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Datos principales


Desarrollo


Como habían hecho otros emperadores antoninos de los que se proclamaba continuador, Septimio Severo acudió a las zonas geográficas del Imperio que exigían su presencia, tras la Guerra Civil. Del año 197 al 202 estuvo en Oriente; entre los años 202-207, permaneció en Roma con una breve interrupción para un corto viaje a la Tripolitania. Ante una grave amenaza en la frontera de Britania, acudió para dirigir personalmente las operaciones (208-211), donde murió de enfermedad en febrero del 211. La campaña contra los partos (197-199) fue un éxito militar equiparable al obtenido años antes por Trajano: tomó, entre otras, las ciudades de Babilonia, Seleucia y Ctesifonte, castigando así a los partos que habían atacado a la ciudad de Nisibis. Y, como durante su primera expedición a Oriente, aprovechó su presencia para consolidar la red viaria y activar mejoras en la administración. Desde su sólida posición política, pudo tomar decisiones destinadas a restañar viejas heridas de su primera estancia: un testimonio de ello fue el perdón concedido a la ciudad de Antioquía, a la que devolvió sus privilegios tradicionales. Septimio, consciente de los riesgos de morir sin previsión sucesoria, pretendió organizar un modo pacífico de transmisión del poder, ajeno a posibles tensiones entre el Senado y los pretorianos. Sus hijos Caracalla y Geta recibieron el título de Césares. A la muerte de Septimio, su hijo M.

Aurelio Antonino -apodado Caracalla (211-217), nombre con el que pasó a la posteridad- inició el gobierno con su hermano M. Septimio Geta. Pero las previsiones paternas pronto se vinieron abajo ante la enemistad entre los dos hermanos. El 212, Caracalla mandó matar a Geta y a otros de sus partidarios, entre los que se encontraba el famoso jurista Papiano, amigo de su padre y prefecto del pretorio. Aunque sea exagerada la cifra de 20.000 asesinatos, debieron caer muchos de los seguidores de Geta; sin duda, debió haber más motivos que la pura enemistad personal y el miedo de Caracalla a verse desplazado del gobierno; ni siquiera una rigurosa comprensión del mensaje de su padre, de evitar divisiones en la cúpula del poder y de actuar con energía, hubiera llegado tan lejos. El gobierno de Caracalla estuvo marcado por dos líneas prioritarias. Por una parte, volvió a repetir en Oriente una nueva campaña contra los partos (214-217). El año 216 había llegado a Arbelas. Al reiniciar la campaña del 217 fue asesinado en Edesa por un soldado que cumplía órdenes de Macrino, prefecto del pretorio desplazado en Oriente. Detrás de esos hechos desnudos había una realidad más compleja: la campaña oriental estaba agotando los recursos del Imperio y Caracalla no tenía medios para pagar a las legiones. Cualquier protesta de las ciudades o de las legiones había sido sistemáticamente castigada. Es preciso hacer una valoración más serena de Caracalla, comparado en las fuentes antiguas con un mal imitador de Alejandro Magno.

En Europa también había llevado brillantes campañas contra los alemanes en el año 213 hasta llegar al Main, y contra los carpos tras cruzar el Danubio (214). Se comprenden esas guerras como demostración ante los bárbaros del poder de Roma y, en Oriente, también como intento de sanear la economía del imperio al controlar la ruta comercial oriental que terminaba en el Golfo Pérsico. Sólo un éxito fulgurante, lo que era difícil, hubiera cambiado el signo de sus campañas y hubieran llegado a la posteridad como una actuación realista; pero la población del imperio sólo veía en las mismas los esfuerzos económicos exigidos. Elevó algunos impuestos indirectos del 5 al 10 por 100, exigió impuestos extraordinarios (aurum coronarium) y, como parcial contrapartida, concedió el honor de ser ciudadanos a todos los habitantes del imperio, Constituto Antoniana. En el año 217 M. Opelio Macrino, prefecto del pretorio y responsable de la muerte de Caracalla, fue reconocido emperador a pesar de tener rango ecuestre. La continuación de la campaña oriental por Macrino resultó poco brillante. Aprovechando la oferta de paz del rey parto, accedió a firmar el convenio pacificador, que incluía la concesión de territorios y de dinero a los partos. La mujer de Septimio Severo, Julia Domna, al hilo del descontento del ejército, consignó que asesinaran a Macrino(218). El programa sucesorio de Septimio Severo fue, a pesar de todo, llevado a cabo por mujeres emparentadas con los Severos.

Tras el corto gobierno de Macrino, se hizo sentir la intervención política de esas enérgicas mujeres. Ya la esposa de Septimio participaba de las discusiones y en el consejo imperial durante el gobierno de su marido y, más tarde, de modo más activo aconsejando a Caracalla. Julia Mesa, su hermana, urdió una falsa historia en virtud de la cual presentaba a Avito, un joven a quien se preparaba para ser sacerdote del dios Heliogábalo, como hijo ilegítimo de Septimio Severo; fue elegido como emperador con el nombre de M. Aurelio Antonino, conocido como Heliogábalo(218-232). El nuevo emperador sólo tenía 14 años, lo que facilitó la intervención política de Julia Mesa y de su madre, Julia Soemia. La intervención más significativa del nuevo emperador consistió en buscar seguidores de ese nuevo culto, cuyo dios Heliogábalo llegó a tener un santuario en la propia Roma. La idea no era plenamente desafortunada, la del apoyo al culto solar, pues el culto al Sol contaba con una larga tradición en Roma aunque había vivido marginado. Cuando el emperador pretendió hacer del dios Heliogábalo la divinidad más importante del Imperio y atribuirle un carácter oficial, el sentimiento nacionalista romano no pudo soportarlo. La misma Julia Mesa, al comprobar el progresivo descrédito del emperador Heliogábalo, consiguió de éste que nombrara César a un nieto suyo, Basiano Alexiano.

Desde esa mínima legitimidad sucesoria, los pretorianos asesinaron a Heliogábalo para trasmitir el poder imperial a Basiano, quien reinó con el nombre de Alejandro Severo. Los anos de gobierno de Alejandro Severo (222-235) coinciden con la desaparición del peligro parto en Oriente para ser sustituido por otro mucho mayor, el de los persas sasánidas. Estos, presentándose como continuadores de los antiguos persas y bajo las órdenes de su rey, Ardashir, sometieron a un férreo control a todos los territorios partos y persas e iniciaron una campaña expansionista con el objetivo de recuperar el antiguo reino de Darío. Alejandro Severo pudo frenar con dificultad esta nueva amenaza, que pasará a ser una constante durante el siglo III. El emperador fue asesinado por sus soldados cuando hizo concesiones a los alamanes. Si las mujeres emparentadas con los Severos pudieron tener tanta fuerza política, se explica por la relación de las mismas con el consejo privado imperial. Era este órgano el que comenzaba a simbolizar la continuidad del régimen. La política interior de Alejandro Severo no se distingue de la sostenida por ese consejo privado.

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