Egipto
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Datos principales
Desde
4.000 a.C.
Hasta
100 a.C.
Desarrollo
La cultura egipcia aparece durante el final del Neolítico, en paralelo con otras culturas fluviales, como las mesopotámicas (acadios, sumerios, babilonios). Egipto es un país longitudinal, siguiendo el curso del río Nilo. La abundancia y el refugio que proporcionan sus valles, encajonados entre montañas o desiertos favoreció el asentamiento de las primitivas comunidades agrícolas neolíticas. Sólo existen dos regiones geográficas: el alto Nilo, desde su nacimiento ubicado entre montañas, en un medio algo más agresivo y por tanto menos desarrollado. Y el bajo Nilo, el delta, zona riquísima gracias a los constantes aluviones del río que traen sedimentos fertilizantes. Aquí es donde se organizó la primitiva cultura: los desbordamientos del río siguen una frecuencia regular en arreglo al ciclo estacional, y su potencia es tal que se imponen dos necesidades acuciantes: en primer lugar calendarizar los desbordamientos, medir y llevar un registro del tiempo; en segundo lugar trazar un sistema de canalizaciones que contenga los desbordamientos y los reconduzca hacia los terrenos de regadío. Para ello es necesario que las diferentes comunidades se agrupen y reúnan el potencial necesario. De este modo, mientras unos se dedicaban a las labores agrícolas, se producía el suficiente superávit de comida como para que otros pocos se reservaran por completo a las tareas de calendarización, construcción, etc. De ahí surgió la casta sacerdotal, capaz de predecir los "enfurecimientos" del Nilo y de ofrecer los sacrificios necesarios que lo regresen a su cauce en el momento preciso.
La rígida separación entre los trabajadores y la casta sacerdotal permitió que se constituyera un poder absoluto, frente a la tensión que plantean diversos centros locales de poder, que es lo que llevó a la sucesión de imperios en la Mesopotamia. El propio monarca era una figura divina, junto al Sol y al Nilo. La línea sucesoria era femenina, puesto que la condición divina la transmitía la madre y no el padre. Es por ello que el término "Faraón" designa un título femenino, no masculino. El arte nace en el Egipto Predinástico, hacia el 4.000 a.C., hasta el 3.200 a.C. Sus inicios son muy similares a la última pintura prehistórica del Levante y el Mediterráneo. Consiste en cerámicas pintadas con figuras primitivas de animales. El desarrollo de las creencias religiosas favoreció las representaciones plásticas. Creían en la inmortalidad del alma y del cuerpo, gracias a su clima extremadamente seco y al suelo arenoso, que momificaba los cadáveres sin apenas elaboración humana. Las tumbas estaban bajo las propias casas, acompañando la morada de los vivos, y los difuntos eran agasajados como miembros de la familia a los que se proveía regularmente de comida, vestido y armas. Se les acompañaba de ajuares con estatuillas, orfebrería, etc. Cuando el culto se sofisticó, se construyeron casas de difuntos, y esto determinó el gran avance de la pintura, puesto de sus interiores se adornaban con frescos y bajorrelieves.
Estas primeras pinturas tienen similares características a las pinturas rupestres: siluetas planas que flotan en espacios no demarcados por encuadramientos o líneas de suelo. Hacia el 3.200 a.C. se produjo un avance que estableció las características que han de mantenerse invariables hasta el fin del imperio: aparece al fin la línea de suelo, sólidamente trazada, sobre la cual se alinean las figuras. Éstas se someten a una rígida jerarquización de tamaños y se acompañan de símbolos de status o divinidad, es decir, se conjuga -poco hábilmente en estos momentos- realismo más pictografía. La pictografía determinó al tiempo el origen de la escritura jeroglífica: las imágenes que reflejan conceptos y llegan a constituir un alfabeto de varios miles de caracteres. Saber leer y escribir era un privilegio reservado a las clases más altas, puesto que un escriba necesitaba años de aprendizaje y práctica para dominar sin errores el arte de la escritura. Es por eso que estos altos funcionarios aparecen representados con la misma dignidad que un sacerdote o un príncipe. El arte se codificó tan estrictamente como la escritura, puesto que había de mantener unas normas de conservadurismo, derivadas de una obsesión por la permanencia eterna. En el arte funerario se establecía la relación entre el espíritu del muerto y su cuerpo. Conservar su cuerpo mediante la momia y a través de la representación plástica (generalmente una escultura o una máscara) aseguraba la morada eterna para las tres almas humanas (ba, ka y akh).
Las pinturas acompañaban eternamente a las almas de todo lo necesario, y aseguraban la continuidad de los placeres terrenales en el más allá, les proveían de servidores, lugares de esparcimiento, espectáculos, comida y guerra. Precisamente en el 3.200 se inicia un nuevo período, el denominado Imperio Antiguo. Narmer unificó el Alto y el Bajo Nilo erigiéndose como primer faraón de la primera dinastía de 35. Bajo su reinado terminan de establecerse los códigos estéticos de la pintura y el bajorrelieve (estas dos técnicas se mezclan frecuentemente y se superponen para realzar las figuras). Se establece una frontalidad para las figuras que han de verse completamente desde su punto óptimo. Esto implica un retorcimiento de las anatomías que sigue la más estricta lógica conceptual: se recoge la esencia intelectual de la figura (ser humano, animal o fantástico). Ha de plasmarse todo lo que caracteriza al modelo genérico. Para el hombre se reflejan los dos pies de perfil, que es su forma más representativa, y se colocan ambos del mismo lado, como las manos (es decir, aparecen dos manos izquierdas, dos pies izquierdos, para no ocultar tras el perfil el quinto dedo). El rostro también aparece de perfil, pero el rasgo más importante de éste, el ojo, se coloca de frente. El torso se dibuja de frente completamente, excepto los senos femeninos o pezones masculinos, que aparecen alineados ambos de perfil en uno de los lados. Igualmente de perfil se representan las caderas y las piernas, de las cuales una se avanza, la más lejana, para dejar ver el sexo.
Con esta recomposición de la figura humana, la lectura correcta no es la de que las figuras egipcias se desplazan de derecha a izquierda, como normalmente se interpretan, sino que avanzan de frente hacia el espectador desde la superficie pintada. Estos convencionalismos tan complejos se establecían como un alfabeto en el cual la menor desviación suponía una falta de ortografía. Se aplicaban a la representación de dioses y la familia real. Cuanto menor era el rango del representado, mayor libertad se permitía a su imagen. Así, los esclavos y campesinos se pintan de una manera extremadamente naturalista, en posiciones heterodoxas. Las figuras, de cualquier modo, se sujetaban a un cánon anatómico concreto, sobre una cuadrícula dividida en 18 cuadrados de largo. A partir de esta retícula podían aumentarse los tamaños sin perder nunca la proporción "correcta" de las figuras. Tras el Imperio Antiguo se sucedió un período de inestabilidad, en el cual el poder faraónico se disolvió en territorios feudales, desde el 2.258 al 2.134 a.C. Este año, Mentuhotep reunificó el imperio y aceptó ciertas concesiones a los poderosos señores feudales. Se produjo entonces una cierta "democratización del Más Allá", que ya no se restringe a las figuras divinas (la familia real al fin y al cabo es de origen divino), sino a las posibilidades económicas del cliente que pudiera pagarse la momificación y la mansión sepulcral. También aparecieron nuevos cultos, como el de Isis, Osiris y Set, con lo cual se introdujeron nuevos temas iconográficos, entre ellos las hazañas militares y los hechos históricos.
Durante el Imperio Medio se mantuvo la estética; políticamente se intercalaron períodos de inestabilidad o intermedios que provocaban sucesivas crisis artísticas. La llegada del Imperio Nuevo, del 1.570 al 1.085 a.C. marcó un nuevo rumbo. De la limitación al propio territorio se pasó a una política expansionista, ejercida contra el Egeo y Asia Menor (que se vengarán más adelante). Este imperialismo puso en contacto su arte con formas extranjeras, que se adoptaron en mínima medida: ciertas representaciones del poder extraídas de Micenas. Se desarrolló en el arte sepulcral el tema del banquete y los festejos, puesto que se introduce una nueva moda: los familiares del difunto se trasladan en ciertas fechas a la mansión del muerto para celebrar determinados rituales (aniversarios, por ejemplo). De esta manera, las pinturas ya no se dedican únicamente al espíritu del muerto, sino a la contemplación de los vivos. Esto vivificó el estilo, abandonándose la rigidez. La máxima relajación del estilo llegó en forma de revolución religiosa, casi de cataclismo del orden establecido: el faraón Amenofis IV renunció a su nombre por el de Akhenaton, a sus dioses por Aton (es el primer caso de monoteísmo en la Historia), y a la estructura social preestablecida en contra de sacerdotes y funcionariado. Feo, enfermo, renunció a la reepresentación conceptual que embellece el cuerpo humano, para aparecer en su realidad corporal. Su esposa, Nefertiti, ha quedado por ese mismo realismo como la reina indiscutible de la belleza en la Antigüedad.
El sucesor de Akhenaton fue Tuthankamon, casi adolescente al subir al trono, casado con una niña. Reinó 18 meses, el tiempo que necesitaron los sacerdotes en conseguir que restableciera el orden y para quitarlo de enmedio junto a su esposa, probablemente mediante el veneno. Tras este paréntesis reinó la dinastía de Ramsés, en la cual se produjo el esplendor del arte colosal, con las pirámides y las enormes composiciones pictóricas, sin apenas variaciones. Al final del imperio la decadencia se acentuó, y Egipto sufrió sucesivas invasiones de sus enemigos tradicionales: asirios, persas y Alejandro Magno, el emperador de la Grecia Helenística. De los griegos pasó al Imperio Romano , en el cual su arte adoptó las formas helenistas que estaban de moda, adornadas con elementos típicos de su zona: jeroglíficos, fauna propia... Durante los inicios del arte cristiano y bizantino, las formas siguieron en todo punto la estela de Bizancio . El momento más personal tras el Imperio fue durante la Alta Edad Media, con el Arte Copto, paralelo al Arte de las Invasiones , centrado en curiosas construcciones orientalizantes y una magnífica orfebrería, especialmente en plata.
La rígida separación entre los trabajadores y la casta sacerdotal permitió que se constituyera un poder absoluto, frente a la tensión que plantean diversos centros locales de poder, que es lo que llevó a la sucesión de imperios en la Mesopotamia. El propio monarca era una figura divina, junto al Sol y al Nilo. La línea sucesoria era femenina, puesto que la condición divina la transmitía la madre y no el padre. Es por ello que el término "Faraón" designa un título femenino, no masculino. El arte nace en el Egipto Predinástico, hacia el 4.000 a.C., hasta el 3.200 a.C. Sus inicios son muy similares a la última pintura prehistórica del Levante y el Mediterráneo. Consiste en cerámicas pintadas con figuras primitivas de animales. El desarrollo de las creencias religiosas favoreció las representaciones plásticas. Creían en la inmortalidad del alma y del cuerpo, gracias a su clima extremadamente seco y al suelo arenoso, que momificaba los cadáveres sin apenas elaboración humana. Las tumbas estaban bajo las propias casas, acompañando la morada de los vivos, y los difuntos eran agasajados como miembros de la familia a los que se proveía regularmente de comida, vestido y armas. Se les acompañaba de ajuares con estatuillas, orfebrería, etc. Cuando el culto se sofisticó, se construyeron casas de difuntos, y esto determinó el gran avance de la pintura, puesto de sus interiores se adornaban con frescos y bajorrelieves.
Estas primeras pinturas tienen similares características a las pinturas rupestres: siluetas planas que flotan en espacios no demarcados por encuadramientos o líneas de suelo. Hacia el 3.200 a.C. se produjo un avance que estableció las características que han de mantenerse invariables hasta el fin del imperio: aparece al fin la línea de suelo, sólidamente trazada, sobre la cual se alinean las figuras. Éstas se someten a una rígida jerarquización de tamaños y se acompañan de símbolos de status o divinidad, es decir, se conjuga -poco hábilmente en estos momentos- realismo más pictografía. La pictografía determinó al tiempo el origen de la escritura jeroglífica: las imágenes que reflejan conceptos y llegan a constituir un alfabeto de varios miles de caracteres. Saber leer y escribir era un privilegio reservado a las clases más altas, puesto que un escriba necesitaba años de aprendizaje y práctica para dominar sin errores el arte de la escritura. Es por eso que estos altos funcionarios aparecen representados con la misma dignidad que un sacerdote o un príncipe. El arte se codificó tan estrictamente como la escritura, puesto que había de mantener unas normas de conservadurismo, derivadas de una obsesión por la permanencia eterna. En el arte funerario se establecía la relación entre el espíritu del muerto y su cuerpo. Conservar su cuerpo mediante la momia y a través de la representación plástica (generalmente una escultura o una máscara) aseguraba la morada eterna para las tres almas humanas (ba, ka y akh).
Las pinturas acompañaban eternamente a las almas de todo lo necesario, y aseguraban la continuidad de los placeres terrenales en el más allá, les proveían de servidores, lugares de esparcimiento, espectáculos, comida y guerra. Precisamente en el 3.200 se inicia un nuevo período, el denominado Imperio Antiguo. Narmer unificó el Alto y el Bajo Nilo erigiéndose como primer faraón de la primera dinastía de 35. Bajo su reinado terminan de establecerse los códigos estéticos de la pintura y el bajorrelieve (estas dos técnicas se mezclan frecuentemente y se superponen para realzar las figuras). Se establece una frontalidad para las figuras que han de verse completamente desde su punto óptimo. Esto implica un retorcimiento de las anatomías que sigue la más estricta lógica conceptual: se recoge la esencia intelectual de la figura (ser humano, animal o fantástico). Ha de plasmarse todo lo que caracteriza al modelo genérico. Para el hombre se reflejan los dos pies de perfil, que es su forma más representativa, y se colocan ambos del mismo lado, como las manos (es decir, aparecen dos manos izquierdas, dos pies izquierdos, para no ocultar tras el perfil el quinto dedo). El rostro también aparece de perfil, pero el rasgo más importante de éste, el ojo, se coloca de frente. El torso se dibuja de frente completamente, excepto los senos femeninos o pezones masculinos, que aparecen alineados ambos de perfil en uno de los lados. Igualmente de perfil se representan las caderas y las piernas, de las cuales una se avanza, la más lejana, para dejar ver el sexo.
Con esta recomposición de la figura humana, la lectura correcta no es la de que las figuras egipcias se desplazan de derecha a izquierda, como normalmente se interpretan, sino que avanzan de frente hacia el espectador desde la superficie pintada. Estos convencionalismos tan complejos se establecían como un alfabeto en el cual la menor desviación suponía una falta de ortografía. Se aplicaban a la representación de dioses y la familia real. Cuanto menor era el rango del representado, mayor libertad se permitía a su imagen. Así, los esclavos y campesinos se pintan de una manera extremadamente naturalista, en posiciones heterodoxas. Las figuras, de cualquier modo, se sujetaban a un cánon anatómico concreto, sobre una cuadrícula dividida en 18 cuadrados de largo. A partir de esta retícula podían aumentarse los tamaños sin perder nunca la proporción "correcta" de las figuras. Tras el Imperio Antiguo se sucedió un período de inestabilidad, en el cual el poder faraónico se disolvió en territorios feudales, desde el 2.258 al 2.134 a.C. Este año, Mentuhotep reunificó el imperio y aceptó ciertas concesiones a los poderosos señores feudales. Se produjo entonces una cierta "democratización del Más Allá", que ya no se restringe a las figuras divinas (la familia real al fin y al cabo es de origen divino), sino a las posibilidades económicas del cliente que pudiera pagarse la momificación y la mansión sepulcral. También aparecieron nuevos cultos, como el de Isis, Osiris y Set, con lo cual se introdujeron nuevos temas iconográficos, entre ellos las hazañas militares y los hechos históricos.
Durante el Imperio Medio se mantuvo la estética; políticamente se intercalaron períodos de inestabilidad o intermedios que provocaban sucesivas crisis artísticas. La llegada del Imperio Nuevo, del 1.570 al 1.085 a.C. marcó un nuevo rumbo. De la limitación al propio territorio se pasó a una política expansionista, ejercida contra el Egeo y Asia Menor (que se vengarán más adelante). Este imperialismo puso en contacto su arte con formas extranjeras, que se adoptaron en mínima medida: ciertas representaciones del poder extraídas de Micenas. Se desarrolló en el arte sepulcral el tema del banquete y los festejos, puesto que se introduce una nueva moda: los familiares del difunto se trasladan en ciertas fechas a la mansión del muerto para celebrar determinados rituales (aniversarios, por ejemplo). De esta manera, las pinturas ya no se dedican únicamente al espíritu del muerto, sino a la contemplación de los vivos. Esto vivificó el estilo, abandonándose la rigidez. La máxima relajación del estilo llegó en forma de revolución religiosa, casi de cataclismo del orden establecido: el faraón Amenofis IV renunció a su nombre por el de Akhenaton, a sus dioses por Aton (es el primer caso de monoteísmo en la Historia), y a la estructura social preestablecida en contra de sacerdotes y funcionariado. Feo, enfermo, renunció a la reepresentación conceptual que embellece el cuerpo humano, para aparecer en su realidad corporal. Su esposa, Nefertiti, ha quedado por ese mismo realismo como la reina indiscutible de la belleza en la Antigüedad.
El sucesor de Akhenaton fue Tuthankamon, casi adolescente al subir al trono, casado con una niña. Reinó 18 meses, el tiempo que necesitaron los sacerdotes en conseguir que restableciera el orden y para quitarlo de enmedio junto a su esposa, probablemente mediante el veneno. Tras este paréntesis reinó la dinastía de Ramsés, en la cual se produjo el esplendor del arte colosal, con las pirámides y las enormes composiciones pictóricas, sin apenas variaciones. Al final del imperio la decadencia se acentuó, y Egipto sufrió sucesivas invasiones de sus enemigos tradicionales: asirios, persas y Alejandro Magno, el emperador de la Grecia Helenística. De los griegos pasó al Imperio Romano , en el cual su arte adoptó las formas helenistas que estaban de moda, adornadas con elementos típicos de su zona: jeroglíficos, fauna propia... Durante los inicios del arte cristiano y bizantino, las formas siguieron en todo punto la estela de Bizancio . El momento más personal tras el Imperio fue durante la Alta Edad Media, con el Arte Copto, paralelo al Arte de las Invasiones , centrado en curiosas construcciones orientalizantes y una magnífica orfebrería, especialmente en plata.