Prehistoria
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Datos principales
Desde
30.000 a.C
Hasta
2.500 a.C.
Desarrollo
La aparición de los primeros restos del Homo Sapiens Sapiens hacia el 40.000 a.C. se asoció a la aparición de los primeros objetos de intención artística, y no a las meras herramientas, ya desarrolladas con el Homo Habilis. Estos objetos son pequeñas esculturas de cariz mágico-religioso, en su mayoría mujeres símbolo de fertilidad, que hoy conocemos como Venus. La pintura esperó algo más para hacer acto de presencia, puesto que requiere una elaboración conceptual superior a la de la escultura: se trata de recoger mentalmente la imagen de un objeto tridimensional para traducirlo a una representación bidimensional, en el caso de una imagen naturalista. En el caso de un símbolo, la elaboración alcanza complejos niveles de sofisticación, puesto que ha de concebirse como un elemento no existente en la Naturaleza. Las primeras pinturas aparecieron en el Paleolítico Superior, hacia el 25.000 a.C. Contra todo pronóstico, son extremadamente naturalistas, basadas en una observación minuciosa de la naturaleza, que se visualiza mentalmente, se conceptualiza para representar lo que el ojo ve y no lo que la mente sabe que en realidad es el objeto (que es la forma de representación de la pintura egipcia ). Además, a la vez que se pintan estas imágenes naturalistas, se complementan con símbolos y signos completamente abstractos, en la misma zona. Estas primeras pinturas no son más que grabados arañados en las paredes de cuevas del suroeste francés, entre el 25.
000 y el 20.000 a.C. La aparición de pigmentos no se dio hasta el 18.000 a.C. La gama cromática es terrosa, con predominio de rojos, negros, amarillos y ocres, más algún tono violeta derivado del manganeso. Los colores provienen de minerales naturales que se molían hasta reducirlos a polvo, sin ningún aglutinante como el aceite (véase la técnica del óleo), sino aplicados directamente sobre una superficie caliza húmeda, la pared de una cueva. La forma de aplicarlos consiste en frotar los contornos con el dedo, con palitos masticados o con brochitas y esponjas de pluma, pelo o musgo. Para el interior de la figura, el polvo del pigmento se introducía en huesos horadados, como tubos, para soplarlo sobre la superficie rocosa. Esta técnica es la que se usa para las imprimaciones de manos: el artista apoyaba su mano, generalmente la izquierda, y con inquietante frecuencia mutilada de alguno de los dedos, sobre la pared, y soplaba encima el color; al retirar la mano quedaba el vaciado de la huella en la pared. Las pinturas rupestres como cultura aparece hacia el 15.000 a.C. y su máximo exponente lo representan las pinturas de Altamira y las Cuevas de Lascaux. Por su ubicación en el triángulo franco-cantábrico es fácil determinar que los asentamientos de humanos más poblados y evolucionados se encontraban en esta región, aunque al mismo tiempo se han encontrado restos en México, Oriente Próximo o los Urales. Las pinturas rupestres descubiertas más tempranamente fueron las de Altamira, que se creyeron una broma del propietario del terreno, dada su sorprendente calidad.
Hasta 1940, año en que se descubrió Lascaux, no se apreciaron las de Altamira como auténticas. En esta región, la pintura rupestre sigue las mismas características. La primera es la técnica usada, que se describe más arriba. La segunda y más evidente es el tema: animales, por encima de cualquier otro elemento, que puede ser el hombre, muy raramente. El hombre aparece en escuetas escenas, pintado de una manera esquemática, que sorprende frente a la elaboración de los animales. La mujer nunca aparece pintada en el Paleolítico. Pero sí se pintan símbolos y signos, que se asocian a emblemas de fertilidad. Los animales representados son los habituales del ecosistema imperante, normalmente de especies de gran tamaño, plasmados con tal verosimilitud a pesar de hacerse de memoria, que parecen estar dotados de vida. El naturalismo, sin embargo, se halla encuadrado en ciertos convencionalismos, como es el hecho de mantener siempre el perfil para pintar caballos, mamuts y bisontes, y el frente para venados. El lugar para estas pinturas son cuevas de hasta varios centenares de metros de profundidad; y se localizan en los lugares más recónditos, tras laberintos, gateras, lagos interiores... para llegar a veces a un diminuto habitáculo donde se acumulan unas sobre otras cientos de siluetas. Obviamente, no estaban realizadas para la exhibición pública, sino para unos poquísimos iniciados en los secretos de la cueva y de la pintura. La propia cueva ofrece a veces protuberancias naturales que se aprovechan para sugerir formas de animales, pero no es una regla habitual.
La forma de representación carece del enmarcamiento que ofrece un cuadro o una hoja de papel. Se distribuyen las figuras sobre un espacio libre e irregular, sin segundo plano, sin línea de suelo ni de horizonte. Los animales se confrontan, sin mantener las mismas proporciones de tamaño, e incluso con frecuencia se superponen en un mismo lugar. Este hecho ha llevado a pensar que el acto de pintar es un ritual mágico, que se lleva a cabo sobre un lugar de características sagradas, de ahí que se reutilice periódicamente. La regularidad de los repintes insinúa la posible regulación a través de rudimentarios calendarios (ciclos astronómicos, migraciones animales, etc.) El significado en cualquier caso se nos escapa. Es muy probable que se refiera a la representación de una cosmología mitológica, en la cual cada animal es el emblema de un poder sobrehumano. Pero también se han ligado con rituales de caza, en los cuales, pintar el animal favorece su caza. O con creencias funerarias, totémicas, y otras. En el Mesolítico, hacia el 8.000 a.C. aparece por primera vez la figura humana como protagonista de la representación, esta vez con mujeres incluidas. La zona en esta ocasión se circunscribe al Mediterráneo, con una preponderancia muy especial del Levante español. Las figuras humanas más antiguas se encontraron en Sicilia. Consisten en unas escenas en las cuales se agrupan unos personajes desnudos, plasmados con naturalidad, de cuerpos atléticos en ejercicios dinámicos que sugieren algún tipo de danza o acrobacia.
Las pinturas levantinas se datan hacia el 5.000 a.C. y se descubrieron en la década de 1930. Se diferencian de las pinturas rupestres del Paleolítico en que no se realizan en lo más recóndito de una cueva, sino en abrigos naturales, casi expuestos a la vista. La conservación ha sido posible en primer lugar a lo benigno del clima mediterráneo, y en segundo a la formación de velos de estalagmitas sobre ellas, que las protegen y las hacen casi invisibles en muchos casos: es necesario mojarlas para apreciarlas; esto impide atentados de vandalismo, pero al mismo tiempo dificulta su reproducción mecánica (grabado, fotografía...). Las escenas más frecuentes en la pintura levantina están protagonizadas por grupos de seres humanos, hombres y mujeres, ocupados en diversas tareas agrícolas y ganaderas, como la recolección de miel o el pastoreo de rebaños. La última fase de la pintura prehistórica se desarrolla durante el Neolítico, un período revolucionario en el cual aparece la agricultura y el establecimiento de comunidades sedentarias en Oriente Próximo y Medio hacia el 8.000-6.000 a.C. La pintura plasma ya escenas correctamente construidas, aunque todavía carecen de marco o línea de suelo. La técnica se perfecciona notablemente: los pigmentos ya no se aplican directamente sobre la roca, sino sobre la roca preparada con yeso, lo que las hace más vívidas y precisas. Sin embargo, pese a los adelantos, durante el final del Neolítico, en las Edades de Piedra, Bronce y Hierro, el desarrollo de nuevos materiales condujo a cierto abandono de la pintura a favor de la escultura, la cerámica y las primeras construcciones arquitectónicos, como el famoso Stonehenge.
000 y el 20.000 a.C. La aparición de pigmentos no se dio hasta el 18.000 a.C. La gama cromática es terrosa, con predominio de rojos, negros, amarillos y ocres, más algún tono violeta derivado del manganeso. Los colores provienen de minerales naturales que se molían hasta reducirlos a polvo, sin ningún aglutinante como el aceite (véase la técnica del óleo), sino aplicados directamente sobre una superficie caliza húmeda, la pared de una cueva. La forma de aplicarlos consiste en frotar los contornos con el dedo, con palitos masticados o con brochitas y esponjas de pluma, pelo o musgo. Para el interior de la figura, el polvo del pigmento se introducía en huesos horadados, como tubos, para soplarlo sobre la superficie rocosa. Esta técnica es la que se usa para las imprimaciones de manos: el artista apoyaba su mano, generalmente la izquierda, y con inquietante frecuencia mutilada de alguno de los dedos, sobre la pared, y soplaba encima el color; al retirar la mano quedaba el vaciado de la huella en la pared. Las pinturas rupestres como cultura aparece hacia el 15.000 a.C. y su máximo exponente lo representan las pinturas de Altamira y las Cuevas de Lascaux. Por su ubicación en el triángulo franco-cantábrico es fácil determinar que los asentamientos de humanos más poblados y evolucionados se encontraban en esta región, aunque al mismo tiempo se han encontrado restos en México, Oriente Próximo o los Urales. Las pinturas rupestres descubiertas más tempranamente fueron las de Altamira, que se creyeron una broma del propietario del terreno, dada su sorprendente calidad.
Hasta 1940, año en que se descubrió Lascaux, no se apreciaron las de Altamira como auténticas. En esta región, la pintura rupestre sigue las mismas características. La primera es la técnica usada, que se describe más arriba. La segunda y más evidente es el tema: animales, por encima de cualquier otro elemento, que puede ser el hombre, muy raramente. El hombre aparece en escuetas escenas, pintado de una manera esquemática, que sorprende frente a la elaboración de los animales. La mujer nunca aparece pintada en el Paleolítico. Pero sí se pintan símbolos y signos, que se asocian a emblemas de fertilidad. Los animales representados son los habituales del ecosistema imperante, normalmente de especies de gran tamaño, plasmados con tal verosimilitud a pesar de hacerse de memoria, que parecen estar dotados de vida. El naturalismo, sin embargo, se halla encuadrado en ciertos convencionalismos, como es el hecho de mantener siempre el perfil para pintar caballos, mamuts y bisontes, y el frente para venados. El lugar para estas pinturas son cuevas de hasta varios centenares de metros de profundidad; y se localizan en los lugares más recónditos, tras laberintos, gateras, lagos interiores... para llegar a veces a un diminuto habitáculo donde se acumulan unas sobre otras cientos de siluetas. Obviamente, no estaban realizadas para la exhibición pública, sino para unos poquísimos iniciados en los secretos de la cueva y de la pintura. La propia cueva ofrece a veces protuberancias naturales que se aprovechan para sugerir formas de animales, pero no es una regla habitual.
La forma de representación carece del enmarcamiento que ofrece un cuadro o una hoja de papel. Se distribuyen las figuras sobre un espacio libre e irregular, sin segundo plano, sin línea de suelo ni de horizonte. Los animales se confrontan, sin mantener las mismas proporciones de tamaño, e incluso con frecuencia se superponen en un mismo lugar. Este hecho ha llevado a pensar que el acto de pintar es un ritual mágico, que se lleva a cabo sobre un lugar de características sagradas, de ahí que se reutilice periódicamente. La regularidad de los repintes insinúa la posible regulación a través de rudimentarios calendarios (ciclos astronómicos, migraciones animales, etc.) El significado en cualquier caso se nos escapa. Es muy probable que se refiera a la representación de una cosmología mitológica, en la cual cada animal es el emblema de un poder sobrehumano. Pero también se han ligado con rituales de caza, en los cuales, pintar el animal favorece su caza. O con creencias funerarias, totémicas, y otras. En el Mesolítico, hacia el 8.000 a.C. aparece por primera vez la figura humana como protagonista de la representación, esta vez con mujeres incluidas. La zona en esta ocasión se circunscribe al Mediterráneo, con una preponderancia muy especial del Levante español. Las figuras humanas más antiguas se encontraron en Sicilia. Consisten en unas escenas en las cuales se agrupan unos personajes desnudos, plasmados con naturalidad, de cuerpos atléticos en ejercicios dinámicos que sugieren algún tipo de danza o acrobacia.
Las pinturas levantinas se datan hacia el 5.000 a.C. y se descubrieron en la década de 1930. Se diferencian de las pinturas rupestres del Paleolítico en que no se realizan en lo más recóndito de una cueva, sino en abrigos naturales, casi expuestos a la vista. La conservación ha sido posible en primer lugar a lo benigno del clima mediterráneo, y en segundo a la formación de velos de estalagmitas sobre ellas, que las protegen y las hacen casi invisibles en muchos casos: es necesario mojarlas para apreciarlas; esto impide atentados de vandalismo, pero al mismo tiempo dificulta su reproducción mecánica (grabado, fotografía...). Las escenas más frecuentes en la pintura levantina están protagonizadas por grupos de seres humanos, hombres y mujeres, ocupados en diversas tareas agrícolas y ganaderas, como la recolección de miel o el pastoreo de rebaños. La última fase de la pintura prehistórica se desarrolla durante el Neolítico, un período revolucionario en el cual aparece la agricultura y el establecimiento de comunidades sedentarias en Oriente Próximo y Medio hacia el 8.000-6.000 a.C. La pintura plasma ya escenas correctamente construidas, aunque todavía carecen de marco o línea de suelo. La técnica se perfecciona notablemente: los pigmentos ya no se aplican directamente sobre la roca, sino sobre la roca preparada con yeso, lo que las hace más vívidas y precisas. Sin embargo, pese a los adelantos, durante el final del Neolítico, en las Edades de Piedra, Bronce y Hierro, el desarrollo de nuevos materiales condujo a cierto abandono de la pintura a favor de la escultura, la cerámica y las primeras construcciones arquitectónicos, como el famoso Stonehenge.