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Datos principales
Rango
Primera Mitad I Mile
Desarrollo
El papel desempeñado por Tebas a lo largo del Tercer Período Intermedio es de refinado equilibrio entre las fuerzas desintegradoras y los ensayos unificadores. Para proteger su posición desarrolló un mecanismo efectivo, como era la proyección del estado teocrático. Allí no había como en otros lugares un faraón independiente, pero los faraones habían de negociar su suerte con el clero o, si podían, hacían valer su fuerza por las armas imponiendo personas de su conveniencia en las instituciones locales. Si antaño había sido el cargo de gran sacerdote de Amón el puesto anhelado para ejercer el control ideológico, durante las dinastías XXV y XXVI será el cargo de esposa divina el que represente al propio estado teocrático, pues posee una corte que actúa con la autonomía que su posición en el seno del estado le permite. Esta reina de la Tebaida era un instrumento óptimo para asegurar la aceptación divina de la línea dinástica, pues era designada por el faraón que garantizaba así el apoyo de Tebas a su causa. Pero frente a las esposas divinas del Imperio Nuevo, que solían ser las madres o las esposas reales, desde la anarquía libia la esposa divina es una princesa virgen, que en virtud de tal circunstancia no puede ocasionar la aparición de una dinastía paralela. Por otra parte, al depositar la máxima autoridad en la esposa divina, el gran sacerdote quedaba desposeído del poder efectivo que había ostentado tradicionalmente.
Otro de los aspectos más llamativos de la época es la apertura de Egipto al mundo exterior. Esa realidad se pone de manifiesto, en primer lugar, por el acceso de elementos foráneos a las más altas esferas políticas del estado e incluso a la monarquía -y no por su capacidad individual, sino por su liderazgo de un grupo étnico alóctono, frecuentemente mercenario- y, en segundo lugar, por la actitud favorable de los faraones saítas para integrar tanto a los mercenarios , como a aquellos otros extranjeros que se dedicaban a actividades comerciales. Se trata de una situación sustancialmente nueva en la historia de Egipto y que repercutirá en la conformación de una nueva mentalidad, al menos en el seno del grupo dominante , dispuesta a admitir la existencia de un amplio entorno económico en el que el país del Nilo se encuentra voluntariamente o no inmerso. A su vez, esa constatación permite intuir que el surgimiento de un espacio económico integrado tiende a generar una macroestructura política capaz de administrar conjuntamente la totalidad del ámbito geográfico de dicho espacio económico. El Imperio Asirio sería el primer paso en esa dinámica que habría de culminar en el Imperio de Alejandro. Pero al mismo tiempo, la progresiva integración en un entorno general casi impensable se iba realizando desde una situación interior basada en la reafirmación del pasado, proceso paradójicamente inaugurado por los faraones etíopes que encuentran en la ideología del poder del Reino Antiguo -manifiesta por ejemplo en la erección de pirámides para sus tumbas de Sudan- el discurso adecuado para consolidar la situación que han logrado militarmente.
En tales circunstancias, el renacimiento saíta se efectuaba sobre la previa aceptación de los viejos cánones culturales, recuperados por los reyes kushitas. Y así, la ambivalencia entre una ideología conservadora y otra renovadora por la apertura hacia el exterior supone un eficaz desequilibrio para lograr el sorprendente dinamismo de la dinastía saíta. En el polo opuesto, la presión de Asiria había movilizado los aspectos militares y diplomáticos para la regeneración del estado indígena. En efecto, la incapacidad material para ejercer un control directo del territorio, había obligado a los asirios a favorecer gobiernos locales, suficientemente compartimentados como para impedir una unidad peligrosa para los intereses de la potencia mesopotámica. Pero, en contrapartida, tenía que tolerarles una autonomía militar capaz de contener una hipotética invasión nubia que alterara la hegemonía asiria en el Delta y en Palestina. Si es Sais quien obtiene beneficio de tan sutiles relaciones no se debe al azar, sino a su fiel conducta filoasiria durante la invasión de Tanutamón. La gratitud asiria y la contratación de mercenarios situaron a Psamético en una inmejorable posición. Y él supo aprovecharla. No es de menor interés la actividad constructiva de los faraones saítas. Si bien es cierto que no dejaron gran cantidad de obras monumentales , el sobrecogedor panteón de los bueyes Apis en Menfis (¡la vieja capital recuperada ahora simbólicamente!), es un buen resumen del esfuerzo realizado desde el punto de vista económico para la erección de obras pías.
Ese mismo evergetismo real se documenta a propósito de la donación de tierras tanto a particulares como a instituciones templarias. Sin embargo, es patente la desproporción de la acción faraónica, mucho menos intensa en el sur, donde los gobernadores designados controlaban eficazmente el territorio adjudicado. La consciencia de esa eficacia les permite adjudicarse logros de los que antaño sólo obtendría rentabilidad política el faraón; pero es que esta institución ha sufrido una modificación sustancial al dejar de ser independiente y quedar sometida a la coparticipación de los éxitos con un funcionariado eficaz. A su vez, durante la dinastía saíta, las esposas divinas jugaron un papel primordial como instrumento destinado a la integración del estado. Pero la integración se buscó también por otros derroteros, ya que el faraón requería para su beneficio cualquier caudal político. En este sentido se puede comprender el éxito de la pareja divina Isis-Osiris, que gracias a la tutela real se difunde por todo el país con una intensidad infrecuente. La promoción de divinidades autóctonas , frente a los cultos extranjeros, y de carácter animalístico, tenía asegurado el éxito de la identidad nacional en una población que veía con reticencia cómo los extranjeros iban adquiriendo una posición privilegiada frente a los egipcios; y esa realidad habría de incrementarse como consecuencia de la inmediata y duradera integración política de Egipto en potencias extranjeras.
Desde el punto de vista social se observa cómo la división de las altas esferas políticas entre los grandes sacerdotes y los jefes militares, beneficia respectivamente a quienes de ellos directamente dependen, es decir, sacerdotes y soldados, tanto autóctonos como extranjeros. Estos dos grupos, junto con los funcionarios , se configuran como verdaderas corporaciones privilegiadas, frente al común de los productores libres, miembros a su vez de otras corporaciones profesionales , cada vez más frecuentes en Egipto. En gran medida la consecuencia de esa situación fue la intensificación de la heredabilidad de las ocupaciones profesionales, lo que disminuía las ya precarias posibilidades de movilidad social. Sin embargo, no se puede afirmar que los estamentos se hubieran cerrado hasta convertirse en auténticas castas. Por debajo de estos grupos en la escala social se encuentran los trabajadores dependientes, siervos y esclavos. Los primeros seguían siendo un elemento importante en el conjunto de la población; por lo que respecta a los segundos no sabemos cuál es su participación real en las tareas de producción. Quizá el contacto con el mundo del Mediterráneo Oriental, donde el esclavismo había arraigado ya como sistema, propiciaba su expansión en Egipto y, desde luego, en las condiciones de trabajo podría haber de todo, pero resulta chocante encontrar afirmaciones en la bibliografía como que la relación entre el esclavo y su dueño era extraordinariamente buena. Sobre todo para uno de los dos. Con demasiada frecuencia la historiografía moderna se deja seducir por la impresión que de la realidad transmiten quienes tienen la posibilidad de hacerlo; en este caso los esclavistas. Por otra parte, ignoramos hasta qué punto las rentas que posibilitan el estilo de vida de los dominadores dependen del trabajo esclavo, de la mano de obra servil, o de la explotación de otros trabajadores de condición libre. Es criterio generalizado que la estructura económica en la Baja Epoca no había sufrido una alteración considerable con respecto al modelo tradicional y las fuentes disponibles parecen corroborar esa imagen de la realidad.
Otro de los aspectos más llamativos de la época es la apertura de Egipto al mundo exterior. Esa realidad se pone de manifiesto, en primer lugar, por el acceso de elementos foráneos a las más altas esferas políticas del estado e incluso a la monarquía -y no por su capacidad individual, sino por su liderazgo de un grupo étnico alóctono, frecuentemente mercenario- y, en segundo lugar, por la actitud favorable de los faraones saítas para integrar tanto a los mercenarios , como a aquellos otros extranjeros que se dedicaban a actividades comerciales. Se trata de una situación sustancialmente nueva en la historia de Egipto y que repercutirá en la conformación de una nueva mentalidad, al menos en el seno del grupo dominante , dispuesta a admitir la existencia de un amplio entorno económico en el que el país del Nilo se encuentra voluntariamente o no inmerso. A su vez, esa constatación permite intuir que el surgimiento de un espacio económico integrado tiende a generar una macroestructura política capaz de administrar conjuntamente la totalidad del ámbito geográfico de dicho espacio económico. El Imperio Asirio sería el primer paso en esa dinámica que habría de culminar en el Imperio de Alejandro. Pero al mismo tiempo, la progresiva integración en un entorno general casi impensable se iba realizando desde una situación interior basada en la reafirmación del pasado, proceso paradójicamente inaugurado por los faraones etíopes que encuentran en la ideología del poder del Reino Antiguo -manifiesta por ejemplo en la erección de pirámides para sus tumbas de Sudan- el discurso adecuado para consolidar la situación que han logrado militarmente.
En tales circunstancias, el renacimiento saíta se efectuaba sobre la previa aceptación de los viejos cánones culturales, recuperados por los reyes kushitas. Y así, la ambivalencia entre una ideología conservadora y otra renovadora por la apertura hacia el exterior supone un eficaz desequilibrio para lograr el sorprendente dinamismo de la dinastía saíta. En el polo opuesto, la presión de Asiria había movilizado los aspectos militares y diplomáticos para la regeneración del estado indígena. En efecto, la incapacidad material para ejercer un control directo del territorio, había obligado a los asirios a favorecer gobiernos locales, suficientemente compartimentados como para impedir una unidad peligrosa para los intereses de la potencia mesopotámica. Pero, en contrapartida, tenía que tolerarles una autonomía militar capaz de contener una hipotética invasión nubia que alterara la hegemonía asiria en el Delta y en Palestina. Si es Sais quien obtiene beneficio de tan sutiles relaciones no se debe al azar, sino a su fiel conducta filoasiria durante la invasión de Tanutamón. La gratitud asiria y la contratación de mercenarios situaron a Psamético en una inmejorable posición. Y él supo aprovecharla. No es de menor interés la actividad constructiva de los faraones saítas. Si bien es cierto que no dejaron gran cantidad de obras monumentales , el sobrecogedor panteón de los bueyes Apis en Menfis (¡la vieja capital recuperada ahora simbólicamente!), es un buen resumen del esfuerzo realizado desde el punto de vista económico para la erección de obras pías.
Ese mismo evergetismo real se documenta a propósito de la donación de tierras tanto a particulares como a instituciones templarias. Sin embargo, es patente la desproporción de la acción faraónica, mucho menos intensa en el sur, donde los gobernadores designados controlaban eficazmente el territorio adjudicado. La consciencia de esa eficacia les permite adjudicarse logros de los que antaño sólo obtendría rentabilidad política el faraón; pero es que esta institución ha sufrido una modificación sustancial al dejar de ser independiente y quedar sometida a la coparticipación de los éxitos con un funcionariado eficaz. A su vez, durante la dinastía saíta, las esposas divinas jugaron un papel primordial como instrumento destinado a la integración del estado. Pero la integración se buscó también por otros derroteros, ya que el faraón requería para su beneficio cualquier caudal político. En este sentido se puede comprender el éxito de la pareja divina Isis-Osiris, que gracias a la tutela real se difunde por todo el país con una intensidad infrecuente. La promoción de divinidades autóctonas , frente a los cultos extranjeros, y de carácter animalístico, tenía asegurado el éxito de la identidad nacional en una población que veía con reticencia cómo los extranjeros iban adquiriendo una posición privilegiada frente a los egipcios; y esa realidad habría de incrementarse como consecuencia de la inmediata y duradera integración política de Egipto en potencias extranjeras.
Desde el punto de vista social se observa cómo la división de las altas esferas políticas entre los grandes sacerdotes y los jefes militares, beneficia respectivamente a quienes de ellos directamente dependen, es decir, sacerdotes y soldados, tanto autóctonos como extranjeros. Estos dos grupos, junto con los funcionarios , se configuran como verdaderas corporaciones privilegiadas, frente al común de los productores libres, miembros a su vez de otras corporaciones profesionales , cada vez más frecuentes en Egipto. En gran medida la consecuencia de esa situación fue la intensificación de la heredabilidad de las ocupaciones profesionales, lo que disminuía las ya precarias posibilidades de movilidad social. Sin embargo, no se puede afirmar que los estamentos se hubieran cerrado hasta convertirse en auténticas castas. Por debajo de estos grupos en la escala social se encuentran los trabajadores dependientes, siervos y esclavos. Los primeros seguían siendo un elemento importante en el conjunto de la población; por lo que respecta a los segundos no sabemos cuál es su participación real en las tareas de producción. Quizá el contacto con el mundo del Mediterráneo Oriental, donde el esclavismo había arraigado ya como sistema, propiciaba su expansión en Egipto y, desde luego, en las condiciones de trabajo podría haber de todo, pero resulta chocante encontrar afirmaciones en la bibliografía como que la relación entre el esclavo y su dueño era extraordinariamente buena. Sobre todo para uno de los dos. Con demasiada frecuencia la historiografía moderna se deja seducir por la impresión que de la realidad transmiten quienes tienen la posibilidad de hacerlo; en este caso los esclavistas. Por otra parte, ignoramos hasta qué punto las rentas que posibilitan el estilo de vida de los dominadores dependen del trabajo esclavo, de la mano de obra servil, o de la explotación de otros trabajadores de condición libre. Es criterio generalizado que la estructura económica en la Baja Epoca no había sufrido una alteración considerable con respecto al modelo tradicional y las fuentes disponibles parecen corroborar esa imagen de la realidad.