La vuelta del hijo pródigo

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Las primeras obras del Guercino dependen en gran medida de las enseñanzas de Caravaggio, que había muerto diez años antes de la realización de esta obra. Guercino terminaría siendo uno de los más destacados artistas del Clasicismo, pero en esta obra, pintada para el cardenal Serra, el naturalismo tenebrista es su guía: observamos el rostro del padre, con su gran calva y la frente llena de pliegues. Es de todo punto similar a los San Pedros o los San Mateos que realizó Caravaggio décadas atrás. Igualmente, el manejo agresivo de la luz es típicamente tenebrista, con un potente foco de luz artificial que proviene del lateral izquierdo y que provoca grandes áreas contrastadas, bien brillantes por la luz, aplanadas por su potencia, bien totalmente oscuras e impenetrables. En el desarrollo narrativo de la escena es crucial el lenguaje de los gestos. La historia que se quiere contar es muy larga y llena de episodios singulares. Para poder concentrar todos los acontecimientos y los sentimientos de los personajes a lo largo de la misma, es necesario recurrir a una gestualidad casi teatral, en la que manos y rostros expresan aquello que no pueden comunicar las palabras. El padre arropa a su hijo recién regresado y casi le conduce amorosamente en dirección a su hermano. El joven está deshaciéndose de sus harapos y la humildad mantiene su rostro en la sombra. El hermano, ricamente vestido, le tiende los zapatos y se cruza en movimientos opuestos con su padre; todavía no ha aceptado el regreso del hermano. También es típico de los seguidores de Caravaggio el encuadre de los personajes, que resulta claustrofóbico. El marco del cuadro se les echa encima, impide que extiendan sus miembros en libertad. Las figuras parecen de este modo mucho más cercanas al espectador, casi como seres reales que podríamos tocar con sólo alargar la mano.

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