Tributo que todos hacen al rey de México
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Tributo que todos hacen al rey de México No hay quien no tribute algo al señor de México en todos sus reinos y señoríos; porque los señores y nobles pechan con tributo personal, y los labradores, a los que llaman macebaltin, con persona y bienes; y esto de dos maneras: o son renteros o herederos. Los que tienen heredades propias pagan por año una parte de tres que cogen o crían. Perros, gallinas, aves de pluma, conejos, oro, plata, piedras, sal, cera y miel, mantas, plumajes, algodón, cacao, centli, ají, camatli, habas, judías y toda clase de frutas, hortalizas y semillas, de que principalmente se mantienen. Los renteros pagan por meses o por años lo que se obligan; y porque es mucho, los llaman esclavos; que hasta cuando comen huevos, les parece que el rey les hace merced. Oí decir que les tasaban lo que habían de comer, y lo demás se lo cogían. Visten por esta causa pobrísimamente. Y en fin, no alcanzan ni tienen más que una olla para cocer hierbas, y una piedra o un par para moler su trigo, y una estera para dormir. Y no solamente daban este pecho los renteros y los herederos, sino que también servía para las personas todas las veces que el gran señor quería, aunque no quería más que en tiempos de guerras y caza. Era tanto el señorío que los reyes de México tenían sobre ellos, que callaban aunque les tomasen las hijas para lo que quisiesen, y los hijos; y por esto dicen algunos que de tres hijos que cada labrador y no labrador tenía, daba uno para sacrificar, lo cual es falso; pues si así fuera, no hubiese parado hombre alguno en la tierra, y no estaría tan poblada como estaba, y porque los señores no comían hombres sino de los sacrificados, y los sacrificados rarísimamente eran personas libres, sino esclavos y presos en guerra.
Eran crueles carniceros, y mataban durante el año muchos hombres y mujeres, y algunos niños; sin embargo, no tantos como dicen, y los que eran, después los contaremos por días y cabezas. Todas esas rentas las traían a México a cuestas los que no podían en barcas, al menos las que eran necesarias para mantener la casa de Moctezuma. Las demás las gastaban con los soldados o se cambiaban por oro, plata, piedras, joyas y otras cosas ricas, que los reyes estiman y guardan en sus recámaras y tesoros. En México había trojes, graneros, y, como ya dije, casas en donde guardan el pan, y un mayordomo mayor con otros menores, que lo recibían y gastaban por acuerdo y cuenta en libros de pintura; y en cada pueblo había su recaudador, que eran una especie de alguaciles, y llevaban varas y abanicos en las manos; los cuales acudían, y daban cuenta con paga de la recogida y gente por padrón que tenían del lugar y provincia de su partido, a los de México. Si se equivocaban o engañaban, morían por ello, y hasta castigaban a los de su linaje, como parientes de traidor al rey. A los labradores, cuando no pagaban, los prendían; y si están pobres por enfermedad, los esperan; si por holgazanes, los apremian. En fin, si no cumplen y pagan en ciertos plazos que les dan, pueden tomar por esclavos a los unos y a los otros y venderlos para la deuda y tributo, o sacrificarlos. También tenía muchas provincias que le tributaban cierta cantidad y reconocían en algunas cosas de mayoría; pero esto era más honra que provecho.
De suerte, pues, que por esta vía tenía Moctezuma, y aún le sobraba, para mantener su casa y gente de guerra, y para tener tanta riqueza y aparato, tanta corte y servicio; y más, que de todo esto no gastaba nada en labrar cuantas casas quería, porque ya desde hace mucho tiempo están destinados muchos pueblos cercanos, que no pechan ni contribuyen en otra cosa más que en hacerle casas, repararlas y tenerlas siempre en pie a su propia costa; que ponían su trabajo, pagaban a los oficiales y traían a cuestas o arrastrando el canto, la cal, la madera, el agua, y todos los demás materiales necesarios a las obras. Y ni más ni menos proveían, y muy abundantemente, de cuanta leña se quemaba en las cocinas, cámaras y braseros de palacio, que eran muchos, y necesitaban, según cuentan, quinientas cargas de tamemes, que son mil arrobas; y muchos días de invierno, aunque no es crudo, muchas más. Y para los braseros y chimeneas del rey traían cortezas de encina y otros árboles, porque hacían mejor fuego, o por diferenciar la lumbre, pues son grandes aduladores, o para que pasasen más fatiga. Tenía Moctezuma cien ciudades grandes con sus provincias, de las cuales llevaba las rentas, tributos, parias y vasallajes que dije, y donde tenía fuerzas, guarnición y tesoreros del servicio y pechos, a que estaban obligadas. Extendíase su señorío y mando desde el mar del Norte al del Sur, y doscientas leguas de tierra adentro; si bien es verdad que había en medio algunas provincias y grandes pueblos, como Tlaxcallan, Michuacan, Pánuco y Tecoantepec, que eran enemigos suyos, y no le pagaban pecho ni servicio alguno; pero le valía mucho el rescate y cambio que había con ellos cuando quería. Había asimismo otros muchos señores y reyes, como los de Tezcuco y Tlacopan, que no le debían nada, más que la obediencia y homenaje, los cuales eran de su mismo linaje, y con quienes casaban los reyes de México a sus hijas.
Eran crueles carniceros, y mataban durante el año muchos hombres y mujeres, y algunos niños; sin embargo, no tantos como dicen, y los que eran, después los contaremos por días y cabezas. Todas esas rentas las traían a México a cuestas los que no podían en barcas, al menos las que eran necesarias para mantener la casa de Moctezuma. Las demás las gastaban con los soldados o se cambiaban por oro, plata, piedras, joyas y otras cosas ricas, que los reyes estiman y guardan en sus recámaras y tesoros. En México había trojes, graneros, y, como ya dije, casas en donde guardan el pan, y un mayordomo mayor con otros menores, que lo recibían y gastaban por acuerdo y cuenta en libros de pintura; y en cada pueblo había su recaudador, que eran una especie de alguaciles, y llevaban varas y abanicos en las manos; los cuales acudían, y daban cuenta con paga de la recogida y gente por padrón que tenían del lugar y provincia de su partido, a los de México. Si se equivocaban o engañaban, morían por ello, y hasta castigaban a los de su linaje, como parientes de traidor al rey. A los labradores, cuando no pagaban, los prendían; y si están pobres por enfermedad, los esperan; si por holgazanes, los apremian. En fin, si no cumplen y pagan en ciertos plazos que les dan, pueden tomar por esclavos a los unos y a los otros y venderlos para la deuda y tributo, o sacrificarlos. También tenía muchas provincias que le tributaban cierta cantidad y reconocían en algunas cosas de mayoría; pero esto era más honra que provecho.
De suerte, pues, que por esta vía tenía Moctezuma, y aún le sobraba, para mantener su casa y gente de guerra, y para tener tanta riqueza y aparato, tanta corte y servicio; y más, que de todo esto no gastaba nada en labrar cuantas casas quería, porque ya desde hace mucho tiempo están destinados muchos pueblos cercanos, que no pechan ni contribuyen en otra cosa más que en hacerle casas, repararlas y tenerlas siempre en pie a su propia costa; que ponían su trabajo, pagaban a los oficiales y traían a cuestas o arrastrando el canto, la cal, la madera, el agua, y todos los demás materiales necesarios a las obras. Y ni más ni menos proveían, y muy abundantemente, de cuanta leña se quemaba en las cocinas, cámaras y braseros de palacio, que eran muchos, y necesitaban, según cuentan, quinientas cargas de tamemes, que son mil arrobas; y muchos días de invierno, aunque no es crudo, muchas más. Y para los braseros y chimeneas del rey traían cortezas de encina y otros árboles, porque hacían mejor fuego, o por diferenciar la lumbre, pues son grandes aduladores, o para que pasasen más fatiga. Tenía Moctezuma cien ciudades grandes con sus provincias, de las cuales llevaba las rentas, tributos, parias y vasallajes que dije, y donde tenía fuerzas, guarnición y tesoreros del servicio y pechos, a que estaban obligadas. Extendíase su señorío y mando desde el mar del Norte al del Sur, y doscientas leguas de tierra adentro; si bien es verdad que había en medio algunas provincias y grandes pueblos, como Tlaxcallan, Michuacan, Pánuco y Tecoantepec, que eran enemigos suyos, y no le pagaban pecho ni servicio alguno; pero le valía mucho el rescate y cambio que había con ellos cuando quería. Había asimismo otros muchos señores y reyes, como los de Tezcuco y Tlacopan, que no le debían nada, más que la obediencia y homenaje, los cuales eran de su mismo linaje, y con quienes casaban los reyes de México a sus hijas.