistos de grandes escudos ovalados (éstos y otros pertrechos indican que pertenecen al ejército anterior a la reforma de Mario ), velan por el mantenimiento del orden. Uno de ellos enlaza con la escena siguiente, hacia la que mira. En ésta figuran primero dos músicos, encargados de amenizar y paliar las quejas de las víctimas del sacrificio que allí se celebrará ante el ara Martis in campo.
El dios Marte en persona asiste a la ceremonia. El oficiante, uno de los censores (su cabeza es restauración moderna), realiza con una pátera la ofrenda preliminar, líquida, ante el cubo del ara, asistido por los camilli acostumbrados. A continuación, adornado del dorsuale y de las ínfulas de rigor, un corpulento toro se aproxima, en compañía de dos victimarios vestidos sólo con el sayo de ordenanza (cum cincto limo), como esclavos públicos que son; los siguen otros que completan el trío de víctimas del suouetaurilia (toro, carnero y cerdo), en los sacrificios de Estado. Detrás del camero se ve a un personaje capite velatus con un estandarte (vexillum) al hombro, probablemente el otro censor. Por último, dos peones y un soldado de caballería, armados como los anteriores y al parecer dispuestos a emprender la marcha. El resto del friso (en Munich) da una de aquellas visiones tempestuosas del thiasos marino que en la estela del friso del Gran Altar de Pérgamo perpetúan su ímpetu con la tibieza amable del manierismo neoclásico. El viaje nupcial de Neptuno y Anfítrite, en su carro tirado por ictiocentauros, es el pretexto para el desfile del cortejo. Se echa de ver en él el gusto por las figuras acostadas, de contornos sinuosos, como las ninfas dormidas y el célebre Hermafrodita, vistas en escorzo o de espaldas; abundan las fusiones de cuerpos de nereidas en fluida amalgama con las colas de cetáceos de sus cabalgaduras; amorcillos juguetones revoloteando impávidos en los senos del torbellino.
Se explica la demanda de este tipo de temas, muy socorridos en cráteras de mármol y candelabros, a los talleres neoáticos de Pérgamo, de Atenas y de la misma Roma, por una sociedad individualista, amante del lujo y del refinamiento. Frente a esta muestra del arte por el arte, el friso del censo y del sacrificio devuelve al espectador al mundo de la vida común y de los días y las personas concretas. Era el criterio que Roma imponía al relieve histórico, un modo de ver diametralmente opuesto al que unos decenios antes habían utilizado los griegos en el monumento a Paulo Emilio en Delfos (168-167 a. C.). No hay aquí más desnudos que los de los torsos de los victimarios, ni nada que eleve lo propio de un censo y de un sacrificio a un plano ideal, con mitología o sin ella. A cambio de ello, lo que Azorín llamaba primores de lo vulgar. Incluso Marte parece un mariscal de carne y hueso, revestido de su armadura y de su paludamentum distintivo.
El dios Marte en persona asiste a la ceremonia. El oficiante, uno de los censores (su cabeza es restauración moderna), realiza con una pátera la ofrenda preliminar, líquida, ante el cubo del ara, asistido por los camilli acostumbrados. A continuación, adornado del dorsuale y de las ínfulas de rigor, un corpulento toro se aproxima, en compañía de dos victimarios vestidos sólo con el sayo de ordenanza (cum cincto limo), como esclavos públicos que son; los siguen otros que completan el trío de víctimas del suouetaurilia (toro, carnero y cerdo), en los sacrificios de Estado. Detrás del camero se ve a un personaje capite velatus con un estandarte (vexillum) al hombro, probablemente el otro censor. Por último, dos peones y un soldado de caballería, armados como los anteriores y al parecer dispuestos a emprender la marcha. El resto del friso (en Munich) da una de aquellas visiones tempestuosas del thiasos marino que en la estela del friso del Gran Altar de Pérgamo perpetúan su ímpetu con la tibieza amable del manierismo neoclásico. El viaje nupcial de Neptuno y Anfítrite, en su carro tirado por ictiocentauros, es el pretexto para el desfile del cortejo. Se echa de ver en él el gusto por las figuras acostadas, de contornos sinuosos, como las ninfas dormidas y el célebre Hermafrodita, vistas en escorzo o de espaldas; abundan las fusiones de cuerpos de nereidas en fluida amalgama con las colas de cetáceos de sus cabalgaduras; amorcillos juguetones revoloteando impávidos en los senos del torbellino.
Se explica la demanda de este tipo de temas, muy socorridos en cráteras de mármol y candelabros, a los talleres neoáticos de Pérgamo, de Atenas y de la misma Roma, por una sociedad individualista, amante del lujo y del refinamiento. Frente a esta muestra del arte por el arte, el friso del censo y del sacrificio devuelve al espectador al mundo de la vida común y de los días y las personas concretas. Era el criterio que Roma imponía al relieve histórico, un modo de ver diametralmente opuesto al que unos decenios antes habían utilizado los griegos en el monumento a Paulo Emilio en Delfos (168-167 a. C.). No hay aquí más desnudos que los de los torsos de los victimarios, ni nada que eleve lo propio de un censo y de un sacrificio a un plano ideal, con mitología o sin ella. A cambio de ello, lo que Azorín llamaba primores de lo vulgar. Incluso Marte parece un mariscal de carne y hueso, revestido de su armadura y de su paludamentum distintivo.