Ribadesella
Localización
Desarrollo
Ciudad del Principado de Asturias, se encuentra enclavada en un entorno privilegiado, entre playas, montañas y acantilados. La zona fue poblada desde muy antiguo, como lo demuestra la cercana presencia de la Cueva de Tito Bustillo , una de las más importantes para el estudio del arte paleolítico en Europa. En el siglo I a.C. encontramos el primer dato escrito sobre Ribadesella: Estrabón habla de la ría de Noega, que sitúa como separación natural entre los pueblos astures y los cántabros. Estos habitantes pre-romanos fueron denominados salaenos, y tenían su capital, al parecer llamada Octaviolca, junto al río Sella. Aparte de Estrabón, otros autores clásicos mencionan también a la localidad, como Ptolomeo o Pomponio Mela . A pesar de la relativa abundancia de referencias, la influencia de los romanos en esta tierra -como en el resto del norte peninsular- no fue demasiado intensa, debido a la dificultad encontrada por las legiones para someter a estos pueblos. No obstante, los trabajos arqueológicos han sacado a la luz algunos restos y objetos de cierta importancia, como las lápidas de El Forniellu. No será hasta el siglo XIII cuando se produzca la fundación en sentido estricto de Ribadesella, integrando los núcleos de Leces y Meluerda. Fue la Corona castellana la promotora de esta fundación, pues quería tener bajo su mando a la mayor cantidad de pueblos y gentes posible, para así poder hacer frente a una nobleza por aquel entonces levantisca.
Los monarcas dotaron a Ribadesella y sus gentes de una carta puebla y un concejo municipal que sólo debía rendir cuentas a la Corona. A pesar de esto, Ribadesella acabó por convertirse en una pieza codiciada y disputada entre varias familias de nobles, lo que provocó varios enfrentamientos, especialmente entre los siglos XIV y XV. El motivo de estas disputas era la riqueza y pujanza de la villa, que crecía próspera gracias al comercio marítimo de la sal, la construcción de barcos, la pesca de salmones en el Sella o la caza de ballenas. Las luchas entre nobles hicieron que Ribadesella cambiara en varias ocasiones de manos, pasando a ser posesión de la familia Quiñones durante el reinado de Juan II . Tal situación acabó en 1488, cuando los Reyes Católicos desterraron a esta familia y tomaron posesión de Ribadesella, Llanes, Cangas de Narcea y Tineo para la Corona. La Edad Moderna comenzó para Ribadesella con un acontecimiento importante: la visita de Carlos I a la localidad, después de su desembarco en Tazones camino de su toma de posesión. En esa misma centuria fue amurallado el recinto de la ermita de Guía, para facilitar la defensa frente a las naves inglesas y francesas, entre otras, que pudieran atacar la villa. El siglo XVIII trajo la consolidación de Ribadesella como uno de los puertos más importantes del Cantábrico. Para facilitar su conexión con Castilla -y, de paso, servir de camino de salida a la lana y los cereales castellanos- se proyectó una carretera que, finalmente, no fue construida, lo que sumió a la villa en un cierto retraso con respecto a otros puertos del litoral.
Carlos III , sin embargo, intentó potenciar su puerto, aportando una fuerte suma de dinero para iniciar las obras. Éstas se prolongarán durante casi cien años. Negativa también fue para Ribadesella la invasión de las tropas galas de Napoleón , pues sufrió las consecuencias de la ocupación francesa y los desastres de la guerra. Más de cien años después una nueva contienda, la Guerra Civil, afectó a la localidad, pues se destruyó el puente de hierro, que databa de 1892. Aparte de la citada cueva de Tito Bustillo, Ribadesella guarda otros tesoros para el visitante, como la iglesia parroquial de Santa María Magdalena o la ermita de Guía. Y no se deben dejar de citar los inolvidables paisajes, tanto rurales como urbanos, o sus magníficas playas.
Los monarcas dotaron a Ribadesella y sus gentes de una carta puebla y un concejo municipal que sólo debía rendir cuentas a la Corona. A pesar de esto, Ribadesella acabó por convertirse en una pieza codiciada y disputada entre varias familias de nobles, lo que provocó varios enfrentamientos, especialmente entre los siglos XIV y XV. El motivo de estas disputas era la riqueza y pujanza de la villa, que crecía próspera gracias al comercio marítimo de la sal, la construcción de barcos, la pesca de salmones en el Sella o la caza de ballenas. Las luchas entre nobles hicieron que Ribadesella cambiara en varias ocasiones de manos, pasando a ser posesión de la familia Quiñones durante el reinado de Juan II . Tal situación acabó en 1488, cuando los Reyes Católicos desterraron a esta familia y tomaron posesión de Ribadesella, Llanes, Cangas de Narcea y Tineo para la Corona. La Edad Moderna comenzó para Ribadesella con un acontecimiento importante: la visita de Carlos I a la localidad, después de su desembarco en Tazones camino de su toma de posesión. En esa misma centuria fue amurallado el recinto de la ermita de Guía, para facilitar la defensa frente a las naves inglesas y francesas, entre otras, que pudieran atacar la villa. El siglo XVIII trajo la consolidación de Ribadesella como uno de los puertos más importantes del Cantábrico. Para facilitar su conexión con Castilla -y, de paso, servir de camino de salida a la lana y los cereales castellanos- se proyectó una carretera que, finalmente, no fue construida, lo que sumió a la villa en un cierto retraso con respecto a otros puertos del litoral.
Carlos III , sin embargo, intentó potenciar su puerto, aportando una fuerte suma de dinero para iniciar las obras. Éstas se prolongarán durante casi cien años. Negativa también fue para Ribadesella la invasión de las tropas galas de Napoleón , pues sufrió las consecuencias de la ocupación francesa y los desastres de la guerra. Más de cien años después una nueva contienda, la Guerra Civil, afectó a la localidad, pues se destruyó el puente de hierro, que databa de 1892. Aparte de la citada cueva de Tito Bustillo, Ribadesella guarda otros tesoros para el visitante, como la iglesia parroquial de Santa María Magdalena o la ermita de Guía. Y no se deben dejar de citar los inolvidables paisajes, tanto rurales como urbanos, o sus magníficas playas.