Santo Tomás de Villanueva niño reparte su ropa
Datos principales
Autor
Fecha
1670 h.
Estilo
Material
Dimensiones
219 x 148 cm.
Museo
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Para la iglesia del convento de San Agustín de Sevilla pintó Murillo un retablo dedicado a Santo Tomás de Villanueva, situado en la capilla de los Cavalieri. Santo Tomás de Villanueva fue un religioso agustino nacido en 1488 que contó con la confianza de Carlos I, llegando a ser su predicador. En 1544 sería nombrado arzobispo de Valencia, continuando la práctica de la caridad que ya había iniciado desde niño. Muerto en 1555, fue canonizado en 1658. La razón de su presencia en este convento sevillano podría estar relacionada con el buen número de monjes levantinos que allí profesaban, siendo el santo uno de los más admirados por éstos. Murillo representa al santo cuando era un niño, repartiendo sus finas ropas entre los cuatro pequeños mendigos que le rodean, señalando la virtud de la caridad que distinguía al santo desde la infancia. El santo viste una camisa y unos calzones que ya tiene desabrochados mientras dos de los mendigos se prueban felizmente su jubón y su capa. La escena se desarrolla en una ciudad, a la caída de la tarde, y Murillo ha sabido interpretar de manera perfecta la atmósfera del lugar, creando una perspectiva aérea con los juegos de luz y sombra que recuerda a Velázquez . El escenario tiene una gran amplitud, quizá para reforzar la condición infantil de los protagonistas, por lo que ha situado sobre sus cabezas un amplio espacio en el que se describe el entorno urbano donde se desarrolla la acción. Al ser los niños protagonistas del episodio nos situamos cercanos a las escenas de género como los Niños comiendo melón y uvas o los Niños jugando a los dados . Pero el maestro ha sabido cargar esta escena de espiritualidad, destacando los gestos de agradecimiento y sorpresa de los pequeños mendigos ante la acción del santo. Y es que Murillo demuestra una vez más su capacidad para captar la expresión de sus personajes con absoluto naturalismo, acercando las historias al espectador que parece participar de ellas. El estilo blando y vaporoso y la coloración de tonos apagados empleada recogen perfectamente la atmósfera espiritual que pretende evocar la composición.