Guerra Civil
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Datos principales
Desarrollo
El asesinato de Cómodo , al terminar el año 192, a instigación de la aristocracia senatorial, fue seguido de una fórmula de compromiso entre senadores y pretorianos, atentos también a satisfacer a los jefes legionarios y a los gobernadores provinciales. La elección como emperador de P. Helvio Pertinax cumplía esos objetivos: frente a los caballeros podía presentar su pasado (hijo de un liberto, desempeño de cargos en la carrera ecuestre hasta su promoción al Senado por Marco Aurelio ), había tenido un brillante pasado militar y, cuando fue propuesto como emperador, el 1 de enero del 193, estaba ocupando el cargo de prefecto de Roma, lo que equivalía a ser el suplente del emperador en su ausencia y, por lo mismo, hombre de confianza de Cómodo. Pertinax inicia el gobierno cuando el Tesoro contaba sólo con 25.000 denarios, menos que la fortuna particular de algunos senadores. Hacía tiempo que había perdido sus vínculos directos con el ejército: contaba 65 anos. Con la carencia de esos dos resortes, el militar y el económico, las soluciones que Pertinax podía proponer se limitaban a gestos de buena voluntad política para el presente y a tímidas propuestas de soluciones económicas a largo plazo. Y es lo que hizo. Amnistió a los senadores exiliados, accedió al deseo de éstos de condenar la memoria de Cómodo, damnatio memoriae, y pretendió mantener estrechas relaciones con la institución senatorial. Para el resto del Imperio, ofreció los consejos de potenciar la disciplina del ejército e hizo aprobar una ley que permitía a los desposeídos el trabajar las tierras incultas.
Esta última medida debió afectar sobre todo a zonas marginadas de las grandes propiedades de senadores y caballeros, lo que contribuyó a su impopularidad. Pertinax, propuesto como solución de la corte, no daba satisfacción ni siquiera a quienes lo habían elegido. A fines de marzo del mismo año, los pretorianos terminaron con su vida. Había sido emperador menos de tres meses. Esos mismos pretorianos consiguieron que el nombramiento del nuevo emperador recayera en la persona de Didio Juliano, un anciano senador rico, que comenzó concediendo una elevada paga extraordinaria de 25.000 sestercios a cada pretoriano. Tales acontecimientos ponen en evidencia las tensiones políticas de la corte de Roma. Pero también demuestran el distanciamiento de la misma ante las realidades sociales y económicas del Imperio, además de su incapacidad para comprender la seriedad de las amenazas en las fronteras. Los primeros meses del año 193 eran, así, la eclosión de las largas intrigas palaciegas de los últimos años del gobierno de Cómodo. El asesinato de Pertinax y la proclamación de Didio Juliano demostraban a los gobernadores provinciales las cortas miras políticas de la corte. La responsabilidad de la defensa de los intereses globales del Imperio fue asumida de nuevo por el ejército. A principios de abril, era proclamado emperador Septimio Severo por las legiones de Panonia, el ejército de Britania hizo lo mismo con el gobernador de la isla, Clodio Albino, y Pescenio Niger recibía igualmente la aclamación imperial por las legiones de Oriente.
Hubo simultáneamente cuatro emperadores, aunque sólo Didio Juliano contaba con la aprobación del Senado. La mayor proximidad a Roma de Septimio Severo y, sin duda, también sus dotes políticas, le permitieron en breve ser el árbitro de la situación. Con propuestas diplomáticas, Septimio neutralizaba a Clodio Albino bajo la propuesta de nombrarlo César y de ser su continuador. No resultó difícil desembarazarse de Didio Juliano: tan pronto Septimio Severo dirigió sus tropas a Roma, los mismos pretorianos que lo habían hecho elegir se apresuraron ahora a ser los autores de su muerte. La breve estancia de Septimio Severo en Roma cubrió los objetivos básicos para garantizar la fidelidad del Occidente a su causa: licenció a la mayor parte de los pretorianos para sustituirlos por tropas fieles de sus legiones; su poder, de hecho, recibió la aprobación del Senado y realizó intervenciones precisas para que el conjunto de las fuerzas políticas de Roma lo apoyara incondicionalmente (renovación de los componentes del consejo imperial, promoción de nuevos senadores y nombramiento de su suplente al frente de Roma, el prefecto de la ciudad). El reconocimiento de Septimio Severo como emperador no terminó con el cuadro inicial de la guerra civil, pues Pescenio Niger se negó a prestarle obediencia y, poco más tarde, Clodio Albino pretendía igualmente sustituir al nuevo emperador. Una vez resueltos los problemas políticos de Roma, Septimio Severo marcha a Oriente en julio del mismo año 193, después de haber enviado por delante a sus mejores generales.
Dejando de lado diversos relatos bélicos, baste decir que el ejército dirigido por Septimio Severo derrotaba a las tropas de Niger en la primavera del 194, en Isos. El sometimiento de la rebelión de Pescenio Niger presenta hechos que definen ya gran parte de la política de Septimio. Éste dio muestras de la decisión de aplicar implacablemente su poder: repartió premios y castigos ejemplares para las demás fuerzas políticas del Imperio. He aquí unos datos: la infidelidad de Antioquía condujo a que la ciudad perdiera sus privilegios y pasara a depender, como si fuera una simple aldea, de otra ciudad menor, Laodicea; la resistencia de Bizancio a las tropas de Septimio fue castigada, igualmente, con la destrucción de las murallas de la ciudad y con la pérdida de su autonomía. Y el reparto de premios y castigos llegó también a muchos particulares. La rebelión de Niger proporcionó a Septimio la ocasión de cumplir una parte de su programa oriental. Varios notables, incluidos egipcios, fueron promocionados al Senado. Egipto fue reorganizado de modo que, sin dejar de ser un granero básico para Roma, sectores de su población campesina comenzaban a participar de formas de acceso y explotación de la tierra análogas a las de la población de otras provincias del Imperio; el estímulo al pequeño propietario y al colono demostró ser arma eficaz para elevar los niveles productivos. Con el fin de evitar la excesiva concentración de poder de los gobernadores de Siria, ésta fue subdividida en dos provincias: Celesiria, con su capital en Laodicea, y Siria-Fenicia, con capital en Edesa.
Y tal estancia fue aprovechada igualmente para reforzar la frontera ante el viejo peligro parto. Estas campañas le llevaron a avanzar hasta Adiabena (año 195) en una demostración de fuerza ante los partos. En su nomenclatura onomástica posterior, figuran los títulos de Arábigo y Adiabénico recibidos en estos años. Durante la estancia de Septimio en Oriente, sectores de las oligarquías occidentales (ante todo de Britania y las Galias) habían reunificado fuerzas dispuestos a apoyar la proclamación de Clodio Albino como emperador; es posible que las exigencias económicas impuestas por la guerra oriental hubieran estimulado esta decisión. Con el título de Augusto, Albino estableció su cuartel general en Lugdunum(actual Lyon). A comienzos del 97, se produjo el enfrentamiento de las tropas de Septimio con las de Albino cerca de Lyon; Albino se suicida al ver perdida la batalla. De nuevo, la represión de la rebelión de Albino no se redujo a los enfrentamientos militares. Septimio distribuyó, igual que había hecho en Oriente, premios y castigos ejemplares: muchos senadores sufrieron la confiscación de sus bienes. A su vez, Britania, hasta ahora provincia única, fue subdividida en dos: la Superior, en la que quedaron dos legiones, y la Inferior, con una legión asentada en Ebaracum (York). Los bienes confiscados a los enemigos pasaron a formar parte de la fortuna particular del emperador. Por más que éste pudiera utilizarlos con fines públicos, la propiedad de un patrimonio tan grande reforzaba su propia posición política. Y tal independencia de los bienes del Fisco tuvo un reflejo en la creación de dos administraciones separadas: la de sus bienes particulares, res privata, y la de los bienes de la corona, ahora llamada patrimonium. Así, la guerra civil no sólo había reforzado la posición militar de Septimio y le había dado la ocasión de eliminar a los adversarios, sino que había sido aprovechada para introducir reformas administrativas y mejorar su hacienda privada.
Esta última medida debió afectar sobre todo a zonas marginadas de las grandes propiedades de senadores y caballeros, lo que contribuyó a su impopularidad. Pertinax, propuesto como solución de la corte, no daba satisfacción ni siquiera a quienes lo habían elegido. A fines de marzo del mismo año, los pretorianos terminaron con su vida. Había sido emperador menos de tres meses. Esos mismos pretorianos consiguieron que el nombramiento del nuevo emperador recayera en la persona de Didio Juliano, un anciano senador rico, que comenzó concediendo una elevada paga extraordinaria de 25.000 sestercios a cada pretoriano. Tales acontecimientos ponen en evidencia las tensiones políticas de la corte de Roma. Pero también demuestran el distanciamiento de la misma ante las realidades sociales y económicas del Imperio, además de su incapacidad para comprender la seriedad de las amenazas en las fronteras. Los primeros meses del año 193 eran, así, la eclosión de las largas intrigas palaciegas de los últimos años del gobierno de Cómodo. El asesinato de Pertinax y la proclamación de Didio Juliano demostraban a los gobernadores provinciales las cortas miras políticas de la corte. La responsabilidad de la defensa de los intereses globales del Imperio fue asumida de nuevo por el ejército. A principios de abril, era proclamado emperador Septimio Severo por las legiones de Panonia, el ejército de Britania hizo lo mismo con el gobernador de la isla, Clodio Albino, y Pescenio Niger recibía igualmente la aclamación imperial por las legiones de Oriente.
Hubo simultáneamente cuatro emperadores, aunque sólo Didio Juliano contaba con la aprobación del Senado. La mayor proximidad a Roma de Septimio Severo y, sin duda, también sus dotes políticas, le permitieron en breve ser el árbitro de la situación. Con propuestas diplomáticas, Septimio neutralizaba a Clodio Albino bajo la propuesta de nombrarlo César y de ser su continuador. No resultó difícil desembarazarse de Didio Juliano: tan pronto Septimio Severo dirigió sus tropas a Roma, los mismos pretorianos que lo habían hecho elegir se apresuraron ahora a ser los autores de su muerte. La breve estancia de Septimio Severo en Roma cubrió los objetivos básicos para garantizar la fidelidad del Occidente a su causa: licenció a la mayor parte de los pretorianos para sustituirlos por tropas fieles de sus legiones; su poder, de hecho, recibió la aprobación del Senado y realizó intervenciones precisas para que el conjunto de las fuerzas políticas de Roma lo apoyara incondicionalmente (renovación de los componentes del consejo imperial, promoción de nuevos senadores y nombramiento de su suplente al frente de Roma, el prefecto de la ciudad). El reconocimiento de Septimio Severo como emperador no terminó con el cuadro inicial de la guerra civil, pues Pescenio Niger se negó a prestarle obediencia y, poco más tarde, Clodio Albino pretendía igualmente sustituir al nuevo emperador. Una vez resueltos los problemas políticos de Roma, Septimio Severo marcha a Oriente en julio del mismo año 193, después de haber enviado por delante a sus mejores generales.
Dejando de lado diversos relatos bélicos, baste decir que el ejército dirigido por Septimio Severo derrotaba a las tropas de Niger en la primavera del 194, en Isos. El sometimiento de la rebelión de Pescenio Niger presenta hechos que definen ya gran parte de la política de Septimio. Éste dio muestras de la decisión de aplicar implacablemente su poder: repartió premios y castigos ejemplares para las demás fuerzas políticas del Imperio. He aquí unos datos: la infidelidad de Antioquía condujo a que la ciudad perdiera sus privilegios y pasara a depender, como si fuera una simple aldea, de otra ciudad menor, Laodicea; la resistencia de Bizancio a las tropas de Septimio fue castigada, igualmente, con la destrucción de las murallas de la ciudad y con la pérdida de su autonomía. Y el reparto de premios y castigos llegó también a muchos particulares. La rebelión de Niger proporcionó a Septimio la ocasión de cumplir una parte de su programa oriental. Varios notables, incluidos egipcios, fueron promocionados al Senado. Egipto fue reorganizado de modo que, sin dejar de ser un granero básico para Roma, sectores de su población campesina comenzaban a participar de formas de acceso y explotación de la tierra análogas a las de la población de otras provincias del Imperio; el estímulo al pequeño propietario y al colono demostró ser arma eficaz para elevar los niveles productivos. Con el fin de evitar la excesiva concentración de poder de los gobernadores de Siria, ésta fue subdividida en dos provincias: Celesiria, con su capital en Laodicea, y Siria-Fenicia, con capital en Edesa.
Y tal estancia fue aprovechada igualmente para reforzar la frontera ante el viejo peligro parto. Estas campañas le llevaron a avanzar hasta Adiabena (año 195) en una demostración de fuerza ante los partos. En su nomenclatura onomástica posterior, figuran los títulos de Arábigo y Adiabénico recibidos en estos años. Durante la estancia de Septimio en Oriente, sectores de las oligarquías occidentales (ante todo de Britania y las Galias) habían reunificado fuerzas dispuestos a apoyar la proclamación de Clodio Albino como emperador; es posible que las exigencias económicas impuestas por la guerra oriental hubieran estimulado esta decisión. Con el título de Augusto, Albino estableció su cuartel general en Lugdunum(actual Lyon). A comienzos del 97, se produjo el enfrentamiento de las tropas de Septimio con las de Albino cerca de Lyon; Albino se suicida al ver perdida la batalla. De nuevo, la represión de la rebelión de Albino no se redujo a los enfrentamientos militares. Septimio distribuyó, igual que había hecho en Oriente, premios y castigos ejemplares: muchos senadores sufrieron la confiscación de sus bienes. A su vez, Britania, hasta ahora provincia única, fue subdividida en dos: la Superior, en la que quedaron dos legiones, y la Inferior, con una legión asentada en Ebaracum (York). Los bienes confiscados a los enemigos pasaron a formar parte de la fortuna particular del emperador. Por más que éste pudiera utilizarlos con fines públicos, la propiedad de un patrimonio tan grande reforzaba su propia posición política. Y tal independencia de los bienes del Fisco tuvo un reflejo en la creación de dos administraciones separadas: la de sus bienes particulares, res privata, y la de los bienes de la corona, ahora llamada patrimonium. Así, la guerra civil no sólo había reforzado la posición militar de Septimio y le había dado la ocasión de eliminar a los adversarios, sino que había sido aprovechada para introducir reformas administrativas y mejorar su hacienda privada.