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Africa

Desarrollo


Las tierras africanas situadas al norte del desierto del Sahara formarán la llamada Africa blanca en donde se desarrollaron civilizaciones tan importantes como la del Egipto faraónico, o la del mundo púnico-cartaginés. El comienzo cronológico de la llamada Edad Media presentaba un panorama que se puede sintetiza en dos grandes áreas: Egipto y la parte más oriental, y la región más occidental o Magreb. Por un lado, Egipto, la Cirenaica y un trozo de la Tripolitania formarán parte del Imperio romano de Oriente, mientras que en la parte más occidental, el Magreb, quedará dominado parcialmente por los vándalos, que provenientes de la Peninsula Ibérica formarán, acaudillados por Genserico, un reino que durará desde fines del 430 hasta el 533. Desde su primera capital, Hipona, Genserico supo aglutinar a los mauros (mauri), conquistar Cartago e instalar en ella su capital definitiva. Un tratado con el emperador romano de Occidente, Valentiniano III, le permitió dominar toda el Africa proconsular, la Byzacena, y parte de Numidia y Tripolitania, para después de la muerte del citado emperador en 455 seguir expansionándose incorporando las dos Mauritanias y el resto de Numidia. El final del reino vándalo viene marcado por la usurpación del trono por Gelimer (530), hecho que sirvió de pretexto a Justiniano para enviar un ejército bizantino al mando de Belisario, que en una rápida campaña (533-534) lo conquistó.

Desde entonces esta parte de Africa quedó incorporada a Bizancio como Exarcado de Africa con capital en Cartago. Procopio de Cesarea nos ha dejado una fuente histórica de innegable valor en su "Guerra vándala", en la que narra todos los pormenores de la campaña militar de conquista. Desaparecida la Monarquía vándala casi toda la franja litoral del Africa norsahariana quedó en poder bizantino, incluido el estratégico puerto de Septem (Ceuta). Hasta su conquista por los árabes no fue fácil para los bizantinos el dominio de estas tierras, ya fuere por levantamientos internos, ya por las amenazas exteriores, que en el caso de Egipto fueron los ataques de los persas sasánidas entre el 619 y el 627, o por las disputas internas en materia religiosa de los monofisitas en contra del patriarcado de Constantinopla; y en el área más occidental los continuos ataques de ciertas tribus bereberes sobre las ciudades bizantinas del Africa Menor, e incluso sobre una serie de fortificaciones y ciudades guarnecidas militarmente próximas a la costa. Fueron años de inseguridad que repercutieron en la economía de estos territorios sometidos a una dura presión fiscal, que en cierta manera produjo el descontento de buena parte de la población que vieron en los nuevos invasores, los árabes, una especie de libertadores. La conquista árabe del norte de Africa y la posterior islamización de gran parte de su población supuso arrebatar al Cristianismo unas tierras en las que habían surgido personajes tan importantes como san Agustín.

En unos ochenta años el Islam se apoderó desde Alejandría hasta Agadir en la costa atlántica. En tiempos del segundo califa, Umar (634-644), se conquistó el Bajo Egipto y la Cirenaica, la capital bizantina de Egipto; Alejandría cayó en 642, mientras se fundaba una nueva ciudad, al-Fustat, la futura El Cairo. Con la dinastía Omeya entre 661 y 675 se conquistó la Tripolitania, y el África Menor que llamaron Ifriqyia, en donde fundaron la ciudad de Kairwan, como clara señal de su voluntad de quedarse en estos territorios. En tiempos del califa al-Walid (705-715) alcanzaron la orilla del Atlántico (707) y se inició la conquista de la Península ibérica. El Africa blanca musulmana mantuvo su unidad bajo los Omeyas, pero la subida al poder de la dinastía Abbasí en el 750 facilitó la aparición de diversos reinos independientes en todo el imperio, sobre todo en sus alas más extremas, debido a la inmensidad del territorio a gobernar y al traslado de la capital a la nueva ciudad de Bagdad. En 754, reinando al-Mansur, el gobernador de Kairwan se independizó políticamente del poder central de Bagdad y cuando el califa Harumar-Rasid envió un ejército para someterlo en el 300, el jefe de éste, el general Ibrahim ibn-Aglab, también se independizó, fundando la dinastía de los Aglabíes en Ifriqyia, que duró poco más de cien años (800-909) y que conquistó la parte más occidental de Sicilia.

El final de los aglabíes se debió a la toma del poder en el 909 por parte de los fatimíes o seguidores de Ubayd Allah, que se decía descendiente de la hija de Mahoma, Fátima. Ubayd ADah (909-934) fundó su capital en al-Mahdiya en la costa de la actual Túnez, cerca de Kairwam. El expansionismo fatimí les llevó a dominar Sicilia y a extender su poder por el norte de África desde Tánger (947) hasta Egipto, que conquistaron en 969, instalando su nueva capital desde el 973 en El Cairo, ciudad nueva situada junto a la antigua al-Fustat. Egipto antes ya se había separado del dominio directo abbasí con la dinastía de los Tuluníes, fundada por Ahmad ibn Tulún (868-895), de origen turco-persa, que levantó en El Cairo la bella gran mezquita de su nombre, y después con la dinastía turca de los Ijsidíes (935-969).

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