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Pacífico guerra

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¿Cómo ponerles en una situación en la que se vean obligados a disparar el primer tiro sin exponernos nosotros demasiado? Esto escribía en su diario Harry L. Stimson, secretario norteamericano de Guerra, el 26 de noviembre de 1941. Ese día, Washington envió a Tokio un auténtico ultimátum: que Japón evacuara China y Manchuria y abandonara el Eje. A cambio, Estados Unidos frenaría el embargo de exportaciones estratégicas a Japón. Era obvio que Japón iba a rechazar las exigencias norteamericanas y que pasaría a la ofensiva. De ahí que Frank Knox, secretario de Estado para la Marina, comunicara al día siguiente a sus subordinados en el Pacífico: "Este telegrama debe considerarse como un aviso de guerra. Las negociaciones con Japón para estabilizar la situación han cesado. Hay que prepararse para una agresión japonesa en los próximos días". Bastante antes de la guerra, Estados Unidos conocía la clase diplomática japonesa. El 6 de diciembre, horas antes del ataque nipón a Pearl Harbor, el departamento norteamericano de Estado descifró un mensaje de Tokio a su embajada. En 13 puntos, el Gobierno nipón reprochaba afrentas al norteamericano. El punto 14 quedaba en blanco: sería llenado a última hora con la declaración de guerra. Esa misma noche, el presidente Roosevelt exclamó al leer el mensaje en su casa: "¡Es la guerra!" Pero luego se acostó tan tranquilo, sin transmitir el aviso a las guarniciones norteamericanas en el Pacífico. Evidentemente, Japón debía disparar primero, ocasionando importantes daños y grave humillación a Estados Unidos. Entonces, el Gobierno norteamericano, presionado por la opinión pública, tendría que declarar la guerra a Japón y participar en la Segunda Guerra Mundial.

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