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En marzo de 1945, se podía leer en una pared del Berlín semidestruido un "graffiti" que decía: "Aprovechaos bien de la guerra porque la paz va a ser terrible". El consejo era estúpido, pero el autor no se equivocaba. No se trata de referirse aquí de nuevo a las pérdidas territoriales sufridas por Alemania, pero sí a otros padecimientos. Si los soldados rusos violaron y asesinaron más que en otras latitudes fue porque creyeron que tenían plena razón para hacerlo así y porque ellos mismos habían sufrido un trato parecido. Los testimonios, por ejemplo, de violaciones -se han llegado a contabilizar dos millones- han sido recogidos por figuras del mundo literario como, por ejemplo, Solzhenitsyn. El punto de partida de la Alemania de la posguerra estuvo constituido, pues, por los desastres de la guerra. Además, algunas de las más completas destrucciones de ciudades tuvieron lugar en los últimos meses de la guerra: éste fue el caso de Dresde, Koenigsberg o Breslau. De los diecisiete millones de alemanes que vivían en los territorios del Este, algo más de tres murieron por la guerra o las expulsiones en la fase bélica final; apenas dos millones permanecieron en los lugares donde vivían y el resto -más de diez- se refugió en las regiones occidentales. Y, sin embargo, como aseguró cuarenta años después el presidente de la RFA, Richard von Weizsacker, el final de la guerra equivalió a una liberación. No todos lo admitieron: el historiador Ernst Nolte recordó que no se podía hablar de liberación cuando Alemania había perdido una cuarta parte de su territorio y que no se liberaron los propios alemanes, sino que la liberación les fue impuesta.

La propia idea de que existía, en cierto grado, una culpa colectiva fue minoritaria. Lo más justo quizá sea decir, como escribió Thomas Mann, que no había dos Alemanias: la mala era igual que la buena, aunque hubiera perdido el rumbo y fuera culpable. Ya el norteamericano Kennan, desde comienzos de 1945, había aconsejado aceptar como un hecho irreversible que Alemania quedaría dividida en dos. En la etapa de ocupación, los norteamericanos esbozaron actitudes que tenían algo de racistas: para algunos, el deseo de guerra estaba tan profundamente enraizado en los alemanes como el deseo de libertad entre los norteamericanos. Un documento oficial aseguraba que había que tratar a Alemania como una nación enemiga vencida. Pero esta situación fue superada muy pronto. Hoover le planteó muy oportunamente la alternativa a Truman: se puede tener la venganza o la paz, pero no las dos a la vez. Los aliados democráticos optaron por la segunda. Alemania debía ser castigada y lo fue mediante la mutilación territorial -la comparación más pertinente sería la de una España que hubiera perdido Andalucía- y los juicios de Nuremberg, pero también hubo procesos de personas responsables de delitos no tan grandes. Las reparaciones, por su parte, afectaron de forma especial a los residentes en la zona oriental, a los que se impidió disponer de unos medios que eran imprescindibles para su subsistencia, pero también hubo reparaciones, muy inferiores, en la zona occidental.

Los juicios de personalidades inferiores a los grandes gerifaltes del nazismo fueron realizados en primer lugar por tribunales militares aliados y concluyeron en procesos contra 5.006 personas de las que 794 fueron condenadas a muerte y 486 ejecutadas. Además, los aliados incluyeron en la legislación penal alemana sanciones contra los "crímenes contra la Humanidad" o "crímenes de guerra", lo que permitió aplicar penas retroactivas para delitos que originariamente no existían. A fines de 1950, se habían dictado 5.228 condenas, pero en su mayor parte se referían a delitos menores (sólo en un centenar de casos se trataba de asesinatos). En 1950, la competencia definitiva sobre estos delitos fue transferida a los tribunales alemanes, que tan sólo condenaron a 628 personas, en su mayor parte guardianes de campos de concentración. A fines de 1955, prescribieron todos los delitos menores y sólo fue posible perseguir los delitos de asesinato con premeditación. No obstante, la protesta de algunos intelectuales hizo que en 1958 se creara un servicio de investigación de los crímenes nazis e incluso que se prolongara el tiempo de prescripción de los delitos de asesinato. Alemania, a partir de este momento pero también en épocas posteriores, ha indemnizado a quienes sufrieron las consecuencias de la barbarie nazi. En cuanto a la desnazificación de la Administración, en un principio llegó a ser tan masiva que 100.000 funcionarios fueron expulsados de sus puestos tan sólo en Baviera, mientras se repartían millones de cuestionarios para llevarla a cabo.

En la práctica, finalmente tan sólo 58.000 funcionarios fueron expulsados de sus puestos. La desnazificación moral se llevó a cabo de forma plena, de modo que tan sólo un 10% de los alemanes afirmaba, a fines de los años cuarenta, de acuerdo con las encuestas, que Hitler era el mayor estadista alemán de todos los tiempos. La primera elección democrática tuvo lugar en Alemania en un pueblecito bávaro en agosto de 1945. Afortunadamente, había todavía dirigentes de la época precedente que fueron utilizados por los aliados para ponerlos al frente de los Gobiernos regionales que se crearon en las zonas de ocupación y siempre hubo la idea de que todos los puestos políticos serían ocupados, llegado el momento, por elección. Las políticas de las diversas potencias ocupantes variaron un tanto: mientras los norteamericanos apenas intervinieron en esos Gobiernos, los británicos sí lo hicieron y los franceses llegaron a mostrar aspiraciones anexionistas sobre el Sarre. Cuatro partidos fueron aceptados por los ocupantes: Comunista, Democristiano, Liberal y Socialdemócrata. Con esos cuatro polos, que correspondían a otros tantos modos de entender la vida, se organizó la vida política en manifiesta ruptura con respecto al pasado. Gran parte de sus dirigentes, como Adenauer y Schumacher, había pertenecido a la oposición al nazismo. En septiembre de 1945, tan sólo cuatro meses después de haber acabado la guerra, se anunciaron las primeras elecciones generales que se llevaron a cabo en 1946.

Los dos grandes protagonistas de la política alemana de la posguerra fueron Konrad Adenauer y Kurt Schumacher; la paradoja es que el conservador fue el más propicio a una política de apertura hacia el exterior y de crecimiento económico que cambió la sociedad alemana mientras que el socialista fue proclive a posiciones nacionalistas. Adenauer había sido en 1917 un muy joven alcalde de Colonia y en los años veinte era ya una de las figuras más importantes del partido de Centro. Al final de la guerra, tenía ya 69 años y, al abandonar la cárcel de la Gestapo, sus carceleros temieron que pudiera suicidarse, pero todavía tenía una larga vida por delante. Caracterizaron a Adenauer una infatigable energía, una enorme capacidad de trabajo y una voluntad de combate incluso en los momentos más difíciles. Su vida puede ser descrita como un drama permanente o como una continua lucha, de la que nunca estaba por completo satisfecho. Su absoluta carencia de preocupación ideológica no se contradecía con firmes principios, algunos de ellos enfrentados con respecto a lo admitido por la mayoría. La dureza de su carácter, nacida del sufrimiento, le llevó a ser destituido por los británicos -como lo había sido antes por los nazis- por defender sus ideas. Su mujer falleció en 1948 como consecuencia de las penalidades sufridas y él mismo hubiera muerto de no ser por la rapidez del avance de los norteamericanos; había sido detenido varias veces durante el período nazi, pero eso no le hizo proclive a pensar en la existencia de una culpa colectiva de los alemanes acerca del nazismo.

En los años de obligada pasividad adquirió una conciencia absoluta de que la división de Europa era inevitable y de que la suya era la "parte libre" de Alemania que debía reconciliarse con Francia. La CDU que presidió fue un partido que partía de la compatibilidad entre protestantes, conservadores y liberales y católicos, y que se abrió también a corrientes sociales. Kaiser, un sindicalista, representó una tendencia de socialismo cristiano muy influyente durante algún tiempo. Por su parte, Kurt Schumacher era en muchos aspectos diferente de Adenauer: prusiano, era partidario de un Gobierno fuerte frente al federalismo del renano. Había pasado doce años en campos de concentración nazis. Fue siempre muy nacionalista y, por ello, menos europeísta y estaba dotado de un sentido del humor y de un calor humano de los que carecía Adenauer. Los problemas de reconstrucción eran, en 1945, gravísimos. Berlín, que con cinco millones de habitantes era en 1930 la mayor ciudad del continente europeo, sólo tenía en estos momentos tres. En ese año, un tercio de los nacidos en la antigua capital moría a causa de la precariedad de las condiciones de vida allí existentes. Antes de la guerra, las zonas más productivas desde el punto de vista alimentario habían sido las situadas en el Norte y la destrucción de los medios de transporte tuvo efectos devastadores sobre el aprovisionamiento, hasta el punto de que la cifra de calorías en la alimentación se redujo a tan sólo un tercio del nivel considerado normal.

En 1946, la media de la producción en las zonas administradas por los anglosajones fue algo superior a un tercio y sólo en 1948 se llegó al 60% de las cifras de la preguerra. En 1946, empezaron a tomarse decisiones que hicieron posible la recuperación económica. Puesto que los soviéticos no daban cuenta de las reparaciones que obtenían a base de desmantelar fábricas en la zona oriental, en la occidental dejaron de admitirse nuevos desmantelamientos. El invierno de 1947 se vio acompañado por las temperaturas más bajas del siglo en el centro de Europa, pero fue ya entonces cuando Alemania comenzó a percibir el cambio en la política norteamericana. Los aliados crearon un Consejo de 52 miembros, elegidos por los Parlamentos regionales, que empezó a funcionar en junio. En él ya jugó un papel de primera importancia Ludwig Erhard, un hombre ya de edad que había desempeñado un papel en el Gobierno bávaro y fue luego profesor en Munich. Su mérito fue oponerse las tendencias estatificadoras que no sólo dominaban entre los socialistas sino en parte de los sectores democristianos y entre los propios ocupantes, en especial los británicos. Fue él quien patrocinó las disposiciones fundamentales que estuvieron en el origen de la recuperación económica alemana. Consistieron en una reforma monetaria que introdujo un nuevo signo monetario -el "deutsche mark"-, la abolición del racionamiento y, en general, de todas las restricciones. Su política fue, por consiguiente, la de una economía de mercado, frente a lo que resultaba habitual en la política económica de una época en que incluso la democracia cristiana había propuesto la nacionalización de la industria pesada.

Las reformas hicieron desaparecer el mercado negro, pero afectaron gravemente a los ahorradores. En 1952, una ley de reparto de cargas pretendió establecer algún sistema de compensación. Los propietarios de bienes raíces, en cambio, apenas se vieron afectados por las medidas. Las tesis económicas de Erhard eran coincidentes con las de un grupo de economistas, entre los que figuraron Ropke, Eucken y Hayek, partidarios de "un orden social y económico fundamentalmente libre, pero también socialmente responsable, asegurado por un Estado fuerte". La reforma monetaria no sólo tuvo unas importantes consecuencias desde el punto de vista económico, sino también desde el político. Los países europeos occidentales habían llegado ya a la conclusión de que Alemania tenía que regirse con un Gobierno propio. La nueva moneda hizo inevitable la división de Alemania y provocó, como respuesta soviética, el bloqueo de Berlín. Pero la URSS había violado de forma sistemática los principios del Gobierno cuatripartito de Alemania y el principio de la libre determinación de los pueblos. Continuando con el proceso de construcción de un Estado, en septiembre de 1948 se reunió en Bonn una Asamblea constituyente. La organización política de Alemania estaría basada en una Ley Fundamental y no en una Constitución propiamente dicha, con el fin de subrayar una condición de provisionalidad derivada de que sólo una parte de los alemanes podían pronunciarse.

Las diferencias entre los partidos se manifestaron considerables y dieron lugar a acuerdos muy peculiares: la segunda Cámara o Bundesrat fue producto de la voluntad coincidente de CSU -democristianos bávaros- y SPD. La ley básica, aprobada en mayo de 1949, no fue el producto de un esfuerzo reaccionario por volver al pasado ni de una presión norteamericana sino la consecuencia de un profundo deseo de estabilidad, cambio y paz de todos los alemanes. Entre 1949 y 1955, transcurre la primera etapa en la existencia de la República Federal. La única oposición importante a la Ley Fundamental la presentaba la CSU, enfrentada al exceso de poder otorgado al Gobierno central, pero acabó aceptándola. La misma elección de Bonn como capital federal derivó del voluntario carácter de provisionalidad que quiso dársele al nuevo Estado. Los colores de la bandera fueron los de los demócratas nacionalistas alemanes del siglo XIX, como había sido durante la República de Weimar. Las primeras elecciones legislativas tuvieron lugar en agosto de 1949, después de la aprobación de una ley electoral en la que la posibilidad de un doble voto permitió siempre la existencia de un pequeño Partido Liberal. Desde un principio, la contienda electoral se centró entre la CDU y el SPD, que obtuvieron el 31 y el 29% del voto, respectivamente, mientras que el FDP logró el 11%. Esos resultados demuestran que existió la posibilidad de una gran dispersión parlamentaria, como había sucedido en la República de Weimar, pero ya en 1957 los demás partidos no superaron el 10%.

La abundancia de repatriados hubiera posibilitado que se formara un partido formado exclusivamente por ellos, pero de hecho el Parlamento vino a mostrar el mismo esquema de proporciones que se daba en la sociedad. Adenauer pudo gobernar gracias a la colaboración con los liberales, a los que pertenecía el primer presidente, Heuss; por otro lado, habiendo sido los temas económicos fundamentales en la campaña electoral, resultaba lógico que no quisiera coligarse con los socialistas. Su política estuvo dirigida a vincular Alemania a Occidente, como si temiera por la actitud de sus compatriotas. Consiguió su primera mayoría por un solo voto, pero proporcionó a Alemania una dirección firme, clara, imaginativa y realista. Adenauer era Der Alte -El Viejo- y siempre estuvo rodeado de un excepcional respeto. Los dirigentes del SPD, sin embargo, llegaron a decir que Adenauer actuaba como si se tratara de la quinta potencia ocupante. Como consecuencia de los acuerdos de Petersberg, en noviembre de 1949, la República Federal de Alemania fue reconocida como Estado independiente por los aliados occidentales. Sólo la autoridad de Adenauer permitió que el país se rearmara porque el punto de partida al respecto fue muy negativo, pues dos tercios de la población se negaba a una medida como ésta. El protestantismo alemán estuvo a punto de dividirse al respecto y hubo ministros que abandonaron el Gobierno mientras que el SPD llevó la cuestión al Tribunal Constitucional.

Éste, por su parte, jugó un papel político importante cuando tomó la decisión de expulsar de la legalidad democrática a un pequeño partido neonazi en Sajonia y, después, al partido comunista. En 1952, Stalin hizo una propuesta con respecto la reunificación alemana y una parte de la clase política alemana -incluso de la CDU- consideró que era sincera. Pero Adenauer no aceptó. Su firme política prooccidental, dispuesta a la integración en la Comunidad Europea de Defensa, permitió el cese de la ocupación y la integración del país en la OTAN y en el Tratado de Bruselas. Al mismo tiempo que se integraba en Europa, la RFA, saldando cuentas con su pasado, aplicó una política tendente a la indemnización por los crímenes cometidos por los nazis. Alrededor del 15% de las importaciones de Israel procedían de Alemania, que suscribió también pactos indemnizatorios con un total de dieciséis países. Los grandes inconvenientes de la economía alemana al comienzo de la posguerra no residían tanto en la destrucción de los bienes de capital como en el problema de las comunicaciones y la división del país en dos. Pero, establecidos los principios de la economía social de mercado gracias a la política de Erhard, la recuperación fue mucho más rápida de lo esperado. La construcción de viviendas, estimulada por una disposición de 1950, fue uno de los principales motores de la economía. A partir de 1955 y durante toda la segunda mitad de la década, el crecimiento anual alemán fue ya superior al 7%.

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