Barroco Francés

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Datos principales


Desde

1.600

Hasta

1.680

Desarrollo


El Barroco francés se aleja deliberadamente del Barroco de otros países, como España o los Países Bajos. Lo más aproximado es el Barroco italiano en su vertiente clasicista, aquélla cultivada por los Carracci o Lucas Jordán. Los precedentes más inmediatos del Barroco francés están en el Manierismo de sus cortes refinadas, especialmente en la que se agrupó alrededor del palacio de Fontainebleau. Esto determina dos características básicas del estilo: su origen cortesano, ligado al gusto palaciego, especialmente acentuado durante el reinado del Rey Sol, Luis XIV; y su raíz clásica, que nunca se abandonó durante el Manierismo y que constantemente remite a dos modelos italianos: Rafael y Miguel Ángel. De esta Italia que funciona como modelo, el Naturalismo tenebrista tuvo una repercusión limitada, en un grupo de pintores relativamente ajenos al mundo de la Corte. Y sin embargo, en todos ellos se aprecia una paleta mucho más aclarada, composiciones más equilibradas, en suma, un cierto clasicismo que suaviza la violencia dramática de Caravaggio o Gentileschi. Resultan en su obra periférica mucho más cercanos a otros receptores del tenebrismo, como fue el grupo holandés denominado los caravaggistas de Utrecht. Esto no es óbice para que entre los caravaggistas franceses encontremos figuras destacadas dentro de la historia del arte, como Valentin de Boulogne, Georges de la Tour o los hermanos Le Nain.

Sin embargo, la tendencia predominante fue sin duda el Clasicismo, íntimamente relacionado con el Idealismo italiano. Muchos de los autores franceses consideraban imprescindible para su formación el viaje a Roma, donde estudiar directamente a los clásicos. Esto motivó el establecimiento de una colonia de artistas franceses en Italia, que albergó figuras de la talla de Simón Vouet, Nicolás Poussin o Claudio de Lorena. Éstos dos últimos ni siquiera regresaron ya a Francia, pudiendo ser considerados como un eslabón del Barroco italiano pleno. Su mayor importancia radica en la novedosa forma que tuvieron de entender y valorar el paisaje por sí mismo, que apenas si depende ya de un tema bíblico o mitológico, reducido a su mínima expresión. Pero el foco que sin duda resultaba más atractivo era la Corte parisina, en especial en los reinados de Luis XIII y Luis XIV. Allá se desplazaron artistas como el escultor Bernini, que hizo una entrada triunfal en París, no correspondida con sus éxitos allá. La Corte de París y más tarde la de Versalles centralizaron una producción grandilocuente pero clasicista, contenida en los cánones del Renacimiento italiano y el Idealismo, en pro de una maquinaria estatal que se denominó absolutismo. Este régimen ostentaba el dominio total de la vida del país, incluido el arte. Sus pintores se dedicaron por completo a exaltar a este régimen, lo cual hizo que se manifestara una magnífica escuela de retrato oficial, idealizado, manifiesto de poder a veces elegante pero frío. Los mejores exponentes de este tipo de retrato fueron el ya citado Vouet, Philippe de Champaigne, el favorito del cardenal Richelieu, de quien legó una fascinante imagen, Sebastien Bourdon, el más italianizante de todos, y Charles Le Brun, quien trabajó sobre todo en la decoración del nuevo palacio del rey, Versalles.

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