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Los viajes de Colón

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El hombre capaz de aunar motivaciones, barcos, arte de navegación y hasta el entusiasmo de un estado, fue Cristóbal Colón. Nació posiblemente en Génova el año 1451, en el seno de una humilde familia de tejedores, motivo por el cual no quiso aludir luego a su infancia. Estudiaría en la escuela del gremio y se enroló como grumete en una embarcación de su ciudad al llegar a la adolescencia. Convertido en marino, recorrió comerciando el Mediterráneo y el Atlántico meridional europeo. Hacia 1476 arribó a Lisboa, entrando en contacto con las casas genovesas que controlaban el tráfico con Inglaterra y Flandes. Viajó también por los archipiélagos portugueses, pues el Assereto indica que hacia 1479 era corresponsal en Madeira de la casa comercial Centurione, lo que nos relaciona a Colón con el negocio azucarero. Hacia 1480 contrajo matrimonio en Lisboa con doña Felipa Moñiz de Perestrello, hija de Bartolomeo Perestrello, uno de los primeros colonos de Porto Santo. Se convirtió en un acomodado comerciante. Viajó por la ruta africana hacia la India y estuvo en Guinea. Debió vivir algún tiempo en Porto Santo, pues allí nació su hijo Diego. De esta época data su primer proyecto de ir a la India por una nueva ruta, que presentó al monarca portugués hacia 1483. Hasta hace pocos años se aseguraba que Colón lo elaboró con las obras más leídas y anotadas de su biblioteca (felizmente conservada): la "Imago Mundi" de Pierre d'Ailly, la "Historia rerum" de Eneas Silvio Piccolomini y el "Libro de las Maravillas" de Marco Polo.

Son dos enciclopedias geográficas y un libro de viajes. Hoy sabemos que dichas obras, como la mayor parte de su biblioteca, las adquirió posteriormente, durante su permanencia en España, cuando se dedicó a la compraventa de libros. ¿En qué fundamentó entonces Colón su provecto de 1483? Pues posiblemente en tres cosas: su experiencia de navegante, su sentido común y las ideas de Toscanelli. Este personaje, famoso geógrafo florentino, amén de médico y matemático, envió una carta con un mapa adjunto al canónigo Fernando Martins de Lisboa en la que le comunicaba la proximidad entre los extremos occidental de Europa y oriental de Asia, dado que la tierra era redonda (opinión muy generalizada entre los geógrafos de la época). La misma idea fue plasmada en el globo terráqueo hecho por Martín de Behaim en 1492. Ignoramos por qué medios consiguió Colón esta carta de Toscanelli. Desde luego la posibilidad de una correspondencia entre Colón y el famoso geógrafo florentino está descartada hoy día, aunque contó con muchos seguidores hace algunos años. Sea como fuere, Colón tuvo la carta y hasta posiblemente el mapa que la acompañaba, pues el Padre Las Casas asegura que se lo pasó a Martín Alonso durante el primer viaje. El testimonio del dominico es rotundo: "Esta carta es la que envió Paulo físico, el florentín, la cual tengo en mi poder con otras cosas del Almirante mismo". Toscanelli estimaba que la distancia existente entre Lisboa y Cipango (Japón) era sólo de 125 grados de longitud (en realidad hay 210).

El florentino afirmaba, además, que el Océano que separaba Europa de Asia estaba salpicado de numerosas islas, lo que facilitaba su navegación. Finalmente, aseguró que desde Cipango al Catay o China no parecía existir una distancia considerable. Juan III de Portugal pasó el proyecto a estudio de una Junta dos matemáticos o expertos, que lo consideró inviable. El genovés permaneció ya poco tiempo en Portugal. Tan sólo unos meses. Parece que había enviudado y decidió irse a España con su hijo Diego. ¿Por qué? Quizá porque para su proyecto era esencial partir de Canarias, desde donde sabía que los alisios soplaban hacia poniente. En 1485 se embarcó en algún punto de Portugal y fue a parar a Palos de la Frontera, un puerto del suroeste español. Colón inició su larga estadía en España, que duraría hasta 1492. Siete años en los que vivió esperando el momento anhelado en que la Corona autorizara y sufragara su viaje. Durante ellos recorrió muchas de sus ciudades, aprendió el idioma castellano, se familiarizó con sus gentes, hizo amistades, amó a la cordobesa doña Beatriz Enríquez y hasta tuvo un hijo con ella, Hernando. Siete años en los que indudablemente fue retocando día a día su proyecto. Tras arribar a Palos consiguió unas cartas de recomendación para los Reyes (se las dieron quizá los franciscanos de La Rábida o los duques de Medinasidonia o Medinaceli con los que al parecer también se entrevistó).

Colón entró en contacto con la Corte en Córdoba y tuvo su primera entrevista con los R.R.C.C. en Alcalá de Henares el 20 de enero de 1486. El genovés defendió su proyecto con tal convicción que los Reyes decidieron tomarlo en consideración, pasándolo a estudio de una junta de sabios, letrados y marineros, que se puso bajo la dirección de fray Hernando de Talavera. La Junta, que siguió a la Corte ambulante, se reunió por primera vez en Salamanca en el otoño de 1486 y en Córdoba la primavera siguiente. Su dictamen fue que el proyecto no era desacertado, pero resultaba irrealizable, ya que la distancia a la costa asiática debía ser mayor de lo que decía el genovés. Pese a esto los Reyes decidieron retener a Colón, dándole unas pequeñas partidas con las que apenas podía subsistir. De aquí que se dedicara a la compraventa de libros y mapas. En 1487 estuvo en Córdoba, luego en Murcia, Valencia y Sevilla, etc. En 1489 se entrevistó de nuevo con los Reyes en Jaén, donde seguramente les presentó ya su proyecto totalmente vertebrado. El plan colombino descansaba en una larga acumulación de errores que le indujeron a pensar en la posibilidad de poder navegar en unas carabelas desde las Canarias a Japón. A los ya mencionados de Toscanelli, se sumaron otros muchos. De la "Imago Mundi" extrajo otra idea descabellada, como era la de que nuestro planeta tenía seis partes de tierra y una de agua. Era una referencia sobre la creación del mundo recogida por Esdras (sacerdote y escriba judío).

Colón concluyó que si la esfera tenía 360 grados y el Océano era sólo una séptima parte de ella, ocuparía 51,4 grados, es decir, menos de la mitad de lo que había calculado Toscanelli. La lectura de "El libro de las maravillas", con infinitas alusiones a las enormes distancias asiáticas, le confirmaron tal hipótesis. También de la "Imago Mundi" extrajo otra idea esencial para su plan y era que cada grado de la circunferencia ecuatorial tenía 56,75 millas. El dato procedía en realidad de Alfagrano, quien a su vez lo había tomado de Eratóstenes, y era bastante bueno. Lo que ocurrió es que Colón interpretó que las millas eran romanas o itálicas y no árabes, valuándolas en 1.477,5 metros, y no en 1.973 metros como eran las de Alfagrano, a quien sin duda no pudo leer. Acumuló así un error de un 25 por 100 en las distancias y estimó que el ecuador terrestre tenía 30.185 km y no los 40.308 que Alfagrano había calculado (muy próximos a la realidad de 40.007 km). Como resultado de todo esto, Colón creyó que la costa oriental de Asia estaba a una distancia de 51,4 grados, que cada grado tenía 56,75 millas, y que cada milla era de 1.477,5 metros, por lo que bastaba navegar 4.309 km para alcanzarla. Son las 750 (en realidad 769,6) leguas (cada legua equivalía a 5,6 km) que aseguró que habría de Mar Océana. Si hubiera sabido que el Japón estaba en realidad a 2.794,6 leguas, es decir, el cuádruple de lo que pensaba, no habría intentado el viaje.

El ánimo colombino empezó a decaer con la espera. Envió a su hermano Bartolomé a Inglaterra, para que le ofreciera el descubrimiento a Enrique VII, quien tampoco lo encontró factible. En 1491 decidió abandonar España. Los franciscanos insistieron entonces en procurarle una nueva entrevista con los Reyes Católicos, que se celebró en Santa Fe tras la toma de Granada (2 de enero de 1492). Esta vez no se discutió su proyecto (archiconocido y calificado de inviable), sino la forma de ponerlo en marcha. El genovés aprovechó la ocasión para pedir numerosos títulos y derechos. Los monarcas, indignados, le dijeron que se fuese "en hora buena", como asegura Las Casas. Colón se fue con dirección a Huelva. Al llegar a Pinos Puente fue alcanzado por un emisario real, que le pidió regresar a Santa Fe. ¿Qué había ocurrido? Pues sencillamente que los Reyes habían cambiado de opinión, y decidido sufragar el proyecto, pese a todo. Cuatro personajes, Fray Diego de Deza, mosén Juan Cabrero, fray Hernando de Talavera, confesor de la Reina, y Luis de Santángel obraron el milagro. El último solventó el problema económico, pues ofreció pagar 1.100.000 maravedises (el proyecto costó dos millones, de los que Colón puso medio, pidiéndolo a sus amigos, y el resto nadie sabe de donde salió) prestados de las Rentas de la Santa Hermandad, de las que era tesorero. El otro obstáculo, el de las pretensiones, fue el que posiblemente suavizaron los religiosos y Cabrero, diciéndole al Rey que al fin y al cabo todo aquello sería papel mojado si Colón no descubría nada, y que si hallaba lo que decía, siempre habría tiempo de recortar sus peticiones.

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