Ermita de la Virgen de la Aurora
Localización
Desarrollo
En el siglo XV existía en Lucena una Hermandad de Campanilleros que cada sábado cantaba públicamente el Santo Rosario. El año de 1561, esta Cofradía se hermanó con la de Nuestra Señora del Rosario, aún cuando no contaba con un lugar para culto, estableciéndose en 1570 en el templo dominico de San Pedro Mártir. El 10 de mayo de 1693 D. Baltasar de Ariza y Luque otorgó escritura cediendo dos varas y medio de la pared de su domicilio en la calle Catalina Marín para la colocación de un pequeño retablo con cuadro al óleo representando a Nuestra Señora del Rosario. El deseo de los devotos de levantar una ermita se vio plasmado gracias a los esfuerzos del presbítero D. José de Arjona y Hurtado, de D. Antonio Navas y Guerrero, capellán, y D. Francisco de Angulo y Valenzuela, quienes alcanzaron el 30 de junio de 1710 del presbítero D. Juan de Mármol Rama la donación de un solar en la calle Abad Serrano. Cuatro años más tarde, en abril de 1714, D. Pedro Antonio de Salazar, deán y vicario general del Obispado, otorgó licencia para hacer la Capilla de Nuestra Señora de la Aurora. Las obras debieron realizarse muy rápidamente toda vez que el 29 de noviembre de 1715, el Obispo de Córdoba, D. Francisco Solís, delegó en el vicario D. Hipólito Casiano de Casaverde, para bendecir la Ermita y autorizar la celebración de la Santa Misa. El 7 de mayo de 1717 queda erigida canónicamente la Cofradía y aprobadas sus Constituciones por el licenciado D.
Manuel González Beneito, Provisor y Vicario General. Nuevas obras se llevaron a cabo a mediados del siglo XVIII, dotando a la ermita de los retablos, camarín e imagen de talla de la Titular, todas ellas a expensas del mencionado D. José de Arjona, en pago de cuya generosidad le fue concedido el título de Patrono por el Obispo de Córdoba D. Martín de Barcia. Exteriormente, el aspecto de la Capilla de la Aurora es el tradicional de las ermitas lucentinas, que el presbítero y arquitecto Leonardo Antonio de Castro Hurtado prodigó abundantemente y que denotan claras influencias herrerianas, pese a la pobreza de los materiales empleados. Un sencillo muro de mampostería, modernamente enlucida, con severo frontón de molduras en cuyo centro un óculo, también moldurado, da luz al coro. El paramento continúa en sentido ascendente, traspasado el frontón para culminar en otro, éste partido, en cuyo vació se alza una sencilla espadaña que alberga un solo hueco, de medio punto, para campanas, flanqueado por pilastras adosadas. El remate lo constituye un tercer frontón recto. La puerta, de medio punto, se incluye en un simple cajeamiento de piedra con estrecha cornisa y ligero adorno en la clave. Sobre este conjunto, en una diminuta hornacina se anuncia la titularidad del templo. La planta del edificio adopta la forma de un paralelogramo regular de eje longitudinal organizado en cinco tramos, correspondiendo el cuarto y el quinto a los espacios cubiertos por la cúpula y el presbiterio respectivamente.
Los dos primeros de idéntica amplitud y el tercero, previo a la cúpula, ligeramente más alargado. Tres pares de pilastras de orden toscano rompen la planitud de los muros, ascendiendo hasta la cornisa que recorre el ámbito y continuando como arcos fajones a través de la bóveda de medio cañón con lunetos cuyos vértices, muy próximos, se unifican con un florón de estuco. La media naranja de planas bandas radiales se eleva sobre pechinas decoradas con hojarascas de estuco muy carnosas, que enmarcan los blasones heráldicos del Patrono de la Capilla D. José de Arjona y Hurtado. La fecha de ejecución del camarín está claramente documentada a través de los cronistas contemporáneos, ya que se realizó para la actual imagen de la titular, elaborada entre 1756 y 1759. De planta circular y pequeñas dimensiones, unos dos metros de diámetro, se adapta como un a modo de ábside a la cabecera de la iglesia, abierto a la misma para la contemplación de los fieles por la boca del retablo. Su decoración de estípites y rocallas, espejos y cabezas de angelotes, sirve de marco a una serie de tondos donde aparecen multitud de símbolos relacionados con la Virgen. La cúpula, radiada con estrechas y pronunciadas bandas, se centra en el característico florón. Todas las características de estilo de este pequeño espacio apuntan hacia el escultor y tallista lucentino Pedro de Mena y Gutiérrez , ocupado en esos momentos en las yeserías del Sagrario Mayor de San Mateo .
El Retablo Mayor es de madera tallada y dorada. Consta en sentido horizontal de tres cuerpos perfectamente definidos: banco, principal y ático; y en sentido vertical, de tres calles, más ancha la central, marcadas en la predella por cuatro modillones de estructura cúbica, coronados por remates curvos avanzados respecto al plano general del retablo sobre los que se yerguen sendos ángeles turiferarios de escultura. Sobre los modillones se levantan los estípites entre los cuales, en la calle central, se halla la boca del camarín que cobija la imagen de Nuestra Señora de la Aurora, y las laterales, donde sobre ménsulas dos hornacinas poco profundas ostentan las imágenes, de talla y tamaño algo menor que el natural, de San Pedro y San Pablo. Traspasada una quebrada cornisa, el coronamiento del retablo se ciñe a la curvatura de la bóveda, manteniendo la estructura de tres calles del cuerpo principal, a base de dos estípetes que flanquean un cajeamiento donde se encuentra un Crucificado de talla, de cierta calidad, bajo doselete. Los vacíos de los laterales del ático se ocupan con dos pedestales rematados con angelotes de talla. Obra sin duda de Francisco José Guerrero, finalizada en 1759, representa en su estructura la síntesis decorativa de este retablista tan pródigo en trabajos en Lucena. Junto a los fitomorfismos carnosos de alto relieve, que empleó en el retablo de la iglesia conventual de San Martín, aparecen las guirnaldas de tallas menudas, las veneras y los angelotes, semejantes a los de los retablos de la iglesia hospitalaria de San Juan Bautista .
Manuel González Beneito, Provisor y Vicario General. Nuevas obras se llevaron a cabo a mediados del siglo XVIII, dotando a la ermita de los retablos, camarín e imagen de talla de la Titular, todas ellas a expensas del mencionado D. José de Arjona, en pago de cuya generosidad le fue concedido el título de Patrono por el Obispo de Córdoba D. Martín de Barcia. Exteriormente, el aspecto de la Capilla de la Aurora es el tradicional de las ermitas lucentinas, que el presbítero y arquitecto Leonardo Antonio de Castro Hurtado prodigó abundantemente y que denotan claras influencias herrerianas, pese a la pobreza de los materiales empleados. Un sencillo muro de mampostería, modernamente enlucida, con severo frontón de molduras en cuyo centro un óculo, también moldurado, da luz al coro. El paramento continúa en sentido ascendente, traspasado el frontón para culminar en otro, éste partido, en cuyo vació se alza una sencilla espadaña que alberga un solo hueco, de medio punto, para campanas, flanqueado por pilastras adosadas. El remate lo constituye un tercer frontón recto. La puerta, de medio punto, se incluye en un simple cajeamiento de piedra con estrecha cornisa y ligero adorno en la clave. Sobre este conjunto, en una diminuta hornacina se anuncia la titularidad del templo. La planta del edificio adopta la forma de un paralelogramo regular de eje longitudinal organizado en cinco tramos, correspondiendo el cuarto y el quinto a los espacios cubiertos por la cúpula y el presbiterio respectivamente.
Los dos primeros de idéntica amplitud y el tercero, previo a la cúpula, ligeramente más alargado. Tres pares de pilastras de orden toscano rompen la planitud de los muros, ascendiendo hasta la cornisa que recorre el ámbito y continuando como arcos fajones a través de la bóveda de medio cañón con lunetos cuyos vértices, muy próximos, se unifican con un florón de estuco. La media naranja de planas bandas radiales se eleva sobre pechinas decoradas con hojarascas de estuco muy carnosas, que enmarcan los blasones heráldicos del Patrono de la Capilla D. José de Arjona y Hurtado. La fecha de ejecución del camarín está claramente documentada a través de los cronistas contemporáneos, ya que se realizó para la actual imagen de la titular, elaborada entre 1756 y 1759. De planta circular y pequeñas dimensiones, unos dos metros de diámetro, se adapta como un a modo de ábside a la cabecera de la iglesia, abierto a la misma para la contemplación de los fieles por la boca del retablo. Su decoración de estípites y rocallas, espejos y cabezas de angelotes, sirve de marco a una serie de tondos donde aparecen multitud de símbolos relacionados con la Virgen. La cúpula, radiada con estrechas y pronunciadas bandas, se centra en el característico florón. Todas las características de estilo de este pequeño espacio apuntan hacia el escultor y tallista lucentino Pedro de Mena y Gutiérrez , ocupado en esos momentos en las yeserías del Sagrario Mayor de San Mateo .
El Retablo Mayor es de madera tallada y dorada. Consta en sentido horizontal de tres cuerpos perfectamente definidos: banco, principal y ático; y en sentido vertical, de tres calles, más ancha la central, marcadas en la predella por cuatro modillones de estructura cúbica, coronados por remates curvos avanzados respecto al plano general del retablo sobre los que se yerguen sendos ángeles turiferarios de escultura. Sobre los modillones se levantan los estípites entre los cuales, en la calle central, se halla la boca del camarín que cobija la imagen de Nuestra Señora de la Aurora, y las laterales, donde sobre ménsulas dos hornacinas poco profundas ostentan las imágenes, de talla y tamaño algo menor que el natural, de San Pedro y San Pablo. Traspasada una quebrada cornisa, el coronamiento del retablo se ciñe a la curvatura de la bóveda, manteniendo la estructura de tres calles del cuerpo principal, a base de dos estípetes que flanquean un cajeamiento donde se encuentra un Crucificado de talla, de cierta calidad, bajo doselete. Los vacíos de los laterales del ático se ocupan con dos pedestales rematados con angelotes de talla. Obra sin duda de Francisco José Guerrero, finalizada en 1759, representa en su estructura la síntesis decorativa de este retablista tan pródigo en trabajos en Lucena. Junto a los fitomorfismos carnosos de alto relieve, que empleó en el retablo de la iglesia conventual de San Martín, aparecen las guirnaldas de tallas menudas, las veneras y los angelotes, semejantes a los de los retablos de la iglesia hospitalaria de San Juan Bautista .