El Watzmann
Datos principales
Autor
Fecha
1825
Estilo
Material
Dimensiones
133 x 170 cm.
Museo
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En la primavera de 1824, Ludwig Richter, el exitoso pintor alemán, enviaba desde Roma a la Academia de Dresde un paisaje del Watzmann. Richter, quien había recibido una gran influencia del arte de Friedrich, renunció a seguir los pasos del maestro y marchó a Roma, junto a los nazarenos, a ponerse bajo la protección del pintor Joseph Anton Koch. Su sentido del paisaje era completamente diferente al de Friedrich; en él predominaba el detalle, lo pintoresco y lo cotidiano frente a lo trágico y trascendente. La obra tuvo una gran acogida. Fue entonces, con probabilidad, cuando el pintor pomerano decidió realizar su particular versión del tema. Friedrich no conocía de primera mano la montaña. Su discípulo predilecto, August Heinrich , había recorrido la región en torno a Salzburgo en 1821 y había realizado una acuarela sobre el Watzmann. Tras su muerte prematura, dicho estudio fue adquirido por Johann Christian Clausen Dahl , buen amigo de Friedrich, quien se sirvió de él para ejecutar esta impresionante vista de la montaña. No la siguió fielmente, sin embargo. Como era su costumbre, incluyó diversos elementos tomados del Riesengebirge y, para la roca que destaca en segundo plano, empleó un dibujo realizado durante su visita al Harz en 1811. El cuadro fue expuesto en Dresde en 1825 y al año siguiente en Hamburgo. Como era de esperar, recibió una fría acogida; la crítica se decantó por Richter. Principalmente, acusaban a Friedrich de haber suprimido lo que se espera de un paisaje de montaña alpino: valles y cascadas, torres de iglesias lejanas, etc.
, es decir, aquello que hace la vista agradable de forma inmediata, sin un proceso de elaboración y comprensión mental. No sólo se mostraba inaccesible por la elección de la vista: su composición, muy elaborada, exigía un esfuerzo visual novedoso. Se compone de hasta siete planos sucesivos, uno tras otro, de los cuales algunos sólo están indicados, de manera que falla todo intento de transición continua y las proporciones y distancias se pierden: son imposibles de apreciar. Estos planos, a su vez, se estructuran en forma de una serie de triángulos apuntando hacia arriba. La gama de colores, por su parte, se adapta a dichos planos, de forma que la iluminación es totalmente irreal. El primer plano está constituido por las oscuras formaciones rocosas de la parte inferior. El segundo por la extraña figura, identificada con el Ahrenskilt, del Harz, en la que crece un abeto, y en cuya base se abre una caverna; curiosamente, aparece iluminada por el sol. Tras un esbozo de tercer plano, encontramos una elevación triangular, de escaso detalle. El quinto plano lo forma la elevada montaña en penumbra que se alza frente al Watzmann, interponiéndose entre el fondo y el espectador. Tras un sexto plano también insinuado, se alza majestuoso el Watzmann, cuyas cumbres cubiertas de nieve reflejan en todo su brillo la luz solar. Por ello, vemos cómo alterna Friedrich zonas de luz y sombra bajo un uniforme cielo azul. Este tipo de innovaciones causó estupor en la crítica del momento. A través de la sucesión de triángulos y los contrastes de luz y color, Friedrich eleva nuestra vista hacia los picos nevados de una montaña que era celebrada como símbolo de Dios.
, es decir, aquello que hace la vista agradable de forma inmediata, sin un proceso de elaboración y comprensión mental. No sólo se mostraba inaccesible por la elección de la vista: su composición, muy elaborada, exigía un esfuerzo visual novedoso. Se compone de hasta siete planos sucesivos, uno tras otro, de los cuales algunos sólo están indicados, de manera que falla todo intento de transición continua y las proporciones y distancias se pierden: son imposibles de apreciar. Estos planos, a su vez, se estructuran en forma de una serie de triángulos apuntando hacia arriba. La gama de colores, por su parte, se adapta a dichos planos, de forma que la iluminación es totalmente irreal. El primer plano está constituido por las oscuras formaciones rocosas de la parte inferior. El segundo por la extraña figura, identificada con el Ahrenskilt, del Harz, en la que crece un abeto, y en cuya base se abre una caverna; curiosamente, aparece iluminada por el sol. Tras un esbozo de tercer plano, encontramos una elevación triangular, de escaso detalle. El quinto plano lo forma la elevada montaña en penumbra que se alza frente al Watzmann, interponiéndose entre el fondo y el espectador. Tras un sexto plano también insinuado, se alza majestuoso el Watzmann, cuyas cumbres cubiertas de nieve reflejan en todo su brillo la luz solar. Por ello, vemos cómo alterna Friedrich zonas de luz y sombra bajo un uniforme cielo azul. Este tipo de innovaciones causó estupor en la crítica del momento. A través de la sucesión de triángulos y los contrastes de luz y color, Friedrich eleva nuestra vista hacia los picos nevados de una montaña que era celebrada como símbolo de Dios.