Comercio inter-europeo
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Datos principales
Rango
eco XVIII
Desarrollo
El comercio intereuropeo fue el más importante por volumen y valor, pero su peso relativo descendió paulatinamente ante el avance de los intercambios con el resto del mundo . Creció, no obstante, en cifras absolutas -el número total de navíos que atravesó el Sund, por ejemplo, se multiplicó por 7,5 entre 1716-1718 y 1780- y se expandieron las redes comerciales, desbloqueándose zonas y países que hasta entonces habían permanecido un tanto al margen de los circuitos occidentales, siendo el ejemplo más claro Rusia , cuyo movimiento portuario pasó de un valor global de menos de 3.500.000 rublos en 1719 a 77.500.000 en la década de los ochenta. Subsistieron importantes centros comerciales en el interior. Las ferias de Leipzig o Francfort, por ejemplo, fueron puntos de enlace entre la Europa occidental (Alemania, Países Bajos, Francia) y la central y oriental (hasta Rusia), e industrias como la de Verviers (principado de Lieja) debieron su prosperidad, sobre todo, a las salidas interiores (Alemania, en buena medida). Dominaba, sin embargo, el comercio marítimo y, dentro de éste, el protagonizado por los puertos de la fachada atlántica y el norte de Europa, mientras la importancia relativa del Mediterráneo -que siguió la tónica general en valores absolutos- siguió un camino descendente, y puertos como Venecia o Génova quedaron limitados a un papel meramente regional. La estructura de este comercio continuó basada en el tradicional intercambio de alimentos y materias primas por productos elaborados, a los que se añadían ahora los géneros coloniales.
Del Sur partían hacia el Norte, entre otras mercancías, trigo siciliano, lanas españolas, vinos y frutas de España e Italia; del Este hacia Occidente, granos polacos (aunque sin alcanzar las cifras-techo de principios del XVII) y, aumentando progresivamente su importancia, cobre, hierro y maderas suecos, hierro ruso, fibras textiles (lino y cáñamo) y pertrechos navales del Báltico... Y las potencias occidentales recibían y reexpedían estos productos a la vez que vendían y transportaban sus excedentes industriales (textiles, metalúrgicos, artículos de lujo y de mercería...) y reexportaban los coloniales, capítulo que reportaba cuantiosos beneficios -en 1772-1774, por ejemplo, los precios de reexportación del azúcar, tabaco y café doblaban prácticamente los de importación- gracias a los que conseguían saldar positivamente sus balanzas comerciales. Diversas modificaciones a lo largo del siglo reflejaban los resultados de la aplicación de medidas mercantilistas. Los esfuerzos por potenciar la producción propia y reducir las importaciones llevaron, en algún caso concreto, a invertir la tendencia general del comercio: en la Prusia de Federico II , por ejemplo, el valor total de los intercambios exteriores entre 1752 y 1782 se redujo en dos tercios. Portugal y España, por otra parte, consiguieron disminuir su dependencia de Inglaterra en el primer caso, de Francia e Inglaterra en el segundo durante las últimas décadas del siglo. El desarrollo de las marinas escandinavas introdujo un nuevo elemento perturbador en un panorama dominado hasta entonces abrumadoramente por la trinidad Gran Bretaña-Francia-Provincias Unidas.
Y nuevos puertos cobraron un mayor protagonismo en detrimento de alguno de los tradicionalmente grandes. Las ciudades hanseáticas, y especialmente Hamburgo, fueron cada vez más fuertes rivales de Amsterdam. Hamburgo se beneficiaba de su posición sobre el Elba y su conexión con Leipzig, lo que le daba fácil acceso al interior de Alemania, y de su proximidad al Báltico. Creciendo, sobre todo, a partir de la Guerra de los Siete Años , en los años ochenta y noventa era ya el gran puerto de salida, entre otras producciones, de los textiles de Silesia, y paso casi obligado para la introducción de géneros exóticos y coloniales en Alemania. Pero si exceptuamos el declive del comercio holandés, al que nos hemos referido con anterioridad, las modificaciones no fueron sustanciales. Inglaterra y Francia dominaban el comercio intereuropeo y éste era esencial para ambos. Según los datos publicados por E. Schumpeter y R Davis, para Inglaterra, y por P. Butel, para Francia, en torno a 1788 de Europa proceden el 49 y el 57 por 100, respectivamente, de las importaciones de ambos países y hacia ella se dirigen el 58 y el 62 por 100, también respectivamente, de sus exportaciones. Son similares en ambos casos los valores de su relación con su entorno próximo. Cambian por completo, sin embargo, en la periferia. La Europa del Norte es fundamental para las importaciones inglesas: no podría pasar sin el hierro sueco y, sobre todo, ruso, ni sin los pertrechos navales (naval stores) del entorno del Báltico, mientras que sus exportaciones son allí débiles.
Para Francia, por el contrario, esta área absorbe la cuarta parte de sus exportaciones (géneros coloniales, sobre todo). Y el Mediterráneo y la Península Ibérica es un área mucho más importante para Francia que para Inglaterra. Había, sin embargo, diferencias esenciales en cuanto a la estructura del comercio en ambos países, fiel reflejo del distinto grado de evolución de sus economías. Mientras la reexportación de productos coloniales no dejó de ocupar un lugar destacado en las ventas al exterior de Francia, para Inglaterra, aun siendo importantes, fueron poco a poco desbancadas del primer puesto por productos manufacturados; y éstos contaron con el mercado de los ya independientes Estados Unidos, que no tenía equivalente en absoluto en el mundo colonial francés.
Del Sur partían hacia el Norte, entre otras mercancías, trigo siciliano, lanas españolas, vinos y frutas de España e Italia; del Este hacia Occidente, granos polacos (aunque sin alcanzar las cifras-techo de principios del XVII) y, aumentando progresivamente su importancia, cobre, hierro y maderas suecos, hierro ruso, fibras textiles (lino y cáñamo) y pertrechos navales del Báltico... Y las potencias occidentales recibían y reexpedían estos productos a la vez que vendían y transportaban sus excedentes industriales (textiles, metalúrgicos, artículos de lujo y de mercería...) y reexportaban los coloniales, capítulo que reportaba cuantiosos beneficios -en 1772-1774, por ejemplo, los precios de reexportación del azúcar, tabaco y café doblaban prácticamente los de importación- gracias a los que conseguían saldar positivamente sus balanzas comerciales. Diversas modificaciones a lo largo del siglo reflejaban los resultados de la aplicación de medidas mercantilistas. Los esfuerzos por potenciar la producción propia y reducir las importaciones llevaron, en algún caso concreto, a invertir la tendencia general del comercio: en la Prusia de Federico II , por ejemplo, el valor total de los intercambios exteriores entre 1752 y 1782 se redujo en dos tercios. Portugal y España, por otra parte, consiguieron disminuir su dependencia de Inglaterra en el primer caso, de Francia e Inglaterra en el segundo durante las últimas décadas del siglo. El desarrollo de las marinas escandinavas introdujo un nuevo elemento perturbador en un panorama dominado hasta entonces abrumadoramente por la trinidad Gran Bretaña-Francia-Provincias Unidas.
Y nuevos puertos cobraron un mayor protagonismo en detrimento de alguno de los tradicionalmente grandes. Las ciudades hanseáticas, y especialmente Hamburgo, fueron cada vez más fuertes rivales de Amsterdam. Hamburgo se beneficiaba de su posición sobre el Elba y su conexión con Leipzig, lo que le daba fácil acceso al interior de Alemania, y de su proximidad al Báltico. Creciendo, sobre todo, a partir de la Guerra de los Siete Años , en los años ochenta y noventa era ya el gran puerto de salida, entre otras producciones, de los textiles de Silesia, y paso casi obligado para la introducción de géneros exóticos y coloniales en Alemania. Pero si exceptuamos el declive del comercio holandés, al que nos hemos referido con anterioridad, las modificaciones no fueron sustanciales. Inglaterra y Francia dominaban el comercio intereuropeo y éste era esencial para ambos. Según los datos publicados por E. Schumpeter y R Davis, para Inglaterra, y por P. Butel, para Francia, en torno a 1788 de Europa proceden el 49 y el 57 por 100, respectivamente, de las importaciones de ambos países y hacia ella se dirigen el 58 y el 62 por 100, también respectivamente, de sus exportaciones. Son similares en ambos casos los valores de su relación con su entorno próximo. Cambian por completo, sin embargo, en la periferia. La Europa del Norte es fundamental para las importaciones inglesas: no podría pasar sin el hierro sueco y, sobre todo, ruso, ni sin los pertrechos navales (naval stores) del entorno del Báltico, mientras que sus exportaciones son allí débiles.
Para Francia, por el contrario, esta área absorbe la cuarta parte de sus exportaciones (géneros coloniales, sobre todo). Y el Mediterráneo y la Península Ibérica es un área mucho más importante para Francia que para Inglaterra. Había, sin embargo, diferencias esenciales en cuanto a la estructura del comercio en ambos países, fiel reflejo del distinto grado de evolución de sus economías. Mientras la reexportación de productos coloniales no dejó de ocupar un lugar destacado en las ventas al exterior de Francia, para Inglaterra, aun siendo importantes, fueron poco a poco desbancadas del primer puesto por productos manufacturados; y éstos contaron con el mercado de los ya independientes Estados Unidos, que no tenía equivalente en absoluto en el mundo colonial francés.