Iglesia Conventual de la Madre de Dios
Localización
Desarrollo
Escribe el regidor Juan Moyano, que "el año de 1550 se empezó a hacer en la ermita de la Madre de Dios el convento de los Padres de San Francisco, lo hizo el Marqués D. Luis, y en el último día del año de 1630 se acabaron las capillas mayores de la iglesia nueva". Pese a que los cronistas de la Orden retrasan la fundación a 1558, es evidente el apoyo del señor de Lucena para la radicación de los franciscanos en aquella entonces villa, otorgándole sitio para fundación y una cuantiosa limosna. Una de las primeras obras en la iglesia se detectan ya en 1578, en que la Comunidad cedió a la Cofradía de Pasión una capilla en la sacristía vieja en tanto se acababa de hacer la nueva iglesia que se estaba haciendo. No obstante, es en torno a 1620 cuando se emprenden unas obras, a cargo del maestro Francisco de Lucena, natural de la ciudad de Málaga, que fundamentalmente podemos entender como definitivas en la apariencia actual del templo. En cabildo de la ciudad de 24 de septiembre de 1621 se vio una real provisión por la cual se autorizaba a la Corporación a destinar tres meses de arbitrios para las mencionadas obras. En 1630 se finalizaban las obras y se inauguraba la iglesia, en tanto que en 1670 se firmó, tras la aprobación del Definitorio Provincial y del señor de Lucena, don Francisco de la Cerda, el contrato de Patronato entre la ciudad y el convento. Pese a que las noticias sobre otras obras tanto en la propia iglesia como en el convento son relativamente abundantes a lo largo de los siglos XVII y XVIII, como hemos dicho, no debieron modificar en mucho la fisonomía inicial, salvo las capillas adosadas en la nave por el lado del evangelio.
Exclaustrada su comunidad, tras la Desamortización, el convento fue convertido en Atarazana Municipal y casa de vecindad hasta que, adquirido el inmueble en 1886 por el benemérito lucentino D. Francisco de Paula Cortés, fue devuelto a la Orden Franciscana que desde entonces la ocupa. Exteriormente este templo, de manera acorde con la austeridad franciscana, no hace demasiadas concesiones a los elementos decorativos. Su fachada se reduce a un paramento de ladrillo en el cual se halla una sencilla portada de carácter manierista, poco resaltada con respecto al planto, con ingreso de medio punto dentro de un cajeamiento rematado por un frontón curvo, roto y vuelto en volutas con sendos remates ovoideos sobre pedestal, sobre la cual se sitúa una pequeña hornacina de medio punto con venera, también cajeada, con pilastras laterales, que cobija una imagen de la Purísima de piedra. Todo este conjunto se remata con una gran ventana que ilumina el interior del coro. En ángulo con respecto al plano de la fachada se alza la espadaña, de ladrillo visto sobre un alto pedestal que alcanza la altura del muro del hastial del templo. Su estructura es de dos cuerpos en orden decreciente: el primero con dos huecos de medio punto para campanas, y el segundo, rematado con un frontón curvo, con un solo vano. El interior muestra un templo de una sola nave con crucero y planta de cruz latina, al que posteriormente se añadieron unas profundas capillas en el lado del evangelio. Series de pilastras de orden toscano rompen la plenitud de los muros y soportan una cornisa decorada con trigliofos sobre la que corre una línea de tacos.
Todos los tramos excepto el centro del crucero se cubren con bóveda de cañón con lunetos y arcos fajones coincidentes con las pilastras ya referidas. La cúpula, sobre tambor, marca el centro del ámbito permitiendo la entrada de la luz a través de sus vanos e iluminando fuertemente el crucero. La arquitectura conventual se organiza en torno al patio, de planta cuadrada y grandes dimensiones, cuyo centro lo constituye una hermosa fuente de planta mixtilínea y barroco pilar de doble taza. Dos claustros, alto y bajo, con arcadas sobre columnas dóricas en el inferior y jónicas en el superior, se abren a este espacio abierto. Adosada a uno de los ángulos se encuentra la escalera de primer tramo simple que se desdobla en dos tiros que acceden al piso superior a través de sendas arcadas, quedando entre ellas una tercera apoyada en dobles columnas. Hasta comienzos del presente siglo se cubría con un hermoso artesonado mudéjar La temprana fecha de ejecución (en enero de 1686) del retablo mayor, es la causa de su sobriedad barroca. De madera tallada, dorada y policromada, está estructurado en dos cuerpos colocados sobre un estrecho banco donde se incluyen el Sagrario y cuatro tablas de pinturas con retratos de Santos de la Orden. El cuerpo principal está dividido en tres calles flanqueadas por columnas salomónicas avanzadas sobre el plano general y situadas entre pares, con sus columnas aboceladas, cuyo primer tercio de fuste está fastuosamente repleto de decoraciones vegetales.
Se nos muestra también el gran camarín que alberga a una Inmaculada de traza granadina con un impresionante resplandor de plata, obra de uno de los grandes plateros cordobeses del siglo XVIII, Antonio José Santacruz y Zaldúa. En las calles laterales, sobre repisas y teniendo como fondos sendas hornacinas poco profundas, aparecen las imágenes de San Buenaventura y Santa Margarita de Cortona. El coronamiento, que adopta la forma de medio punto en cuyo centro preside un crucifijo ante un oscuro paisaje de pintura, está penetrado desde la calle principal por medio de dos columnas, también salomónicas, igualmente muy avanzadas respecto al plano del conjunto. A ambos lados aparecen tablas de pintura de San Francisco y Santo Domingo.
Exclaustrada su comunidad, tras la Desamortización, el convento fue convertido en Atarazana Municipal y casa de vecindad hasta que, adquirido el inmueble en 1886 por el benemérito lucentino D. Francisco de Paula Cortés, fue devuelto a la Orden Franciscana que desde entonces la ocupa. Exteriormente este templo, de manera acorde con la austeridad franciscana, no hace demasiadas concesiones a los elementos decorativos. Su fachada se reduce a un paramento de ladrillo en el cual se halla una sencilla portada de carácter manierista, poco resaltada con respecto al planto, con ingreso de medio punto dentro de un cajeamiento rematado por un frontón curvo, roto y vuelto en volutas con sendos remates ovoideos sobre pedestal, sobre la cual se sitúa una pequeña hornacina de medio punto con venera, también cajeada, con pilastras laterales, que cobija una imagen de la Purísima de piedra. Todo este conjunto se remata con una gran ventana que ilumina el interior del coro. En ángulo con respecto al plano de la fachada se alza la espadaña, de ladrillo visto sobre un alto pedestal que alcanza la altura del muro del hastial del templo. Su estructura es de dos cuerpos en orden decreciente: el primero con dos huecos de medio punto para campanas, y el segundo, rematado con un frontón curvo, con un solo vano. El interior muestra un templo de una sola nave con crucero y planta de cruz latina, al que posteriormente se añadieron unas profundas capillas en el lado del evangelio. Series de pilastras de orden toscano rompen la plenitud de los muros y soportan una cornisa decorada con trigliofos sobre la que corre una línea de tacos.
Todos los tramos excepto el centro del crucero se cubren con bóveda de cañón con lunetos y arcos fajones coincidentes con las pilastras ya referidas. La cúpula, sobre tambor, marca el centro del ámbito permitiendo la entrada de la luz a través de sus vanos e iluminando fuertemente el crucero. La arquitectura conventual se organiza en torno al patio, de planta cuadrada y grandes dimensiones, cuyo centro lo constituye una hermosa fuente de planta mixtilínea y barroco pilar de doble taza. Dos claustros, alto y bajo, con arcadas sobre columnas dóricas en el inferior y jónicas en el superior, se abren a este espacio abierto. Adosada a uno de los ángulos se encuentra la escalera de primer tramo simple que se desdobla en dos tiros que acceden al piso superior a través de sendas arcadas, quedando entre ellas una tercera apoyada en dobles columnas. Hasta comienzos del presente siglo se cubría con un hermoso artesonado mudéjar La temprana fecha de ejecución (en enero de 1686) del retablo mayor, es la causa de su sobriedad barroca. De madera tallada, dorada y policromada, está estructurado en dos cuerpos colocados sobre un estrecho banco donde se incluyen el Sagrario y cuatro tablas de pinturas con retratos de Santos de la Orden. El cuerpo principal está dividido en tres calles flanqueadas por columnas salomónicas avanzadas sobre el plano general y situadas entre pares, con sus columnas aboceladas, cuyo primer tercio de fuste está fastuosamente repleto de decoraciones vegetales.
Se nos muestra también el gran camarín que alberga a una Inmaculada de traza granadina con un impresionante resplandor de plata, obra de uno de los grandes plateros cordobeses del siglo XVIII, Antonio José Santacruz y Zaldúa. En las calles laterales, sobre repisas y teniendo como fondos sendas hornacinas poco profundas, aparecen las imágenes de San Buenaventura y Santa Margarita de Cortona. El coronamiento, que adopta la forma de medio punto en cuyo centro preside un crucifijo ante un oscuro paisaje de pintura, está penetrado desde la calle principal por medio de dos columnas, también salomónicas, igualmente muy avanzadas respecto al plano del conjunto. A ambos lados aparecen tablas de pintura de San Francisco y Santo Domingo.