De los carolingios a las dinastías nacionales
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Datos principales
Rango
Restauración occiden
Desarrollo
Desde el acuerdo de Mersen (870) y a lo largo de algo más de un siglo, los carolingios se esforzaron por contener la decadencia que amenazaba con atomizar la vieja herencia de Carlomagno . Carlos el Calvo y luego su hijo Luis II el Tartamudo , enfrentados con frecuencia a los señores de la Francia Occidentalis, llegaron a ostentar la diadema imperial. En adelante, éste sería un honor (más nominal que otra cosa) que correspondería a sus vecinos del Este. Uno de ellos, Carlos el Gordo , hijo de Luis el Germánico , llegaría a rehacer fugazmente la unidad carolingia. Con su destronamiento en el 888 triunfan definitivamente las fuerzas centrífugas. En la zona correspondiente a Francia Occidentalis, al año siguiente los francos de Occidente se daban como monarca al defensor de París contra los normandos: Eudes, tronco de una familia (los robertianos) llamada a tener un brillante porvenir. El legitimismo carolingio era muy fuerte aún y en el 898, un hijo póstumo de Luis el Tartamudo, Carlos el Simple , fue elevado al trono. Destronado por una revuelta, murió en el 929. Robertianos y carolingios rivalizaron durante algunos años hasta la muerte de Luis V , último descendiente de Carlomagno, en el 987. A partir de esta fecha los robertianos (conocidos ya como capetos) se asentarían firmemente en el trono: los grandes señores de la Francia Occidentalis elegían como rey a Hugo Capeto (hijo del duque Hugo el Grande ) que tuvo la extraordinaria fortuna de iniciar la vinculación de la Corona a su familia de forma hereditaria.
En la Francia Orientalis, el territorio de Germania no conoció menores traumas dinásticos que sus vecinos. Desde el destronamiento de Carlos el Gordo se asiste a una cierta reconstrucción de los viejos ducados nacionales cuyos señores tratarán tanto de contener los peligros exteriores (normandos, eslavos o magiares) como de ejercer una cierta hegemonía sobre sus iguales. Uno de ellos, Arnulfo de Carintia (887-899), llegaría a ser reclamado para ostentar la dignidad imperial. La reconstrucción de la unidad de Germania vendría a la postre de Sajonia. Enrique el Pajarero , proclamado rey en el 919 llevó a cabo una eficaz política contra eslavos, daneses y húngaros. Al asociar al poder a su hijo Otón echaba las bases de una cierta estabilidad dinástica hasta entonces desconocida. Así, los turiferarios de la casa real de Sajonia podrían afirmar que en el 936, Otón, "propuesto por su padre y elegido de Dios, fue convertido en rey por los príncipes". Cara a eslavos y magiares, Otón I siguió la enérgica política de su predecesor. También en relación con los grandes señores alemanes ante los cuales se manifestó como poder efectivo e incontestado. Frente a sus vecinos de la Francia Occidentalis el rey germano hizo algunas demostraciones de fuerza selladas en el acuerdo de paz del 942. Sin embargo, la gran novedad de la política de Otón estuvo en su empresa italiana. Ella marcaría la restauración de la idea imperial en beneficio de los alemanes.
En los restos meridionales de la vieja Lotaringia, tras los acuerdos de Mersen (870) los dominios recibidos por Lotario en la paz de Verdún se redujeron a los territorios más meridionales: Borgoña-Arles y el Norte de Italia. Durante casi un siglo, tanto los vástagos carolingios como los señores locales se mantuvieron con dificultades frente a las guerras civiles y la presión de magiares y sarracenos. Para colmo, la autoridad moral pontificia prácticamente desapareció a la muerte del papa Formoso en el 896. La titularidad de la sede de San Pedro quedó en manos de la familia del senador Teofilacto y, sobre todo, en las de su esposa Teodora y su hija Marozia. Nepotismo y corrupción fueron monedas corrientes en unos años (grosso modo la primera mitad del siglo X) conocidos como Edad de Hierro del Pontificado. Bajo el gobierno del senador Alberico, hijo de Marozia, se dieron los primeros pasos para una dignificación eclesiástica difícil de implantar en medio del caos político que vivía la península. El gran cambio se iniciaría a partir del 951. En esa fecha, Adelaida, viuda del nominal rey de Italia, Lotario de Provenza (asesinado por el marqués de Ivrea Berenguer II), reclamaba la ayuda de Otón I.
En la Francia Orientalis, el territorio de Germania no conoció menores traumas dinásticos que sus vecinos. Desde el destronamiento de Carlos el Gordo se asiste a una cierta reconstrucción de los viejos ducados nacionales cuyos señores tratarán tanto de contener los peligros exteriores (normandos, eslavos o magiares) como de ejercer una cierta hegemonía sobre sus iguales. Uno de ellos, Arnulfo de Carintia (887-899), llegaría a ser reclamado para ostentar la dignidad imperial. La reconstrucción de la unidad de Germania vendría a la postre de Sajonia. Enrique el Pajarero , proclamado rey en el 919 llevó a cabo una eficaz política contra eslavos, daneses y húngaros. Al asociar al poder a su hijo Otón echaba las bases de una cierta estabilidad dinástica hasta entonces desconocida. Así, los turiferarios de la casa real de Sajonia podrían afirmar que en el 936, Otón, "propuesto por su padre y elegido de Dios, fue convertido en rey por los príncipes". Cara a eslavos y magiares, Otón I siguió la enérgica política de su predecesor. También en relación con los grandes señores alemanes ante los cuales se manifestó como poder efectivo e incontestado. Frente a sus vecinos de la Francia Occidentalis el rey germano hizo algunas demostraciones de fuerza selladas en el acuerdo de paz del 942. Sin embargo, la gran novedad de la política de Otón estuvo en su empresa italiana. Ella marcaría la restauración de la idea imperial en beneficio de los alemanes.
En los restos meridionales de la vieja Lotaringia, tras los acuerdos de Mersen (870) los dominios recibidos por Lotario en la paz de Verdún se redujeron a los territorios más meridionales: Borgoña-Arles y el Norte de Italia. Durante casi un siglo, tanto los vástagos carolingios como los señores locales se mantuvieron con dificultades frente a las guerras civiles y la presión de magiares y sarracenos. Para colmo, la autoridad moral pontificia prácticamente desapareció a la muerte del papa Formoso en el 896. La titularidad de la sede de San Pedro quedó en manos de la familia del senador Teofilacto y, sobre todo, en las de su esposa Teodora y su hija Marozia. Nepotismo y corrupción fueron monedas corrientes en unos años (grosso modo la primera mitad del siglo X) conocidos como Edad de Hierro del Pontificado. Bajo el gobierno del senador Alberico, hijo de Marozia, se dieron los primeros pasos para una dignificación eclesiástica difícil de implantar en medio del caos político que vivía la península. El gran cambio se iniciaría a partir del 951. En esa fecha, Adelaida, viuda del nominal rey de Italia, Lotario de Provenza (asesinado por el marqués de Ivrea Berenguer II), reclamaba la ayuda de Otón I.