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Datos principales
Rango
Mundo islámico
Desarrollo
La doctrina revelada por Dios que el musulmán debe conocer y seguir se contiene en el Corán (Qur'an), libro santo cuya definitiva puesta por escrito ocurrió entre los años 640 y 650, a partir del recuerdo de la palabra del profeta Muhammad , pero hubo una versión ortodoxa, la de Zayd, encargada por el califa Utman , y otras, las de Ali e Ibn Mas'ud, mas próximas a las posturas del si´ismo. Al no haber un sacerdocio semejante al de los cristianos, la interpretación del Corán y la aplicación de sus principios era responsabilidad de todo musulmán; no había intépretes obligatorios, aunque sí preferentes, pero toda acción social, todo poder, habían de referirse al texto coránico, que expresaba el mensaje divino. Incluso en las interpretaciones difíciles y simbólicas, no se perdía de vista que el dueño de la palabra revelada era Dios, aunque tampoco así se pudieron evitar las divergencias ni las apropiaciones abusivas del texto sagrado. Al estar escrito en árabe, esta lengua obtuvo un prestigio y una capacidad de difusión insuperables, y con ella diversos aspectos culturales del mundo arábigo que rodeó a Muhammad. No es fácil sintetizar el contenido de las 144 suras que hay en el Corán, compuestas a su vez por versículos: Alá, Dios único y personal, todopoderoso y creador, adjetivado con casi un centenar de atributos y calificativos, ha hecho explícita su voluntad y pacto con los hombres en una cadena de revelaciones que comienzan con Abraham y concluyen con Muhammad, de modo que sólo el creyente que acepta su totalidad y se somete a Dios -esto quiere decir musulmán- está en la verdad.
El Corán contiene una historia sagrada de la humanidad, desde la creación hasta el fin del tiempo, que se supone próximo, y dibuja, más allá de él, la certeza del juicio final, la existencia de cielo e infierno, de donde proceden, respectivamente, ángeles y demonios capaces de influir en la vida de los hombres, aunque también se acepta, por influencia de la cultura beduina preislámica , la existencia de genios (yinn) materializados en diversas fuerzas y lugares del mundo natural. El Corán es también una fuente de ideas y reflexiones en materia de moral y costumbres sociales , que se completaban con las derivadas de las antiguas tradiciones, procedentes de la época de Muhammad o de los tiempos inmediatamente posteriores; como en casi todas las sociedades agrarias, lo antiguo, o por tal tenido, creaba autoridad y permitía comparaciones con circunstancias más recientes. Pero los hadit o relatos incluidos en la Sunna (tradición) se pusieron por escrito desde el siglo IX y fueron utilizados a menudo sin un sentido crítico adecuado hasta los siglos XIII y XIV, lo que daba un margen excesivo al abuso tratándose, como así era, de textos que fundamentaron la reflexión y la práctica religiosa y jurídica. De todos modos, las obligaciones religiosas fundamentales del creyente o pilares de la religión estaban prescritos en el Corán con claridad: profesión de fe, oración, ayuno, limosna, peregrinación. El musulmán tenía que conocer y recitar la sahada o profesión de fe: "Solo hay un Dios y Muhammad es su profeta".
Debía orar, en estado ritual de pureza que comportaba una actitud de "adoración, petición de perdón y deseo de purificación (Sourdel), cinco veces al día, mirando hacia La Meca, y, en el medio urbano, el muezzín (almuédano) llamaba a la oración proclamando en alta voz la afirmación "Allah akbar" (Dios es grande). Lo normal es que la oración se hiciese colectivamente, sobre todo en las grandes fiestas anuales con motivo del fin del ayuno o en las que se efectuaban durante las peregrinaciones; también era pública para los varones la oración del viernes al mediodía en la mezquita mayor, momento de predicación por el califa o el gran cadí en Bagdad y por los dirigentes religiosos en otras ciudades, lo que permitía crear estados de opinión o de emoción ante las situaciones de la vida colectiva. Había también actos de oración ritual o de petición por algún motivo concreto: por la vida de los fallecidos, contra la sequía, como complemento del ayuno, etc. La ritualidad dirigió también las otras prácticas religiosas: el ayuno principal, en el mes de Ramadán, obligaba a evitar la ingestión de cualquier producto, salvo el aire, mientras durara la luz del sol. La peregrinación a La Meca dependió de las posibilidades pero, si existían, había de hacerse al menos una vez, preferiblemente en el último mes del año, el de Dulhicha, cuando tenían lugar las celebraciones principales de raíz abrahámica, en especial la fiesta familiar del sacrificio del carnero, el día 10 del mes.
En éste y otros aspectos, el Islam recoge prácticas religiosas anteriores, al igual que hicieron antes otras nuevas religiones. La limosna legal (zakat) tenía dos objetos: purificar los bienes económicos propios y cumplir un mandato de solidaridad hacia los musulmanes pobres u obligados por causas piadosas; acabó fijándose en un diezmo de las rentas y fue, así, fundamento del sistema fiscal islámico pues sus demás componentes o recaían sobre los no musulmanes o eran aspectos tolerados por necesidad pero no fundamentados en la ley religiosa, única fuente de legitimidad. El yihad o guerra santa no era una obligación individual inexcusable, de modo que no tiene el mismo carácter que las anteriores prácticas, sino que consistía en el deber colectivo de extender el conocimiento y dominio del Islam entre los pueblos infieles, por la violencia si el caso lo requería. Por eso, la guerra debió atenerse a ciertos principios de raíz religiosa, referidos al trato a los vencidos, a la posibilidad de admitirlos a capitulación o de que conservaran sus religiones anteriores solo en algunos supuestos, al reparto del botín, del que un quinto pertenecía al profeta o a su sucesor y representante, y al dominio eminente de la comunidad musulmana sobre los bienes raíces ganados, que nunca prescribía. Las tradiciones y ritos, a veces de origen preislámico o campartidos con otros pueblos, dieron lugar a obligaciones de aceptación universal, aunque no tuvieran un fundamente coránico expreso: el tabú de la sangre se manifestaba en la prohibición de consumir carnes que no hubieran sido sacrificadas de modo que perdieran toda la sangre, o las de algunos animales -cerdos, perros- por su especial impureza.
Fue también frecuente la repugnancia a tomar bebidas alcohólicas, salvo el vino de dátil, según algunos pareceres, siguiendo con ello un hadit que aludía a los peligros que se derivaban para la buena conducta e inteligencia del hombre. Y se extendieron prácticas de cuidado del cuerpo e higiénicas o de relación social a través de las que se manifestaba una piedad acorde con la recta tradición: la circuncisión, las depilaciones de pubis y axilas, las abluciones, la limpieza de dientes, el uso del velo por las mujeres, los momentos ritualizados de abstinencia sexual con motivo de ayunos o tiempos sacralizados, el uso mismo de invocaciones y salutaciones tales como en el nombre de Dios (bismillah), quiera Dios (wa-sa Allah, de donde procede nuestro ojalá) o bien, que la salvación sea contigo (al-salam aleykun). Aunque la religión islámica no conoce el equivalente al culto a los santos, el impulso religioso tradicional acabó creando prácticas en cierto modo equivalentes como fueron las visitas y peregrinaciones, primero a Medina y Jerusalén, después a lugares donde vivieron varones famosos por su fe, o, entre los si´ies, la veneración a Ali y miembros de su familia. Pero el aniversario de Muhammad no se celebró hasta el siglo XII, y los rezos con finalidad prospectiva, para asegurar un futuro próspero, son también tardíos, por ejemplo los que ocurrían al término del ayuno del Ramadán, durante la llamada noche del destino. La relación entre fe y ética u obras no es directa e inmediata aunque había respeto y recomendación de determinadas actitudes morales, pero su práctica o ausencia no cuestionaba la sinceridad de la fe de forma terminante.
La noción de deber moral -ha llegado a escribir un autor- "es ajena al Islam (como religión), que sólo conoce una obligación jurídica". Entre los valores morales apreciados y recomendados contaban los de valor y solidaridad al servicio de la comunidad, heredados de la actitud ética beduina o muruwwa, los derivados de las cuatro virtudes cardinales -justicia, prudencia, fortaleza y templanza- al modo helenístico, y las exhortaciones de origen iranio sobre la estimación por el hombre de su propia dignidad, el valor de la amistad o las ventajas de la moderación, para enfrentarse a las dificultades que las fuerzas del mal siembran en el mundo. La tendencia de la práctica religiosa islámica a la ritualidad y el juridicismo no eran incompatibles con el seguimiento de los consejos coránicos en pro de una vida ascética, desprendida de las riquezas y dedicada a la meditación. Los adeptos a esta forma de hacer recibieron el nombre de sufíes en el Iraq del siglo VIII por la túnica blanca que vestían (suf). Al siglo siguiente comenzó a haber entre ellos místicos (al-Muhasibi, al-Yunayd) que, en su búsqueda de la fusión con Dios, emitieron a veces opiniones monistas o inmanentistas, lo que les atrajo la represión de los ortodoxos, cuya mayor expresión fue la condena a muerte del sufi al-Hallay en el año 922. Pero, por lo general, los sufíes respetaron la ortodoxia y buscaron completar la reflexión teológica con un itinerario espiritual, tal como lo expone al-Gazali en su "Revivificación de las ciencias de la religión".
La corriente teosófica más radical tuvo su mejor y último representante en Ibn al-Arabi, de Murcia (1165-1240) quien, como algunos otros místicos de diversas culturas, llegó a afirmar que el hombre, como microcosmos completo en sí mismo, podía llegar a descubrir a Dios en lo profundo de su propia realidad vital. No hubo en el mundo islámico monacato, aunque sí manifestaciones esporádicas de eremitismo, y el ejemplo de los sufíes no derivó hacia aquella forma de organización de la vida religiosa pero, en cambio, inspiró desde mediados del siglo XII la proliferación de cofradías populares que proponían a sus miembros mejores formas de piedad y estimulaban el recuerdo y veneración a personajes famosos de la historia religiosa islámica. La cofradía de los kadiriya de Bagdad proporciona un ejemplo antiguo (1160), la de los derviches de la mawlawiya de Konia, en Anatolia, un siglo después, tendría gran influencia y continuidad.
El Corán contiene una historia sagrada de la humanidad, desde la creación hasta el fin del tiempo, que se supone próximo, y dibuja, más allá de él, la certeza del juicio final, la existencia de cielo e infierno, de donde proceden, respectivamente, ángeles y demonios capaces de influir en la vida de los hombres, aunque también se acepta, por influencia de la cultura beduina preislámica , la existencia de genios (yinn) materializados en diversas fuerzas y lugares del mundo natural. El Corán es también una fuente de ideas y reflexiones en materia de moral y costumbres sociales , que se completaban con las derivadas de las antiguas tradiciones, procedentes de la época de Muhammad o de los tiempos inmediatamente posteriores; como en casi todas las sociedades agrarias, lo antiguo, o por tal tenido, creaba autoridad y permitía comparaciones con circunstancias más recientes. Pero los hadit o relatos incluidos en la Sunna (tradición) se pusieron por escrito desde el siglo IX y fueron utilizados a menudo sin un sentido crítico adecuado hasta los siglos XIII y XIV, lo que daba un margen excesivo al abuso tratándose, como así era, de textos que fundamentaron la reflexión y la práctica religiosa y jurídica. De todos modos, las obligaciones religiosas fundamentales del creyente o pilares de la religión estaban prescritos en el Corán con claridad: profesión de fe, oración, ayuno, limosna, peregrinación. El musulmán tenía que conocer y recitar la sahada o profesión de fe: "Solo hay un Dios y Muhammad es su profeta".
Debía orar, en estado ritual de pureza que comportaba una actitud de "adoración, petición de perdón y deseo de purificación (Sourdel), cinco veces al día, mirando hacia La Meca, y, en el medio urbano, el muezzín (almuédano) llamaba a la oración proclamando en alta voz la afirmación "Allah akbar" (Dios es grande). Lo normal es que la oración se hiciese colectivamente, sobre todo en las grandes fiestas anuales con motivo del fin del ayuno o en las que se efectuaban durante las peregrinaciones; también era pública para los varones la oración del viernes al mediodía en la mezquita mayor, momento de predicación por el califa o el gran cadí en Bagdad y por los dirigentes religiosos en otras ciudades, lo que permitía crear estados de opinión o de emoción ante las situaciones de la vida colectiva. Había también actos de oración ritual o de petición por algún motivo concreto: por la vida de los fallecidos, contra la sequía, como complemento del ayuno, etc. La ritualidad dirigió también las otras prácticas religiosas: el ayuno principal, en el mes de Ramadán, obligaba a evitar la ingestión de cualquier producto, salvo el aire, mientras durara la luz del sol. La peregrinación a La Meca dependió de las posibilidades pero, si existían, había de hacerse al menos una vez, preferiblemente en el último mes del año, el de Dulhicha, cuando tenían lugar las celebraciones principales de raíz abrahámica, en especial la fiesta familiar del sacrificio del carnero, el día 10 del mes.
En éste y otros aspectos, el Islam recoge prácticas religiosas anteriores, al igual que hicieron antes otras nuevas religiones. La limosna legal (zakat) tenía dos objetos: purificar los bienes económicos propios y cumplir un mandato de solidaridad hacia los musulmanes pobres u obligados por causas piadosas; acabó fijándose en un diezmo de las rentas y fue, así, fundamento del sistema fiscal islámico pues sus demás componentes o recaían sobre los no musulmanes o eran aspectos tolerados por necesidad pero no fundamentados en la ley religiosa, única fuente de legitimidad. El yihad o guerra santa no era una obligación individual inexcusable, de modo que no tiene el mismo carácter que las anteriores prácticas, sino que consistía en el deber colectivo de extender el conocimiento y dominio del Islam entre los pueblos infieles, por la violencia si el caso lo requería. Por eso, la guerra debió atenerse a ciertos principios de raíz religiosa, referidos al trato a los vencidos, a la posibilidad de admitirlos a capitulación o de que conservaran sus religiones anteriores solo en algunos supuestos, al reparto del botín, del que un quinto pertenecía al profeta o a su sucesor y representante, y al dominio eminente de la comunidad musulmana sobre los bienes raíces ganados, que nunca prescribía. Las tradiciones y ritos, a veces de origen preislámico o campartidos con otros pueblos, dieron lugar a obligaciones de aceptación universal, aunque no tuvieran un fundamente coránico expreso: el tabú de la sangre se manifestaba en la prohibición de consumir carnes que no hubieran sido sacrificadas de modo que perdieran toda la sangre, o las de algunos animales -cerdos, perros- por su especial impureza.
Fue también frecuente la repugnancia a tomar bebidas alcohólicas, salvo el vino de dátil, según algunos pareceres, siguiendo con ello un hadit que aludía a los peligros que se derivaban para la buena conducta e inteligencia del hombre. Y se extendieron prácticas de cuidado del cuerpo e higiénicas o de relación social a través de las que se manifestaba una piedad acorde con la recta tradición: la circuncisión, las depilaciones de pubis y axilas, las abluciones, la limpieza de dientes, el uso del velo por las mujeres, los momentos ritualizados de abstinencia sexual con motivo de ayunos o tiempos sacralizados, el uso mismo de invocaciones y salutaciones tales como en el nombre de Dios (bismillah), quiera Dios (wa-sa Allah, de donde procede nuestro ojalá) o bien, que la salvación sea contigo (al-salam aleykun). Aunque la religión islámica no conoce el equivalente al culto a los santos, el impulso religioso tradicional acabó creando prácticas en cierto modo equivalentes como fueron las visitas y peregrinaciones, primero a Medina y Jerusalén, después a lugares donde vivieron varones famosos por su fe, o, entre los si´ies, la veneración a Ali y miembros de su familia. Pero el aniversario de Muhammad no se celebró hasta el siglo XII, y los rezos con finalidad prospectiva, para asegurar un futuro próspero, son también tardíos, por ejemplo los que ocurrían al término del ayuno del Ramadán, durante la llamada noche del destino. La relación entre fe y ética u obras no es directa e inmediata aunque había respeto y recomendación de determinadas actitudes morales, pero su práctica o ausencia no cuestionaba la sinceridad de la fe de forma terminante.
La noción de deber moral -ha llegado a escribir un autor- "es ajena al Islam (como religión), que sólo conoce una obligación jurídica". Entre los valores morales apreciados y recomendados contaban los de valor y solidaridad al servicio de la comunidad, heredados de la actitud ética beduina o muruwwa, los derivados de las cuatro virtudes cardinales -justicia, prudencia, fortaleza y templanza- al modo helenístico, y las exhortaciones de origen iranio sobre la estimación por el hombre de su propia dignidad, el valor de la amistad o las ventajas de la moderación, para enfrentarse a las dificultades que las fuerzas del mal siembran en el mundo. La tendencia de la práctica religiosa islámica a la ritualidad y el juridicismo no eran incompatibles con el seguimiento de los consejos coránicos en pro de una vida ascética, desprendida de las riquezas y dedicada a la meditación. Los adeptos a esta forma de hacer recibieron el nombre de sufíes en el Iraq del siglo VIII por la túnica blanca que vestían (suf). Al siglo siguiente comenzó a haber entre ellos místicos (al-Muhasibi, al-Yunayd) que, en su búsqueda de la fusión con Dios, emitieron a veces opiniones monistas o inmanentistas, lo que les atrajo la represión de los ortodoxos, cuya mayor expresión fue la condena a muerte del sufi al-Hallay en el año 922. Pero, por lo general, los sufíes respetaron la ortodoxia y buscaron completar la reflexión teológica con un itinerario espiritual, tal como lo expone al-Gazali en su "Revivificación de las ciencias de la religión".
La corriente teosófica más radical tuvo su mejor y último representante en Ibn al-Arabi, de Murcia (1165-1240) quien, como algunos otros místicos de diversas culturas, llegó a afirmar que el hombre, como microcosmos completo en sí mismo, podía llegar a descubrir a Dios en lo profundo de su propia realidad vital. No hubo en el mundo islámico monacato, aunque sí manifestaciones esporádicas de eremitismo, y el ejemplo de los sufíes no derivó hacia aquella forma de organización de la vida religiosa pero, en cambio, inspiró desde mediados del siglo XII la proliferación de cofradías populares que proponían a sus miembros mejores formas de piedad y estimulaban el recuerdo y veneración a personajes famosos de la historia religiosa islámica. La cofradía de los kadiriya de Bagdad proporciona un ejemplo antiguo (1160), la de los derviches de la mawlawiya de Konia, en Anatolia, un siglo después, tendría gran influencia y continuidad.