Jineta de San Marcelo
Compartir
Datos principales
Tipo
Arma
Categoría
Terrestre
Desarrollo
España vivió en el último tercio del siglo XIX una agitada situación político-social, en la que las algaradas callejeras, las cargas de la fuerza pública y los atentados fueron el pan nuestro de cada día. Los museos no escaparon a esa conflictividad. Un ejemplo singular es de el la jineta de san Marcelo. Las espadas jinetas -o ginetas, como también aparecen en la documentación antigua- son la herencia más directa, clara y rica de la panoplia hispanoárabe. El origen de su nombre hay que buscarlo, según la Crónica de Alfonso X , en la tribu berberisca de los benimerín, conocidos también como zenetes, que entraron en la Península Ibérica en el siglo XIII para combatir al servicio de Mohamed I de Granada. Con ellos habrían traído este tipo de arma, de menor peso y longitud y parecida anchura que la espada cristiana de la época. Los brazos del arriaz se inclinan hacia la hoja hasta colocarse paralelos a su filo. El puño es estrecho y el pomo, esférico, a veces achatado. La guarnición y la vaina se encuentran profusamente decoradas. Debido a su calidad y rareza -no llegan a la decena en total- son universalmente estimadas y admiradas. El Museo de Cassel, el Metropolitan de Nueva York y la Sala de Medallas de la Biblioteca Nacional de París, son algunas de las instituciones que conservan ejemplares de jinetas. En España, son tres los museos que tienen la fortuna de albergarlas entre sus fondos: el del Ejército -el único que posee dos ejemplares-, el de San Telmo de San Sebastián y el Arqueológico Nacional.
La jineta del Museo Arqueológico Nacional, además de pertenecer a esta escogida selección de espadas hispanoárabes, tiene una historia apasionante. Su origen es una incógnita. Algunos investigadores suponen que pudo llegar a León como una ofrenda del Rey Católico a san Marcelo con ocasión del trasladado de su cuerpo desde África a la Península, el 29 de marzo de 1493. Desde comienzos del siglo XVIII, la lució la imagen del santo, tallada por Gregorio Fernández y emplazada en su iglesia de León. Son muchos los santos que portan una espada, bien por haber sido guerreros antes que santos o porque la iconografía los representa con ese atributo debido a que fueron martirizados con él. En este caso, la condición de centurión romano y su indumentaria militar (media armadura, típica de la época), explicaría la presencia de la espada en su atuendo. José Amador de los Ríos, en uno de los viajes que realizó a la capital leonesa en busca de piezas para el nuevo Museo Arqueológico Nacional, localizó la pieza y realizó las gestiones necesarias para conseguir que el cabildo de San Marcelo la donara al Museo. Tuvo éxito en sus propósitos y la consiguió en 1868. Tras haber combatido cinco siglos antes en manos de algún alto personaje árabe y de haber colgado de la cintura de un santo cristiano, le llegaba la hora de ser admirada, valorada y estimada en su nueva ubicación. Pero le esperaban nuevas andanzas. Dentro del convulso panorama político español del final del reinado de Amadeo de Saboya , estuvo en el centro de un curioso suceso.
Corrían unos momentos en los que, como dice uno de los protagonistas de nuestra historia, era frecuente oír por las calles de Madrid el grito de "¡Ya está armada!" El 11 de diciembre de 1872 se registró uno de esos motines populares, en los que uno de los objetivos de los revoltosos fue el Museo Arqueológico Nacional, que se hallaba instalado en el Casino de la Reina, en la Glorieta de Embajadores. Pérez Galdós relata esos acontecimientos en sus Episodios Nacionales (Amadeo de Saboya): "Entrado ya diciembre, el buen pueblo republicano de Madrid, agregó al interés de los teatros un motincillo callejero, nuevo síntoma de la grave dolencia hispana. Hallándose una noche deliberando la Junta Suprema del Concejo de la Federación Española cuando sonaron tiros en la Puerta del Sol ¿Qué ocurría? Que los comités de los distritos habían acordado por sí y ante sí, lanzarse a la calle. Corrióse la trifulca a la plaza de Antón Martín, tradicional baluarte republicano y allí fue sofocada por las tropas que llevó el General Pavía . Entre los revolucionarios figuraban el famoso Espiga, el Comandante Decref (...). Hubo bastantes heridos y un solo muerto: el lacayo del coche de Ruiz Zorrilla , víctima inocente del celo de un diputado, Señor Boceta, que se empeñó en reconocer el "campo de batalla" en el propio carruaje oficial del Presidente del Gobierno". No se trataba de una acción política contra el Museo, sino de equiparse con las armas antiguas que allí se exhibían.
La entrada en el Museo la relató su propio director, Antonio García: "Entraron en el denominado Salón Árabe, sin que se les pudiera oponer resistencia. Los cinco individuos del cuerpo de orden público que guardaban el establecimiento no tenían otras armas que tres revólveres por lo que, notando la insistencia con que los amotinados les buscaban, creyeron prudente ocultarse. El conserje de Museo trató de calmar la violencia de los amotinados, ebrios en su mayor parte, haciéndoles algunas concesiones, como un revólver de su propiedad y una carabina del jardinero. No pudo impedir que otros se apropiaran de unas armas antiguas de poco valor, salvo una espada granadina que es la única pérdida importante a lamentar". El toque de corneta que precedía a la llegada de los soldados provocó la huida de los alborotadores que, tras saltar las tapias del jardín, se dispersaron por las oscuras calles adyacentes. Uno de ellos se llevaba la jineta. Éste podía haber sido el final de la historia de una pieza, como tantas obras de arte cuyo rastro se pierde en los avatares de las instituciones a las que pertenecen. Pero la suerte quiso que dos miembros del 10° Batallón de Voluntarios de la Libertad -civiles militarizados- se encontraran cerca de allí: el teniente Pedro Martín y su sobrino Fermín García, que durante su ronda escucharon gritos y proclamas como: ¡Viva la República Federalista! Los voluntarios localizaron a dos alborotadores, que se acercaban a ellos por la calle Lavapiés; se apostaron en la esquina, entre la plaza del Progreso -hoy, Tirso de Molina- y la citada de Lavapiés y cuando llegaron a su altura les dieron el alto.
El sobrino del teniente efectuó un disparo al aire. Los dos individuos huyeron calle abajo, soltando lo que llevaban en las manos. Los milicianos lo recogieron, identificando una espada antigua y una bayoneta. Se trataba de "la espada granadina" sustraída del Museo Arqueológico. La noticia del asalto y robo al Museo aparecieron en la prensa madrileña de la época y el teniente de la milicia acudió al Museo para asegurarse de que era la misma pieza que él había recuperado. Para ello y a falta de otra cosa, dibujó sobre la arena del jardín la silueta característica de la jineta, que el personal del Museo reconoció de inmediato. El director del Museo Arqueológico Nacional propuso al teniente para que le fuera concedida la Cruz de Caballero de la Real y Distinguida Orden de Isabel la Católica, condecoración que obtuvo junto con una carta de agradecimiento por los servicios prestados. A partir de ese incidente y a través de la petición que el director realizó, las tropas regulares se encargarían en adelante de velar y proteger el recinto del Casino de la Reina. Y, en cuanto a la espada, volvió a su emplazamiento en la Sala Árabe. Hoy se la puede contemplar, junto con otras piezas de origen hispanoárabe, en las salas dedicadas a la Edad Media, en el actual emplazamiento del Museo Arqueológico Nacional, en el Palacio de Museos y Bibliotecas de Madrid.
La jineta del Museo Arqueológico Nacional, además de pertenecer a esta escogida selección de espadas hispanoárabes, tiene una historia apasionante. Su origen es una incógnita. Algunos investigadores suponen que pudo llegar a León como una ofrenda del Rey Católico a san Marcelo con ocasión del trasladado de su cuerpo desde África a la Península, el 29 de marzo de 1493. Desde comienzos del siglo XVIII, la lució la imagen del santo, tallada por Gregorio Fernández y emplazada en su iglesia de León. Son muchos los santos que portan una espada, bien por haber sido guerreros antes que santos o porque la iconografía los representa con ese atributo debido a que fueron martirizados con él. En este caso, la condición de centurión romano y su indumentaria militar (media armadura, típica de la época), explicaría la presencia de la espada en su atuendo. José Amador de los Ríos, en uno de los viajes que realizó a la capital leonesa en busca de piezas para el nuevo Museo Arqueológico Nacional, localizó la pieza y realizó las gestiones necesarias para conseguir que el cabildo de San Marcelo la donara al Museo. Tuvo éxito en sus propósitos y la consiguió en 1868. Tras haber combatido cinco siglos antes en manos de algún alto personaje árabe y de haber colgado de la cintura de un santo cristiano, le llegaba la hora de ser admirada, valorada y estimada en su nueva ubicación. Pero le esperaban nuevas andanzas. Dentro del convulso panorama político español del final del reinado de Amadeo de Saboya , estuvo en el centro de un curioso suceso.
Corrían unos momentos en los que, como dice uno de los protagonistas de nuestra historia, era frecuente oír por las calles de Madrid el grito de "¡Ya está armada!" El 11 de diciembre de 1872 se registró uno de esos motines populares, en los que uno de los objetivos de los revoltosos fue el Museo Arqueológico Nacional, que se hallaba instalado en el Casino de la Reina, en la Glorieta de Embajadores. Pérez Galdós relata esos acontecimientos en sus Episodios Nacionales (Amadeo de Saboya): "Entrado ya diciembre, el buen pueblo republicano de Madrid, agregó al interés de los teatros un motincillo callejero, nuevo síntoma de la grave dolencia hispana. Hallándose una noche deliberando la Junta Suprema del Concejo de la Federación Española cuando sonaron tiros en la Puerta del Sol ¿Qué ocurría? Que los comités de los distritos habían acordado por sí y ante sí, lanzarse a la calle. Corrióse la trifulca a la plaza de Antón Martín, tradicional baluarte republicano y allí fue sofocada por las tropas que llevó el General Pavía . Entre los revolucionarios figuraban el famoso Espiga, el Comandante Decref (...). Hubo bastantes heridos y un solo muerto: el lacayo del coche de Ruiz Zorrilla , víctima inocente del celo de un diputado, Señor Boceta, que se empeñó en reconocer el "campo de batalla" en el propio carruaje oficial del Presidente del Gobierno". No se trataba de una acción política contra el Museo, sino de equiparse con las armas antiguas que allí se exhibían.
La entrada en el Museo la relató su propio director, Antonio García: "Entraron en el denominado Salón Árabe, sin que se les pudiera oponer resistencia. Los cinco individuos del cuerpo de orden público que guardaban el establecimiento no tenían otras armas que tres revólveres por lo que, notando la insistencia con que los amotinados les buscaban, creyeron prudente ocultarse. El conserje de Museo trató de calmar la violencia de los amotinados, ebrios en su mayor parte, haciéndoles algunas concesiones, como un revólver de su propiedad y una carabina del jardinero. No pudo impedir que otros se apropiaran de unas armas antiguas de poco valor, salvo una espada granadina que es la única pérdida importante a lamentar". El toque de corneta que precedía a la llegada de los soldados provocó la huida de los alborotadores que, tras saltar las tapias del jardín, se dispersaron por las oscuras calles adyacentes. Uno de ellos se llevaba la jineta. Éste podía haber sido el final de la historia de una pieza, como tantas obras de arte cuyo rastro se pierde en los avatares de las instituciones a las que pertenecen. Pero la suerte quiso que dos miembros del 10° Batallón de Voluntarios de la Libertad -civiles militarizados- se encontraran cerca de allí: el teniente Pedro Martín y su sobrino Fermín García, que durante su ronda escucharon gritos y proclamas como: ¡Viva la República Federalista! Los voluntarios localizaron a dos alborotadores, que se acercaban a ellos por la calle Lavapiés; se apostaron en la esquina, entre la plaza del Progreso -hoy, Tirso de Molina- y la citada de Lavapiés y cuando llegaron a su altura les dieron el alto.
El sobrino del teniente efectuó un disparo al aire. Los dos individuos huyeron calle abajo, soltando lo que llevaban en las manos. Los milicianos lo recogieron, identificando una espada antigua y una bayoneta. Se trataba de "la espada granadina" sustraída del Museo Arqueológico. La noticia del asalto y robo al Museo aparecieron en la prensa madrileña de la época y el teniente de la milicia acudió al Museo para asegurarse de que era la misma pieza que él había recuperado. Para ello y a falta de otra cosa, dibujó sobre la arena del jardín la silueta característica de la jineta, que el personal del Museo reconoció de inmediato. El director del Museo Arqueológico Nacional propuso al teniente para que le fuera concedida la Cruz de Caballero de la Real y Distinguida Orden de Isabel la Católica, condecoración que obtuvo junto con una carta de agradecimiento por los servicios prestados. A partir de ese incidente y a través de la petición que el director realizó, las tropas regulares se encargarían en adelante de velar y proteger el recinto del Casino de la Reina. Y, en cuanto a la espada, volvió a su emplazamiento en la Sala Árabe. Hoy se la puede contemplar, junto con otras piezas de origen hispanoárabe, en las salas dedicadas a la Edad Media, en el actual emplazamiento del Museo Arqueológico Nacional, en el Palacio de Museos y Bibliotecas de Madrid.