Una vida dedicada a los libros
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Una vida dedicada a los libros De las muchas y grandes obras emprendidas por don Hernando, la principal, la que resume más justamente su vida toda fue querer juntar todos los libros de todas las lenguas y facultades que por la Cristiandad y fuera della se pudiesen hallar38. Con estas palabras el albacea Marcos Felipe definía la verdadera pasión que tuvo en vida su amigo Hernando. Y fue también en ese empeño donde más y mejor puso a prueba aquella condición y costumbre suya de dar a sus cosas toda la mayor perfección que en esta vida pudiesen tener. Asomarse a su librería particular, conocida hoy universalmente como "Biblioteca Colombina", es la manera más cumplida de comprobar estos dos testimonios39. Fue el legado más señero que dejó a la posteridad. Cantidad, calidad, variedad y organización interna son reconocidos como cuatro signos de distinción que engrandecen su Biblioteca. La cantidad de libros reunidos --después de que la fantasía de otros tiempos jugara con los números-- sobrepasaba algo los 15.300. De ellos más del 90 por 100 serían impresos, y el resto manuscritos. A veces, sólo comparando se alcanza la verdadera dimensión de las cosas. Con la imprenta empezando a generalizarse por toda Europa, la Librería de don Hernando fue considerada con razón la biblioteca particular más voluminosa de toda Europa. La calidad no andaba a la zaga. Encargado personalmente de seleccionar y adquirir los libros, se guió siempre de su vasta cultura, capacidad crítica y una perfecta información sobre las novedades del mercado.
Consta que a veces no le importaba comprar diversas ediciones de un mismo libro, y, una vez compradas, se quedaba con la mejor aunque no fuera la más moderna, y se desprendía de las demás. La variedad ha sido otra de las peculiaridades de su librería que más ha llamado la atención a los estudiosos. No estamos ante un simple librero o ante un especialista de una determinada materia científica --dice Marín--, sino ante un bibliófilo universal que quería abarcar cualquier campo del saber. Dice mucho de su capacidad y preparación el criterio selectivo y certero demostrado a la hora de adquirir toda clase de libros. En su testamento aconseja a su heredero que del dinero a gastar en la adquisición de libros para la Biblioteca (100 ducados anuales) se concertase con los grandes mercaderes de las principales ciudades impresoras de Europa para que enviaran las novedades que fuesen saliendo; y que no olvidase también hacer lo mismo con algunos libreros pequeños que se ocupasen de las obrecillas pequeñas ... coplas e refranes y otras cosillas que también se han de tener en la librería40. Centrado en el caso español, el bibliófilo cordobés llegó a reunir en la Colombina una variada producción de cancioneros y poesía popular del siglo XVI. Por todas estas singularidades don Hernando pudo sentirse orgulloso de haber levantado con su esfuerzo y fortuna la Biblioteca privada más numerosa y selecta que había tenido Europa hasta 1540. El último punto a destacar se refiere a la estructura y organización interna de la Biblioteca pensada por el mismo Hernando con criterios de racionalidad moderna.
La clave para seguir el método empleado en la Colombina han sido los amplios repertorios bibliográficos (que algunos historiadores anteriores al profesor Marín preferían denominar catálogos, inventarios e índices) que forman muchos millares de páginas manuscritas. Estos repertorios, una vez descubiertas todas sus claves internas, son los que han convertido a Hernando en un adelantado genial de la biblioteconomía moderna. En un registro o índice numeral (topográfico) de los libros adquiridos e incorporados a la Biblioteca se hacía constar, entre otras muchas cosas, el número, título, autor, división interna del libro (partes en que se divide, etc), aspectos del principio y del final (incipit o desinit), añadidos al texto principal, datos de imprenta y comerciales, además de otros detalles personales (lugar de adquisición, obsequios, dedicatorias, etcétera). El índice general alfabético o Autores ordenaba por orden alfabético a los autores y todas las obras escritas por ellos, con el fin de allanar el camino al estudioso. El libro de los Epítomes contendría, según Hernando, la suma y sustancia de lo que cada libro contiene, que, en efecto, es un epítome o argumento de tal libro. El libro de las materias o proposiciones pretendía facilitar la tarea a los que quisieran tratar de una materia concreta, ordenando alfabéticamente tales temas, y los autores y libros donde cualquiera podría hallarlos. Tal libro sería general para todas las ciencias y disciplinas.
Todo esto, con ser lo más sobresaliente como plasmación innovadora, no fue lo único. Es preciso citar, aunque sólo sea de corrida, algunos otros esfuerzos relativos a la labor de catalogación, como los repertorios o índices de autores y ciencias, de pinturas o grabados, del Diccionario o vocabulario latino, y, sobre todo, el proyecto de Catálogo Concordado, el cual, pensado tal vez para relacionar el libro de Epítomes con el de materias, quedó solamente esbozado. A pesar de ello es considerado actualmente de gran valor bibliográfico y erudito. Más de treinta años le costó al hijo de Beatriz Enríquez de Arana formar su librería particular. Sus aficiones primeras parecen brotar con el siglo. Los años de 1508-9 suelen aceptarse como fecha inicial de la librería Hernandina. Y a finales de 1509 nadie duda de que las cuatro arcas con un total de más de 238 libros que a su regreso a Castilla quedaban en Santo Domingo pertenecían a Hernando como depositario y heredero intelectual de su padre. En consecuencia, la Biblioteca Colombina tiene su embrión en las obras que pertenecieron a la familia (sobre todo a don Cristóbal y a Bartolomé Colón), crecerá con obsequios y donaciones y se multiplicará ininterrumpidamente, sobre todo con las compras hechas por él hasta poco antes de morir. Como si de hacer honor al apellido se tratara, Hernando fue un viajero incansable. No le permitieron ir a descubrir nuevas tierras cuando él se ofreció y por eso sus rumbos fueron las viejas rutas y ciudades de Europa en busca de saber y de libros.
Conocedor de los grandes centros impresores del Viejo Continente, aconsejaba con conocimiento de causa, en su testamento, no descuidar seis grandes ciudades punteras en este comercio: Roma, Venecia, Nuremberg, Amberes, París y Lyon. Venía a decir sin ambages que para un bibliófilo español, amigo de estar al día y poder comprar lo último en libros de estampa, no bastaba sólo con frecuentar los centros peninsulares de Sevilla y Salamanca, aunque habían alcanzado reconocida fama en los mercados de libros europeos. La costumbre hernandina de registrar sus adquisiciones con noticias curiosas sobre el precio, la fecha y el lugar donde conseguía los libros ha permitido reconstruir el itinerario de muchos de sus viajes por Europa. Desde 1512 a 1536 se mueve preferentemente por Italia; con menos frecuencia, por la ruta sembrada de ciudades que llega hasta Flandes; tampoco olvidó hacer alguna incursión por Francia. Para viajes de negocios, que así es como debieran calificarse principalmente estos desplazamientos de don Hernando por Europa, lo mismo que cualquier otro en ocupación semejante precisaba ir pertrechado, más que de dinero, de suficientes cartas de crédito avaladas por una buena relación con las principales casas comerciales que operaban en Europa. Con todo ello, un viaje que se prolongara excesivamente o una compra que sobrepasara los cálculos iniciales podía ser resuelta al instante, convirtiendo en dinero efectivo los documentos de crédito. Así es como se movió Hernando.
Los banqueros y mercaderes genoveses, metidos en negocios frecuentes con los Colón y con oficinas abiertas en las principales ciudades cubrieron sus necesidades de dinero y se hacían cargo del transporte a Sevilla de los libros adquiridos. A modo de ejemplo de lo que debieron ser estos desplazamientos hernandinos sirva el viaje que realizó entre 1520 y 1522 formando parte del séquito de Carlos I. No se le conoce cometido oficial alguno, como no fuera el de asesor al Emperador en temas cosmográficos, en lo que se le tenía ya por experto. Lo que sí se demuestra es que gozó de gran libertad de movimientos para cumplir con el rito de visitar libreros y adquirir abundante mercancía. A finales de 1520 había recorrido las principales ciudades alemanas de la línea del Rhin, para seguir al año siguiente por tierras italianas, con Venecia como punto de destino. En todo ese recorrido comprará más de 1.600 libros, la inmensa mayoría en la ciudad de los canales. Aquí tuvo que recurrir a un préstamo de 200 ducados concedido por Octaviano Grimaldi el 25 de junio de 1521. Y este mismo mercader genovés será el encargado de transportar los libros por mar a Sevilla. Aunque sabemos que el barco se hundió y los libros se perdieron, conocemos las referencias debido al cuidado de registrarlos antes de dejar Venecia, lo que Hernando realizó. De regreso al Norte para unirse al séquito imperial siguió su afán de comprar y comprar, sumando a las anteriores adquisiciones otros 3.
000 ejemplares. En suma, la cosecha total de este viaje que duró dos años alcanzó más de 4.500 libros. En este contexto de hombre precavido y meticuloso, experimentado en recorrer caminos y mucho mundo europeo, y sobre todo en querer lo mejor para su Biblioteca hay que leer y entender un pasaje de su testamento, criticado por demás. A las puertas de la muerte, aconsejaba que en el futuro el encargado de comprar libros para la Colombina (sumista) se pusiera siempre en relación con mercaderes genoveses como experimentados y eficaces, y en saliendo al exterior que el dicho sumista sea o parezca italiano, alemán o francés antes que español pues va más seguro fuera de España y le miran con mejores ojos que no al español y esto tengo muy experimentado; y cuando andaba fuera destos reinos (de España) hablaba italiano do quiera que fuese por no ser conoscido por español; y con esto, bendito Nuestro Señor, me escapé de muchos peligros en que me vi y en que fenesciera si supieran que era español41. Serrano y Sanz42, algo escorado de anticolombinismo, quiso ver en este pasaje un pecado de ingratitud hacia España por parte de Hernando Colón. No hay que forzar las interpretaciones. Esto se llama pura y simplemente pragmatismo, sentido común y conocer el terreno que pisa. Y lo dice un hombre que ha pasado por Venecia cuando los ejércitos de esa República luchaban contra los de España; y por Roma cuando aún seguía vivo el recuerdo de las tropas de Carlos V saqueando la Ciudad Eterna; o por Milán con los españoles en armas recorriéndolo incesantemente; y por las ciudades alemanas en pleno fervor de lucha religiosa; o por Lyon, ciudad francesa y, como tal, rival de la gran potencia española.
Orgulloso de su obra y consciente de haber creado algo grande con sabor a posteridad, quiso que se conociera y se identificara obra y personaje, según el mejor espíritu renacentista, y así ordenó que todos sus libros llevaran esta inscripción: D. Fernando Colón, hijo de D. Cristóbal, primer Almirante que descubrió las Indias, dejó sus libros para uso y provecho de sus prójimos; rogad a Dios por él. Hasta la losa que cubriría su sepultura en el trascoro de la catedral sevillana quiso que recordara su Biblioteca, Junto a su nombre y al recuerdo paterno, se colocaría en el centro su escudo de armas y a los lados cuatro libros abiertos que eran el resumen de su biblioteca: Autores, ciencias, epítomes y materias. Para no perder lo que tanto le costó levantar, Hernando destapó una vez más sus esencias previsoras, aunque de poco le sirvieron. En el año 1526 empezó a edificar una casa en un solar cedido por el Concejo hispalense junto a la puerta de Goles (hoy Puerta Real), a orillas del Guadalquivir. Todo el espléndido conjunto, casa y huerta, se transformó a su terminación en uno de los lugares más hermosos de Sevilla, según lo alaban los contemporáneos. Y creado el marco idóneo, el hacedor de la Librería dispuso el reglamento. Algunas cláusulas testamentarias retratan por sí solas al personaje que tenemos delante: hombre extremadamente cicatero, detallista y previsor. A modo de ejemplo, sirvan algunas observaciones: Los libros se mantendrán todos reunidos y quien herede la Biblioteca será a condición de conservarla y acrecentarla.
Se cuidará la colocación de cada ejemplar. Se separará el recinto reservado a los libros del público con una reja, la cual se mantendrá incluso cuando el interesado tenga que leer o consultar algo; en ese caso, se colocará en un sitio donde la reja tenga un hueco en que quepa la mano para pasar las hojas pues que vemos que es imposible guardarse los libros aunque tengan cien cadenas. No se prestará ni se sacará ejemplar alguno bajo fuertes penas, La plaza de encargado de la Librería (sumista) se cubrirá por oposición a celebrar en Salamanca con obligación de que el ganador ocupe ese puesto tres años como mínimo. Sólo a finales de 1536 se le concederá una pensión vitalicia de 500 pesos de oro, situada sobre las rentas de Cuba, para ayuda a la sustentación y de la Librería que hace en la ciudad de Sevilla. Era una merced que Hernando quiso convertir en perpetua, pero acaso la muerte repentina truncó su deseo y tramitación. Don Hernando instituyó heredero universal de la Biblioteca y de sus bienes, que se emplearían como fondo para ella, a su sobrino, el Almirante Luis Colón, y a sus sucesores en el mayorazgo, a condición de que se comprometiesen a gastar cien mil maravedíes en la salvaguarda y acrecentamiento de la misma. De no ser así, sucedería con las mismas condiciones el Cabildo de la Catedral de Sevilla o el monasterio de San Pablo, por este orden. En último extremo, si ninguna de estas instituciones mostraba interés, sería entregado en depósito al monasterio cartujo de las Cuevas.
De poco sirvió tanta meticulosidad. Tras la muerte de Hernando Colón, el 12 de julio de 1539, todo se desmoronó ante la indiferencia general. El joven Almirante de las Indias Luis Colón, y su tutora y madre doña María de Toledo mostraron escaso interés por hacerse cargo de la Biblioteca43. Ante el silencio de la familia, el Cabildo de la Catedral hizo un requerimiento notarial (24 de septiembre de 1540) para que aceptasen o renunciasen a la mencionada herencia, En 1544, doña María de Toledo, saltándose las cláusulas testamentarias, cedió en depósito la Biblioteca al monasterio dominico de San Pablo, sin duda por consejo de su hermano, el fraile de la misma Orden Antonio de Toledo. Ocho años después, el 31 de marzo de 1552, tras recurrir el Cabildo ante la Cancillería de Granada y fallar ésta a su favor, la Biblioteca Colombina pasó a ocupar una de las dependencias catedralicias, en la nave nordeste (también conocida como del Lagarto) que da al patio de los Naranjos. Tampoco cumplieron sus obligaciones, pero ya no salió de allí. De aquel tesoro bibliográfico de más de 15.300 ejemplares dejados por su fundador conservamos hoy en día unos 5.000. El resto se fue perdiendo entre trasiegos, el abandono y la desidia general. La casa terminó siendo embargada; hubo pleito y en 1563 la familia Colón renunció a todo derecho sobre la Casa y la Huerta de Goles a cambio de una indemnización de 600 ducados. Dos siglos después, de la espléndida mansión hernandina no quedaba piedra sobre piedra.
Por la misma fecha, aún se elevaba en la huerta un hermoso zapote nombrado por los sevillanos el árbol de Colón. Como final de la faceta bibliográfica de don Hernando Colón sirvan las ajustadas palabras con que cierra su libro el profesor Marín: Si su padre, al morir en 1506, dejó multiplicado o en vías de multiplicarse casi por dos el mapa geográfico del mundo, el de la historia del saber humano y sus manifestaciones bibliográficas quien lo recompuso y aumentó en proporción infinitamente mayor fue el hijo, con los libros tan afanosamente reunidos, pero sobre todo con los Repertorios tan obsesivaniente elaborados. Para unos hablar de don Hernando Colón es identificarlo con la Historia del Almirante; para otros es imaginarlo rodeado de libros, El historiador polémico frente al erudito elogiado por todos; el apasionado, frente al racionalista y frío; el defensor acérrimo de privilegios trasnochados y medievales, frente al adelantado a su tiempo, representante de la modernidad humanista. He aquí las dos caras de un mismo personaje. He aquí el drama de don Hernando Colón. Luis Arranz Madrid, verano de 1984
Consta que a veces no le importaba comprar diversas ediciones de un mismo libro, y, una vez compradas, se quedaba con la mejor aunque no fuera la más moderna, y se desprendía de las demás. La variedad ha sido otra de las peculiaridades de su librería que más ha llamado la atención a los estudiosos. No estamos ante un simple librero o ante un especialista de una determinada materia científica --dice Marín--, sino ante un bibliófilo universal que quería abarcar cualquier campo del saber. Dice mucho de su capacidad y preparación el criterio selectivo y certero demostrado a la hora de adquirir toda clase de libros. En su testamento aconseja a su heredero que del dinero a gastar en la adquisición de libros para la Biblioteca (100 ducados anuales) se concertase con los grandes mercaderes de las principales ciudades impresoras de Europa para que enviaran las novedades que fuesen saliendo; y que no olvidase también hacer lo mismo con algunos libreros pequeños que se ocupasen de las obrecillas pequeñas ... coplas e refranes y otras cosillas que también se han de tener en la librería40. Centrado en el caso español, el bibliófilo cordobés llegó a reunir en la Colombina una variada producción de cancioneros y poesía popular del siglo XVI. Por todas estas singularidades don Hernando pudo sentirse orgulloso de haber levantado con su esfuerzo y fortuna la Biblioteca privada más numerosa y selecta que había tenido Europa hasta 1540. El último punto a destacar se refiere a la estructura y organización interna de la Biblioteca pensada por el mismo Hernando con criterios de racionalidad moderna.
La clave para seguir el método empleado en la Colombina han sido los amplios repertorios bibliográficos (que algunos historiadores anteriores al profesor Marín preferían denominar catálogos, inventarios e índices) que forman muchos millares de páginas manuscritas. Estos repertorios, una vez descubiertas todas sus claves internas, son los que han convertido a Hernando en un adelantado genial de la biblioteconomía moderna. En un registro o índice numeral (topográfico) de los libros adquiridos e incorporados a la Biblioteca se hacía constar, entre otras muchas cosas, el número, título, autor, división interna del libro (partes en que se divide, etc), aspectos del principio y del final (incipit o desinit), añadidos al texto principal, datos de imprenta y comerciales, además de otros detalles personales (lugar de adquisición, obsequios, dedicatorias, etcétera). El índice general alfabético o Autores ordenaba por orden alfabético a los autores y todas las obras escritas por ellos, con el fin de allanar el camino al estudioso. El libro de los Epítomes contendría, según Hernando, la suma y sustancia de lo que cada libro contiene, que, en efecto, es un epítome o argumento de tal libro. El libro de las materias o proposiciones pretendía facilitar la tarea a los que quisieran tratar de una materia concreta, ordenando alfabéticamente tales temas, y los autores y libros donde cualquiera podría hallarlos. Tal libro sería general para todas las ciencias y disciplinas.
Todo esto, con ser lo más sobresaliente como plasmación innovadora, no fue lo único. Es preciso citar, aunque sólo sea de corrida, algunos otros esfuerzos relativos a la labor de catalogación, como los repertorios o índices de autores y ciencias, de pinturas o grabados, del Diccionario o vocabulario latino, y, sobre todo, el proyecto de Catálogo Concordado, el cual, pensado tal vez para relacionar el libro de Epítomes con el de materias, quedó solamente esbozado. A pesar de ello es considerado actualmente de gran valor bibliográfico y erudito. Más de treinta años le costó al hijo de Beatriz Enríquez de Arana formar su librería particular. Sus aficiones primeras parecen brotar con el siglo. Los años de 1508-9 suelen aceptarse como fecha inicial de la librería Hernandina. Y a finales de 1509 nadie duda de que las cuatro arcas con un total de más de 238 libros que a su regreso a Castilla quedaban en Santo Domingo pertenecían a Hernando como depositario y heredero intelectual de su padre. En consecuencia, la Biblioteca Colombina tiene su embrión en las obras que pertenecieron a la familia (sobre todo a don Cristóbal y a Bartolomé Colón), crecerá con obsequios y donaciones y se multiplicará ininterrumpidamente, sobre todo con las compras hechas por él hasta poco antes de morir. Como si de hacer honor al apellido se tratara, Hernando fue un viajero incansable. No le permitieron ir a descubrir nuevas tierras cuando él se ofreció y por eso sus rumbos fueron las viejas rutas y ciudades de Europa en busca de saber y de libros.
Conocedor de los grandes centros impresores del Viejo Continente, aconsejaba con conocimiento de causa, en su testamento, no descuidar seis grandes ciudades punteras en este comercio: Roma, Venecia, Nuremberg, Amberes, París y Lyon. Venía a decir sin ambages que para un bibliófilo español, amigo de estar al día y poder comprar lo último en libros de estampa, no bastaba sólo con frecuentar los centros peninsulares de Sevilla y Salamanca, aunque habían alcanzado reconocida fama en los mercados de libros europeos. La costumbre hernandina de registrar sus adquisiciones con noticias curiosas sobre el precio, la fecha y el lugar donde conseguía los libros ha permitido reconstruir el itinerario de muchos de sus viajes por Europa. Desde 1512 a 1536 se mueve preferentemente por Italia; con menos frecuencia, por la ruta sembrada de ciudades que llega hasta Flandes; tampoco olvidó hacer alguna incursión por Francia. Para viajes de negocios, que así es como debieran calificarse principalmente estos desplazamientos de don Hernando por Europa, lo mismo que cualquier otro en ocupación semejante precisaba ir pertrechado, más que de dinero, de suficientes cartas de crédito avaladas por una buena relación con las principales casas comerciales que operaban en Europa. Con todo ello, un viaje que se prolongara excesivamente o una compra que sobrepasara los cálculos iniciales podía ser resuelta al instante, convirtiendo en dinero efectivo los documentos de crédito. Así es como se movió Hernando.
Los banqueros y mercaderes genoveses, metidos en negocios frecuentes con los Colón y con oficinas abiertas en las principales ciudades cubrieron sus necesidades de dinero y se hacían cargo del transporte a Sevilla de los libros adquiridos. A modo de ejemplo de lo que debieron ser estos desplazamientos hernandinos sirva el viaje que realizó entre 1520 y 1522 formando parte del séquito de Carlos I. No se le conoce cometido oficial alguno, como no fuera el de asesor al Emperador en temas cosmográficos, en lo que se le tenía ya por experto. Lo que sí se demuestra es que gozó de gran libertad de movimientos para cumplir con el rito de visitar libreros y adquirir abundante mercancía. A finales de 1520 había recorrido las principales ciudades alemanas de la línea del Rhin, para seguir al año siguiente por tierras italianas, con Venecia como punto de destino. En todo ese recorrido comprará más de 1.600 libros, la inmensa mayoría en la ciudad de los canales. Aquí tuvo que recurrir a un préstamo de 200 ducados concedido por Octaviano Grimaldi el 25 de junio de 1521. Y este mismo mercader genovés será el encargado de transportar los libros por mar a Sevilla. Aunque sabemos que el barco se hundió y los libros se perdieron, conocemos las referencias debido al cuidado de registrarlos antes de dejar Venecia, lo que Hernando realizó. De regreso al Norte para unirse al séquito imperial siguió su afán de comprar y comprar, sumando a las anteriores adquisiciones otros 3.
000 ejemplares. En suma, la cosecha total de este viaje que duró dos años alcanzó más de 4.500 libros. En este contexto de hombre precavido y meticuloso, experimentado en recorrer caminos y mucho mundo europeo, y sobre todo en querer lo mejor para su Biblioteca hay que leer y entender un pasaje de su testamento, criticado por demás. A las puertas de la muerte, aconsejaba que en el futuro el encargado de comprar libros para la Colombina (sumista) se pusiera siempre en relación con mercaderes genoveses como experimentados y eficaces, y en saliendo al exterior que el dicho sumista sea o parezca italiano, alemán o francés antes que español pues va más seguro fuera de España y le miran con mejores ojos que no al español y esto tengo muy experimentado; y cuando andaba fuera destos reinos (de España) hablaba italiano do quiera que fuese por no ser conoscido por español; y con esto, bendito Nuestro Señor, me escapé de muchos peligros en que me vi y en que fenesciera si supieran que era español41. Serrano y Sanz42, algo escorado de anticolombinismo, quiso ver en este pasaje un pecado de ingratitud hacia España por parte de Hernando Colón. No hay que forzar las interpretaciones. Esto se llama pura y simplemente pragmatismo, sentido común y conocer el terreno que pisa. Y lo dice un hombre que ha pasado por Venecia cuando los ejércitos de esa República luchaban contra los de España; y por Roma cuando aún seguía vivo el recuerdo de las tropas de Carlos V saqueando la Ciudad Eterna; o por Milán con los españoles en armas recorriéndolo incesantemente; y por las ciudades alemanas en pleno fervor de lucha religiosa; o por Lyon, ciudad francesa y, como tal, rival de la gran potencia española.
Orgulloso de su obra y consciente de haber creado algo grande con sabor a posteridad, quiso que se conociera y se identificara obra y personaje, según el mejor espíritu renacentista, y así ordenó que todos sus libros llevaran esta inscripción: D. Fernando Colón, hijo de D. Cristóbal, primer Almirante que descubrió las Indias, dejó sus libros para uso y provecho de sus prójimos; rogad a Dios por él. Hasta la losa que cubriría su sepultura en el trascoro de la catedral sevillana quiso que recordara su Biblioteca, Junto a su nombre y al recuerdo paterno, se colocaría en el centro su escudo de armas y a los lados cuatro libros abiertos que eran el resumen de su biblioteca: Autores, ciencias, epítomes y materias. Para no perder lo que tanto le costó levantar, Hernando destapó una vez más sus esencias previsoras, aunque de poco le sirvieron. En el año 1526 empezó a edificar una casa en un solar cedido por el Concejo hispalense junto a la puerta de Goles (hoy Puerta Real), a orillas del Guadalquivir. Todo el espléndido conjunto, casa y huerta, se transformó a su terminación en uno de los lugares más hermosos de Sevilla, según lo alaban los contemporáneos. Y creado el marco idóneo, el hacedor de la Librería dispuso el reglamento. Algunas cláusulas testamentarias retratan por sí solas al personaje que tenemos delante: hombre extremadamente cicatero, detallista y previsor. A modo de ejemplo, sirvan algunas observaciones: Los libros se mantendrán todos reunidos y quien herede la Biblioteca será a condición de conservarla y acrecentarla.
Se cuidará la colocación de cada ejemplar. Se separará el recinto reservado a los libros del público con una reja, la cual se mantendrá incluso cuando el interesado tenga que leer o consultar algo; en ese caso, se colocará en un sitio donde la reja tenga un hueco en que quepa la mano para pasar las hojas pues que vemos que es imposible guardarse los libros aunque tengan cien cadenas. No se prestará ni se sacará ejemplar alguno bajo fuertes penas, La plaza de encargado de la Librería (sumista) se cubrirá por oposición a celebrar en Salamanca con obligación de que el ganador ocupe ese puesto tres años como mínimo. Sólo a finales de 1536 se le concederá una pensión vitalicia de 500 pesos de oro, situada sobre las rentas de Cuba, para ayuda a la sustentación y de la Librería que hace en la ciudad de Sevilla. Era una merced que Hernando quiso convertir en perpetua, pero acaso la muerte repentina truncó su deseo y tramitación. Don Hernando instituyó heredero universal de la Biblioteca y de sus bienes, que se emplearían como fondo para ella, a su sobrino, el Almirante Luis Colón, y a sus sucesores en el mayorazgo, a condición de que se comprometiesen a gastar cien mil maravedíes en la salvaguarda y acrecentamiento de la misma. De no ser así, sucedería con las mismas condiciones el Cabildo de la Catedral de Sevilla o el monasterio de San Pablo, por este orden. En último extremo, si ninguna de estas instituciones mostraba interés, sería entregado en depósito al monasterio cartujo de las Cuevas.
De poco sirvió tanta meticulosidad. Tras la muerte de Hernando Colón, el 12 de julio de 1539, todo se desmoronó ante la indiferencia general. El joven Almirante de las Indias Luis Colón, y su tutora y madre doña María de Toledo mostraron escaso interés por hacerse cargo de la Biblioteca43. Ante el silencio de la familia, el Cabildo de la Catedral hizo un requerimiento notarial (24 de septiembre de 1540) para que aceptasen o renunciasen a la mencionada herencia, En 1544, doña María de Toledo, saltándose las cláusulas testamentarias, cedió en depósito la Biblioteca al monasterio dominico de San Pablo, sin duda por consejo de su hermano, el fraile de la misma Orden Antonio de Toledo. Ocho años después, el 31 de marzo de 1552, tras recurrir el Cabildo ante la Cancillería de Granada y fallar ésta a su favor, la Biblioteca Colombina pasó a ocupar una de las dependencias catedralicias, en la nave nordeste (también conocida como del Lagarto) que da al patio de los Naranjos. Tampoco cumplieron sus obligaciones, pero ya no salió de allí. De aquel tesoro bibliográfico de más de 15.300 ejemplares dejados por su fundador conservamos hoy en día unos 5.000. El resto se fue perdiendo entre trasiegos, el abandono y la desidia general. La casa terminó siendo embargada; hubo pleito y en 1563 la familia Colón renunció a todo derecho sobre la Casa y la Huerta de Goles a cambio de una indemnización de 600 ducados. Dos siglos después, de la espléndida mansión hernandina no quedaba piedra sobre piedra.
Por la misma fecha, aún se elevaba en la huerta un hermoso zapote nombrado por los sevillanos el árbol de Colón. Como final de la faceta bibliográfica de don Hernando Colón sirvan las ajustadas palabras con que cierra su libro el profesor Marín: Si su padre, al morir en 1506, dejó multiplicado o en vías de multiplicarse casi por dos el mapa geográfico del mundo, el de la historia del saber humano y sus manifestaciones bibliográficas quien lo recompuso y aumentó en proporción infinitamente mayor fue el hijo, con los libros tan afanosamente reunidos, pero sobre todo con los Repertorios tan obsesivaniente elaborados. Para unos hablar de don Hernando Colón es identificarlo con la Historia del Almirante; para otros es imaginarlo rodeado de libros, El historiador polémico frente al erudito elogiado por todos; el apasionado, frente al racionalista y frío; el defensor acérrimo de privilegios trasnochados y medievales, frente al adelantado a su tiempo, representante de la modernidad humanista. He aquí las dos caras de un mismo personaje. He aquí el drama de don Hernando Colón. Luis Arranz Madrid, verano de 1984