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arte del Irán

Desarrollo


A diferencia de lo ocurrido en otras regiones del antiguo Oriente, en los montes, los valles y las estepas del Irán siempre han vivido gentes que guardaban memoria del pasado. La sucesión de los grandes imperios iranios de aqueménidas, partos y sasánidas sobre el mismo suelo, y el contacto diverso que mantuvieron éstos con griegos, romanos, bizantinos, árabes y chinos, haría que la literatura clásica de los formadores de nuestra propia cultura estuviera llena de libros, noticias o referencias a los pueblos del antiguo Irán. Paradójicamente, tal vez por eso y por la difícil lejanía de sus ruinas, el redescubrimiento de la historia y las artes iranias haya resultado un camino lento y relativamente tardío. En el curso de la segunda mitad del siglo V a. C., Heródoto convertiría las páginas de sus "Nueve Libros de la Historia" en el primer monumento fiable de la historia, la cultura y el pasado de medos, persas y escitas. Su relato es hoy todavía fuente y punto de referencia imprescindible. Tras él, no pocos griegos y latinos dejaron recuerdos de sus contactos con las gentes del Irán pero, con toda certeza, el romano Amiano Marcelino (ca. 330-ca. 395) sería el más rico transmisor del violento choque de romanos y sasánidas. Menos conocidos quizás, pero no menos valiosos, son los escritos de los bizantinos Procopio de Cesarea y Agathias Escolastikos (muerto ca. 582). A partir de la invasión árabe y la difusión del Islam con la victoria de Qádisiya (637 d.

C.), los historiadores, geógrafos y viajeros árabes son de imprescindible consulta. El primero al-Tabari (893-923), en cuya "Crónica Universal" se recoge la historia de persas y árabes en época sasánida. Luego las referencias dedicadas a Persia por al-Ya'qubi (muerto ca. 897) o al-Maqdisi (946?1000) y los tempranos escritos de los viajeros de Occidente, como el rabino Benjamín de Tudela que en la segunda mitad del siglo XII alcanzaría Susa y otras provincias del Irán. Pronto seguirían los cristianos, como Marco Polo, que en el año 1271-72 visitó las desoladas regiones del sur del Irán. O Ruiz González de Clavijo, que, en su embajada a Tamerlán (1403-1406) visitaría el Elburz y la región de Teherán. Aunque no se suele señalar, los pioneros de la Edad Moderna fueron portugueses, italianos y españoles. Así, en 1610, Pedro Teixeira publicaba en Amberes el relato de su largo viaje por Irán, que, desde la India y por Iraq, le había llevado a Italia. Aunque mayor enjundia tendrían los "Viaggi" de Pietro della Valle (1586-1652) y sobre todo, el largo relato de la embajada al sha de Don García de Silva y Figueroa (1619?1624), emisario del rey Felipe III de España. Estos dos fueron los primeros en visitar las grandes ruinas aqueménidas, y los primeros también en copiar y recoger ejemplos de escritura cuneiforme. Más tarde, en el curso de los siglos XVIII y XIX, otros viajeros seguirían sus pasos e irían descubriendo a Occidente, con sus grabados y sus relatos, las costumbres y las leyendas de la historia persa.

Y entre los epígonos es forzoso recordar la embajada francesa de 1840, en la que E. Flandin y P. Coste tenían encomendado el dibujo y colección de todas las noticias posibles sobre el arte, la historia y la cultura de los persas. Su libro "Voyage en Perse" (1851) tendría cumplida fama. La misma que, si no tuvo entonces, merece Adolfo Rivadeneyra, vicecónsul español en Teherán, cuyo "Viaje al Interior de Persia" (1880) es, posiblemente, el más atractivo de todos los escritos. Pero con ellos terminaban los hombres de acción y empezaban los estudiosos. Aunque ya algunos británicos como el artista R. Ker Porter, el famoso A. H. Layard, W. K. Loftus y el no menos conocido H. C. Rawlinson -que con su copia de la inscripción de Bisutum encontró la llave para el desciframiento de la escritura cuneiforme-, exploraron ruinas de antiguas ciudades del Irán, la verdadera historia de su descubrimiento científico no comenzaría hasta 1884, fecha en la que los esposos Marcel y Jane Dieulafoy iniciaron la excavación de Susa. Años después, Francia conseguiría el monopolio arqueológico del Irán; y Jacques de Morgan, un ingeniero de minas apasionado por el mundo antiguo, creaba en 1897 la misión estable en Susa que todavía hoy se mantiene, y a cuyo frente irían figurando tras él varios maestros de la iranología como R. de Mecquenem, R. Ghirshman o J. Perrot. Desde entonces, descubrimientos y publicaciones han ido recomponiendo la historia del Irán y los pueblos inmediatos.

Pero su número es tan alto y las épocas tocadas tan dispares que por fuerza hay que referirse a una corta serie. Como los trabajos de R. Ghirshman en Tépé Giyan (1931) y Tété Sialk (1933), los de E. F. Schmidt en Tépé Hissar (1931-32) de E. Herzfeld en Persépolis (1931-39y). El hallazgo del famoso tesoro de Ziwiye (1947), las excavaciones de R. H. Dyson en Hasanlu (1957-1974), las de E. O. Negahban en Marlik Tépé (1961-62), D. Stronach en la meda Nus-i Yan (1967-77), C. C. Lamberg-Karlovsky en Tépé Yahyá (1967-69) o W. Sumner en la otra capital suso-elamita, Tall-i Malyan-Ansan (1971?78). Al mismo tiempo, una enorme colección de libros y artículos se iban publicando. Forzoso es recordar el "Bronzes du Luristan" (París, 1931) de A. Godard, todavía básica para el estudio de los bronces de la región; o el clásico "Die Kunst Irans zur Zeit der Sasaniden" de K. Erdmann (Mainz, 1943). Los estudios de M. P. Gryaznov y S.I. Rudenko (Leningrado, 1958 y 1960) sobre las tumbas del Altai y su influencia persa: la monumental "Archéologie de l´Iran Ancien" (Leiden, 1959), fruto del tesón y el entusiasmo de un joven, L. Vanden Berghe, y las primeras historias globales del arte iranio firmadas por E. Porada (Baden-Baden, 1962), R. Ghirshman (París, 1962 y 1964) y A. Godard (París, 1962). O sobre parcelas poco conocidas, como las de A. R. Malcolm en su "Parthian Art" (London 1977), o Ph. L. Kohl con su "Central Asia" (París 1984). La actualidad es tiempo de reflexión. Porque los hallazgos recientes obtenidos en el Irán desde luego, pero también en el Golfo, Pakistán, Afganistán, antigua URSS e Iraq nos permiten comprender mucho mejor la esencia de la historia y el arte del Irán. Así E. Carter y M. Stolper en su "Elam Surveys of Political History and Archaeology" (California, 1984 vp.), P. Amiet y su sorprendente "L´Age des Echanges Inter?iraniens" (París, 1986), T. S. Kawami, con la esperada "Monumental Art of the Parthian Period in Iran" (Leiden, 1987) y, en fin, P. Amiet y su amable "Suse. 6000 ans d´historie" (París, 1988).

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