Desarrollo
La arqueología atribuye las máquinas de lanzar proyectiles a los persas, en el siglo VI a.C., pero existe una gran confusión sobre las diferentes máquinas, sus denominaciones y características En los últimos años se ha desarrollado una cierta polémica sobre la invención de las primeras máquinas capaces de arrojar a gran distancia pesados proyectiles de piedra (lithoboloi, en griego, o ballistae en latín). Se supone que ocurrió avanzado el s. IV a.C., en el mundo griego, pero el descubrimiento -primero en Pafos y luego en Focea- de proyectiles de piedra (bolaños) en contextos de los siglos VI y V a.C. ha planteado la posibilidad de que la artillería no fuera una invención helena, sino persa y de fecha anteriores a lo que se venía creyendo. Pongamos, orden, primero, en el caos aparente de nombres y tipos. Hoy hablamos de catapultas en el mismo sentido que los griegos hablaban de katapeltai a secas, como vocablo de uso general que incluye todo tipo de máquinas para arrojar diversos tipos de proyectiles. Pero en realidad es mucho más compleja. Según el sistema de propulsión, hubo dos tipo de artillería antigua: la de tensión y la de torsión. La primera, la más antigua y sencilla, se basaba en el mismo principio que el arco, pero a gran tamaño; fue desplazada hacia el s. III a.C. por la más potente y eficaz artillería de torsión, que empleaba potentes resortes hechos con tendones o crines retorcidas. La artillería de tensión reapareció en el s. IV d.
C. en forma de la arcuballista, predecesora de la ballesta medieval. Según el tipo de proyectil, la artillería antigua, en modelos de tensión o de torsión podía arrojar dardos de gran tamaño o proyectiles de piedra. En la terminología clásica latina, la catapulta (en griego oxibeles) era una máquina que arrojaba dardos y en su versión reducida se llamaba scorpio. En cambio, la balista (en griego lithobolos o petrobolos) era un arma -de tensión o de torsión- que arrojaba piedras y, ocasionalmente recipientes con materiales incendiarios o incluso recipientes de cerámica llenos de serpientes venenosas. Esta última treta se debe a Aníbal, quien exiliado de Cartago, se puso al servicio de Prusas de Bitinia en su guerra contra Eumenes de Pérgamo. Por una inversión semántica, a fines del Imperio romano, la balista había pasado a designar una máquina para lanzar dardos, y catapulta una, muy sencilla, de brazo vertical, para arrojar piedras. Esto, lógicamente, contribuye a confundir las cosas. Como en las obras de los historiadores de época clásica no hay referencia alguna al empleo de artillería (aunque sí al uso de ingeniosas máquinas de asedio, como el artefacto incendiario usado en el sitio de Delion en 424/23), se viene aceptando que la primera referencia a un ingenio balístico -de tensión- se fecha en el año 399 a.C. El modelo más antiguo fue un arma manual de tensión, similar a una ballesta, que se tensaba apoyándola en el vientre (gastraphetes) y tenía un alcance efectivo marginalmente superior al del arco compuesto normal, quizá en torno a los 250 metros.
Pronto se dotó de un pie y de un torno para tensar la cuerda, no por fuerza bruta sino mecánicamente, lo que dio lugar al primer ingenio artillero propiamente dicho, con variedades capaces de lanzar tanto dardos de unos dos metros de largo como bolaños de piedra de hasta 20 kg. a unos trescientos metros. La primera máquina con sistema de torsión, mucho más poderoso, se fecha tradicionalmente hacia el 340 a.C. en el mundo macedonio. No es una mejora del anterior, sino que parte de una mecánica diferente, la torsión de gruesos haces de tendones, crines o incluso cabellos femeninos en torno a unos bastidores de madera, formando potentísimos resortes que, tensados mediante tornos, proporcionaban mucha mayor propulsión, al tiempo que el propio ingenio era más reducido y liviano. De aquí surgiría con el tiempo una artillería "de campaña" relativamente móvil, que podía ser empleada en batallas campales y no sólo en asedios o defensa de plazas. La catapulta oxibeles era un arma antipersonal, capaz de proyectar dardos que perforaban cualquier defensa personal a mucha distancia, o incluso atravesar a varios hombres de una formación; la balista/lithobolos era un arma especialmente útil en asedios, en defensa o ataque, capaz de desmochar merlones o destruir máquinas y obras, con proyectiles que iban de los 2 a los 40 e incluso 70 kg distancias que superaban los 400 m con una gran precisión. A partir de entonces, y hasta el final de la Antigüedad, el repertorio de máquinas creció enormemente; ya en la Edad Media se añadió al legado clásico (tensión y torsión) el tosco sistema de las armas de gravedad, como el trabuco.
Decíamos que en el año 399 a.C., por primera vez, se construyeron piezas de artillería de tensión, empleadas por el tirano Dionisio I de Siracusa. Era ochenta años después de la derrota de los persas en Grecia, justo después de la devastadora Guerra del Peloponeso, y casi doscientos años anterior a Aníbal. Por entonces ya eran conocidos desde hacia siglos en el Mediterráneo otros elementos especialmente útiles en los asedios -torres, minas, arietes e incluso artefactos incendiarios- pero no se dispone de datos precisos sobre piezas de artillería hasta las del 399 a.C. En pocas décadas se extendió entre los ejércitos helenísticos la artillería de torsión, y finalmente el ejército romano continuó su desarrollo durante toda la Antigüedad. Alguna cita aislada de Plinio (7, 201) ha hecho pensar que quizá en el Próximo Oriente se inventaran máquinas de estos tipos antes que en Grecia. Otros textos, sin embargo, parecen negar esta posibilidad. La Arqueología ha reabierto el debate recientemente, con el descubrimiento de los bolaños mencionados al principio en los niveles arqueológicos correspondientes a los asedios persas de Focea en 546 a.C. y de Pafos de Chipre en el 498 a.C. Los proyectiles, de entre 2 y 20 kg., deberían pertenecer a máquinas de torsión y, en tal caso, la reconstrucción tradicional del origen y evolución de estas máquinas se desmoronaría. Autores como P. Briant han defendido una invención persa antigua, mientras que otros como Pimouguet prefieren mantener la fecha tradicional, pensando que los proyectiles hallados pertenecerían a los defensores, quienes los arrojarían a mano -mediante canalones- desde los muros. El debate sigue abierto.
C. en forma de la arcuballista, predecesora de la ballesta medieval. Según el tipo de proyectil, la artillería antigua, en modelos de tensión o de torsión podía arrojar dardos de gran tamaño o proyectiles de piedra. En la terminología clásica latina, la catapulta (en griego oxibeles) era una máquina que arrojaba dardos y en su versión reducida se llamaba scorpio. En cambio, la balista (en griego lithobolos o petrobolos) era un arma -de tensión o de torsión- que arrojaba piedras y, ocasionalmente recipientes con materiales incendiarios o incluso recipientes de cerámica llenos de serpientes venenosas. Esta última treta se debe a Aníbal, quien exiliado de Cartago, se puso al servicio de Prusas de Bitinia en su guerra contra Eumenes de Pérgamo. Por una inversión semántica, a fines del Imperio romano, la balista había pasado a designar una máquina para lanzar dardos, y catapulta una, muy sencilla, de brazo vertical, para arrojar piedras. Esto, lógicamente, contribuye a confundir las cosas. Como en las obras de los historiadores de época clásica no hay referencia alguna al empleo de artillería (aunque sí al uso de ingeniosas máquinas de asedio, como el artefacto incendiario usado en el sitio de Delion en 424/23), se viene aceptando que la primera referencia a un ingenio balístico -de tensión- se fecha en el año 399 a.C. El modelo más antiguo fue un arma manual de tensión, similar a una ballesta, que se tensaba apoyándola en el vientre (gastraphetes) y tenía un alcance efectivo marginalmente superior al del arco compuesto normal, quizá en torno a los 250 metros.
Pronto se dotó de un pie y de un torno para tensar la cuerda, no por fuerza bruta sino mecánicamente, lo que dio lugar al primer ingenio artillero propiamente dicho, con variedades capaces de lanzar tanto dardos de unos dos metros de largo como bolaños de piedra de hasta 20 kg. a unos trescientos metros. La primera máquina con sistema de torsión, mucho más poderoso, se fecha tradicionalmente hacia el 340 a.C. en el mundo macedonio. No es una mejora del anterior, sino que parte de una mecánica diferente, la torsión de gruesos haces de tendones, crines o incluso cabellos femeninos en torno a unos bastidores de madera, formando potentísimos resortes que, tensados mediante tornos, proporcionaban mucha mayor propulsión, al tiempo que el propio ingenio era más reducido y liviano. De aquí surgiría con el tiempo una artillería "de campaña" relativamente móvil, que podía ser empleada en batallas campales y no sólo en asedios o defensa de plazas. La catapulta oxibeles era un arma antipersonal, capaz de proyectar dardos que perforaban cualquier defensa personal a mucha distancia, o incluso atravesar a varios hombres de una formación; la balista/lithobolos era un arma especialmente útil en asedios, en defensa o ataque, capaz de desmochar merlones o destruir máquinas y obras, con proyectiles que iban de los 2 a los 40 e incluso 70 kg distancias que superaban los 400 m con una gran precisión. A partir de entonces, y hasta el final de la Antigüedad, el repertorio de máquinas creció enormemente; ya en la Edad Media se añadió al legado clásico (tensión y torsión) el tosco sistema de las armas de gravedad, como el trabuco.
Decíamos que en el año 399 a.C., por primera vez, se construyeron piezas de artillería de tensión, empleadas por el tirano Dionisio I de Siracusa. Era ochenta años después de la derrota de los persas en Grecia, justo después de la devastadora Guerra del Peloponeso, y casi doscientos años anterior a Aníbal. Por entonces ya eran conocidos desde hacia siglos en el Mediterráneo otros elementos especialmente útiles en los asedios -torres, minas, arietes e incluso artefactos incendiarios- pero no se dispone de datos precisos sobre piezas de artillería hasta las del 399 a.C. En pocas décadas se extendió entre los ejércitos helenísticos la artillería de torsión, y finalmente el ejército romano continuó su desarrollo durante toda la Antigüedad. Alguna cita aislada de Plinio (7, 201) ha hecho pensar que quizá en el Próximo Oriente se inventaran máquinas de estos tipos antes que en Grecia. Otros textos, sin embargo, parecen negar esta posibilidad. La Arqueología ha reabierto el debate recientemente, con el descubrimiento de los bolaños mencionados al principio en los niveles arqueológicos correspondientes a los asedios persas de Focea en 546 a.C. y de Pafos de Chipre en el 498 a.C. Los proyectiles, de entre 2 y 20 kg., deberían pertenecer a máquinas de torsión y, en tal caso, la reconstrucción tradicional del origen y evolución de estas máquinas se desmoronaría. Autores como P. Briant han defendido una invención persa antigua, mientras que otros como Pimouguet prefieren mantener la fecha tradicional, pensando que los proyectiles hallados pertenecerían a los defensores, quienes los arrojarían a mano -mediante canalones- desde los muros. El debate sigue abierto.