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El período iniciado en 1870, y prolongado hasta la Primera Guerra Mundial o hasta la crisis de 1930, se puede sintetizar con el lema "Orde y progreso" que figura en el centro de la bandera del Brasil. Esos años se caracterizaron por el rápido crecimiento económico y por la importancia de las transformaciones estructurales que se realizaron, tal como indican los principales indicadores macroeconómicos. Fueron las grandes transferencias de capital monetario y humano provenientes del extranjero las que en buena medida hicieron posible todos estos cambios. La población pasó de 4 a 10 millones, los ingresos públicos aumentaron catorce veces y el producto nacional se multiplicó por diez. En 1889 ya se habían construido más de 8.000 kilómetros de vías férreas y sólo en ese año llegaron a los puertos del país más de 100.000 inmigrantes europeos. La inmigración fue el principal impulsor del crecimiento demográfico, mucho mayor que el crecimiento vegetativo. Esta afectó especialmente a los grande estados del Sur, como Sáo Paulo o Río Grande, que eran los que estaban expandiendo su frontera agrícola. La inmigración comenzó a aumentar considerablemente después de la abolición de la esclavitud, debido a la necesidad de incorporar mano de obra asalariada a numerosas empresas productivas, especialmente en el sector del café. Una de las consecuencias de la inmigración fue la modificación registrada en la distribución étnica de la población brasileña, con un aumento relativo en el número de blancos, a costa del retroceso de negros e indios.

En la década de los 70 llegaron poco menos de 200.000 inmigrantes, que se transformaron en algo más de 500.000 en la década siguiente y en la de 1890 se pasó del millón, italianos y españoles en su mayor parte. Posteriormente, las llegadas conocieron altibajos, de acuerdo a la marcha de la coyuntura interna e internacional, como lo muestran las tasas de crecimiento de la inmigración. Entre 1872 y 1890 la tasa fue del 0,38 por ciento, subió al 0,60 por ciento entre 1891 y 1900 y bajó al 0,22 entre 1921 y 1930. Después de la crisis de 1929, y ante el aumento del paro en los principales centros urbanos y en la industria del café, se tomaron una serie de importantes medidas con el fin de limitar la inmigración. De todas formas, es posible estimar en 2,2 millones la inmigración neta entre 1872 y 1930. La apertura del país y el desarrollo del sector exportador fueron decisivos para el crecimiento económico. Tanto la Europa nórdica y occidental, como los Estados Unidos, inmersos en procesos de plena industrialización, demandaban cantidades crecientes de alimentos, materias primas y otros productos tropicales, a lo que hay que sumar el abaratamiento de los costes de transporte. Entre 1870 y 1930 se produjo el apogeo del sector primario exportador en Brasil y entre la década 1870 y la de 1920 las exportaciones crecieron a una tasa anual del 1,6 por ciento.Durante las décadas de 1850 y 1860 se sentaron las bases para la gran transformación de los años siguientes.

El sector financiero se expandió, gracias a la creación de nuevos bancos. El crecimiento de la demanda interna y la apertura de algunas fábricas favoreció el inicio de una temprana industrialización. En esta época destacó por sus actividades el barón de Mauá, Irineus da Souza, que en 1851 fundó el banco Mauá y luego se dedicó a construir el primer ferrocarril brasileño. También invirtió dinero en la instalación del alumbrado a gas en Río de Janeiro y en la creación de una compañía naviera, cuyas embarcaciones de vapor surcarían el Amazonas. El sector financiero, al igual que otras actividades vinculadas con la exportación, se desarrolló rápidamente, especialmente entre los años 1888 y 1895, 1905 a 1913 y 1924 a 1929. Las inversiones británicas y estadounidenses, mayoritarias entre las extranjeras, pasaron de 53 millones de libras esterlinas en 1880 a 385 millones en 1929. Más de la mitad del capital invertido se destinó a financiar la actividad del gobierno central y de los estados y ayuntamientos. La mayoría de los bancos de capital británico se fundaron en la década de 1860, al amparo de una ley británica que favorecía la creación de bancos en el extranjero. Hasta 1880 el Brasil había sido el país latinoamericano más favorecido por las inversiones británicas, que luego encontrarían mejores oportunidades de expansión en el Río de la Plata. Entre 1850 y 1875 Brasil recibió casi 23.500.000 libras esterlinas en empréstitos extranjeros, siendo el segundo país latinoamericano detrás del Perú en el volumen de la deuda negociada en el extranjero en estos años.

En esas mismas fechas la casa de N.M. Rotschild e hijo, de Londres, se convirtió de hecho en el banquero oficial del Imperio y emitió distintos empréstitos para financiar inversiones en el Brasil. Las inversiones más importantes se dirigieron a la construcción ferroviaria, destacando la Minas & Rio Railway Company y la Sáo Paulo Railway Company, entre las empresas dedicadas a esta labor. Otras inversiones se canalizaron a la construcción de infraestructura, urbana y de transportes, como la construcción de puertos o la instalación de servicios públicos urbanos (gas, electricidad, agua o tranvías). La mejora en las comunicaciones, tanto internacionales como internas, fue otro hecho decisivo que favoreció la expansión de las exportaciones. En este proceso fue clave el tendido de muchos miles de kilómetros de vías férreas y líneas telegráficas, así como la incorporación de buques de vapor y cascos de acero a la navegación. En 1853 se comenzó a construir el camino de la unión y la industria, que unía Río de Janeiro con Minas Gerais. En 1855 se inició la construcción del ferrocarril de Pedro II y en 1860 la línea Santos-Sáo Paulo, vital para las exportaciones de café. La participación del Brasil, junto a Argentina y Uruguay, en la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870) contra el Paraguay, supuso que numerosos recursos, tanto nacionales como provenientes de empréstitos extranjeros, se destinaran a la compra de armas y al sostenimiento de los ejércitos, postergando la construcción ferroviaria.

En 1870 Brasil apenas contaba con 740 kilómetros de vías férreas. La construcción ferroviaria se aceleró a partir de los años 80. En 1889 se habían construido 9.600 kilómetros de vías, 16.000 en 1906 y en 1930 se alcanzaron los 32.000. La mayor parte de las líneas llegaban a Sáo Paulo y lo comunicaban con Minas Gerais, Río de Janeiro y Rio Grande do Sul. El trazado de las mismas respondía a la importancia del sector exportador y al abastecimiento de un mercado urbano en expansión, como lo era el paulista. Los constructores atendían el negocio, que estaba en el transporte de carga y pasajeros, de modo tal que el trazado de la red, pese a su amplitud, resultó insuficiente para garantizar buenas comunicaciones a todo el país, especialmente a aquellas regiones de baja densidad de población o sin productos que ofrecer. Gracias al ferrocarril se pusieron en explotación nuevas tierras, aptas para el cultivo del café y el país estuvo en condiciones de sacar un mayor partido de sus ventajas comparativas. La mejora en las comunicaciones permitió un aumento importante de las exportaciones de café, que tras desplazar al azúcar se convirtió en el principal rubro de exportación. El café había sido introducido en el Brasil en el siglo XVIII y se adaptó perfectamente a las condiciones climáticas y al suelo del sudeste del país. Recién tras la independencia su explotación alcanzó una cierta envergadura y en las décadas siguientes se produciría el verdadero boom.

La expansión de los cafetales se debió a los elevados beneficios que se obtenían de su explotación, sólo comprensibles en virtud de una serie de ventajas comparativas, como el clima y la abundancia de tierras apropiadas, que se veían potenciadas por el elevado número de inmigrantes que proporcionaba una abundante oferta de mano de obra y las inversiones extranjeras, que permitían transferir recursos a la agricultura de exportación. También hay que tener en cuenta que se trata de una mercancía de fácil transporte y almacenamiento, que no requería de complicados procesos de transformación industrial para su exportación. Su explotación tenía lugar en el marco de la gran propiedad y con costos de producción sumamente bajos, lo que contrastaba con Colombia o Jamaica, donde primaba el minifundio o la mediana propiedad. Las exportaciones de café pasaron de 60.000 toneladas anuales en la década de 1830, a 216.000 en los años 70 y en 1901 se exportaron 880.000 toneladas. De acuerdo con su valor, entre 1870 y 1875 el promedio anual de las exportaciones de café fue de 400 millones de libras esterlinas y de 1.130 millones entre 1895 y 1900. También se incrementó su participación en el valor total de las exportaciones, que de representar el 46 por ciento en 1901 aumentaron al 53 por ciento en 1908, lo que llevó a numerosos autores a hablar de un país monoexportador. Muy pronto Brasil estuvo en condiciones de controlar el mercado mundial de café, de modo que pudo incidir activamente sobre los precios.

En la primera década del siglo XX su producción era el 77 por ciento del total mundial y sus cafetos eran los dos tercios del total de arbustos cultivados en el mundo. El avance de otros competidores, americanos y extraamericanos, marcó el retroceso de la producción brasileña que sólo alcanzó el 60 por ciento de la producción mundial en 1940. Las exportaciones brasileñas tuvieron un buen ritmo de crecimiento. En 1870 Brasil exportaba el triple que Chile, Perú o México o el doble que Argentina, aunque en los años siguientes el sector exterior brasileño no pudo igualar al crecimiento de las exportaciones argentinas. En algún momento se pensó que la extracción del caucho era el mejor camino para diversificar las exportaciones brasileñas. Esta idea se basaba en la importancia de la demanda de ruedas de la recién creada industria automotriz norteamericana y europea, que hizo subir espectacularmente los precios de dicha materia prima en los mercados internacionales. La tonelada de caucho que en 1840 costaba 40 libras esterlinas, pasó a valer 182 en 1870 y a 512 en 1911, lo que repercutió en un aumento, tanto en valor como en volumen, de las exportaciones. El caucho se transformó en el segundo rubro de las exportaciones, llegando al 25 por ciento en valor de las mismas. El crecimiento continuado del sector no pudo proseguir durante mucho tiempo y la caída fue espectacular y catastrófica, debido a la competencia de nuevas áreas productoras y al desarrollo de la goma sintética, de modo que en 1930 (en plena crisis mundial) las exportaciones cayeron a 6.

000 toneladas (una cantidad inferior a la de 1870), desde las 38.500 que se habían exportado en 1911. Otros productos exportables, aunque de una incidencia menor en el volumen de las exportaciones, eran el cacao (Brasil abastecía el 10 por ciento del mercado mundial), la carne vacuna, la madera y otros productos forestales. El Nordeste había logrado mantener su hegemonía mientras duraron las exportaciones de azúcar y algodón, y en el caso de estas últimas hubo un incremento bastante considerable durante los años que duró la Guerra de Secesión de los Estados Unidos. Las exportaciones de azúcar tuvieron una breve expansión en las dos últimas décadas del siglo XIX, pero no pudieron resistir a la presión de nuevos y viejos competidores ni la introducción de la remolacha azucarera. A partir de 1898 la situación se agravó porque la producción de Cuba y Puerto Rico tuvo un acceso privilegiado en el mercado estadounidense. El avance del café, centrado en los estados de Sáo Paulo, Minas Gerais y Río de Janeiro, terminó de apuntillar a la economía de los territorios nordestinos.

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