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Desarrollo


Cuando a mediados del siglo I a.C. Cicerón escribía su tratado "La República", evocaba los tiempos en los que Escipión Emiliano era el primer ciudadano de Roma y consideraba que ese período de la historia de Roma había sido la Edad de Oro de la República. Pero a los ojos de los historiadores de hoy ese juicio de Cicerón parece demasiado optimista. Los problemas y desórdenes que surgieron en la época de los Gracos no fueron el resultado de un pequeño grupo de ciudadanos agitadores, sino el resultado de las tensiones sociales y contradicciones políticas que se fueron gestando durante la época de las grandes conquistas. Estas mismas conquistas -y la influencia del helenismo en Roma- magnificaron la importancia del general vencedor en detrimento de las propias instituciones republicanas. La necesidad de recurrir a poderes personales es una de las características de este período que ya entonces supuso un factor de disgregación política importante y que posteriormente será un elemento rompedor de la propia institución republicana, cuando pasó a ser el instrumento esencial de la acción política. Los generales victoriosos proporcionaban las riquezas que permitían: limitar las tensiones sociales, posibilitar el constante aumento de oportunidades económicas para diversos grupos sociales y, al mismo tiempo, afirmar la importancia política de la clase senatorial. Existe pues, en este sentido, un militarismo que impugna toda la actividad política y económica de este período.

Las recompensas que a cambio de sus triunfos recibían, confieren a los generales de esta época una importancia enorme, que englobaba tanto el honor como la influencia política -apoyada ésta en sus numerosas clientelas- y el enriquecimiento personal. Respecto al primer punto basta recordar algunos casos significativos: Manio Valerio, después de la toma de Mesina (246 a.C.) se hizo llamar Mesalla, primer sobrenombre derivado del nombre de la ciudad conquistada. Flaminio emitió monedas con su efigie y otro tanto había hecho antes Escipión en Hispania. Ambos intentaron utilizar el título de imperator unido al culto de Júpiter, y Paulo Emilio -el vencedor de Pidna- hizo que se inscribiera su hazaña en una columna triunfal. Pero además, los generales victoriosos adquieren sobre las comunidades sometidas un poder que se traduce en el sometimiento personal de éstas a su conquistador. Por ejemplo, Claudio Marcelo, cónsul por primera vez en el 222 y artífice del sometimiento de Siracusa, fue elegido patrono de la ciudad por los propios siracusanos. Q. Minucio Rufo, cónsul en el 197, que había sometido aquel año la Liguria, es elegido patrono por los genuates (Génova) y Paulo Emilio, que había vencido a los lusitanos (189) siendo pretor, a los ligures (182) durante su primer consulado y a los macedonios en Pydna (168), fue elegido patrono por los lusitanos, los ligures y los macedonios. También Flaminio poseía numerosas clientelas en Grecia, donde fue designado patrono (proxenos) de varias ciudades, Delfos entre ellas.

Para las comunidades conquistadas, su sometimiento era sin duda considerada la obra personal de un hombre, por más que fuera mandatario y representante oficial del Senado. Así, le consideran el verdadero dueño de su destino. Es con él con quien ellos entablan negociaciones, con quien tratan directamente y no con el Senado, lejano y abstracto para ellos. Es pues a él a quien se someten y a su fides a la que se encomiendan. Estas clientelas actuaron como mecanismos de control social y determinaron no sólo el prestigio y la fortuna política de estos personajes, sino el enriquecimiento personal a veces excesivo y no siempre lícito. Ya hemos hablado del flujo de bienes que la expansión territorial procuró a diversos grupos sociales, entre ellos, la aristocracia senatorial. No obstante, se ve claramente por parte de la aristocracia senatorial durante la primera mitad del siglo II a.C., una preocupación por controlar el exceso de lujo y la desigual distribución de la riqueza. Indica la conciencia de que tales ventajas económicas tenían también el riesgo de romper el equilibrio del propio cuerpo social. En tal sentido se tomaron iniciativas como la promulgación de la Lex Fannia (161), la Orchia o la Baebia (ambas del 181 a.C.) cuyo objetivo era limitar la ostentación y los gastos suntuarios. La cuestión de la riqueza y del modo en que ésta era adquirida es el objeto de muchos discursos de Catón, que representaba a un sector importante de senadores. Su batalla contra la corrupción producida por el lujo excesivo y el enriquecimiento ilícito no se apoyaba en consideraciones morales, sitio en su deseo de mantener la estabilidad y el sistema senatorial.

En este sentido mantuvo una larga batalla contra Escipión el Africano, iniciando un proceso contra él que lo obligó a abandonar la vida política y a retirarse a Literno, aunque se negase a responder a las acusaciones de que era objeto: la apropiación de una parte del botín sustraído a Antíoco y el haber entablado negociaciones personales con el rey, al margen del Senado. También Catón, en el 190 a.C., se opuso a la candidatura a censor de Acilio Glabrión porque éste había sustraído parte del botín de la campaña oriental en la que el propio Catón había tomado parte como letrado. La cuestión del botín es un tema recurrente en Catón, así como que debía ser distribuido equitativamente entre los soldados y no entre unos pocos amigos. Catón denuncia una serie de prácticas que debían ser usuales, como la extorsión de los gobernadores en sus provincias, la excesiva libertad concedida a los publicanos en sus negocios (a los que llama ladrones públicos vestidos de púrpura y oro) o la concesión de prebendas e inmunidades al séquito de los magistrados romanos a expensas de las comunidades provinciales. No es que Catón -ni ningún otro senador- estuviese en contra de la riqueza. Es suya la máxima de que "un hombre debe dejar un patrimonio mayor del que recibió como herencia" y sus negocios posibilitaron, sin duda, que él lo consiguiese. Pero el uso de esta riqueza tenía implicaciones políticas peligrosas. Las exigencias populares de un reparto más justo de los recursos implicaba el riesgo de una ruptura del equilibrio social, como sucedió en época de los Gracos y que Catón supo entrever.

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