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Datos principales
Rango
Sociedad Feudal
Desarrollo
Las pequeñas ciudades-mercado desempeñaron un destacado papel a la hora de generar un movimiento comercial importante dentro del mundo feudal . Pero, ¿y las concentraciones medias y de mayor dimensión? ¿Admitieron sus componentes menestrales y patricios las imposiciones de los señores del entorno en beneficio de sus intereses? ¿Mostraron sus contradicciones? ¿Cayeron en el conformismo de un sistema que incluso a ellos benefició? En principio también en esto hay contrastes muy acusados. Por ejemplo, en Inglaterra , durante los siglos posteriores a la era anglosajona, el 70 por 100 de las grandes ciudades permanecían bajo la soberanía directa de la monarquía feudal, contribuyendo a la hacienda real con cantidades considerables a cambio de que la realeza permitiera a las oligarquías comerciales la administración de dichas ciudades con jurisdicción y franquicia propias. Mientras que en Francia , por el contrario, eran pocas las ciudades que se mantenían bajo la directa soberanía capeta hasta finales del siglo XIII; siendo frecuente en este reino la existencia, en cambio, de ciudades de señorío y jurisdicción eclesiástica. Como recoge R. Hilton, si en Francia el 42 por 100 eran ciudades episcopales, siendo los señores feudales el obispo y los cabildos, en Inglaterra apenas un 30 por 100 de las ciudades de importancia eran episcopales, y aun en ellas se trataba de hecho de ciudades reales. Y algo parecido sucedía con las ciudades de dominio abacial en ambos reinos antes de que comenzaran los enfrentamientos del siglo XIV tras iniciarse la Guerra de los Cien Años .
Respecto a las ciudades intermedias, y también en algunas de mayor dimensión urbana y concentración humana, existían en ellas una serie de burgos asociados al centro urbano pero dentro de jurisdicciones feudales, más en el continente: es lo que sucedía con la Isla de Francia, en el corazón de París, en relación con burgos asociados de carácter señorial en ambas márgenes del Sena; en Poitiers, con cinco burgos señoriales extramuros o en Marsella, con tres ciudades simultaneas: la del obispo, la del capitulo de la catedral y la del vizconde, más el burgo que había comenzado a crear el abad de San Víctor bajo su poderosa jurisdicción y dominio. Y por mencionar un ejemplo inglés, en York, ciudad importante del reino insular, el arzobispado, el capítulo, la abadía de Santa María y el hospital de San Leonardo eran propietarios feudales y con jurisdicciones separadas, más la de la representación burguesa que gobernaba la ciudad en nombre del rey. Evidentemente no todas las ciudades ofrecían este panorama. Aquellas que constituían centros administrativos contaban con numerosos funcionarios reales y feudales, en las episcopales residían cargos eclesiásticos, en las eminentemente comerciales eran los comerciantes quienes dominaban y en las de carácter predominantemente militar abundaban las guarniciones de caballeros. Pero, en cualquier caso, la nueva clase emergente de los artesanos y comerciantes servía a los señores laicos o clericales, explotando a los inferiores en los talleres y obradores para obtener manufacturas con las que contentar la codicia y avidez de los poderosos que demandaban sus productos adquiridos por los beneficios obtenidos, a su vez, de la explotación campesina en sus dominios.
Todo un círculo cerrado, de amplitud autárquica, que sólo se rompía en las grandes ciudades que contaban con una poderosa clase menestral y comercial, dirigida por un patriciado reconocido que gobernaba los concejos y municipios sin tener en cuenta ni la economía ni la fuerza de los señores feudales. Situación que se daba en las ciudades-estado del norte de Italia casi de manera excepcional. Ahora bien, incluso en muchas ciudades liberadas de los yugos señoriales de procedencia agraria, la organización de menestrales o mercaderes presentaba un panorama análogo al del campo feudalizado, porque la sociedad rural se basaba en la "unidad de producción familiar" y la fuerza de trabajo de sus miembros, y la urbana en la unidad de producción del obrador con sus dependientes operarios o servidores. De ahí que quienes emigraban a la ciudad desde el campo encontraran unas estructuras similares en cuanto a dependencias y clientelas se refiere, pues en uno y otro caso era la "unidad familiar" la fuente principal del trabajo y el rendimiento en favor de terceros. Por otro lado, por lo general, el patriciado que gobernaba muchas ciudades en los siglos XII y XIII era sobre todo propietarios rurales y delegados de los grandes señores feudales, que ejercían su ministerio (como anteriormente lo hicieron vicarios y ministeriales) para salvaguardia del señor del que ellos mismos dependían y al que representaban en las villas, comunidades aldeanas o ciudades (urbs, civitas, vicus, burgo, portus son sinónimos de agrupaciones de aldeas, comunas o pequeñas ciudades rurales y comerciales).
Y si en principio dichas ciudades fueron dirigidas por delegados feudales (como algunas ciudades reconquistadas por el rey de Aragón en el siglo XII: Zaragoza, Tudela) y no por mercaderes, luego, o bien dichos delegados comenzaron a interesarse por los negocios y el gran comercio, rompiendo su vinculación feudal, o bien siguieron ajenos a dichas actividades, en manos de otros sectores pero ya sin tanta dependencia señorial. Dependencia que, en otros casos, llegó con mayor o menor presión hasta el final del periodo. Fue precisamente la división de intereses lo que provocó a la larga los enfrentamientos y conflictos entre los señores feudales y quienes gobernaban la ciudad, los negocios o las finanzas; como sucedió en la Pamplona del siglo XIII (capital del reino de Navarra), cuando colisionaron los intereses feudales del obispo, los burgueses de los francos y los de los navarros, con guerras entre barrios y altercados violentos. Conflictos que interesaban aquí desde la perspectiva del estudio de la integración de las ciudades en el marco feudal de la época, y que hay que diferenciar de los surgidos en el estricto seno de la sociedad urbana entre comerciantes y menestrales o dentro de cualquiera de estos sectores profesionales de la producción, la distribución y el consumo. En definitiva, como escribe E. Mitre, la conquista de las libertades urbanas se hizo en estos siglos en el propio marco feudal, porque la finalidad de quienes dirigían la rebelión no era destruir el orden feudal, sostenido con fortaleza ideológica y práctica, sino integrarse en el buscando un lugar adecuado dentro del mismo. Y fueron los señores laicos y eclesiásticos quienes reconocieron paulatinamente la necesidad de encontrarles un lugar en el orden social del tiempo que corría: el tiempo del feudalismo. Pero, en todo caso, los testimonios de las violencias engendradas en el seno de la sociedad feudal por parte de quienes intentaban destruirlo (León en 1112, Santiago de Compostela en 1117 contra el obispo Gelmírez, etc.), muestran que se iba abriendo una brecha en el juicio de Guibert de Nogent que llegó a decir que: "comuna era un nombre nuevo detestable".
Respecto a las ciudades intermedias, y también en algunas de mayor dimensión urbana y concentración humana, existían en ellas una serie de burgos asociados al centro urbano pero dentro de jurisdicciones feudales, más en el continente: es lo que sucedía con la Isla de Francia, en el corazón de París, en relación con burgos asociados de carácter señorial en ambas márgenes del Sena; en Poitiers, con cinco burgos señoriales extramuros o en Marsella, con tres ciudades simultaneas: la del obispo, la del capitulo de la catedral y la del vizconde, más el burgo que había comenzado a crear el abad de San Víctor bajo su poderosa jurisdicción y dominio. Y por mencionar un ejemplo inglés, en York, ciudad importante del reino insular, el arzobispado, el capítulo, la abadía de Santa María y el hospital de San Leonardo eran propietarios feudales y con jurisdicciones separadas, más la de la representación burguesa que gobernaba la ciudad en nombre del rey. Evidentemente no todas las ciudades ofrecían este panorama. Aquellas que constituían centros administrativos contaban con numerosos funcionarios reales y feudales, en las episcopales residían cargos eclesiásticos, en las eminentemente comerciales eran los comerciantes quienes dominaban y en las de carácter predominantemente militar abundaban las guarniciones de caballeros. Pero, en cualquier caso, la nueva clase emergente de los artesanos y comerciantes servía a los señores laicos o clericales, explotando a los inferiores en los talleres y obradores para obtener manufacturas con las que contentar la codicia y avidez de los poderosos que demandaban sus productos adquiridos por los beneficios obtenidos, a su vez, de la explotación campesina en sus dominios.
Todo un círculo cerrado, de amplitud autárquica, que sólo se rompía en las grandes ciudades que contaban con una poderosa clase menestral y comercial, dirigida por un patriciado reconocido que gobernaba los concejos y municipios sin tener en cuenta ni la economía ni la fuerza de los señores feudales. Situación que se daba en las ciudades-estado del norte de Italia casi de manera excepcional. Ahora bien, incluso en muchas ciudades liberadas de los yugos señoriales de procedencia agraria, la organización de menestrales o mercaderes presentaba un panorama análogo al del campo feudalizado, porque la sociedad rural se basaba en la "unidad de producción familiar" y la fuerza de trabajo de sus miembros, y la urbana en la unidad de producción del obrador con sus dependientes operarios o servidores. De ahí que quienes emigraban a la ciudad desde el campo encontraran unas estructuras similares en cuanto a dependencias y clientelas se refiere, pues en uno y otro caso era la "unidad familiar" la fuente principal del trabajo y el rendimiento en favor de terceros. Por otro lado, por lo general, el patriciado que gobernaba muchas ciudades en los siglos XII y XIII era sobre todo propietarios rurales y delegados de los grandes señores feudales, que ejercían su ministerio (como anteriormente lo hicieron vicarios y ministeriales) para salvaguardia del señor del que ellos mismos dependían y al que representaban en las villas, comunidades aldeanas o ciudades (urbs, civitas, vicus, burgo, portus son sinónimos de agrupaciones de aldeas, comunas o pequeñas ciudades rurales y comerciales).
Y si en principio dichas ciudades fueron dirigidas por delegados feudales (como algunas ciudades reconquistadas por el rey de Aragón en el siglo XII: Zaragoza, Tudela) y no por mercaderes, luego, o bien dichos delegados comenzaron a interesarse por los negocios y el gran comercio, rompiendo su vinculación feudal, o bien siguieron ajenos a dichas actividades, en manos de otros sectores pero ya sin tanta dependencia señorial. Dependencia que, en otros casos, llegó con mayor o menor presión hasta el final del periodo. Fue precisamente la división de intereses lo que provocó a la larga los enfrentamientos y conflictos entre los señores feudales y quienes gobernaban la ciudad, los negocios o las finanzas; como sucedió en la Pamplona del siglo XIII (capital del reino de Navarra), cuando colisionaron los intereses feudales del obispo, los burgueses de los francos y los de los navarros, con guerras entre barrios y altercados violentos. Conflictos que interesaban aquí desde la perspectiva del estudio de la integración de las ciudades en el marco feudal de la época, y que hay que diferenciar de los surgidos en el estricto seno de la sociedad urbana entre comerciantes y menestrales o dentro de cualquiera de estos sectores profesionales de la producción, la distribución y el consumo. En definitiva, como escribe E. Mitre, la conquista de las libertades urbanas se hizo en estos siglos en el propio marco feudal, porque la finalidad de quienes dirigían la rebelión no era destruir el orden feudal, sostenido con fortaleza ideológica y práctica, sino integrarse en el buscando un lugar adecuado dentro del mismo. Y fueron los señores laicos y eclesiásticos quienes reconocieron paulatinamente la necesidad de encontrarles un lugar en el orden social del tiempo que corría: el tiempo del feudalismo. Pero, en todo caso, los testimonios de las violencias engendradas en el seno de la sociedad feudal por parte de quienes intentaban destruirlo (León en 1112, Santiago de Compostela en 1117 contra el obispo Gelmírez, etc.), muestran que se iba abriendo una brecha en el juicio de Guibert de Nogent que llegó a decir que: "comuna era un nombre nuevo detestable".